Polanyi vuelve a tener razón en este punto, pero ahora también es imposible predecir el futuro y el resultado exactos de esta nueva "era de las rebeliones". Aun así, a partir de ahora, y hasta ahora, lo que más sorprende de estos nuevos levantamientos son dos cosas que destacan dentro del espacio eurocéntrico, pero también, de forma ligeramente diferente, en el caso de los Estados Unidos:
i) la primera ha sido la debilidad de las fuerzas de izquierda, y la escasa participación de las fuerzas progresistas en la dirección de estos levantamientos, con la excepción del caso de Grecia en 2013, y Chile, Ecuador y Colombia en 2019. Siendo que en el caso de Grecia, la revuelta fue rápidamente domesticada por la Unión Europea, y finalmente fue derrotada por la propia derecha griega;
ii) la segunda, ha sido la fuerza y agresividad generalizada de los nuevos liderazgos e ideas de la extrema derecha, asociados al fundamentalismo y al nacionalismo religioso, ya sea cristiano, ortodoxo, judío o islámico, dependiendo de cada país y de cada grupo social. En Hungría y Polonia, sin duda, pero también en Israel y en varios países islámicos de Oriente Medio; en Inglaterra y Holanda, sin duda, pero también en Estados Unidos y Rusia; en Italia y la República Checa, sin duda, pero ahora también en Suecia, que fue una especie de Vaticano de la socialdemocracia europea durante todo el siglo XX.
Se podría hablar de algunas otras victorias de la socialdemocracia en los países ibéricos y nórdicos, o incluso en Alemania, pero incluso estas victorias electorales han sido revertidas en algunos casos, o están siendo pisoteadas y dispersadas por la nueva guerra europea entre Rusia y la OTAN, que está movilizando los peores instintos y odios nacionalistas de la larga historia de guerras del Viejo Continente.
Es muy difícil resumir en unas líneas una historia tan larga y una coyuntura tan compleja. Pero si hay que apurar el análisis y elegir un factor más importante para explicar el debilitamiento de los socialistas y socialdemócratas europeos ante las nuevas revueltas sociales, diríamos que fue su pérdida de sintonía con la esperanza de futuro de los europeos, en particular de sus grandes masas de parados y excluidos sociales.
Esta limitación de la socialdemocracia tiene raíces más profundas y antiguas, porque los socialdemócratas siempre han tenido dificultades para afrontar e incorporar la "cuestión nacional" dentro de su proyecto para Europa, y nunca han podido conciliar su internacionalismo de los periodos de paz con su nacionalismo de los tiempos de guerra entre sus propios estados, y contra sus colonias.
Por esta misma razón, los socialistas y socialdemócratas europeos ni participaron ni apoyaron la idea inicial, ni tuvieron nunca una identificación popular con el proyecto de unificación europea. Pero a pesar de ello, apoyaron incondicionalmente el proyecto de expansión de la OTAN dentro y fuera de Europa tras el fin de la Guerra Fría.
Por eso hoy, en el momento de la gran crisis actual de la UE, no son capaces de posicionarse ni por una integración puramente económica, como proponen los liberales, ni por la creación de un nuevo Estado europeo, como proponen los nacionalistas.
Además, en los años noventa, abandonaron su propio proyecto de profundización del "estado del bienestar" al adherirse a la nueva receta económica neoliberal de austeridad y disminución del papel social del Estado, por lo que hoy no tienen nada nuevo que decir sobre esta nueva ola de desempleo y miseria de los europeos.
Y así es como los socialistas y socialdemócratas europeos acabaron perdiendo su propia identidad ideológica y política y, lo que es peor, perdiendo su secular capacidad de movilización de las "amplias masas" que hoy se adhieren a las ideas, soluciones y distopías propuestas por la nueva extrema derecha europea, que asiste desde la distancia a la desintegración del continente, acelerada por la guerra de Ucrania.
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