Durante las últimas décadas Chile fue, a ojos internacionales, el país con mayor estabilidad económica, política y social de Latinoamérica, muchas veces presentado como un ejemplo para los países de la región. Su economía se conocía como el milagro chileno lo que le otorgó el apodo de "Jaguar de Latinoamérica".
La posición que empezaba a tomar en el panorama internacional llevó a que este año el país fuera el encargado de alojar y organizar dos de las cumbres más importantes a nivel internacional: la APEC y la COP25. Sin embargo, a mediados de octubre un estallido social en la capital, que se expandió velozmente por todo el país, sorprendió a todos. Ahora enfrenta la mayor crisis política y social desde su retorno a la democracia hace casi 30 años y con ello su imagen intachable comienza a resquebrajarse.
Chile resaltaba entre los países de su vecindario. Su estabilidad en todos los ámbitos era digna de envidia por parte de sus pares latinoamericanos que en el último tiempo se enfrentaban a conflictos sociales dentro de sus fronteras.
El país ostentaba los mejores indicadores macroeconómicos de la región siendo reconocido por el Banco Mundial como una de las economías de Sudamérica que más rápido crecía.
Steve Hanke, académico de la universidad estadounidense Johns Hopkins, comentaba en BBC Mundo: “Chile está tan adelante de sus vecinos que en muchos sentidos ni parece parte ya de América Latina”. Esa era precisamente la carta de presentación que Chile vendía internacionalmente: un oasis en medio de un escenario convulsionado, una isla fuera del continente.
La imagen de país desarrollado que se tenía de Chile había llevado a que este año fuera el encargado de organizar dos de las cumbres más importantes a nivel internacional: El Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC), que se desarrollaría en noviembre, y la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP25), agendada para diciembre. Numerosos mandatarios de las mayores potencias mundiales y sus respectivas delegaciones iban a asistir a ambos eventos. El jaguar de Latinoamérica parecía cimentar su posición en el orden mundial.
El milagro de la economía chilena se empezó a orquestar durante la dictadura cívico-militar que se estableció en el país en 1973. Con una población neutralizada por el terror, la desaparición, la tortura y la muerte, se impulsaron, sin restricción alguna, una serie de políticas de corte neoliberal sugeridas por estudiantes chilenos de la Escuela de Chicago.
Las nuevas lógicas de mercado permearon en todas las esferas de la vida pública e íntima de las personas y se privatizaron todos los servicios básicos.
Con la vuelta a la democracia el modelo neoliberal se profundizó y comenzó a dar frutos económicos, la pobreza por ingresos se redujo y el país empezó a ser conocido a nivel internacional por su éxito, siendo presentado como un ejemplo positivo en cuanto a privatización de lo público.
Chile se perfilaba como un paraíso neoliberal, ya que era el lugar donde este modelo, en su versión extrema, había triunfado. Los números macroeconómicos se veían saludables y era considerada la economía más rica en la región en términos de ingreso per capita -que no es la mejor manera de medir la riqueza de una nación-.
En las últimas décadas, el conejillo de indias de la Escuela de Chicago parecía estar acercándose al gran sueño de ser un país desarrollado. Su entrada en 2010 a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), el club de las naciones más desarrolladas del mundo, era prueba de aquello, siendo el primer país de América del Sur en acceder.
Comentarios
Animamos a todo el mundo a que haga comentarios, Por favor, consulte las intrucciones de openDemocracy para comentarios