
Protesta en apoyo de Lula da Silva y Dilma Roussef en Sao Paulo, Brasil, 2016. Andre Penner /AP/Press Association Images. All rights reserved.
La izquierda tiene siempre tareas permanentes por delante. Sin embargo, en algunos contextos, como es el caso del Brasil actual, éstas se presentan de forma más urgente.
Podríamos resumirlas en tres grandes tareas. La primera, la necesidad de esforzarse por distinguir las cosas de modo crítico. La segunda tarea consiste en conservar la experiencia original del PT de base y a la vez superar el mito Lula. La tercera tarea pasa por poner el acento en la formación política, la vinculación a colectivos de lucha y la apuesta por la juventud.
Esforzarse por distinguir las cosas de modo crítico
“Buscar la identidad real en la aparente diferencia y contradicción (y buscar la diversidad sustancial bajo la aparente identidad) es la más delicada, incomprendida y, sin embargo, esencial virtud del crítico de las ideas y del cronista del desarrollo histórico.”
(Antonio Gramsci)
Ante la avalancha de información que se nos presenta cada día, casi a cada hora, se hace difícil comprender quien es quien en este juego político brasileño. Esta dificultad se hace mayor cuanto mayor es el aislamiento de los militantes de izquierda. Subrayo tan solo tres elementos que me parecen urgentes para fomentar el debate. Pero hay muchos otros.
Primero, me parece fundamental superar a aparente asociación que se hace entre la oposición al gobierno del PT y la negación de las conquistas realizadas desde 2002 en el plano social. Ser contrario al gobierno no euivale a negar el avance que representa la inclusión de los jóvenes pobres y negros en la Universidad, la expansión de la enseñanza superior púbica, el debate y las acciones en torno de la diversidad afectivo-sexual, el enfrentamiento a la violencia contra la mujer y la demarcación de tierras indígenas y quilombos. Pese a reconocer estas medidas, cabe decir que éstas fueron insuficientes. Estas conquistas tampoco pueden ser atribuidas exclusivamente al gobierno, sino también a la lucha histórica de los distintos movimientos que trabajaron por ellas. Salir de esta confusión de ideas pasa por comprender que la correlación de fuerzas políticas y económicas, nacionales e internacionales, permitió este avance en un determinado momento. Pero ahora pese a toda la retórica de lucha empleada por Lula, esa misma correlación de fuerzas ha cambiado y ya no lo permite. Y no se trata de un ahora inmediato: la inflexión se ha venido acentuando desde el primer mandato de Dilma Roussef.
Un segundo punto es la insistencia (casi religiosa) de los sectores gubernamentales en oponer el programa del PT al del PSDB, clasificándolos como extremos opuestos. Dejando de lado el origen de ambos partidos y su composición, programáticamente ambos partidos defienden el mismo orden burgués. De esta confusión derivan las propuestas capitaneadas, pero no monopolizadas, por actores como la Central Única de Trabajadores (CUT) y la Unión Nacional de Estudiantes (UNE): apoyo al gobierno y factura por el cambio de modelo económico para favorecer los trabajadores, como si fueran acciones convergentes y no opuestas. El caso del Mivimiento de los trbajadores Sin Tierra (MST) es el más doloroso, no solo por su tardanza en romper con el Lulismo, sino porque conserva en sus bases una experiencia de formación y organización que conlleva una potencia de lucha enorme. La salida de esta confusión es la necesidad de poner primero el posicionamiento de clase y no el posicionamiento de poder. Una vez hecho este ejercicio, se constatará que, en esencia, el PT y el PSDB son bastante parecidos.
En tercer lugar, de forma genérica, me refiero al concepto de “bloque histórico”, entendido como el modo mediante el cual la economía, la política y la ideología ser articulan en el interior de una sociedad en un periodo histórico determinado. Al hacer una lectura apresurada, incurrimos en el riesgo de afirmar que la llegada de Lula a la presidencia inauguró un nuevo bloque histórico, el mismo bloque histórico al que la elite brasileña y sus medios de comunicación estarían ahora determinados a poner fin a través de un golpe. Sin embargo, si nos centramos en el hecho de que, para llegar al poder, el PT tuvo, como lo demuestra detalladamente Mauro Iasi en sus estudios, que negociar su programa y abandonar su carácter socialista, concluiremos que el breve intervalo petista no alteró el capítulo burgués post-64. En otros términos, el bloque histórico post-golpe militar consolidó en Brasil un tipo de capitalismo dependiente que incluso la redemocratización y la ascensión del PT al poder no lograron alterar. Es más, Lula fue un agente necesario, en aquel entonces, para combinar la reducción de la desigualdad social interna administrada por beneficios sociales y aumentos del crédito – las mismas medidas que se critican al gobierno de Dilma – con una alta rentabilidad del gran capital nacional, y, sobre todo, internacional.
Sucede que dentro de un bloque histórico, puede haber pequeños intervalos que no invalidan la lógica dominante. Cuando un intervalo termina (“Ya es mañana, señores”), no significa que haya una nuevo bloque, sino apenas la continuidad de lo que ya estaba consolidado. La supuesta ruptura que el PT habría representado en la sociedad brasileña – ruptura vendida por el ideario del nuevo-desarrollo y conceptos afines – no supuso más que una variación en el modo y en la intensidad en la manera como la burguesía brasileña viene administrando el país desde 1964, fecha que marca el inicio de un bloque histórico que no está, ni de lejos, amenazado. El mismo solo caerá cuando la organización popular se enfrentame realmente la dominación burguesa, y cuando haya una discusión efectiva de nuestros problemas estructurales. Si no es así, si es Lula, si es Dilma, Temer o Aécio, se trata tan solo de una alineación distinta para un mismo equipo. Lula, una vez delantero, es ahora zaguero, y finalmente, ha sido invitado a retirarse del campo y del estadio. El partido seguirá. Ahora, mejor sin él. Pero el mercado del fútbol transforma villanos en héroes. En el laberinto de la política brasileña, ¿volverá a ser contratado? Creo que no. Él parece creer que sí. De cualquier forma, irónicamente, la hinchada de este gran espectáculo viste la camisa de la incorrupta y altamente respetada Confederación Brasileña de Fútbol (CBF). El pueblo brasileño permanecerá fuera del estadio, recogiendo latas pisoteadas.
Conservar la experiencia original del PT de base, y superar el mito Lula
“Aufheben era el verbo que Hegel prefería, de entre todos los verbos del idioma alemán. Aufheben significa, al mismo tiempo, conservar y anular; así presta homenaje a la historia humana, que muere naciendo y rompiendo crea.”
(Eduardo Galeano)
La izquierda brasileña debe enfrentarse, con coraje y seriedad, a la superación del mito de Lula como líder mesiánico, que resolverá todos los problemas. Los mitos se superan a través de una lectura histórica correcta. Aunque pueda evitar comparecer ante el tribunal en el caso Lava Jato, en el tribunal más importante para nosotros, el de la lucha concreta de los trabajadores, Lula ya perdió en todas las instancias, pese a que haya entrado con muchos recursos, que deben ser analizados. Será el proceso de superación de un mito. Y no será fácil. Pero ni mil discursos inflamados de Lula pueden poner en duda la convicción de aquellos que, con seriedad, sin demagogia y sin pragmatismo político, emprenden una búsqueda efectiva de la transformación social en Brasil. Escuchar a Lula, es cierto, es siempre arriesgado. Como buen alquimista de la política, Lula hechiza.
Sin embargo, Lula no agota lo que fue el PT. En ese sentido, la experiencia original de base del partido es algo que necesitamos revisitar de modo crítico. Pese a que se considere que, desde el inicio, la cúpula sindical siempre siguió el modelo de la conciliación, la verdad es que en las comunidades, en los núcleos de base, la experiencia del partido como construcción popular fue rica y representa uno de los dos momentos más significativos de nuestra historia. Y esto no se produjo únicamente en las regiones industriales, en el sector proletarizado de los trabajadores brasileños. Se produjo también en el interior de Brasil, en iniciativas de lucha por la tierra, en organizaciones de sindicatos rurales, en entidades de formación de cuadros que aun hoy resisten independientemente de la cúpula del PT. El partido abarcó fuerzas sociales variadas, movimientos, grupos de iglesia, etc. Antes de convertirse en un partido “del capital”, en situaciones rurales, no simplemente en el discurso de Lula, fue el partido de “los trabajadores”. Esta experiencia debe ser conservada y recreada bajo nuevos símbolos.
Formación Política, vinculación a colectivos de lucha y apuesta en la juventud
“Es necesario reconocer que la historia es tiempo de posibilidad y no de determinismo, que el futuro es problemático y no inexorable.”
(Paulo Freire)
La militancia de izquierda siempre exigió un esfuerzo sobrehumano: más allá de las luchas, más allá del trabajo, más allá de la supervivencia, todavía es necesario estudiar, formarse. El momento exige, de modo especial, la capacidad de entender de dónde venimos y cómo hemos llegado a este punto. Sin esto, difícilmente trazaremos propuestas factibles de futuro.
Los tiempos que se avecinan no serán fáciles. Exigirán de nosotros mucha convicción personal y el necesario compromiso en colectivos de lucha o en el fortalecimiento de aquellos que ya lucharon. Ahora, no importa tanto qué partido o movimiento desde el que seguir un camino de ruptura – aunque tarde mucho tiempo – y no de conciliación. También tendremos que adaptarnos, como izquierda, a lo que supondrá pasar del gobierno a la oposición: sin financiación, sin auxilio del gobierno, sin ómnibus o pasaje para viajes, sin la más mínima estructura para la organización de eventos. Volveremos a condiciones generales de lucha muy difíciles. En el más que probable ciclo de la derecha, no solo en Brasil, sino en América Latina, tenemos de fortalecernos teóricamente y con acciones prácticas, dentro de las posibilidades y condicionamientos de cada movimiento, de cada región o situación.
Lo que no podemos, en este contexto, es confundir dificultad con imposibilidad. Lo que debe mover a un militante de izquierda en los tiempos que se inician es la convicción, expresada por Geralso Vandré en una de sus canciones: “Yo canto el canto, yo peleo la pelea, porque soy fuerte y tengo razón”. Fuerza y razón que serán mayores en la medida en que logremos romper el aislamiento y la dificultad de diálogo en el interior de la izquierda, tantas veces prisionera de discusiones escolásticas y definiciones lingüísticas.
Por más larga que pueda ser la caminata, ésta exige la convicción de los más experimentados y una apuesta por los más jóvenes. Los espacios necesitan ser creados o fortalecidos. Lo que no puede faltar es esperanza. La esperanza crítica de la que hablaba Paulo Freire. Esto no implica un inmovilismo acomodado, sino una inmersión radical en el proceso mismo, sabiendo que los resultados pueden no ser inmediatos. En las palabras de Pedro Casaldáliga, “saber esperar, sabiendo, al mismo tiempo, forzar las horas de aquella urgencia que no permite esperar”.
De inmediato: ¿y ahora?
“Puede ser que aún no haya llegado la hora de una nueva izquierda socialista de masas, pero nunca llegará si nos quedamos aprisionados en las viejas ánforas, que pueden llevarnos juntos al fondo del mar.”
(Fabio Nassif)
Estas breves consideraciones no resuelven la cuestión central que nos inquieta: qué hacer en los días que se avecinan con acciones cada vez más agresivas por parte de la derecha para echar al PT de la escena, mediante un brazo jurídico y otro mediático, la vieja combinación de fuerza y consenso de la que Maquiavelo hablaba. Está claro que, en respuesta a las protestas contra Dilma, y contra el reingreso formal de Lula en el gobierno, habrá manifestaciones de apoyo por todo el país. La historia no permite que tengamos una visión global de las cosas, y solo entonces posicionarnos. La historia va ocurriendo, sin esperar a nadie.
Es muy difícil que, en una manifestación contra los media y las acciones arbitrarias de la Policía Federal, resumida en la idea de “contrarrestar el golpe”, no se produzca un movimiento espontáneo de apoyo al gobierno, y, directamente, a Lula. ¿Será posible denunciar estas amenazas reales al Estado de Derecho y al mismo tiempo posicionarse en contra del gobierno que emprende una feroz ofensiva neoliberal? Es algo que las bases organizativas de cada manifestación deben debatir. Sería descabellado apuntar una respuesta válida para todos los casos.
Las dos propuestas más repetidas por los sectores más combativos de la izquierda, el “Fuera todos” y “Elecciones ya”, en teoría son coherentes con lo que el momento pide, pero chocan con la falta de una organización popular que las respalde. El panorama, pese a cambiar cada hora, parece apuntar al voto favorable al impeachment de Dilma, colocando el poder en manos del PMDB y, seguramente, frenando de paso la fuerza de las investigaciones. Echando al PT del poder, difícilmente el caso Lava Jato mantendrá su ímpetu. El bloque histórico se acomodará, y volveremos a la normalidad. Esto indica que la idea de nuevas elecciones chocará, no solo con la falta de organizaciones de base, sino también con la resistencia de la derecha.
Sin bola de cristal, sin virtudes mágicas, nos sobra la paciencia y el diálogo como forma de reaccionar ante la intolerancia, el encuentro cara a cara con compañeros de lucha para resistir al asilamiento y la construcción colectiva como forma de trazar caminos coherentes hacia un proyecto popular, democrático y socialista. No será fácil. Pero no es imposible.
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