A estas alturas, espero, no hay que extenderse demasiado para sostener que estamos ante una emergencia que ha paralizado al mundo, desbordando los sistemas de salud en países que parecían tener un sistema de atención blindado, comprometiendo los presupuestos nacionales y generando en la población todos los miedos imaginables debido a los umbrales de desconocimiento sobre el Covid-19.
En el caso venezolano Nicolás Maduro y su equipo han dado un tipo de respuesta que, no vamos a comentar en sus aspectos específicamente sanitarios (es decir, en cuanto a su eficacia en cuanto la prevención, preparación, contención y tratamiento), sino en su dimensión exclusivamente política.
Lo primero que queremos afirmar es que ante el Covid-19, salvo la cuarentena y la petición de financiamiento del FMI, en su abordaje el gobierno no está tomando medidas extraordinarias, es decir, decisiones que antes no haya implementado.
Lejos de entender la gravedad de la situación y convocar a todos los sectores para una respuesta como país a la enfermedad, mediante una suerte de gobierno de unidad nacional frente al Covid-19, su actuación ha repetido patrones de comportamiento existentes previo a la pandemia: Su capacidad de actuación militar, el control territorial a partir del FAES y los “colectivos”, la represión al disentimiento público, un desequilibrio entre la atención a Caracas con respecto al resto de las regiones, la opacidad informativa y la imposición de una narrativa divulgada a través de canales de comunicación hegemónicos. Todo bajo la conducción de una cúpula ligada al PSUV.
Un ejemplo de la priorización de las consideraciones políticas sobre las técnicas ha sido la ausencia del ministro de salud Carlos Alvarado en la vocería oficial. Esta omisión no es casual, y forma parte de un contexto de un modelo de gobernabilidad que ha subestimado permanentemente el conocimiento, priorizando la fidelidad política y la obediencia cuartelaria. Sin embargo, la altura que demanda una crisis como la actual obligaría, según el sentido común, a reunir a la mayor experticia posible repartida en todos los sectores de la sociedad.
Una segunda idea, vinculada a la anterior, es que la Cuarentena -de nuevo, obviando sus connotaciones sanitarias- constituye el modelo soñado de dominación del chavismo en el poder, el cenit en su estrategia de separación de los individuos y la neutralización de sus capacidades autonómicas de actuación.
La pérdida del espacio público, donde las personas se encuentran y se convierten en ciudadanos al acordar medidas para el disfrute común, tiene en la reclusión en la esfera “privada” del hogar la culminación de un mecanismo de opresión basado en la imposibilidad de las personas para la actuación colectiva.
Es por esto que la respuesta al Coronavirus es la continuación de la guerra del Estado chavista contra la sociedad por otros medios. Y es por eso, además, que no pide el soporte de sus fuerzas vivas a una respuesta concertada a la epidemia. No es lo mismo el decreto de una Cuarentena bajo una democracia, por más imperfecta que sea, que bajo un gobierno dictatorial que usa todo lo que esté a su alcance para su propia perpetuidad.
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