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No hay desastres naturales

¿Debemos considerar el colapso de la presa de Brumadinho como un caso de incompetencia empresarial o como un crimen contra las personas y la naturaleza? English

Jason von Meding Djair Sergio de Freitas Junior Maíra Irigaray
11 febrero 2019

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Tras la rotura de la presa de Brumadinho, 26 de enero de 2019. Crédito: Wikimedia/Youtube. CC BY 3.0.

La última catástrofe humana y medioambiental en la que está implicada Vale, la mayor empresa minera de Brasil, ocurrió el 25 de enero de 2019, al reventar una presa de residuos mineros en el estado de Minas Gerais.

La ciudad de Brumadinho quedó sumergida bajo los residuos y el lodo. Se ha confirmado ya la muerte de cien personas y más de doscientas siguen desaparecidas.

Esta catástrofe viene a añadirse a la ocurrida en noviembre de 2015, cuando reventó la presa de residuos mineros de Fundão, cerca de Mariana.

A pesar de que Vale supuestamente sabía que la presa podía romperse, no hizo nada por evitarlo, con lo que se produjo el peor desastre medioambiental de la historia de Brasil.

Se trata en ambos casos de sucesos horribles, pero que si no encuentran una respuesta adecuada es probable que vuelvan a ocurrir. Brasil se enfrenta a la dura tarea de gestionar los problemas que comporta tener una red de presas viejas, muchas de ellas en riesgo de romperse.

A pesar de que Vale supuestamente sabía que la presa podía romperse, no hizo nada por evitarlo, con lo que se produjo el peor desastre medioambiental de la historia de Brasil.

El país se encuentra en una encrucijada. El recién elegido presidente Jair Bolsonaro no tiene ningún reparo en mantener públicamente una postura contraria a la protección del medio ambiente, cuyo objetivo no es otro que favorecer descaradamente la expansión de la agroindustria y la explotación de materias primas - en un país con muchas infraestructuras de pésima construcción que en muchos casos violan derechos humanos y medioambientales, y sujetas a escaso control.

A pesar de algunas declaraciones oficiales de respeto al medio ambiente, se ha progresado poco durante los mandatos anteriores, tanto de Michel Temer como de Dilma Rousseff y Lula.

No se detuvo la deforestación, se expandieron la minería y la agricultura y se construyeron más presas. Y solo gracias a una campaña nacional e internacional se logró impedir que Temer eliminara la reserva forestal de Renca en 2017.

El aumento de la desigualdad y el declive de los indicadores sociales ocupan un lugar destacado en las preocupaciones de los brasileños. El descontento por este motivo fue sin duda un factor importante en la elección de Bolsonaro.

Para algunos, el coste medioambiental del desarrollo no es en absoluto prioritario. Las desigualdades y las injusticias sociales generan riesgo. Y así los problemas estructurales se entrelazan con las fallas del desarrollo y las negligencias empresariales.

Pero a pesar de los esfuerzos por atribuir culpas, la realidad es que con la detención de algunos empleados de Vale no se abordan las verdaderas causas del problema.

Aunque la incidencia de negligencias técnicas puede ser importante, hay en juego problemas sistémicos de mucha mayor cuantía. No son desastres ‘naturales' - por consiguiente, ¿puede considerarse el derrumbe de la presa de Brumadinho como un crimen contra la naturaleza y la humanidad?

El "dominionismo" es la ideología religiosa que sustenta la posición medioambiental que mantienen muchos conservadores: la idea de que los seres humanos tienen derecho a dominar y, por lo tanto, a explotar la tierra y todas las demás formas de vida.

Hace un par de semanas en Davos, el presidente Bolsonaro habló de Brasil como líder mundial en protección medioambiental, pero las imágenes del tsunami de lodo y residuos mineros tóxicos sumergiendo Brumadinho hicieron que sus palabras sonaran huecas.

Su gobierno tiene muchos puntos en común con el de la Casa Blanca de Trump, que también recibe muchas críticas por su actitud hacia las cuestiones medioambientales. Algunos sostienen que el "dominionismo" es la ideología religiosa que sustenta la posición medioambiental que mantienen muchos conservadores: la idea de que los seres humanos tienen derecho a dominar y, por lo tanto, a explotar la tierra y todas las demás formas de vida.

Pero como decía el líder nativo norteamericano John Trudell (lakota santee) en 1980: “Debemos ir más allá de la arrogancia de los derechos humanos. Debemos ir más allá de la arrogancia de los derechos civiles. Debemos adentrarnos en la realidad de los derechos naturales, porque el mundo natural tiene derecho a la existencia.

Nosotros solo somos una pequeña parte de este mundo. No hay soluciones de compromiso”. Como sociedad global, nos enfrentamos a un colapso del sistema terrestre y esto requiere diseñar un profundo cambio cultural a partir de imaginar de nuevo nuestra relación con el planeta. Pero ¿cómo puede llegar este cambio?

Los fallos del enfoque de arriba-abajo

En Brasil, la existencia de una asentada cultura de connivencia entre gobierno y empresas hace que cualquier proceso significativo de cambio de arriba-abajo sea lento y doloroso.

El fracaso colectivo de los actores públicos y privados en disminuir los riesgos de catástrofe medioambiental no es en absoluto una exclusiva del gobierno actual.

La amenaza que pesa sobre la legislación de protección del medio ambiente en Brasil no es nueva, dado el desplome de la economía en los últimos años.

El presidente Michel Temer aprobó la creación de la Agencia Nacional de Minería y vetó la creación de 130 nuevos puestos para la supervisión de las actividades de las empresas mineras con el argumento de evitar un aumento del gasto público.

El proceso de concesión de licencias medioambientales en Brasil se percibe por parte de muchos defensores de los intereses empresariales como un obstáculo para el "progreso".

Los derrumbes de presas son la punta del iceberg de una red de dominio empresarial inserta en las estructuras de gobierno que prioriza abiertamente las ganancias por encima de cualquier otra consideración.

Aunque la legislación vigente es progresiva y sólida sobre el papel, una vez tomada la decisión política sobre un proyecto, su aplicación es mínima. Según la Constitución de 1988, el Estado tiene la obligación de proteger a las comunidades locales y a los trabajadores frente a riesgos cotidianos excesivos.

Los problemas de la presa Brumadinho eran bien conocidos, pero ni Vale ni la agencia medioambiental estatal tomaron medidas al respecto.

Los derrumbes de presas son la punta del iceberg de una red de dominio empresarial inserta en las estructuras de gobierno que prioriza abiertamente las ganancias por encima de cualquier otra consideración.

Se da prioridad a los inversores, a las empresas y a los grupos de interés especial en detrimento del bienestar humano y ambiental. Se pisotean los tratados sobre el clima, se violan los derechos humanos y el Estado es cómplice de todo ello.

João Clímaco, coordinador general del Foro Nacional de la Sociedad Civil en los Comités de Cuencas Hidrográficas (FONASC), lamentando esta crisis de gobernanza, decía que se trata de "un modelo establecido que no tiene ninguna relación con la realidad brasileña, con los derechos de las personas. Es un modelo que privilegia el poder concentrado del gran capital en detrimento de la sociedad y las instituciones democráticas".

Cuando el ex presidente Fernando Henrique Cardoso privatizó la empresa Vale, la vendió por poco más de 3 mil millones de reales brasileños. Veinte años más tarde, los beneficios de la empresa han aumentado más de un 1.700% y el Banco Nacional de Desarrollo le concede fondos públicos para que prosiga su expansión.

Desde el inicio, la compañía ha minimizado el riesgo que comportan sus operaciones y ha mostrado desprecio por la vida humana y el medio ambiente. Basta con comprobar dónde había ubicado el edificio donde se alojaban los trabajadores en el último desastre: justo al pie de la presa de residuos.

Fue éste el primer edificio que quedó sumergido por los lodos tóxicos. Y no se trata de un incidente aislado. Varios años antes del desastre de Mariana, Vale se había hecho ya con el dudoso título honorífico de “Premio Nobel de la Vergüenza” en 2012, cuando salió vencedora de la votación de peor empresa del mundo.

La influencia del lobby minero en la política brasileña es intensa: 46 de los 53 diutados federales elegidos en Minas Gerais en 2014 recibieron respaldo y financiación de la industria minera.

Ni el gobierno ni Vale han aprendido de sus errores del pasado, ni parecen estar dispuestos a ello. A pesar de los intentos de crear comisiones especiales y aumentar la supervisión de las explotaciones mineras, la influencia del lobby minero en la política brasileña es intensa.

Sin ir más lejos, 46 de los 53 diputados federales elegidos en Minas Gerais en 2014 recibieron respaldo y financiación de la industria minera.

La promesa de un enfoque de abajo-arriba

Con la mirada puesta en el futuro, cabe señalar que Brasil cuenta ya con un marco establecido para la protección del medio ambiente y la promoción del bienestar humano y no humano en su Constitución y (en menor medida) en el ámbito legislativo.

Pero hará falta el impulso de los ciudadanos para pasar de unas "leyes que no se pueden aplicar" a realidades concretas. No podemos esperar que los que están en el poder tomen las decisiones tecnológicas y legislativas necesarias – no queda tiempo.

Urge acción colectiva. De hecho, ya está en marcha: en enero de 2019, por ejemplo, 46 organizaciones ambientales, de derechos humanos, laborales y de la sociedad civil firmaron una declaración en la que se comprometían a "denunciar la odiosa retórica y los actos de violencia, intimidación y persecución" contra los activistas comunitarios y los defensores de la sociedad civil que Bolsonaro ha calificado de 'enemigos' y de 'terroristas'.

Pero redoblar el activismo no será suficiente sin una profunda reevaluación de nuestra relación como humanos con los sistemas naturales.

A medida que las personas se desencantan de un sistema socioeconómico global basado en los mitos de la escasez y la competencia, debemos idear y contar mejores historias sobre nuestra relación con la naturaleza y crear nuevas narrativas que estrechen los lazos entre nuestras comunidades y el mundo natural.

Hay que abandonar la trayectoria definida por un status quo que anda creando riesgos de desastres.

Como sostiene un artículo reciente publicado en el Journal of Peasant Studies, necesitamos un "ecologismo que reconozca la dialéctica entre la acumulación capitalista ampliada a escala global y el saqueo del medio ambiente".

La lucha por este tipo de ecologismo se está librando en todos los rincones del mundo. Los desastres medioambientales son una afrenta a nuestros esfuerzos colectivos por sobrevivir y prosperar.

Hay que abandonar la trayectoria definida por un status quo que anda creando riesgos de desastres.

Esto significa un cambio completo de cosmovisión y una revolución de la conciencia.

Los seres humanos tienen la capacidad de cumplir con su deber hacia las generaciones futuras: a diferencia de cualquier otro momento en la historia, hoy es (técnicamente) posible suministrar energía, alimentos y agua a todos los habitantes del planeta. Pero el problema no es técnico. Requiere reorientar nuestros valores socioeconómicos.

Únicamente a través del amor, la compasión, la solidaridad y la acción urgente disponemos del potencial no solo para sobrevivir sino también para fortalecernos, tanto entre nosotros como dentro de la red de la vida que nos conecta con la naturaleza. Porque no estamos separados de la naturaleza: somos la naturaleza misma.

Esta ha sido y es la cosmovisión de los pueblos indígenas en todo el mundo. Pero nosotros hemos tenido que pasar por demasiadas calamidades para aprender que no podemos comer ni respirar dinero.

El capitalismo solo se sirve a él mismo y necesitamos un sistema que sirva a la gente y que proteja al planeta. De lo contrario, no nos quedará futuro.

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