
Donald Trump durante un acto de campaña en Fountain Park, Fountain Hills, Arizona. Gage Skidmore/Wikimedia Commons. Todos los derechos reservados
“There is a crack in everything.
That's how the light gets in.”
― Leonard Cohen, Selected Poems, 1956-1968
Al amanecer el día 9 de noviembre en este lado del Atlántico, Donald Trump se dirigía a sus partidarios como el 45º presidente-electo de Estados Unidos. Un candidato racista, misógino y desacomplejadamente ignorante se sentará en el Despacho Oval del número 1600 de Pennsylvania Avenue. Y se rodeará de algunos de los más notables paladines del racismo y la división en América. Trump está empeñado en separar aún más a los americanos. Impedírselo requiere un ejercicio de humildad. Cuando los valores de nuestras democracias liberales dejan de ser evidentes para muchos, nuestra responsabilidad consiste en recordar a los votantes por qué dichos valores son tan importantes. Tenemos que recordar que, tal como ha sucedido ya varias veces en el pasado, incluso los gobiernos que aparentan ser todopoderosos se les puede obligar a rendir cuentas.
Desnormalizando a Trump
Se suponía que esta elección iba a terminar con la derrota del Trump a manos de una coalición de los “diversos” y la consolidación del legado de Obama. Ocurrió lo contrario. El miedo de los votantes blancos a perder su estatus resultó ser más poderoso que el temor de las mujeres y las minorías ante la amenaza que supone Trump. No hay vuelta a la normalidad tras este resultado. Terminadas las elecciones, la clase política y la sociedad suelen normalizar lo que han producido las urnas y el sistema electoral. Pero la falta de respeto de Trump hacia la cultura política del país, su ignorancia y su preferencia por nombrar supremacistas blancos y figuras de la extrema derecha para los cargos de mayor responsabilidad dista mucho de ser normal. Al contrario, apunta a que Estados Unidos va a ser gobernado por ciudadanos sin principios ni cualificaciones – convirtiéndose así en una kakistocracia.
Trump a la vez una creación mediática y una criatura mediática. Los periodistas lo trataron como una celebridad desde el primer día, algo de lo que él rápidamente se aprovechó a través de las redes sociales. Desde Tweets incendiarios a ruedas de prensa, todo lo que hizo el candidato republicano ocupó titulares y portadas de la mayoría de los periódicos. Su narrativa secuestró el debate político, sustituyéndolo por ataques personales y promesas imposibles. Pocos parecieron darse cuenta de que se pasó del debate de las ideas al de las identidades. El objetivo era confundir de tal forma a la gente para que ésta desistiera de debatir.
El miedo de los votantes blancos a perder su estatus resultó ser más poderoso que el temor de las mujeres y las minorías ante la amenaza que supone Trump.
Observadores y comentaristas políticos aseguraron que el candidato republicano no ganaría – que la candidatura de Trump era un juego de poder, una campaña de marketing para promover su marca. Que un candidato tan inexperto pudiera ocupar un puesto tan significativo no podía tratarse más que de una broma. Pero les pasó por alto la visión de conjunto. Muchos estadounidenses no confiaban en Trump. Pero tampoco confiaban en Hillary Clinton. Su campaña no tuvo una narrativa clara, cercana a los sentimientos e intereses del votante medio, ni presentar un mensaje seductor. Tanto los medios como el Partido Demócrata se dieron cuenta demasiado tarde de que la broma iba para ellos. Cuando cayeron en ello, el daño era ya irreversible. Había ganado la política de la post-verdad.
Ahora, varios políticos – entre ellos Hillary Clinton y Barack Obama - argumentan que hay que darle una oportunidad a Trump. Pero normalizar al Presidente Trump después de haber sido testigos de hasta qué punto el candidato Trump llegó a acosar a las minorías sería un grave error. No se puede medir a los políticos por sus discursos de victoria.
Esta no fue una elección normal, y no existen indicios de que Trump pueda llegar a ser un político normal. Ningún discurso suyo durante la pasada campaña induce a esperar nada más que lo peor en los próximos meses. Tratar de normalizarle es tan solo una ilusión. Trump ganó jugando la baza de las ansiedades de la población. Es difícil imaginar que vaya a dirigir el país de otra manera.
Reinventar la narrativa
La campaña conservadora contra los medios "liberales" no es nueva – y es una de las razones por las que organizaciones de extrema derecha como Breitbart se han establecido como alternativa creíble para muchos. El Partido Republicano lleva ya mucho tiempo quejándose de un supuesto sesgo mediático en contra de las opiniones conservadoras y de derecha. Pero Trump eligió un enfoque diferente: socavar la libertad de prensa al vincular a los medios con el Establishment. Sus afirmaciones de que las elecciones estaban manipuladas supusieron un ataque contra aquellos periodistas que se atrevieron a destapar asuntos y airear cosas acerca de Trump. Por señalar sus muchas carencias e inadecuación para el cargo. Por llegar a la conclusión que tener a Trump como Presidente sería una tragedia para la democracia americana y un riesgo de seguridad para el mundo. Trump los atacó por ejercer su función de informar a los ciudadanos estadounidenses acerca de los peligros que se avecinan.
Trump eligió un enfoque diferente: socavar la libertad de prensa al vincular a los medios con el Establishment.
Al cuestionar prácticamente todo, Trump situó verdad y mentira al mismo nivel. Sin respeto alguno por las disposiciones legales y la cultura democrática, Trump ha hecho todo lo posible por socavar a la prensa negándose a condenar los ataques de sus seguidores contra los medios de comunicación, proponiendo establecer límites para internet y la libertad de prensa, planteando flexibilizar los casos de difamación y negando credenciales de prensa a varios medios de comunicación. Acusó a los medios de hacer campaña a favor de Clinton y de conspirar con ella para manipular las elecciones. Y, sorprendentemente, su mensaje caló: restó votantes y legitimidad a Clinton y a la prensa. La emoción le pudo a la verdad.
Los periodistas deben tratar el Presidente Trump con más tino del que han tenido con el candidato Trump. En primer lugar, deben explicar a los ciudadanos que no se trata de tomar partido, sino de ser conscientes del peligro de otorgar tanto poder a alguien que no tiene respeto alguno por los principios democráticos. En segundo lugar, deben obligarle a rendir cuentas de su incompetencia, sus conflictos de intereses, su nepotismo, sus nombramientos. Al formular las preguntas correctas y abordar los temas adecuados, los medios de comunicación pueden forzar a Trump a tener que hacerle un hueco a la rendición de cuentas en su narrativa. En tercer lugar, deben desacreditar sus afirmaciones con hechos y datos – una tarea especialmente importante en un contexto en el que las redes sociales en general y Facebook en particular han tenido un papel significativo en el resultado de las elecciones, y en el que muchos ciudadanos parecen tener dificultad para distinguir entre realidad y ficción. Esto es algo que los medios de comunicación de la extrema derecha han entendido perfectamente. Hoy los lectores interactúan con las noticias de forma distinta de cómo lo hacían hace tan solo unos años: buscan historias divertidas, líneas argumentales diferentes, melodrama y, por supuesto, héroes y villanos.
Para muchos, el respeto por los hechos no es ningún problema en la era de la post-verdad. Aquí es donde los movimientos sociales disfrazados de medios de comunicación como Breitbart entran en escena, y la razón por la que qué es tan importante cerrar la brecha de legitimidad de los medios entre los conservadores – explicar a los lectores que a pesar de todo lo que les han dicho, Clinton y Trump no son dos lados de la misma moneda, que la democracia y la corrección política no son palabras vacías, y que no hay nada peor que un público mal informado. Los periodistas deben centrarse en los hechos y permanecer vigilantes. Impedir que Trump destruya los valores que unen a los estadounidenses solo será posible si logran convencer a los ciudadanos de que la información honesta, los principios democráticos y los valores humanistas sí importan.
Resistir a Trump
El concepto de democracia es inseparable del concepto de libertad, de separación de poderes, de la libertad de prensa y de los derechos de las minorías. Estos son los pilares de nuestros sistemas democráticos. La inesperada victoria de Trump no debe distraernos del hecho que el presidente-electo de los Estados Unidos es un personaje ignorante, narcisista y racista que restringirá la democracia si se le presenta la ocasión. Contra esto, los ciudadanos tienen todo el derecho a protestar. Los políticos que intentan hacer creer que la resistencia civil y las protestas pacíficas son inconstitucionales son aquellos que nunca han respetado la democracia ni la Constitución de los Estados Unidos.
El concepto de democracia es inseparable del concepto de libertad, de separación de poderes, de la libertad de prensa y de los derechos de las minorías.
Protestar contra la situación actual es un derecho. Y el ejercicio de este derecho es esencial para proteger a la democracia en Estados Unidos. Los ataques de Trump contra los “latinos” y las mujeres –tanto de forma oficial como extraoficial – nos dan pistas sobre cuál es su agenda. Y el nombramiento de personajes como Reince Priebus, Steve Bannon, Mike Flynn y Jeff Sessions indica claramente qué métodos está dispuesto a usar para ponerla en práctica.
Una América en la que se deje de lado el respeto por los demás no es una América que la mayoría de los estadounidenses estén dispuestos a aceptar. Conceder pacíficamente la derrota es una obligación, independientemente de nuestra aversión hacia el resultado y las circunstancias en las que se ha producido. Pero protestar contra la legislación racista que se avecina no es sólo un derecho, sino una obligación cívica.

Manifestantes delante del Hotel Trump en Pennsylvania Ave, DC. November 10, 2016. Lorie Shaull/Wikimedia Commons. Todos los derechos reservados.
La cuestión “latina”
Si alguna vez hubo una clara ocasión para que los “latinos” ejercieran su derecho a votar en Estados Unidos, ésta fue el pasado 8 de noviembre. De una población de 57 millones de “latinos” que residen legalmente allí, unos 27,3 millones estaban registrados como electores en estas elecciones - es decir, 4 milliones más que en 2012.
No se puede negar del entusiasmo de los “latinos” con la votación. Pero a muchos no les motivaba suficientemente el mensaje de Hillary Clinton: su campaña no consiguió despertar al gigante dormido. Sólo el 65% de los votantes “latinos” le dieron su apoyo, cuando, en 2012, un 71% apoyó a Obama. Considerando el aumento de votantes “latinos” con derecho a voto y los ataques protagonizados por Trump, éste no es en absoluto el resultado que la campaña de Clinton esperaba. El apoyo de Trump entre los “latinos” alcanzó el 29% - Mitt Romney obtuvo el 27% en 2012 -, algo que se puede entender si reconocemos que la narrativa de que los “latinos” votan como un bloque es harto engañosa. Los “latinos” apoyaron a Clinton muy por encima de Trump. Pero el candidato republicano fue capaz de hallar suficientes votantes blancos para contrarrestar esta ventaja. Trump salió elegido no por, sino a pesar del voto de los “latinos”.
Durante la campaña, Trump se posicionó como el defensor de la identidad estadounidense. Pero sabe muy poco de pertenencia. Millones de latinoamericanos viven en Estados Unidos. Y comparten lazos sociales y culturales. Cuestionar el lugar de los “latinos” en Estados Unidos causaría ondas de choque en todo el continente. Tendría un impacto impredecible en la región. Y las tensiones resultantes irían mucho más allá de los acuerdos comerciales. Limitar estas tensiones depende, por una parte, de la voluntad de los partidos norteamericanos – de ambos partidos - de proteger a sus ciudadanos y, por otra parte, de la capacidad de América Latina para alzarse una vez más contra el populismo, el autoritarismo y el racismo – esta vez, más allá de sus fronteras.
Trump salió elegido no por, sino a pesar del voto de los “latinos”.
La ignorancia y el odio no pueden convertirse en algo bueno
Muchos estadounidenses decidieron votar a un candidato que representa odio y división. Son libres de hacerlo. Al fin y al cabo, los ciudadanos son libres de elegir a sus líderes e ignorar la razón y la racionalidad.
Sin embargo, tanto las instituciones como la ley deben permanecer vigilantes – la ignorancia y el odio nunca producen nada bueno. Y debemos recordar que los autócratas surgen también en los sistemas democráticos. ¿Por qué no en Estados Unidos? Las instituciones americanas son sólidas, y el imperio de la ley está fuertemente anclado en la cultura política americana. Pero las instituciones pueden cooptarse: pensemos en Rusia o en Turquía.
La mayoría de los estadounidenses creen que en su país no es posible la tiranía. Pero sería un error pensar que la democracia es algo intrínseco al ser humano. No lo es. La democracia es un proceso que requiere tolerancia y empatía. Los valores no se heredan, tienen que ser enseñados y aprendidos.
Trump no puede enseñarnos nada sobre tolerancia y empatía. Denunciar su falta de respeto por los principios democráticos no es ninguna campaña a favor de los demócratas, de los liberales o del Establishment. Es parte de una campaña cívica para evitar que los principios autocráticos se normalicen en la sociedad y evitar que parezcan tan buenos como los democráticos.
La democracia es un proceso que requiere tolerancia y empatía. Los valores no se heredan, tienen que ser enseñados y aprendidos.
La democracia requiere igualdad, respeto por el estado de derecho, por los derechos humanos, por las garantías procesales, por la intimidad, por la libertad de expresión. Requiere una prensa libre. No necesita respuestas fáciles.
Nunca había sido tan importante como ahora pararse para reflexionar, para escuchar a los demás, para aprender de lo que está pasando y darle sentido. Y para demostrar que, en una democracia, incluso a los gobiernos todopoderosos se les puede obligar a que rindan cuentas ante su pueblo. Ya lo hemos hecho con anterioridad, hay que hacerlo de nuevo.
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