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El ocaso del petismo (Parte 1)

La izquierda brasileña actual, que se opone tanto al gobierno como a la ofensiva de la derecha, necesita romper el dualismo nefasto en el que se ha visto encerrada. Português English

José Carlos Freire
5 abril 2016
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Comício del PT com Lula e Dilma, em Campinas. Fotografía: Cesar Ogata/Flickr. All rights reserved.

En una cena, alguien preguntó la hora al suizo de guardia. Éste, mirando el reloj, y verificando que había pasado de la medianoche, contestó: “Ya es mañana, señores”.

 

Esta anécdota la recogió el político y pensador social brasileño Alberto Torres cuando, a principios del siglo XX, se enfrentaba a la tarea de pensar los límites de la República Vieja y, consecuentemente, proponer los caminos para superar sus problemas fundamentales. Salvando las diferencias en relación al contexto histórico y las posiciones ideológicas, esta frase podría aplicarse hoy a una reunión de la izquierda brasileña en el actual contexto. 

El orden del día de esa reunión de la izquierda tendría dos puntos fundamentales. Primero, el hecho de que la interrupción que supuso el “petismo” (es decir, el dominio del Partido de los Trabajadores en Brasil) dentro del bloque histórico y hegemónico burgués haya llegado a su fin. Segundo punto: ¿qué camino seguir?

Está claro que en la política, como en la vida, nada es sencillo. El ocaso del petismo presenta desafíos urgentes, entre los cuales cómo hacer frente a la intensificación de la ofensiva dirigida por la derecha, sobre todo a través de los medios de comunicación. Ahora es el momento de tener sangre fría y prudencia en el debate, porque, aunque sea grande el desafío inmediato, mayores son los desafíos que se presentarán a la izquierda en los próximos años: reconstruir un proyecto popular para un Brazil ya alejado del petismo.

Lo urgente parece ser distinguir las tácticas inmediatas de combate frente esta especie de “mediocracia” burguesa, de la acción estratégica de construcción de un proyecto popular para un Brasil participativo y democrático, que rescate las ideas del socialismo secuestradas por el petismo y confinadas a los límites de la burocracia estatal, el pragmatismo político y la conservación del poder.

Entender el ocaso del petismo

Mientras veo el noticiero para enterarme de cuáles son las novedades del show en que se ha convertido la política brasileña, sigo escuchando el sonido de las azadas de las trabajadoras que limpian las calles de piedra y barro. Trabajo ingrato y duro, sin las más mínimas condiciones de protección contra el sol y el calor, sin la más mínima asistencia por parte del poder público, que las lanza a las calles de igual manera en que las empresas de minería lanzan los mineros a las montañas, contando solo con la buena voluntad de los vecinos para obtener un vaso de agua o hacer uso de un baño. Las limpiadoras siguen trabajando, duramente, resistiendo con coraje. 

La situación de estas trabajadoras hoy se asemeja a la de aquellos que, en estado de semi-esclavitud, eran usados en el cultivo de caña en el pasado. Son trabajadores que oscilan entre el desempleo, fruto de la implementación tecnológica del negocio agrícola del café, de la industria de la leche y de la recolección de fruta, y la perspectiva de matarse por una salario miserable en las capitales de Brasil. Las condiciones reales de estos trabajadores, como las de estas limpiadoras que enjugan el sudor bajo el abrasivo sol de Teófilo Otoni, no cambiaron de forma substancial durante el intervalo que supusieron los Gobiernos del Partido de los Trabajadores (PT). Lo que no quiere decir que no haya habido avances sociales. Lo determinante es que, estructuralmente, Brasil no se alteró. De ahí la dificultad de criticar el petismo, que se presentó de forma tan brillante llegado el momento de elección en 2006, en 2010 y en 2014. ¿Cambió o no cambió? El pensamiento binario – del que son ejemplo también el “PT o el PSDB”, “Dilma o Aécio”, “Lula o Fernando Henrique Cardoso (FHC)” y tantas otras dicotomías que los media nos han vendido y que el petismo ayudó a alimentar – no nos ayuda. Brasil cambió y no cambió. Y en esta amalgama de cambio y permanencia (el alma de la historia) en ningún momento la hegemonía burguesa se vio amenazada. Lo poco que cambió no alteró lo fundamental. La sutil diferencia entre los gobiernos de Lula y el primer mandato de Dilma, en relación a los gobiernos anteriores al periodo post-redemocratización, no alteró lo esencial. Continuamos en un país subdesarrollado, con una alarmante segregación social, una creciente dependencia económica, no sólo con escasa industrialización, sino con des-industrialización; y una democracia de fachada, que trasforma lo popular en platea y lo parlamentario en palco.

En este registro interpretativo, destacan cuatro enfoques: Fernando Silva, en su texto “Necesitamos construir otro proyecto de país, lejos de lo gubernistas”; Fabio Nassif, sobre cómo es “posible combatir la derecha y despedir el lulismo”; Mauro Iasi, con la “Crisis del PT: la llegada de la metamorfosis”; y Valerio Arcary, en el texto de 2015 “Es posible reconstruir una izquierda revolucionaria después de la ruina del PT, o ¿acabará el mismo por soterrar toda la izquierda?” . Me propongo conectar libremente algunos de los puntos detallados en estos análisis, que me parecen convergentes entre sí, y que nos pueden otorgar pistas para entender el proceso, más allá de la avalancha de elementos que la coyuntura nos proporciona diariamente.

A continuación, detallo hasta 9 puntos:

Los responsables principales por que hayamos llegado a esta situación son los gobiernos petistas. El modelo de desarrollo (neo-desarrollo, social-desarrollo, en fin, palabras usadas para ocultar una misma esencia), su agro-explotación extractivista y una tímida distribución de la renta, sin tocar los ingresos del capital financiero, representa una forma de conciliación de clases. Además, la opción de conciliación con la nefasta burguesía que tenemos en Brasil implica, necesariamente, una traición de clase. En un contexto específico de ampliación del mercado a actores periféricos, un aumento del capital disponible y un amplio margen de maniobra, Lula fue aceptado en el seno del capitalismo global. Él lo agradeció aplicando las medidas necesarias – ya previstas en la Carta al Pueblo Brasileño de 2002 – y convenciendo a las masas de que algunas de las reglas del juego impuesto eran administrables. El efecto colateral trágico fue la despolitización de las clases populares. Al desarmar los movimientos sociales de su necesaria autonomía, al congelar la reforma agraria mediante el agro negocio, al tratar la represión y el asesinato de jóvenes y negros de la periferia y de la izquierda como hechos policiales a ser administrados por la Ley Antiterrorista, entre tantas otras acciones a lo largo de estos 13 años, el PT desorganizó las clases trabajadoras y dislocó el campo de lucha hacia el Estado, donde la burguesía tiene el control del campo, es dueña de los uniformes, del balón, contrata el árbitro y cobra la entrada.

El momento actual del PT no es producto del ocaso, sino la consecuencia del camino que el partido escogió. De la articulación entre la conquista de espacio en el poder, por una parte, y la construcción de un movimiento de masas por otro, modelo que está en el origen del Partido de los Trabajadores, se ha caminado paulatinamente al énfasis en la disputa por el poder, para después avanzar hacia el socialismo. Un programa anti-terrateniente, anti-imperialista y anti-monopolista exigió gradualmente del partido la acomodación de tácticas cada vez más flexibles para llegar a gobierno. Una vez allí, la antigua articulación entre la búsqueda de poder y el avance de la organización de masas cedió su lugar a la estricta conservación del poder, reducida a alianzas parlamentarias y comportamientos electorales. Objetivos: ampliar alianzas, ganar elecciones y garantizar la gobernabilidad. Desde el punto de vista de un “partido”, esto es técnicamente aceptable; desde el punto de vista “de los trabajadores”, esto se denomina cooptación.

La derecha no necesita de más intermediarios, prefiere gobernar directamente. Al intentar verse libre de Lula, la burguesía toma como norte la estabilidad. No porque Lula represente un proyecto socialista de enfrentamiento, lo que convertiría el escenario electoral de 2018 en incierto. Sino porque, teniendo en cuenta las necesidades de profundización del modelo impuesto por la ofensiva neoliberal, no hay lugar para ningún tipo de concesión a las clases populares, ni siquiera a aquellas entre las que el modelo de conciliación logró hacerse un hueco. El margen de maniobra que la coyuntura de 2003 proporcionó, ya no existe. Es con el objetivo de emprender avances en el modelo neoliberal y retomar la gobernación de forma directa que se arma el circo mediático actual. No porque Lula o el PT representen la izquierda o el socialismo.

La defensa del gobierno de Dilma y del de Lula por parte de la izquierda es un error. Pese al panorama jurídico-mediático organizado, la izquierda, efectivamente comprometida con la transformación social, no puede apoyar las manifestaciones de adhesión. Estas manifestaciones mezclan de forma deliberada la denuncia de la campaña organizada por la derecha con la defensa a ultranza de Dilma y Lula. Son cosas distintas. Además, la defensa incondicional del gobierno de Lula, como la presentan los sectores petistas, y que seduce gran parte de la izquierda, implica de forma casi fatal guardar silencio sobre la corrupción, sobre el enriquecimiento de los líderes, sobre la forma en que se abandonó la ética o el espíritu republicano, reduciéndolo todo a la tesis del golpismo.

Defender el Lulismo supone aceptar las condiciones de la hegemonía burguesa. El rescate del Lulismo, en la forma mesiánica que proponen los sectores más a la derecha del PT, es lo mismo que defender la paz con la burguesía corrupta brasileña, que no tiene proyecto nacional de sociedad que pueda llevar a cabo cambios civilizatorios profundos, y mucho menos en alianza con la clase trabajadora. Creer que esta burguesía puede defender banderas anti-imperialistas, anti-monopolistas y anti-latifundistas supone una ingenuidad que la izquierda brasileña ya debería, en su conjunto, haber superado desde hace mucho tiempo. Retomar la conciliación de clase a través del Lulismo, pese a ser hipotéticamente posible, implica aceptar las reglas actuales del juego, que son peores que las de 2003: un ataque contra los trabajadores y contra sus derechos básicos. El precio de la gobernabilidad, en el contexto actual, no es la flexibilización o la mistificación de un programa democrático popular, sino la renuncia radical y sin límite.

Es necesario defender de forma crítica el Estado Democrático de derecho y denunciar el papel de los media. No podemos callarnos ante los métodos judiciales empleados en los últimos tiempos, que, además de cuestionables y basados en interpretaciones más políticas que jurídicas, establecen una línea de conexión directa entre la Policía Federal y los grandes media, especialmente la Red Globo. Vivimos una espectacularización de los políticos que combina el principio de panem et circenses de los modelos de dominación seculares con los sofisticados instrumentos selectivos de información. Sucede que los medios burgueses y la elite brasileña siempre han sido reaccionarios, lo que no significa que debamos exculpar de responsabilidad aquellos que se han aliado con ellos. El PT extendió la ilusión de que podría tenerlos como aliados, negoció con ellos y gobernó para ellos. La defensa de Estado democrático debe basarse en la garantía de la legalidad, para que no se naturalice, dentro de la cultura política brasileña, lo que se está haciendo con Lula y con el PT.

Es necesario tener mucho cuidado con la tesis del golpe.  La forma apresurada en la que los oficialistas interpretan el momento como golpe, asociándolo sin mediación alguna con el contexto de 1964, es peligroso. Potenciada por las redes sociales, la tesis del golpe gana espacio y adeptos. A pesar de la evidente manipulación de intereses e información, no tenemos, aún, un proceso que ilegalice partidos, cierre sindicatos y movimientos sociales, prohíba la libertad de expresión o exilie políticos.

Ni siquiera Lula puede salvar el proyecto petista de poder. Hay una articulación directa entre el empeoramiento de la crisis social y económica, que afecta a los trabajadores, por una parte, y la insatisfacción de sectores de la clase dominante - parte del mercado financiero y los grandes medios de comunicación corporativos, por otra. Esto nos impide pensar en el “Efecto Lula” como la solución mágica. Ni con toda la alquimia política del mundo podría Lula, en este contexto, que difiere radialmente del de su primer mandato, articular intereses tan dispares como son las necesidades del gran capital y los intereses de las clases populares. No hay margen de maniobra. Pero no debe subestimarse la capacidad política de Lula. Puede que incluso reconstruya su proyecto, y vuelva a ocupar el sillón presidencial. Pero será en otro momento. Otro Lula. No una pura reedición del de  2003.

Mientras la derecha se articula con facilidad, la izquierda es heterogénea. Aunque pudiésemos formular una configuración de la izquierda – ya sea dividiéndola entre reformistas, centristas y revolucionarios, ya sea, dividida entre moderados y radicales, la realidad es que en, coyunturas distintas, la izquierda presenta comportamientos diferenciados. Simplificando, podríamos hablar de una izquierda brasileña que se opone al petismo y otra que aún sigue confiando en él. Al igual que en las últimas elecciones presidenciales, cuando se evidenció la amenaza real del retorno de un gobierno de derecha (argumentando que, desde esta lectura, el PT sería de izquierda), hoy la tendencia hegemónica en la izquierda es la que persigue el reformismo. Lo esperable sería que sectores y agentes progresistas abandonasen al gobierno a su suerte para fortalecer una plataforma de izquierda más combativa. Pero lo que pasa es que muchos sectores titubean, amagando una ruptura para acabar, seguidamente, retomando el tren del gobierno. En suma: la izquierda que se opone a gobierno necesita de mucho trabajo, debate, paciencia, articulación y organización para moverse en el terreno pantanoso que reduce todo el juego a una disputa entre el bien (pro-gobierno) y el mal (anti-gobierno).

Evidentemente la situación exige un análisis mucho más detallado, pero los elementos expuestos parecen suficientes para pensar que los desafíos a los que se enfrenta la izquierda brasileña actual (entendida aquí como el conjunto de fuerzas sociales que, comprometidas con la defensa de las clases trabajadores, que se oponen tanto al gobierno como a la ofensiva de la derecha), que necesita romper el dualismo nefasto en el que se ha visto encerrada.

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