
¿Y si nos dejásemos de peleas?
Necesitamos encontrar maneras de establecer relaciones menos enfermizas con aquellos que tienen puntos de vista distintos a los nuestros.

Tengo un recuerdo de cuando yo tenía seis años más o menos. Puede que esté algo distorsionado por el tiempo transcurrido, pero viene a ser algo así: me encuentro en un campamento de verano y un grupo de niños anda burlándose de mí sin compasión. Y llega un momento en el que a mí se me acaba la paciencia. Aguardo a que se distraigan con otra cosa y, en cuanto lo hacen, me acerco a su cabecilla por detrás. Como supongo que debía haber visto en una película o en la televisión, le doy un toquecito en el hombro y, cuando se da la vuelta, le propino un puñetazo en la cara.
Aquí termina cualquier parecido con las películas. Yo lo que espero es ver a mi antagonista caerse al suelo derrotado y que sus acólitos huyan despavoridos ante mi poder. Y que se escuchen vítores. Pero no ocurre nada de esto.
Lo que ocurre es que me da una patada en la espinilla y entonces nos enzarzamos a pelear hasta que un monitor del campamento viene corriendo a separarnos. No guardo ningún recuerdo de lo que sucedió a continuación, o de cómo transcurrió el resto de la semana. Un final apropiado para esta historia ya que, a diferencia de las películas, los enfrentamientos violentos no acaban nunca de manera limpia y satisfactoria. Lo único que recuerdo perfectamente es que, después, yo no me sentía mejor. Tenía la sensación de que las cosas no estaban bien y que lo que había hecho no ayudaba para nada a mejorarlas.
Saco a colación esta historia por un motivo: por mucho que podamos fantasear al respecto, lo cierto es que las personas que nos sacan de quicio ni se derrotan ni desaparecen. En la vida, estamos relacionados con todo el mundo. La relación puede ser satisfactoria y alegre, o destructiva y desquiciante. También puede oscilar entre estos dos polos, pero en cualquier caso, si alguien nos impacta o nosotros impactamos a alguien, eso, lo que es, es una relación.
Muchas veces las personas se dan cuenta de su capacidad para transformar la violencia y la división cuando de pronto se sacuden sus expectativas
Cualquiera de nosotros puede imaginarse cómo tendría que ser el mundo, influenciado por una cultura que mitifica ciertas ideas sobre la violencia y el poder. Podríamos pensar, como lo hice yo aquel verano, que nuestras opciones son o dejarnos pisotear, o levantarnos en actitud agresiva. Pero cuando fundamentamos nuestras acciones en pensamientos abstractos como este, ajenos a cómo funcionan las relaciones en la práctica, lo que solemos conseguir es meternos en problemas todavía más hondos. Y rara vez se da el caso de que aprovechemos la oportunidad para aprender algo nuevo o distinto.
Yo era muy jovencito cuando golpeé a aquel chico, por lo que mi actitud simplista podría excusarse. Pero lo cierto es que mi pensamiento no varió en la escuela secundaria ni tampoco cuando fui a la universidad. Incluso habiendo adquirido un arsenal de pensamiento crítico, mis ideas sobre el poder y el conflicto todavía no habían sido puestas en tela de juicio. No había escuchado ninguna alternativa realista a la acción que adopté de niño. Mis pensamientos acerca de los conflictos eran básicamente los mismos que los de un alumno de segundo de primaria asustado y enojado.
Lamentablemente, no creo que eso sea algo infrecuente. No es que no exista información sobre enfoques alternativos al conflicto, sino que se encuentra en gran parte oculta y está, a menudo, mal comunicada. Se dan muchos consejos por ahí, pero no se cotejan con descubrimientos científicos sobre el comportamiento humano y suelen limitarse al coto de los pacifistas respetables – que son probablemente los que menos los necesitan.
Se trata de un problema de gran envergadura porque, como dice el PEW Research Center de Estados Unidos, estamos hoy ante una "marea creciente de antipatía mutua" en muchos lugares del mundo. Necesitamos con urgencia maneras creativas de construir relaciones menos enfermizas con aquellos que tienen puntos de vistas muy distintos a los nuestros. ¿Cómo podríamos abordar las divisiones ideológicas de maneras más efectivas?
Hace unos años, me propuse indagar a fondo esta cuestión para ver qué podía aprender acerca de cómo transformar los conflictos disfuncionales y detener la creciente oleada de odio. El resultado de mis pesquisas está en mi nuevo libro ¿Y si nos dejásemos de peleas? Construyendo entendimiento en un mundo de odio y división, que reúne las investigaciones, historias y ejercicios de grupo más interesantes que he encontrado.
No existe una estrategia única para todos los casos y cada situación es distinta, pero pronto descubrí que había gente que estaba logrando transformar conflictos e incluso evitar guerras civiles utilizando técnicas en las que yo no había caído antes. Su denominador común es éste: valorar la importancia de ser escuchados y reconocidos, y el poder que tiene vernos potenciados por quienes nos rodean en lugar de que se nos eche abajo. Muchas veces las personas se dan cuenta de su capacidad para transformar la violencia y la división cuando de pronto se sacuden sus expectativas.
Las amenazas y los castigos a veces funcionan, pero son mucho menos efectivos de lo que me imaginaba. Es mucho más importante mejorar las técnicas comunicativas
Este sería el caso de Sammy Rangel, el fundador de Life After Hate, organización que trabaja con ex pandilleros. Recordando el tiempo que transcurrió en la cárcel incomunicado, explica así cómo empezó para él la transformación:
“El primer pequeño cambio ocurrió cuando un hombre llamado George vino un día al hoyo a hablar conmigo. Me confundió llamándome "sobrino" y me dijo que quería verme en su despacho. Yo no había tenido ningún contacto humano desde hacía meses y, sin embargo, consiguió que me trasladaran de mi celda a su despacho – para lo cual se necesitaron cuatro hombres para ponerme grilletes, esposas y cadenas - y luego les dijo a los guardias que me quitaran las cadenas. Yo no daba crédito: aquello era como dejar a un lobo suelto en un rebaño de ovejas. Me asombró que aquel tipo que era como la mitad de mi tamaño, no me tuviera miedo. Luego me pidió que le explicara mi historia y se lo conté todo. No se inmutó ni se compadeció de mí, solo escuchó. Luego dijo: "Quiero ayudarte a salir de este lugar". Me fui sabiendo que aquella reunión me había afectado de alguna manera. Me dejó sintiéndome vulnerable".
Las amenazas y los castigos a veces funcionan, pero son mucho menos efectivos de lo que me imaginaba. Es mucho más importante mejorar las técnicas comunicativas - como por ejemplo demostrarle a alguien que realmente hemos entendido lo que quiere decir antes de ponernos a ser críticos con lo que dice, o a darle nuestro punto de vista. Lo que descubrí es que las emociones, los patrones de pensamiento y las decisiones pueden propagarse entre las personas como un virus – tanto en positivo como en negativo. Mis investigaciones evidenciaron que los grupos pueden hacer aflorar acciones más altruistas o más destructivas por parte de sus miembros.
Los hallazgos de la neurociencia y la psicología social explican de qué manera el pensamiento simplificado de que hice alarde en aquel campamento de verano es clave para entender la mayoría de nuestros comportamientos más nefastos. Cuando creemos que "la otra parte" es la personificación del mal y que nosotros somos los buenos, nuestra relación solo puede ser de pura oposición. Y cuando se instala esta dinámica, los intentos de dar con un enfoque común suelen estar condenados al fracaso porque resulta que al ser presentados los argumentos con agresividad – bajo forma de discusión, desafío o simplemente aporte de información de mejor calidad -, no logran hacernos cambiar de opinión ni reduce la polarización; a menudo lo que pasa es todo lo contrario.
Tenemos todos un poder tremendo, pero que debemos aprender a usarlo de maneras que a menudo son exactamente opuestas a las que nos han enseñado.
No se trata de negar que existen desacuerdos o de que hay algunas personas por ahí que son peligrosas. Pero si empezamos asumiendo que no podemos llegar a la persona con la que estamos tratando, lo que hacemos es desperdiciar oportunidades y pasar por alto muchas maneras probablemente efectivas de interactuar con ella, encontrar puntos en común y desactivar una situación hostil - mantener viva una relación mientras vemos cómo se desarrollan las cosas. Algunas técnicas de protesta que antes había considerado positivas empezaron a parecerme muy poco idóneas para lidiar con la embrollada y confusa realidad de cómo se toman las decisiones, de lo que nos persuade y de cómo funcionan las dinámicas de grupo. La buena noticia es que pueden aprenderse respuestas más efectivas.
Lo más importante que he descubierto y me gustaría transmitir aquí es que tenemos todos un poder tremendo, pero que debemos aprender a usarlo de maneras que a menudo son exactamente opuestas a las que nos han enseñado.
Hoy en día, sabemos cómo manifestar nuestra supuesta superioridad moral pero no cómo actuar de manera estratégica. Sabemos estar convencidos de algo, pero no sabemos tener curiosidad. Sabemos cómo asumir lo peor, pero no sabemos imaginarnos que puede haber algo más de lo que percibimos en una determinada situación. Sabemos cómo hablar nuestro propio idioma pero no sabemos estar atentos a escuchar palabras que nos pueden resultar incómodas. Como he hecho yo mismo tantas veces en la vida, dividimos el mundo en simples categorías binarias y pensamos que lo que hay que hacer es pelearnos - o no hacer nada.
Pero existen enfoques mucho más efectivos que estos que se pueden aplicar fácilmente, incluso en circunstancias sorprendentemente difíciles, siempre y cuando no nos quedemos atascados en nuestros viejos hábitos de pensamiento. Explorémoslos y veamos qué es lo que se puede hacer.
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