
Bunkers en una playa en Albania. Wikimedia. Elian Stefa, Gyler Mydyti - Concrete Mushrooms Project. CC.
Francesc Badia: Durante tus cinco años como embajador en Albania pudiste conocer muy de cerca una sociedad que salía de una experiencia totalitaria singularmente traumática e intentaba abrazar la democracia. Debió resultar una experiencia única, puesto que de ella han surgido dos libros, la “Guía poética de Albania”, y ahora “Búnkeres”. Este último, ¿es una reflexión sobre el totalitarismo?
Manuel Montobbio: “Búnkeres” es un libro sobre el poder. Sobre cómo se construye el poder total y dónde están sus límites. El poder no sólo reside en la capacidad de acción física, de acción colectiva de los individuos de una sociedad, sino también en la capacidad de determinar cómo esos individuos ven el mundo. Cómo los artistas crean una obra o cómo se escribe literatura. Es decir, que no es sólo la acción sobre el mundo físico en que se desarrolla la vida política sino también la acción sobre el imaginario colectivo y el universo mental. Incluso no sólo eso, sino también en esa proyección de otras fuentes de poder que supone llegar a decretar constitucionalmente la inexistencia de Dios: Albania ha sido el único Estado constitucionalmente ateo de la historia.
Badia: ¿Cuál es el territorio último del poder? ¿Cuál es el territorio último de la libertad?
Montobbio: Pues el alma, el alma de los individuos, el alma de las personas. La metáfora que utiliza el libro sugiere que el poder pretende no solo construir un millón de búnkeres en un país de poco más de dos millones de habitantes, sino un búnker dentro de cada persona, que les encierre el alma. Y al encerrarles el alma, les impida ver las cosas de otra manera, solo les permita verlas a través de las rendijas que deja el búnker.
En un Estado totalitario, el autócrata tiene vocación de gran escritor, y quiere escribir el guión de todo lo que pasa, incluso escribir el guión de lo que hacen los individuos en la sociedad. En una sociedad abierta tiene que interpretarse una obra, pero el guión lo escribimos entre todos. El posible desarrollo de ese guión es algo precisamente abierto porque es fruto de la interacción de todos, siempre respetando ciertas reglas de juego en la elaboración de esa escritura colectiva.
Badia: ¿Y qué pasa cuando el Estado totalitario colapsa? ¿Hay continuidad entre la sociedad totalitaria y la sociedad abierta?
Montobbio: La transición hacia la sociedad abierta entraña un riesgo, un vacío. El libro lo retrata en una primera parte donde se siguen las consignas comunistas: “construir el búnker, construir Albania”; y una segunda parte, donde de lo que se trata es de: “matar al búnker, construir la vida”. En ese “matar al búnker, construir la vida”, que describe la caída del régimen totalitario y la construcción de un nuevo régimen político que tiene aspiración de democrática, hay un periodo en que se produce un momento de vacío. Un momento de rechazo del pasado, de olvido, de pensar que todo puede ser nuevo, que todo es futuro. Pero luego surge otro momento en que los individuos sienten nostalgia del pasado. Muchas veces puede resultar más cómodo contar con el guión escrito que tienes que interpretar cada día, y no tener la responsabilidad de decidirlo tú, de realizar un esfuerzo de creatividad y de responsabilidad, al sentir que lo que sea de nuestra vida colectiva también depende de ti.
Se trata en parte de costumbres, de inercias, de búnkeres que permanecen en el interior, y que mostrarían la reminiscencia de una cultura autoritaria en una sociedad ya democrática. De hecho, son tendencias que están potencialmente en toda sociedad y, por tanto, la democracia es un proceso constante, y está siempre en construcción. Creo que la lección aprendida en Albania es que si el poder total pretende ejercerse, no sólo sobre la acción exterior de los individuos sino, sobre todo, condicionando el alma, condicionando la conciencia, condicionando el libre albedrío, también en este sentido la construcción de la democracia es una construcción interior. Es una construcción de cambio de paradigmas y de deconstrucción de búnkeres que las inercias históricas nos han ido construyendo a través de los distintos poderes que han conformado una sociedad. El poder político, desde luego, pero también los poderes de otra naturaleza.
Badia: Este experimento histórico, político, ideológico, se produce en unas circunstancias que son cada vez más difíciles de reproducir, puesto que una de las condiciones para que germine es el aislamiento. La capacidad de aislarse y de no permitir el diálogo con el entorno. Pero ¿podría imaginarse un nuevo experimento, que consistiese en la reproducción de esa condición de aislamiento, en un mundo más interdependiente y más interconectado tecnológicamente?
Montobbio: Muchas cosas que pasaron en Albania serían difíciles ahora. Albania desde luego tuvo un enorme aislamiento físico. En la Albania de Hoxha estaba prohibido a cualquiera que no viviera en la zona acercarse a menos de 15 Km. de distancia de la frontera para evitar cualquier tentación de huida. Físicamente era muy difícil salir del país si no era con el consentimiento del régimen. Pero el aislamiento no es solo físico sino también ideológico y cultural. Las películas americanas y europeas-occidentales no se podían ver por desviación capitalista, y esa es la razón de la extraordinaria producción cinematográfica albanesa. Cuando Hoxha rompe con Tito tampoco las yugoslavas, cuando rompe con la Unión Soviética tampoco las soviéticas y eso lleva a que Albania tenga que autoproducir sus películas. Una enorme cantidad, que a finales de los 60 y en los 70, gracias a su relación especial con Mao, fueron las únicas películas europeas que se vieron en China. También ocurre en otros campos de la creación. Recorriendo la Galería Nacional de Arte de Tirana se aprecia cómo, a medida que se aísla el régimen, lo que se pinta sigue cada vez más los cánones del realismo socialista de creación del hombre nuevo. Sólo a partir del año 1992, cuando cae el comunismo, los pintores empiezan a imitar el cubismo y las vanguardias de los años 20 y evolucionan. Desde luego, esta capacidad de aislamiento hoy en día sería muchísimo más difícil, por no decir prácticamente imposible, de reproducir.
Badia: Sin embargo, persiste un trasfondo, heredado de estos regímenes totalitarios, que pretende imponer, desde el punto de vista de los imaginarios, una ingeniería social, un mundo más o menos ideal o pero cerrado, predeterminado, no creativo. La influencia de la ideología comunista en distintos grados persiste en muchos de los países del antiguo bloque del Este. En momentos de crisis como el actual, ¿puede consolidarse una regresión hacia la denominada democracia iliberal? La cuestión de cómo se lleva a cabo la transición es muy determinante.
Montobbio: Yo creo que ahí hay dos cuestiones. Una es en qué casos estamos ante una transición y en qué casos estamos ante una fundación y una fundación de qué. Por otra parte está la evolución de la cultura política. En ese sentido creo que, aunque hablemos del Este en términos generales, hay casos y casos. El caso de Albania es un caso extremo, puesto que quedó pendiente la fundación de un Estado. Cosas que en España se hacen en el siglo XIX, como por ejemplo la creación del registro civil o del catastro, en Albania están por hacer.
Badia: ¿Por qué?
Montobbio: Hasta noviembre de 1912 Albania es parte de un Imperio Otomano que, hasta aquél momento, no había vivido muchas de las revoluciones que tuvieron lugar en Europa occidental, como la revolución industrial o la revolución francesa. Y puesto que buena parte de las reformas políticas estaban por hacer, ese Estado que se crea afronta una serie de retos fundacionales. De hecho, excepto una breve primavera democrática en 1924, Albania nunca llega a vivir una democracia. Primero tiene a un primer ministro de carácter autoritario que se autoproclama rey, después el reino de Italia fascista convierte Albania de facto en un protectorado, y después se implanta un régimen totalitario comunista. No hay una experiencia previa de democracia. No es lo mismo crear una democracia ex novo puesto que, en todas las transiciones que se dan a partir de la española, juega un papel la experiencia democrática previa. Es decir, en muchos casos la llegada del comunismo o del fascismo supone la quiebra de una democracia por la implantación de un régimen autoritario. Es el caso español, pero incluso el de la propia Alemania con el nazismo. Tampoco es lo mismo lo que pudieran haber vivido ciertas zonas de lo que había sido el imperio austro-húngaro en las que existía un Estado de Derecho antes de la Guerra Mundial. Por tanto, en estos casos, hay un paréntesis autoritario y una recuperación de una tradición y experiencia democrática preexistente.
Badia: Apuntas al tema de la semilla democrática, que si existe puede rebrotar pero si no existe hay que plantar. Lo difícil entonces es hacerla germinar.
Montobbio: Seguro. Siempre hay que tener en cuenta las trayectorias históricas previas. En el caso de Albania, pero en buena medida también el caso de la antigua Unión Soviética, no hay una experiencia democrática previa. Y por tanto, hay que crear algo hasta ese momento desconocido, algo ex novo, y que muchas veces reproduce las pautas mentales del patrón funcional anterior. Es decir, hay un nuevo discurso legitimador, ayer era el socialismo real, hoy es la democracia, la integración europea, pero la manera de aproximarse está condicionada por la relación previa con el poder. Los estados fundacionales de la construcción europea se constituyen primero como democracias, superan los regímenes autoritarios anteriores a la Guerra Mundial y, una vez son democracias consolidadas, comparten ese modelo constitucional, político, de valores. Debido a que Alemania y Francia tienen regímenes totalmente compatibles políticamente se crea una unión. Una unión que es de valores y principios compartidos, pero ello es así porque esos principios y valores ya existen internamente. En los otros casos una vez caído el comunismo se busca un nuevo régimen, pero ese nuevo régimen, y el modo en que se viva la transición, no se ve necesariamente tanto como Estado de Derecho en sí como, sobre todo, un Estado miembro de la Unión Europea. Hay casos en que es más importante ser miembro que ser Estado.
Badia: Es ésta, claramente, una debilidad de la veloz ampliación europea de los años 2000. ¿Estaban preparados?
Montobbio: Creo que es un reto de madurez. En el libro cito una frase de María Zambrano, que decía que “la adolescencia o la juventud es la edad de uno en la que uno se afirma frente al otro y la madurez es en la que uno se afirma frente a sí mismo”. Sobre el papel, hay que contar con unos modelos de sociedad abierta, Estado de Derecho y democracia, pero idealmente eso tiene que ser porque es lo que la sociedad afirma frente a sí misma, no solamente porque sea lo que le pida la Unión Europea. Y como lo que afirman en principio todos los estados europeos en su madurez frente a sí mismos coincide con los demás, compartimos proyecto. En el fondo, somos conscientes de que, para tener una incidencia en el mundo, para resolver nuestros problemas, para poder hacer unas políticas públicas eficientes e incluso para preservar nuestra democracia, es mejor hacerlo conjuntamente, construyendo una unión política.
Badia: Pero lo que estamos viendo que ocurre en los últimos años, especialmente con algunos de los países de las últimas ampliaciones de 2004 y 2007, pero no sólo, es alarmante. Quizás no hubo tiempo de madurar, y cuando llegó la crisis del 2008 la UE empezó a perder, por distintas razones, su capacidad de atracción, y por tanto el imaginario de que Europa era una aspiración positiva de alguna manera se rompió. La esperanza que había significado Europa deja de serlo y se convierte, en la mente de los ciudadanos y de sus políticos, más en el problema que en la solución, cuando todos sabemos que esto no es verdad.
Montobbio: Esto enlaza con el tema de la cultura política apuntado anteriormente. Es decir, más allá de la cuestión fundación-transición, creo que la cultura política tarda generaciones en evolucionar. Cuando una sociedad ha tenido un trauma muy fuerte, las secuelas de esa cultura autoritaria pueden durar mucho tiempo. Por tanto, una cosa es cambiar la estructura institucional de un régimen político y otra cosa diferente es promover la evolución de la cultura política, que además, en muchos casos, no sólo viene de ese régimen autoritario, sino de una experiencia histórica previa. Una experiencia de imperios autoritarios, o en todo caso de experiencias históricas no democráticas o incluso feudales, como en Rusia. Cambiar lo que durante siglos ha sido lo normal es algo que requiere todo un proceso de toma de conciencia y de evolución de la cultura colectiva. Por tanto, la educación, la cultura política, son elementos fundamentales de la construcción europea, y, en general, de la pervivencia a largo plazo de una sociedad abierta y democrática.
Con respecto a la cuestión de la pérdida de atractivo de la UE, yo creo que hay dos cuestiones a su vez. Una es que la democracia es una cuestión de formas, no de fondo. De hecho, un régimen autoritario puede llegar a ser muy eficaz en la organización económica o en la producción o la satisfacción de las necesidades de una sociedad. Históricamente, hemos visto muchos ejemplos, incluso hoy tenemos claros ejemplos en el mundo de gran éxito y gran desarrollo económico sin democracia. Evidentemente, en toda sociedad, más allá de que sea democrática o no, más allá de que se pueda tener libertad o no, los ciudadanos esperan del poder que resuelva efectivamente sus necesidades y que responda a sus demandas. En general, la existencia de democracia o no es una manera de dar esa respuesta, pero no la respuesta misma. Y por tanto, creo que la fuente de legitimidad de un poder político vas más allá de la legitimidad de su origen democrático, porque pasa también por la legitimidad del ejercicio, de la eficacia. Es decir, que no basta con que un poder sea democrático, también tiene que ser eficaz. También tiene que poder resolver las necesidades de los ciudadanos, e incluso para eso también tiene que tener el poder suficiente. Pero en un mundo globalizado, muchas veces los estados no tienen ya ese poder, porque las decisiones se toman a un nivel más alto. La aspiración que lleva a promover una transición democrática en Europa identifica democracia con la solución de los problemas, aunque la democracia es simplemente un método para tomar las decisiones políticas, para desarrollar políticas públicas. Y esas políticas a veces pueden resolver las necesidades de los ciudadanos, pero a veces no.

Badia: Podríamos volver al ejemplo de Albania. Cómo Albania encarna el último ejemplo de una serie de proyectos imaginarios que estaban de alguna manera latentes en la cultura política europea, relacionados, precisamente, con el poder absoluto como forma de independencia total, de soberanía plena, la capacidad de autarquía. Se trataba de conformar una sociedad aislada pero feliz y, sobre todo, auténtica, con identidad propia. verdadera. Son sueños que a veces rebrotan en el nacionalismo. Pero aunque esos sueños de independencia se quebraron definitivamente en la segunda mitad del siglo XX, sorprende que en el siglo XXI, el siglo de la interdependencia, sean unos sueños que renazcan en Europa. El caso extremo de Albania nos enseña que es un camino sin salida, un dead-end.
Montobbio: Estoy de acuerdo con que eso es un camino sin salida. Pero también creo que hay otro elemento, que es precisamente, esa reflexión que hace Popper sobre la tentación platónica del filósofo-rey, que está en la fundación de muchos regímenes autoritarios, que consiste en pensar que, a golpe de poder, en una generación se puede cambiar totalmente un país. Es imaginar que una sociedad fuera un papel en blanco y se pudiera, por ejemplo, decretar constitucionalmente la inexistencia de Dios, y que ese mero hecho produjera una amnesia colectiva respecto a una tradición religiosa de muchos siglos. A veces hay esa tentación en el poder absoluto. Pero esas derivas son fruto de un aislamiento, y por tanto, son difícilmente posibles hoy. Lo que también nos dice Popper es que, en el fondo, la manera de hacer evolucionar las sociedades no es como pintar en la sociedad como si fuera un lienzo en blanco. La sociedad es un lienzo ya pintado. Poco a poco, delicadamente, hay que ir transformando esa pintura, añadiendo pequeños trazos que son asumidos con naturalidad por esa sociedad. Pero esa pintura es una pintura colectiva, co-participada y en evolución constante, en busca de mayor bienestar colectivo. Y ahí está el verdadero arte de la política, y ese arte es un arte coparticipado dentro de las sociedades y entre la sociedades.
Badia: Bueno, yo creo que para finalizar, y enlazando con el principio de la conversación sobre la naturaleza del poder, ¿cómo crees que ha cambiado la naturaleza del poder? O bien, de alguna manera, las transformaciones sociales, históricas, e incluso las experiencias de esta nueva interdependencia encarnan aún su continuidad. Hay algunos teóricos o ensayistas como Moisés Naím o Zygmunt Bauman, que hablan de powerlessness, de la difusión del poder e incluso del poder líquido. ¿Cómo se aplica esto a la reflexión sobre Albania? ¿Se trata de un tipo de poder que ya, de alguna manera, está periclitado? ¿O crees que es posible que vuelva a renacer, puesto que la tentación totalitaria es más estructural que coyuntural, y las sociedades pueden ser regresivas?
Montobbio: Bueno, a ver, yo creo que la naturaleza del poder en parte ha cambiado. La tendencia global es hacia el empoderamiento de los individuos. El aumento de niveles educativos, de información, de acceso a conocimientos, lleva cada vez a una mayor conciencia o a una mayor posibilidad de autonomía del individuo con respecto a los patrones culturales que las distintas identidades colectivas de las que forman parte le imponen. Sin embargo, continúa existiendo esa influencia, o esa presión de las identidades colectivas. Es cierto que a nivel global ha cambiado y que, posiblemente, ahora como nunca los individuos tienen acceso a esa información, a esa construcción de su propio proyecto de vida. Por tanto, en ese sentido sí que creo que hay una difusión del poder. Es una difusión del poder, digamos, relativizando, contextualizando o convirtiendo en uno más al poder de los estados que, a pesar de todo, son los únicos poderes democráticos.
El caso de Albania es, desde luego, un caso extremo de poder totalitario, pero quisiera decir que muestra también casos extremos de resistencia a ese poder. Ante esa ambición de poder total, hubo escritores, hubo personas que mantuvieron su conciencia, que mantuvieron su capacidad de pensar, que resistieron condenas políticas, y que luego han salido de esa experiencia reafirmando la esencia libre de los seres humanos. Decía que “Búnkeres” es un libro sobre el poder, pero también es un libro sobre la libertad y sobre el alma. Porque también ésa es la lección aprendida: todo poder es resistible, y es resistible porque la lucha está en cada individuo, y hay individuos que, a pesar de todo, mantienen su esperanza. Creo que el mantener la esperanza en la vida, en el ser humano en las circunstancias más terribles --y tenemos el totalitarismo en Albania, pero también los campos de concentración nazi y muchos otros ejemplos-- es algo constitutivo del ser humano. Es frente al totalitarismo donde se dirime esa lucha y esa capacidad de resistencia.
En el fondo, la gran lección de todo esto está en comprender que el poder está dentro de uno mismo. Porque poder es tanto lo que desde fuera se intenta hacer sobre uno, como lo que uno intenta hacer en sí mismo y hacia fuera. Y en el fondo, el gran reto ante experiencias como la de Albania es comprender cómo la toma de conciencia de que el poder sobre lo que nosotros somos también reside en nosotros mismos.
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La transcripción de la conversación original ha sido realizada por Victoria Gómez y Carmen Municio, miembros del Programa de voluntariado de DemocraciaAbierta
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