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Fidelidades latinoamericanas

Fidel Castro se convirtió rápidamente en el referente moral de las izquierdas latinoamericanas, pero acabó eternizándose en el poder y no supo escuchar. English 

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Francesc Badia i Dalmases
28 noviembre 2016
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Fidel Castro, La Habana, 1978. Flickr/Marcelo Montecino. Algunos derechos reservados.

Dicen que los héroes mueren jóvenes, y quizás con ellos mueran también sus heroicidades. En el caso de la revolución cubana, quizás su verdadero héroe no será Fidel, sino el Che Guevara, que murió luchando en la selva de Bolivia, sin haber cumplido los 40 años. Fidel Castro se aferró a ese poder que conquistaron juntos desde la Sierra Maestra, entrando victoriosos en La Habana en enero de 1959: el comandante no supo convertir la heroicidad inicial en una democracia representativa, libre y próspera.

Fidel ha muerto nonagenario, muy lejos del héroe revolucionario que imaginó ser. 

Al plantar cara a un todopoderoso Estados Unidos en una región que fue tratada durante décadas como exclusivo patio trasero, Fidel Castro se convirtió en un icono para la gran mayoría de jóvenes revolucionarios latinoamericanos, que vieron en él, en los tiempos en que la esperanza de una vía comunista hacia la libertad estaba aún vigente, un ejemplo a seguir. La izquierda latinoamericana obtuvo, en el experimento cubano, la inspiración y la fuerza necesarias para mantenerse viva y resistir, sobre todo cuando arreciaron las sangrientas dictaduras militares de los años 70 y 80, que buscaron reprimir cualquier oposición, llegando a planificar exterminarla con la ayuda inestimable de los estadounidenses. 

En Europa, buena parte de la izquierda de post-guerra constató que la utopía comunista era en realidad una distopia burocrática, heredera el terror estalinista. La izquierda europea evolucionó en muchos casos hacia formas distintas de concebir el socialismo, transmutado su marxismo primero en eurocomunismo y más tarde en distintas formas de socialdemocracia, pero conservó su fascinación por el comandante cubano, icono del antiamericanismo.

En América Latina, sin embargo, esa evolución de las izquierdas revolucionarias tardó más en llegar (pero cuando llegó, trajo interesantísimas innovaciones de las que Europa tiene bastante que aprender), en parte porque el poder de las oligarquías seguía (y sigue) siendo enorme, y el intervencionismo estadounidense se mostraba mucho más agresivo. Al fin y al cabo, Fidel lograba resistir mil complots para asesinarlo, intentos de desembarco, y unas durísimas sanciones norteamericanas que, paradójicamente, lo acabaron fortaleciendo. Su fiera resistencia y sus logros sociales lo elevaron a categoría de santo laico, de caudillo popular, como un David con gorra verde oliva, capaz de confrontarse a un Goliat tocado con el negro sombrero de copa del capitalismo.

En Europa, buena parte de la izquierda de post-guerra constató que la utopía comunista era en realidad una distopia burocrática.

Gracias a un gran instinto de supervivencia, y gracias a su habilidad para aprovechar los intersticios de la geopolítica, y a haber sabido asegurarse la ayuda soviética durante tres décadas, Fidel resistió, colocándose al amparo de la Guerra Fría mientras apoyaba la descolonización africana o las múltiples guerrillas latinoamericanas. Incluso cuando finalmente cayó el muro de Berlín e implosionó la URSS, Fidel, en un ejercicio de pragmatismo y determinación castrense, consiguió sobrevivir a la pérdida de su paraguas geoestratégico y a una caída del 35% del PIB, en cinco años, entre 1989 y 1993.

Sobrevivió a un cruel embargo y a la postguerra fría gracias a la consolidación de un régimen semi-autárquico, que introdujo tímidas reformas capitalistas mientras exportaba eficazmente médicos y educadores para atender causas humanitarias, recibiendo   a cambio, en ocasiones, ayuda solidaria en forma de un petróleo imprescindible. Para refrendar su legitimidad, y evitar su desmoronamiento, el régimen siguió proporcionando educación y servicios sociales, aunque a cambio exigió obediencia, y siguió ocupando espacio público con retórica revolucionaria, mientras vigilaba y denunciaba a los impacientes y, gracias a los eficaces Comités de Defensa de la Revolución, encarcelaba a opositores, reales o presuntos, sin miramiento alguno. Pero el sistema económico, aunque pasó de la planificación centralizada a la improvisación de planes de emergencia, no acabó nunca de funcionar del todo, y ha venido reformándose a sí mismo lo mínimo posible para asegurar que se cumpla la prioridad primera del Partido Comunista (y único): mantenerse en el poder por más de medio siglo. Consiguió asegurar escuelas, sanidad, cultura, a un nivel excepcional para el desposeído entorno latinoamericano, pero no prensa libre, debate público de ideas plurales, libertad. 

Sobrevivió a un cruel embargo y a la postguerra fría gracias a la consolidación de un régimen semi-autárquico, que introdujo tímidas reformas capitalistas mientras exportaba solidariamente médicos y educadores.

Convertido en referencia moral de todo movimiento revolucionario o populista de izquierdas, Fidel fue fuente de inspiración inagotable para las batallas políticas en toda América Latina. La revolución cubana también inspiró a las FARC en sus inicios, y a tantos otros movimientos guerrilleros y, cuando ya parecía agotado, se convirtió en referente para el movimiento bolivariano, que encontró desde el principio en Fidel inspiración y guía (es conocida la fascinación mutua que nació entre Hugo Chávez y el comandante Fidel Castro en 1994, y fue en Cuba donde el carismático coronel quiso tratarse de su cáncer hasta su muerte, en 2013).

El icono de Fidel Castro se ha mantenido vivo en Latinoamérica, más que en cualquier otro sitio, al encarnar la prueba irrefutable de que es posible resistir con dignidad a las fuerzas del imperialismo yanqui. Pero esa misma dignidad de la resistencia acabó justificando, en nombre de la revolución sacralizada, y por lo tanto intocable, la ausencia de libertades y los abusos de un poder convertido en régimen autocrático. La épica de la lucha antiimperialista, y algunos indudables logros sociales a nivel interno, continúan justificando hasta hoy la retórica de un izquierdismo que suena anacrónico, que culpa de las carencias de sus pueblos y de los errores propios al imperialismo extranjero, y que carece de capacidad de autocrítica, incluso cuando las urnas lo descabalgan del poder.

Fidel encarna casi todas las contradicciones del siglo XX, pero acaso su condena haya sido vivir demasiado como para ver cómo su legado revolucionario dejó definitivamente de funcionar, incluso en esa última encarnación que ha sido el régimen chavista venezolano. Y, de la mano de su hermano Raúl, albacea y heredero dinástico, en Cuba parece que quiera darse también la última de las contradicciones heredadas del siglo pasado, que es la combinación de un sistema económico capitalista altamente desregulado, con un régimen de obediencia comunista que, mientras da la bienvenida al capital extranjero, niega las libertades, reprime a los disidentes y se corrompe para sobrevivir.

Fidel encarna casi todas las contradicciones del siglo XX, pero acaso su condena haya sido vivir demasiado como para ver cómo su legado revolucionario dejó definitivamente de funcionar

La tentación es seguir el modelo que vemos hoy en China o en Vietnam, (es quizás premonitorio que en la última imagen pública de Fidel Castro, diez días antes de morir, aparezca saludando al presidente vietnamita Tran Dai Quang). Ese es un modelo que no parece molestar al nuevo inquilino de la Casa Blanca, para quien la promoción de una transición democrática en la isla caribeña no será una prioridad.

Seguramente Fidel vivirá más en la retina que en el corazón de muchos latinoamericanos, y quizás el blanco y negro de las fotografías heroicas de 1959 acabará imponiéndose a los grises de su senectud. La promesa de liberación que su revolución trajo a los pueblos de todo el hemisferio, por incumplida, no parece que le vaya a sobrevivir.  

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