
Carles Puigdemont, presidente de Cataluña, durante la conmemoración de los 77 años desde la ejecución del presidente de la independencia de Cataluña Lluís Companys por el dictador Franco. El 15 de octubre de 2017 en Barcelona, España. Foto: Photo by Xavier Bonilla/NurPhoto/Sipa USA/PA Images. Todos los derechos reservados.
Durante muchos años, la independencia de Cataluña ha sido presentada como si fuera una ruta plácida, espléndida y barata hacia un mundo mejor. La gente creyó en una tierra prometida donde se constituiría un estado más rico y más libre, donde se disfrutaría de un bienestar de corte escandinavo, que sería admirado en todo el mundo: seríamos la Dinamarca del sur, como solía decir el ex presidente catalán, Artur Mas.
Pero de la misma manera en que los defensores del Brexit y los partidarios de Trump, creyeron en las promesas de sus líderes, la realidad está mostrando cuán ilusoria era esa idea. En Cataluña, a medida que los acontecimientos se suceden rápidamente, la gente comienza a darse cuenta de que el camino hacia la independencia resulta más difícil de lo que todos pensaban y de que, al final, puede resultar directamente intransitable.
El elemento populista que contiene el discurso independentista se está haciendo cada vez más evidente. El populismo propone soluciones simples (en este caso, la independencia) a problemas complejos (el reparto del poder en un Estado desigualmente descentralizado, en tiempos de crisis). Los líderes independentistas crean narrativas basadas en agravios históricos, y parece que están atrapados en la negación de la realidad. Esta realidad incluye una oposición frontal de las autoridades españolas, el traslado en cascada del domicilio social de bancos y corporaciones hacia lugares más seguros en España, una población catalana fracturada y dividida, y un apoyo inexistente de Europa y de la comunidad internacional.
En Barcelona, la sensación es que el daño ya está hecho
Estos días se ha hecho evidente que la "declaración suspendida" de la república catalana en el parlamento autonómico el 10 de octubre fue un error. Esta semana, el intercambio de cartas entre el líder catalán, Carles Puigdemont, y el presidente español, Mariano Rajoy, se ha demostrado estéril, si no directamente surrealista, y nos estamos adentrando en aguas desconocidas. Por un lado, existe la amenaza de votar en el parlamento una "declaración unilateral de independencia" formal; por el otro, se plantea la aplicación del artículo 155 de la constitución, lo que significa reasumir algunos de los poderes descentralizados a la región.
En Barcelona, la sensación es que el daño ya está hecho, y que las cosas empeorarán antes de mejorar. La cadena de errores a ambos lados ha resultado tan tóxica, que la gente empieza a sufrir las consecuencias en su vida cotidiana. La parte emocional del conflicto actual desborda cualquier discusión racional.
Para una ciudad como la nuestra, acostumbrada a un ambiente alegre, relajado y amigable para los turistas, la sensación de ansiedad en las calles, las continuas y multitudinarias manifestaciones reivindicativas ahora convertidas en protestas airadas, y el constante sobrevuelo constante de helicópteros policiales, acaba por resultar insoportable. Cuando apenas han pasado dos meses del devastador ataque terrorista en las Ramblas, cuando una furgoneta atropello a la multitud matando a 16 personas e hiriendo a casi 100, parecería que incluso la Sagrada Familia haya perdido su poder para encantar.
El sentimiento general, entre españoles y entre catalanes, es que no nos merecemos todo esto. Estábamos a punto de salir de la recesión más profunda en una generación, que provocó una profunda crisis social y política. El PIB del país ha estado creciendo con solidez en los últimos dos años, y parte de ese crecimiento finalmente se estaba llegando a los ciudadanos de a pie. Pero ahora tenemos que lidiar con una crisis constitucional gigantesca. ¡Qué irresponsabilidad!
Los políticos están apara resolver viejos problemas, no para crear otros nuevos. Tanto la flagrante inacción por parte del gobierno español (solo preocupado de que la economía se recupere, y de su propia supervivencia política), como la aceleración hacia ninguna parte de la administración catalana (focalizada únicamente en completar su hoja de ruta hacia una independencia improbable) han acabado por dejar el país al borde de la ruina.
Una vez más, el uso de los instrumentos judiciales para hacer frente a este problema político ha resultado una estupidez
En los próximos días, el principal desafío será cómo lidiar con la "movilización permanente" puesta en marcha por nacionalistas intransigentes y un gobierno catalán secuestrado por la CUP, el partido anti-sistema inspirado en el anarquismo, que quiere defender en las calles a la recién nacida república. Y el mayor desafío de todos será cómo evitar que esta situación termine en violencia.
Las organizaciones independentistas se enorgullecen de su capacidad de sacar a cientos de miles de ciudadanos a las calles con enviar un par de tweets y algunas instrucciones a través de sus grupos de WhatsApp. Su último logro ha sido la concentración del pasado martes contra la detención y encarcelamiento de los líderes de las dos principales organizaciones independentistas, acusados desproporcionadamente de sedición.
Una vez más, el uso de los instrumentos judiciales para hacer frente a este problema político ha resultado una estupidez, y encarcelar a estos dos famosos activistas le da más munición al movimiento pro independencia, alimentando su enojo y su afán por separarse. El resultado es que ahora tienen a "presos políticos" por los que luchar. Tras el uso de la violencia por parte de la policía antidisturbios cundo trató en vano de evitar que el referéndum se celebrara (violencia cierta e in tolerable, pero también exagerada por algunos medios, como acaba de señalar Peter Preston en el Guardian), estas detenciones suponen otro gran error de la administración.
Un mundo que ahora nos contempla con espanto e incomprensión
Una estrategia que pretendería copiar las protestas del Maidán al estilo ucraniano ha estado encima de la mesa de los independentistas desde hace meses, y ya se habla de la "Ulsterización" del conflicto. La distribución de un video manipulador, titulado "Help Catalonia", inspirado burdamente en el que se difundió durante la crisis del Maidán en Kiev, representa el último intento de exagerar e internacionalizar el conflicto.
Para hacer frente a una crisis de este calibre es importante sobre todo ganar tiempo. Celebrar una reunión de última hora entre representantes del gobierno español y catalán con el objetivo de acordar congelar, tanto la declaración de independencia como la aplicación del artículo 155, lo que contribuiría a des-escalar un enfrentamiento que amenaza con arruinar los esfuerzos que todos los españoles hemos venido realizando durante tanto tiempo para alcanzar la sociedad libre y abierta que tenemos hoy. Una sociedad que, no hace tanto tiempo, aparecía como un éxito indudable a los ojos de un mundo que ahora nos contempla con espanto e incomprensión.
La versión original de este artículo apareció en The Guardian. Para leer el original clique aquí.
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