
Flores, mensajes y velas son dados por los barceloneses después del ataque terrorista de La Rambla en Barcelona, España. El ataque dejó 14 muertos y más de cien heridos. Unas horas más tarde, en Cambrils, un segundo ataque dirigido por 5 jihadistas dejó 7 heridos antes de que los terroristas fueran asesinados a tiros por las fuerzas policiales. Barcelona, 18 de agosto de 2017. Foto de Robin Utrecht/ABACAPRESS.COM/ABACA/PA Images. Todos los derechos reservados.
Hasta hace relativamente poco tiempo, pasear por las Ramblas –escenario del devastador ataque de ayer- era algo que los barceloneses solían hacer con bastante regularidad, disfrutando de un relajado paseo hasta el puerto. Antes de la gran transformación urbana que trajo a la ciudad los Juegos Olímpicos hace 25 años, el final de las Ramblas era uno de los pocos lugares donde los ciudadanos comunes podían entrar en contacto con el mar. Este paseo peatonal es uno de los lugares emblemáticos de la ciudad, antaño famoso por su mezcla única de diversidad cosmopolita y provincialismo mediterráneo, un lugar donde los burgueses catalanes de la zona alta que acudían la ópera se mezclaban con gente popular y con criaturas la economía nocturna. En otras palabras, las Ramblas representaban el espíritu democrático, tolerante y abierto de una ciudad del sur de Europa.
Durante la última década, o quizás más, el éxito de Barcelona como destino turístico global ha hecho de las Ramblas un lugar que la mayoría de los vecinos de la ciudad tiende a evitar, viendo cómo está demasiada llena de gente y lamentando la sustitución de los modestos puestos de periquitos azules y peces de colores por kioscos de lujo, que venden gofres con chocolate y helados de pistacho. Aún así, las Ramblas siguen siendo parte del alma de esta ciudad, aunque sólo sea porque siguen siendo el lugar donde los aficionados del Barça se reúnen para celebrar las victorias de su extraordinario equipo de fútbol.
Así que ayer, cuando los barceloneses se enteraron de que una furgoneta había atropellado a una multitud de peatones en este lugar tan especial, matando a más de una docena e hiriendo a mas de cien, experimentaron un golpe terrible. Los barceloneses están muy orgullosos de su ciudad, acogedora y pacífica. Cuando, hace 30 años, los terroristas vascos, en su ataque más mortífero de todos los tiempos, hicieron estallar el parking de un supermercado matando a 21 personas inocentes, la ciudad reaccionó con un rechazo tan profundo, que ETA nunca regresó a la ciudad.

Flores, mensajes y velas son dados por los barceloneses después del ataque terrorista de La Rambla en Barcelona, España. El ataque dejó 14 muertos y más de cien heridos. Unas horas más tarde, en Cambrils, un segundo ataque dirigido por 5 jihadistas dejó 7 heridos antes de que los terroristas fueran asesinados a tiros por las fuerzas policiales. Barcelona, 18 de agosto de 2017. Foto de Robin Utrecht/ABACAPRESS.COM/ABACA/PA Images. Todos los derechos reservados.
Más recientemente, Barcelona ha sido considerada un muy probable objetivo para un ataque terrorista yihadista, y este incidente no puede haber sido una sorpresa para las fuerzas de inteligencia y seguridad, que han venido trabajando con éxito para proteger la ciudad. Una serie de atentados potenciales, en diferentes estadios de preparación, han venido siendo desmantelados con éxito a lo largo de los últimos años. Después de los atentados de Madrid en 2004, quedó claro que España estaba firmemente asentada en el mapa de los terroristas yihadistas. El país, si no su gobierno, se opuso firmemente a la guerra de Irak, y ha mantenido un perfil bajo frente a otras intervenciones militares occidentales en el mundo árabe, una actitud que algunos analistas pensaron podría haber evitado que España se convirtiera en un objetivo al mismo nivel que los Estados Unidos, el Reino Unido o Francia.
Sin embargo, con esta ola actual de ataques a objetivos blandos, que sólo necesitan una furgoneta alquilada y un conductor decidido para tener éxito, la prevención se ha convertido en un reto casi inmanejable. Teniendo en cuenta lo que ha ocurrido durante el último año en Niza, Londres, Estocolmo y Berlín, era sólo una cuestión de tiempo que Barcelona no experimentase la misma suerte. No está claro en este momento cuántos autores participaron en el ataque de Barcelona y en un segundo intento en Cambrils, una pequeña localidad turística al sur de Barcelona, donde cinco terroristas sospechosos han sido muertos a tiros, si bien la complejidad de la operativa sugiere que hubo una planificación previa significativa. Lo que en cualquier caso está claro es que, al golpear a una marca mundialmente famosa, un destino favorito, un lugar donde tanta gente de tantos países se reúne, es un intento de alcanzar un impacto global. Hasta el 16% del PIB español proviene del turismo, y se espera que lleguen a 84 millones los turistas que visiten este país en 2017. Golpear a España a mediados de agosto, cuando el turismo está en su apogeo, subraya las ambiciones globales previstas de la acción terrorista.
Las consecuencias internas de este atentado todavía están por verse, pero indudablemente se produce en un momento político muy delicado en España, cuando las tensiones entre el gobierno regional catalán, controlado por los partidarios de la independencia, y el gobierno central español, están en un momento de máximo voltaje. Después de un primer intento de celebrar un referéndum sobre la independencia en noviembre de 2014, frente a la firme oposición de Madrid, el campo pro-independencia terminó realizando consultas informales. En ese momento, lograron obtener apoyo de alrededor de un tercio del censo electoral. Ahora han pedido un nuevo referéndum, que debería celebrarse el 1 de octubre de este año, y declararon que lo mantendrán a pesar de una prohibición explícita del Tribunal Constitucional. La tensión sobre este asunto ya estaba al límite cuando la furgoneta atropello a la multitud en las Ramblas ayer, y los barceloneses, catalanes y españoles sintieron primero el horror, luego el dolor y ahora el orgullo.
Si hay algo que pueda alimentar el espíritu de una nación y la solidaridad de su pueblo, en estos tiempos de incertidumbre y confusión de fronteras, es un ataque terrorista de grandes dimensiones. Barcelona saldrá más fuerte y orgullosa de este día de horror. Seguirá siendo una ciudad moderna, atractiva, cosmopolita y cada vez más global. Todos estamos unidos en esta interminable batalla contra el extremismo, y hoy hay menos espacio que nunca para lo que Robert Kaplan llamó una vez, brillantemente, el narcisismo de las pequeñas diferencias.
Este artículo se publicó originalmente en inglés en The Guardian 18/08/2017
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