
Zygmunt Bauman en el Congreso Europeo de la Cultura, Wroclaw, Polonia, septiembre de 2011. Wikicommons/Polish National Audiovisual Institute. Algunos derechos reservados.
Pido disculpas, lo que sigue es tan personal como político.
No se qué hacer. Un mundo cada vez más oscuro ahora se volvió todo negro. Zygmunt Bauman ha muerto. El que era el formidable coloso intelectual de nuestros tiempos y, a pesar de ello, un ser humano frágil, liviano y humilde, ha desaparecido. Vivió una vida asombrosa, y era él mismo una persona asombrosa. El fulgor de su mente, y el calor de su corazón, resplandecían con tanta fuerza y claridad que incluso en estos momentos de desolación contábamos con una persona que podía iluminar la senda hacia una buena sociedad.
Vivir hasta los 91, y haber hecho tanto, no puede ser algo verdaderamente triste. Aún así, mientras escribo, estoy llorando. No sólo por la tristeza y por la sensación de privación, sino por el temor de no poder alcanzar lo que su legado nos deja, justo cuando lo necesitamos tanto. Zygmunt anticipó antes que nadie la llegada de Trump, del Brexit y del levantamiento de la derecha extrema, y comprendió la debilidad de la izquierda en una época que él bautizó como modernidad líquida.
La primera vez que leí a Zygmunt seriamente fue alrededor de 1998, en un período de formación, justo en el momento que intentaba balbucir una crítica fundamental del Nuevo Laborismo. Me ayudó a entender que el papel de los pobres no es sólo el de constituir un ejército en la reserva – al que acudir cuando, y sólo cuando, la economía los necesitase— sino que los pobres existen para ser humillados y 'despersonalizados', para que nos veamos obligados a correr sin-fin, atrapados en la rueda del hámster del turbo-consumo, por miedo a convertirnos en uno de ellos. Mientras veía al Nuevo Laborismo dividir a los pobres entre los "merecedores" y los "no-merecedores", para mi espíritu político Zygmunt fue como un relámpago iluminador.
Y luego, profundizando en su trabajo, comprendí su visión de cómo un mundo, basado en identidades forjadas por la producción, cambió hacia unas identidades, una vida y una sociedad forjada en gran parte por el consumo – comprando cosas que no sabíamos que necesitamos, con dinero que no tenemos, para impresionar a gente que no conocemos. Y luego, vio la separación de la política del poder y el poder de la política, mientras los flujos financieros y la inversión corporativa se escapaban del control del Estado-nación y se volvían globales. Con todo esto, y mucho más, resaltó la caducidad de la cultura sólida y predecible del siglo XX y nos lanzó hacia la fragilidad y la fluidez de una cultura líquida del siglo XXI, donde todo se percibe como temporal y todo es nuevo, hasta nuevo aviso.
Fue así como Zygmunt entendió la crisis de la socialdemocracia, cuyo éxito estaba enraizado en empleos sólidos, identidades fijas y consignadas en el interior de los estados-nación. Y así, abrió el camino para pensar en la necesidad de tejer alianzas progresistas, no sólo de partidos, sino de movimientos que traten de encarar y navegar un mundo en el que, día a día, vivimos la tensión entre nuestra necesidad de seguridad y nuestro deseo de libertad.
Leer a Zygmunt puede ser difícil – tanto en términos de lenguaje como, también, ante la desolación de algunos de sus análisis. Ante ello, algunos retroceden. Pero mirar fijamente al precipicio es la única manera de prepararnos para la lucha que tenemos por delante.
Para mí, ya no habrá más vodka al mediodía en su casa desvencijada de las fueras de Leeds, ciudad de donde Zygmunt fue profesor emérito de la Universidad durante más tiempo del estuvo allí como empleado docente. Ya no habrá más humo de pipa, que se aglomeraba mientras reflexionaba sobre la perla de sabiduría con la que iba a estimularte al día siguiente. Ya no habrá más artículos interesantes (como estos en Social Europe) o discursos explosivos de alta precisión y entrevistas que iluminan con luz propia el futuro. En este momento, hay un vacío. Y tenemos que llenarlo. Y lo llenaremos tomando sus ideas, sus reflexiones y su enorme apetencia por la humanidad, y las elaboraremos, y les daremos forma.
Zygmunt sabía que no morimos deseando comprar una televisión más grande, sino anhelando más tiempo para estar con la gente que queremos, haciendo las cosas que nos encanta hacer. Murió como le habría gustado morirse. Nunca se detuvo. Nunca se dio por vencido. Dijo que la "buena sociedad es aquella que no sabe que es lo suficientemente buena". Como miembro de Compass, sabía que todo gira en torno al viaje, en torno a nuestro sentido de la dirección y a la forma en que nos comportamos el uno con el otro mientras viajamos juntos por el camino para mejorar y mejorar.
En el desconsuelo de este momento, y en la tristeza de nuestra pérdida, estoy muy agradecido por lo que Zygmunt Bauman nos proporcionó: esperanza. Ahora debemos actuar en consecuencia.
Deseo lo mejor, Neal
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