
Sólo no ve el que no quiere ver. La verdad es que, poco a poco, el país va adaptándose a la grave situación creada por el golpe que sufrimos. Es como una ola que avanza y que envuelve al país entero.
Pero esa ola reaccionaria y conservadora no se parece a una ola del mar, de esas que gustan a los surfistas.
Brasil está siendo engullido por una ola que tiene todas las características de aquella que arrasó Brumadinho, y todos los sueños que allí existían. Una ola que sigue avanzando hacia el río San Francisco.
Comenzó por la destitución ilegal e ilegítima de la presidenta electa, interrumpiendo de esta manera nuestro proceso democrático; la situación se agravó con la persecución y la prisión injusta de Lula, y luego con la elección tutelada de Bolsonaro para dirigir el país.
Todo lo que conquistamos, construyendo un proyecto de felicidad y de futuro, está ahora amenazado.
¡Están poniendo a Brasil patas arriba! El país ya está orientado hacia el pasado. Todo lo que conquistamos, construyendo un proyecto de felicidad y de futuro, está ahora amenazado.
Brasil y el pueblo brasileño no caben en ese proyecto reaccionario, antipopular, autoritario y en contra de nuestra soberanía y nuestra felicidad. Pero, aún así, avanzan y avanzan hacia el pasado.
Están atacando en muchos frentes, para que no quede piedra sobre piedra.
Atacando nuestra soberanía; entregando nuestras riquezas. Atacando los derechos sociales, conquistados en décadas de lucha; destruyendo lo que conquistamos en la educación, la cultura, la salud y en otros frentes. Están deconstruyendo deliberadamente el Estado nacional.
Se están preparando para restringir la libertad, conquistada después de la caída de la dictadura.
No hay espacio, ni hay dimensión de nuestra realidad, tampoco en la esfera de lo simbólico, que no esté siendo atacada.
Están tratando de destruir el país y el futuro que Brasil venía tejiendo a duras penas.
Están tratando de destruir el país y el futuro que Brasil venía tejiendo a duras penas.
Este ambiente apocalíptico está generando perplejidad, tristeza y pesimismo en muchos brasileños y brasileñas.
Y nada en este momento parece impactar lo suficientemente como para generar una conmoción entre la gente. Nada.
Ni la muerte de más de trescientas personas, víctimas de la codicia y la usura de una empresa minera, responsable de otras tragedias una vez que fuera privatizada; ni la destrucción de la naturaleza, la muerte de los animales y la muerte de los ríos. Nada.
Lloramos en solitario ante nuestros aparatos de televisión. Al ver las imágenes de muerte y destrucción, comentamos con los más cercanos la gravedad de los hechos, igual que se comenta un partido de fútbol que nuestro equipo acaba de perder.
¡El crimen es gigantesco, y la irresponsabilidad de Vale S.A, de las autoridades y de la sociedad en general, es inmensa!
Y todo sigue como si la tragedia brasileña fuera fruto de la fatalidad. Incluso sabiendo que muchas otras bombas de relojería pueden estallar en cualquier momento.
Actuamos como si no fuéramos a perder nuestros derechos fundamentales a llevar una vida decente.
Actuamos como si no fuéramos a perder nuestros derechos fundamentales a llevar una vida decente. El hecho de que veamos amenazada la libertad conquistada, no parece afectarnos.
Los medios de comunicación capturan la indignación de la sociedad, aunque sea incipiente. Y, a pesar de las muertes y de la destrucción, transforman el crimen y la tragedia en un nuevo espectáculo, como en un reality show que todos seguimos en HD.
Vendrán otros "accidentes". Como ese de los 10 niños que murieron en el incendio del centro de entrenamiento del Flamengo en Río de Janeiro.
O como en Santa Tereza, con 13 muertos en un tiroteo. ¿O fueron ejecuciones? ¿A quién le importan estas diferencias?
Nuestra única certeza es que el dolor se convertirá rápidamente en espectáculo... y lloraremos de nuevo en la soledad de nuestros hogares.
Vivimos una gran pesadilla colectiva. ¿O se trata de un brote psicótico de alcance nacional?
El clima de optimismo que vivimos a partir de la primera elección de Lula va siendo sustituido por el pesimismo y la depresión, sin que se haya producido una reacción colectiva.
Tenemos que reconocer que el golpe tuvo bien urdido y mejor planificado. Una parte de los brasileños apoyó o se dejó manipular en algún momento por la narrativa golpista, y se convirtió en cómplice, o en inocente útil.
Hoy, muchos están avergonzados o en vías de darse cuenta del error que cometieron. Estas personas están atónitas, y se resisten a admitir que se equivocaron, que fueron manipuladas como niños.
Incluso entre las personas más críticas con las fatigas sociales y políticas del país vemos síntomas de ese proceso de sumisión a la avasalladora "realidad de los hechos". Como si nada se pudiera hacer para detener esta pesadilla.
Hay muchas otras presas de lodo tóxicas, listas para estallar sobre nosotros.
La reforma de la seguridad social se está construyendo contra el futuro de nuestros jóvenes.
La Amazonia, el Cerrado, los ríos, la fauna, la flora y toda nuestra biodiversidad está siendo o será atacada por sorpresa por grupos económicos aún más codiciosos que la minera Vale.
Las escuelas se van a transformar en templos de ignorancia. La política de seguridad pública deja en manos del ciudadano la responsabilidad por su propia defensa, alienta a que todo el mundo se arme, y promueve la violencia policial.
Los líderes reaccionarios preparan varios frentes de ataque a la libertad de expresión y a la libre producción cultural. El derecho a la información ya está restringido.
Los líderes reaccionarios preparan varios frentes de ataque a la libertad de expresión y a la libre producción cultural. El derecho a la información ya está restringido. Incluso los electroshocks en los manicomios, como discurso y sumisión de los enfermos mentales, están volviendo.
Los síntomas no dejan lugar a dudas de que las instituciones están siendo capturadas por ese proceso regresivo y de captura de nuestras riquezas. Esto aumenta la sensación de que estamos caminando hacia el reino de Tánatos.
Y, a pesar de todo, para la mayoría de los brasileños y brasileñas, la vida sigue su curso.
Ellos, los que tomaron el poder y reparten las cartas en el país, son como el lodo de Brumadinho. Avanzan inexorablemente y de forma avasalladora, contaminando, destruyendo y matando todo lo que encuentran por delante. Sin resistencia significativa. Al menos por ahora. Esparciendo muerte, destrucción, tristeza e infelicidad.
¿No es hora de decir un gran NO?
No sólo a Bolsonaro, sino a todo este giro radical, que colocó a Brasil rumbo al pasado.
¡Levántate, sacúdete el polvo, y salta por encima de todo esto, Brasil!
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