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¿Llegó la hora de un nuevo Ecuador?

Al saberse los resultados del referéndum del 4 de febrero, el presidente Lenín Moreno prometió "construir un nuevo Ecuador". Rafael Correa queda atrás, y el centrismo podría ser el camino de la nueva era. English

Gerard Coffey
9 febrero 2018
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El presidente ecuatoriano, Lenin Moreno, muestra su voto antes de emitir su voto durante un referéndum en Quito, Ecuador, el 4 de febrero de 2018. (Xinhua) / Santiago Armas) PA Images. All rights reserved.

La votación terminó, y los ganadores celebraron los resultados. Como era de esperar y esta vez predijeron correctamente los sondeos, el voto del SÍ que defendía el presidente Lenín Moreno logró una mayoría sustancial (aproximadamente el doble que la opción contraria) en las siete preguntas que se planteaban.

 La cuestión es si este referéndum, el undécimo desde que la democracia electoral regresó a Ecuador hace 40 años, va a representar un momento clave en la historia del país, o si se trata simplemente de una consolidación del poder dentro de estructuras ya conocidas.

Sin lugar a dudas, el motivo de la votación era la necesidad de afianzar el control del poder del presidente Moreno, que no parecía muy firme al comienzo de su mandato. Desde que obtuvo una ajustada victoria en las elecciones presidenciales de marzo de 2017, el objetivo del gobierno ha sido el de la consolidación, aunque el escenario político ha experimentado un cambio radical en el último año.

A día de hoy, el índice de aprobación de Moreno oscila entre el 60% y el 70%, dependiendo de la fuente que uno quiera creerse. Esta recién adquirida popularidad del presidente se debe a dos factores: una ofensiva de seducción a través de un amplio proceso de consulta sobre políticas a seguir y rumbo futuro del país, procurando no ofender a nadie, y la casi increíble hostilidad del ex presidente Rafael Correa y de su grupo de incondicionales, que parecen sacados de una celebración retro.

Rechazando de plano la consulta, Correa se metió en campaña e hizo sentir su presencia con críticas muy agresivas a su ex vicepresidente por traicionar, según él, principios básicos.

Correa no se limitó, por supuesto, a gritar desde el burladero. Rechazando de plano la consulta, se metió en campaña e hizo sentir su presencia con críticas muy agresivas a su ex vicepresidente por traicionar, según él, principios básicos.

Es obvio que esta táctica no funcionó con la mayoría de los votantes, aunque está por ver si eso tendrá repercusiones en su todavía importante base de apoyo electoral. En realidad, es poco probable que Correa esperase ganar: su campaña se basó más bien en su propio sentido de destino histórico y, de modo más pragmático, en la necesidad de mantener su nombre y el de los suyos en el ojo público. Lo que pensaba realmente de las preguntas planteadas quizás no viene al caso.

Para los dos bandos, se trataba de una cuestión de todo o nada. Y aunque el referéndum consiguió avivar el debate público, la mayoría de los votantes no consideró que lo que se pedía era una elección razonada entre opciones vitales para el futuro del país, sino, simplemente, de decir SÍ o NO: un voto de confianza en Lenín Moreno y de rechazo a Rafael Correa, o todo lo contrario.

No quiere esto decir que las preguntas carecieran de importancia. Votar para limitar la presidencia de la República a dos mandatos puede poner a Ecuador en el camino correcto, alejándolo de la tiranía que según dicen anida en los supuestos de reelección ilimitada (y no fraudulenta, en el caso de que esto sea posible).

Habría en esto materia para el debate aunque, en términos prácticos, la aprobación del límite de dos mandatos simplemente retrotrae a lo que ya disponía la Constitución de Montecristi de 2008 - límite que fue anulado en 2015, sin consulta pública, por la mayoría parlamentaria de Correa.

La medida fue muy criticada en su momento y su anulación viene a satisfacer hoy, en cierta medida, un deseo de revancha. También impedirá, por supuesto, que Rafael Correa vuelva a postularse para la presidencia (pero no para algún otro cargo político), algo que a muchos, y no solo los que forman parte del círculo de Moreno, les suena a música celestial. ¿Podía Rafael Correa, de haber tenido la oportunidad de presentarse de nuevo, esperar ganar? Ésta es la pregunta.

 No hay duda de que Moreno ganó, en parte, porque él NO era Rafael Correa.

Si se hubiese presentado por tercera vez en marzo del año pasado, es muy posible que no hubiese conseguido hacerse con la victoria, ya que no hay duda de que Moreno ganó, en parte, porque él NO era Rafael Correa.

Ahora, casi un año después, los escándalos de corrupción, el encarcelamiento del vicepresidente Jorge Glas y las interferencias en el sistema de justicia -algo que debería recibir ser objeto de mayor atención-, además de la agresividad de la que hace gala el ex presidente, han debilitado su figura ante los ojos de la mayoría de la población.

El índice de aprobación de Correa ha bajado considerablemente y se sitúa hoy en torno al 30%. Hubiera necesitado realizar cambios importantes, tanto en términos de su proyección personal como de la composición de su círculo interno (cuyos miembros no parecen darse cuenta de la mala reputación que tienen hoy) para tener alguna opción de ganar en 2021. Ahora esto, al menos por el momento, no es un problema.

El otro gran tema resuelto, al menos en parte, es el del futuro del Comité de Participación Ciudadana y Control Popular (del gobierno). Permitir que se cambie la estructura del comité es una medida popular por varias razones, ante todo porque el Comité se había convertido en el auténtico núcleo de control estatal, lo que le permitió a Correa y a su gente nombrar todos los cargos importantes del país, entre ellos el de Fiscal General y, desde allí, controlar todo el sistema judicial.

El Comité se convirtió así en un esquema piramidal que permitía hacer casi cualquier cosa, con escaso riesgo de reprobación. Probablemente, la forma más precisa de describir el sistema sería decir que funcionaba con impunidad y persecución.

Por supuesto, no estaba previsto que las cosas fuesen de esta manera. Pero ya sea por ingenuidad o, simplemente, por subestimar el poder del fenómeno Correa, la Constitución de 2009 abrió la puerta a lo que ha sucedido en los últimos años, sobre todo desde la abrumadora mayoría parlamentaria que obtuvo Correa en 2013.

Cabe señalar que el Presidente de la Asamblea que redactó la Constitución, Alberto Acosta, se postuló para presidente aquel año, pero obtuvo menos del 4% de los votos.

Aunque a la mayoría de la población hacer cambios en la estructura del Comité le parece una buena idea, el problema para Moreno es cómo hacerlos sin perder una oportunidad de oro para consolidar, sin aparentarlo, su control del poder.

La pregunta que se hace la población es si la nueva estructura será realmente, como ha prometido el Presidente, más abierta y democrática, y a la vez capaz de mantener a la Derecha a cierta distancia.

Las demás preguntas planteadas el pasado domingo, aunque importantes, no afectan la estructura del sistema político. Qué planes tiene Moreno para el futuro es una cuestión que está todavía en el aire, enrarecido y muy contaminado, de la capital.

La fuerza del triunfo podría permitir a Lenin Moreno gobernar con mano más firme, pero la cuestión es si elegirá hacerlo y si, en este caso, se enfrentará en lugar de plegarse a las demandas de aquellos sectores de la Derecha que le han respaldado.

No está claro si la victoria en el referéndum marcará un cambio en el estilo casi deferente que ha adoptado hasta ahora, tratando de complacer a todo el mundo, al menos hasta después de la votación. La estrategia le ha funcionado, como demuestra claramente su índice de aprobación y la magnitud de la victoria en el referéndum.

La fuerza del triunfo podría permitirle gobernar con mano más firme, pero la cuestión es si elegirá hacerlo y si, en este caso, se enfrentará en lugar de plegarse a las demandas de aquellos sectores de la Derecha que han respaldado su posicionamiento anti Correa y que ahora estarán esperándole a la puerta con la gorra en la mano.

Es razonable pensar que va a haber un cambio. Los principales asesores de Moreno son de centroizquierda y él mismo, de joven, estuvo en los márgenes de un movimiento revolucionario - aunque esto mismo podría decirse, sin duda, de muchas personas durante los años ochenta y noventa que ahora son ‘algo menos radicales'.

Cabe, por lo tanto, la posibilidad de que Moreno aproveche la oportunidad para volver a sus raíces e inclinaciones de izquierda, aunque de momento no es más que eso: una posibilidad. Como dato positivo, la economía marcha a su favor en 2018, y el dinero ayuda siempre a que la gente vea tu punto de vista.

El precio del petróleo ha subido considerablemente y las perspectivas internacionales son buenas, a condición de dejar de lado lo del calentamiento global. El resultado del referéndum también puede facilitarle convencer a algunos de los partidarios menos cerriles de Correa de que se unan a él en este mandato. No es fácil dejar atrás los privilegios.

En cuanto al ex presidente, que ha perdido todas las batallas recientes tanto en lo relativo a su propio futuro como al de su partido, esta última derrota disminuirá probablemente su capacidad de interferir en el funcionamiento del gobierno, al menos tanto como lo ha hecho hasta la fecha.

Las acciones de Correa, por diseño o por torpeza, casi echaron a Moreno en brazos de la Derecha simplemente para garantizar su propia supervivencia a corto plazo.

No deja de ser irónico, pues, que si Correa hubiese sido presidente en el contexto actual de constreñimiento de las finanzas públicas, sin duda se habría visto forzado a tener relaciones muy similares con los bancos y las empresas. Y esto no es especular: las propuestas de venta de activos, privatizaciones y acuerdos de libre comercio ya estaban sobre la mesa y en marcha antes de que Moreno accediera a la presidencia.

En realidad, no hay forma de saber si la actitud y las acciones de Correa en los últimos nueve meses se han debido simplemente a su empecinamiento y a un sentimiento de insulto personal - algo de esto hay, desde luego – o han  obedecido, al mismo tiempo, a una táctica para ocupar terreno a la izquierda de Moreno.

La maniobra está sin lugar a dudas en su agenda: el plan es el de  formar un nuevo partido progresista. Considerando la falta de liderazgo y coherencia de la vieja izquierda, la idea de un nuevo bloque potente no es una mala idea, sobre todo porque a menos que Moreno sorprenda, en las circunstancias actuales lo más que se puede conseguir es una coalición de centro.

Un gobierno de centro no es, de momento, tan negativo, ya que supone que la Derecha dura, a lo Macri/Temer, lo tiene complicado para hallar un punto de apoyo en el país.

Pero tal vez deberíamos estar agradecidos por las mercedes que se nos conceden, que no son tan pocas. Un gobierno de centro no es, de momento, tan negativo, ya que supone que la Derecha dura, a lo Macri/Temer, lo tiene complicado para hallar un punto de apoyo en el país.

Por otro lado, la falta de una plataforma coherente y de credibilidad de Correa y su círculo contaminado no solo implican que por ahí no está la respuesta a largo plazo, sino que - sobre todo -  bloquean la posibilidad de que surja otro grupo político progresista.

El centrismo podría ser el camino.

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