
25 de noviembre de 2017 - Barcelona, Barcelona, España - Las mujeres sostienen pancartas exigiendo 'libertad para los presos políticos catalanes'. Imagen: Jorge Sanz/Pacific Press via ZUMA Wire/PA Images. Todos los derechos reservados.
En los últimos meses, nuestra capacidad para olvidar se ha hecho cada vez más evidente. En nuestro Primer Mundo ciego, sordo y mudo - en España, por ejemplo -, hemos presenciado gritos contra la opresión y luchas por la libertad. Muchos se han echado a la calle para luchar por los derechos civiles y políticos y los analistas han defendido el derecho al voto y el estado de derecho.
En el calor de la lucha se han producido muestras de intolerancia, reacciones desmedidas por parte de las fuerzas del orden y lesiones, todo en nombre de la libertad, la independencia o el orden constitucional.
Pero, ¿y si contextualizáramos las luchas del Primer Mundo? ¿Y si recordásemos dónde estamos y qué está sucediendo en otros lugares?
La vida fuera de la burbuja del Primer Mundo es dura y corta.
Por ejemplo: el 15 de octubre pasado, en Somalia, 315 personas perdieron la vida en el peor ataque de la historia del país. Otro ejemplo: en septiembre, más de medio millón de rohingyas huyeron de Myanmar y cruzaron a Bangladesh, ante una ofensiva del ejército, mientras Aung San Suu Kyi , la mujer que inspiró la lucha contra la represión militar con su postura no violenta y fue galardonada con el Premio Nobel de la Paz, guardaba silencio - como tantos otros.
El 26 de septiembre expiraba el plazo que la Unión Europea había dado a sus estados miembros para acoger a refugiados que huyen de la guerra, el hambre y la opresión. España, por ejemplo, solo había acogido hasta la fecha al 11% del total al que se había comprometido. Muchos otros países europeos tampoco han cumplido con sus compromisos.
La vida fuera de la burbuja del Primer Mundo es dura y corta. Podríamos llenar este artículo con cifras sobre la malnutrición infantil, las violaciones cotidianas de los derechos humanos y las víctimas de la represión y las bandas criminales. Pero estamos ya todos familiarizados con ellas y somos plenamente conscientes de la realidad que describen, ¿verdad? Es cierto que muchos de nosotros tratamos de ayudar promoviendo la cooperación, luchando por los derechos de los demás, apoyando a ONGs. Pero también es cierto que nuestra ayuda, por desgracia, es del todo insuficiente en este mundo irracional, injusto y violento. De hecho, como ciudadanos, es muy poco lo que podemos hacer para cambiar las cosas fuera de nuestra burbuja.
Pero hay algo que sí podemos hacer: evitar ser manipulados por políticos irresponsables e irracionales. Es decir, por aquellos que intentan enredarnos a través de relatos nacionalistas, que intentan convencernos de que otros nos oprimen o amenazan, que reescriben la historia a su antojo y que, al mismo tiempo, niegan su inveterada corrupción, empobrecen a sus conciudadanos para rescatar a los bancos y no ofrecen amparo humanitario a los refugiados. La exaltación nacionalista, el abrazar banderas y cantar himnos patrióticos son herramientas propias de los dictadores y de los no ilustrados que se autoproclaman demócratas. El nacionalismo puede ser el opio tanto de los que piden la independencia como de los que llaman a la unidad: dos hombres calvos peleándose por un peine, como dijo Jorge Luis Borges, refiriéndose a la guerra de las Malvinas en 1982.
Este contexto salpica a todo el mundo. Los periódicos pierden su propósito esencial: dejan de informar y solo llevan propaganda. Los analistas se insultan unos a otros. Y la democracia se lleva la peor parte. Las sociedades polarizadas se alejan de cualquier intento de consenso y diálogo.
Es obsceno luchar por quién es "la víctima" mientras que, fuera de nuestra burbuja, se tortura y asesina a los oprimidos.
El escritor español Antonio Muñoz Molina dejó dicho hace poco que es obsceno luchar por quién es "la víctima" mientras que, fuera de nuestra burbuja, se tortura y asesina a los oprimidos, se mata y encarcela a los presos políticos y la lucha por la libertad de expresión termina a menudo en el exilio.
Seguramente, muchos pensarán que estas palabras devalúan injustamente la lucha de los independentistas catalanes y también la de aquellos que están por la unidad de España pase lo que pase. No es mi intención ofenderles. Lo que pretendo es pedir simplemente algo de sensatez y respeto para aquellos a los que, en el ancho mundo, se les oprime y silencia y no disfrutan de derechos ni son objeto de juicio justo. Advertir también acerca de los políticos irresponsables que azuzan aquí y allá a la población con el nacionalismo, y pedir a los lectores que recuerden cómo, en nuestro pasado reciente, esto siempre nos ha llevado a la guerra y a la destrucción. El nacionalismo puede cegarnos todavía más. Y puede liberar fuerzas que nunca deberíamos permitir que salgan de nuevo a la superficie.
Tener cubiertas nuestras necesidades básicas no nos da derecho a mirarnos el ombligo. En primer lugar, porque no todas las personas en Europa, en España o en Cataluña tienen cubiertas sus necesidades básicas. En segundo lugar porque, como dice Muñoz Molina, es inmoral hacernos las víctimas cuando hay millones de víctimas reales en el mundo cuyas vidas corren peligro. Y en tercer lugar, porque no solo es más justo sino también más productivo luchar contra quienes nos manipulan, nos mienten y nos roban - aquí, en Somalia o en Myanmar.
Lee más
Reciba su correo semanal
Comentarios
Animamos a todo el mundo a que haga comentarios, Por favor, consulte las intrucciones de openDemocracy para comentarios