
Paro, paz y pandemia: claves para reflexionar sobre la Covid-19 en Colombia
En Colombia vivimos tiempos excepcionales. La pandemia y la incertidumbre resultante está creando una amplia gama de problemas.


En Colombia vivimos tiempos excepcionales. Excepcionales tanto por la incertidumbre que nos embarga como sociedad, como por el alumbramiento social y político que desde hace un tiempo parece concretarse, en medio de un gobierno nacional que orienta sus políticas hacia la reducción de derechos sociales y a la contracción de lo público. Una década de procesos y acontecimientos inéditos marca nuestra situación actual descrita por muchos como de transición, umbral, ruptura o bifurcación.
Paro, paz, pandemia: entre lo público y lo común
Tres imágenes podrían sintetizar nuestro momento. En la primera están las calles tomadas por las variadas consignas y emblemas del disgusto social y de un posicionamiento contra el miedo. De muchas maneras entran en galope distintas movilizaciones sociales que desde el 2008 tiñen con múltiples colores las expresiones sociales y políticas del país.
Por citar algunas de las más connotadas, nombramos la Minga Social y Comunitaria (2008), la movilización de la Mesa Amplia Nacional Estudiantil (2011), la Cumbre Agraria (2013-2014), las mingas y movilizaciones cívicas como las del Puerto de Buenaventura y Chocó (2018) y, finalmente, el Paro Nacional iniciado el 21 de noviembre del año pasado, cuando la reunión colectiva se tomó las calles, cantando, abrazando y gritando entre cacerolas, poniendo en evidencia capacidades de lo multitudinario y de lo común.
La segunda imagen se tiñe de blanco y adquiere el ánimo de esperanza que invoca la paz como posibilidad. La imagen se inaugura con el momento que todos seguimos esperanzados de manera presencial o en los medios, con la firma del acuerdo de paz con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia -FARC (2016), que anuncia un giro del conflicto armado en Colombia. Un instante que se complementa con las vicisitudes del proceso complejo y sinuoso con el Ejército de Liberación Nacional -ELN que continúa de manera frágil entre cierres y aperturas. Esto en medio de las tensiones generadas por los odios y temores de una sociedad que se enfrenta a la reconciliación y al perdón.
La tercera imagen es la de la cuarentena derivada de la expansión del Covid-19, la de un aislamiento en los principales centros urbanos que se produce en conexiones con el resto de América Latina y el mundo. Una imagen que se abarrota con las gentes de sectores medios en los supermercados comprando papel higiénico, que se vio anticipada por los anaqueles vacíos de alcohol anticéptico, tapabocas y jabón antibacterial en las tiendas de salud, supermercados y droguerías; así como por las expresiones coloquiales de quienes anunciaban un último saludo o una última despedida cálida y próxima, antes del confinamiento.
Paro, paz y pandemia, se entreverán en la situación que vive el país y permiten plantear algunas reflexiones al calor de la emergencia/crisis actual y sistémica. Proponemos una perspectiva situada en la triple trama que hemos descrito brevemente, para conjurar intentos de comprensión aislada de sus efectos, buscando descifrar algunas de las texturas de su significado integral.
Help us uncover the truth about Covid-19
The Covid-19 public inquiry is a historic chance to find out what really happened.
Aquí la pandemia es la desigualdad
Un período como el que vivimos, se constituye en un momento importante para la reflexión, dada su capacidad de condensar fuerzas sociales y disputas históricas, en arreglos que expresan la relaciones que constituyen la legitimidad social. Es un acontecimiento porque la potencia social que provoca excede su núcleo intrínseco de significación y se ensambla con otros registros de experiencia social interpelando el orden establecido. Abre puertas y posibilidades para el pensamiento crítico, la praxis política, la imaginación emancipadora; se constituye en polémica plural, en metamorfosis y bifurcaciones.
Algunas lecturas han querido ver en la crisis trasnacional despertada por la pandemia un comportamiento democratizador, pues “no se salva nadie”; o bien, el anuncio de lo inevitable, la obligación de un viraje, el inicio del fin de una manera de vivir atada al neoliberalismo. No suena con claridad ninguno de estos anuncios en Colombia; el 56% de todo el ingreso nacional le toca a la quinta parte de la población más rica, mientras que al quintal más pobre le corresponde apenas el 4%.
Aquí la pandemia es la desigualdad. Quisiéramos proponer una lectura en doble perspectiva que permita comprender lo que está ocurriendo, en la situación que hemos descrito y atendiendo algunas de las dimensiones que la propia noción de pandemia plantea. Para América Latina empieza significando la visión de una catástrofe que se extiende por el mundo que muchos ven como su modelo, la crisis en Europa y Estados Unidos.
Por un lado, referimos la dimensión de lo público, que en parte nos devuelve a los contextos nacionales, donde se define la interpretación de la crisis y se establecen las políticas públicas para enfrentarla. Lo público se dibuja desde una doble relación, como el escenario de acción de la política del estado y cómo los escenarios que se constituyen para establecer relaciones sociales de acuerdo lo hacen con determinados ordenamientos y pactos.
Por otro lado, nos ubicamos en las experiencias históricas de colectividades rurales y urbanas, locales y regionales, donde se definen relaciones más allá de la institucionalidad sustentadas en la no dependencia y la incredulidad frente a sus capacidades. Una fuerza con matices variados que parece expresar las búsquedas de lo común como impronta de la autonomía y la defensa de la vida. Lo común, que buscamos plantear como clave de lectura, se dibuja como el resultado y la producción como consecuencia de compartir un trabajo, al realizar una tarea social colectiva.
Paradojas de lo público: entre el riesgo y la emergencia
La noción de pandemia (la cual es posible entender en términos socio-biológicos) impacta lo público integralmente. Un primer efecto podría ser el retorno a los estados-nacionales en el contexto de las relaciones globales. La Covid-19 llega a Colombia primero como rumor lejano y luego como pánico europeo. Y desde aquí, con el álito europeo, irrumpe como crisis hospitalaria, como efecto de la privatización de la salud, como incapacidad del Estado de responder ante las necesidades de sus ciudadanos.
Pero esta es una sensibilidad que afecta quizá a la clase media, no a los sectores populares, quienes no gozan integralmente del derecho a la salud pública. En Colombia hay tres opciones: la salud se paga y se garantiza en lo privado, se padece en un sistema público precario, o se procura en las medicinas tradicionales, alternativas o comunitarias.
Lo que sucede hace algunas décadas es que la sociedad perdió capacidad de regulación social, esto es, capacidad para sanarse y educarse; y éstas se delegaron a instituciones de un sistema que tendió hacia la privatización de los derechos y a una suerte de expresión de política del cuidado que intensifica la responsabilidad individual sobre las formas colectivas.
La situación en Latinoamérica es latente y combina lo espectral con lo posible
Aparece como paradójico, que en un país en el cual el Estado ha brillado por su precariedad o por una presencia dirigida o focalizada, productora de exclusión y de desigualdad, sea éste quien pasa a tener un protagonismo inusitado. Pero el estado no es solo una fría conjugación de instituciones y burocracias, sino un campo de relaciones y disputas diversas tanto en las escalas como en la envergadura de los intereses en su interior.
En las escalas se expresa la tensión entre el orden nacional y regional: mientras en Bogotá y otras capitales, las alcaldías inician simulacros para comenzar cuarentenas, a nivel nacional se prorroga la decisión arguyendo razones económicas. En tanto relaciones y disputas, se preparan soluciones de emergencia a la infraestructura hospitalaria y cuando apenas se reportan cerca de 200 muertes en el país, inician las negativas de atención a médicos enfermos y las denuncias de falta de dotación hospitalaria; los médicos se rebelan frente a la falta de responsabilidad estatal, mientras desfila el carro fúnebre con el primer médico.
En Buenaventura y Quibdó, en el Pacífico colombiano, donde las organizaciones sociales han denunciado de manera reiterada la fuga de recursos y el despojo; donde la pobreza y las precariedades institucionales crecen al ritmo de las transacciones económicas, se anuncia ya la crisis hospitalaria y se reavivan las movilizaciones. Cuando se ordena el aislamiento preventivo obligatorio, las gentes deben salir masivamente a las calles a exigir atención y condiciones para soportar lo que se viene.
La cuestión regional cuenta con la economía del narcotráfico que no da tregua ni cuarentena y que al tiempo que amortigua la precariedad, dinamiza la triada guerra/corrupción/persecución y asesinato de líderes sociales, en una nueva disputa por los territorios en los que asoma la posibilidad de la paz.
Lo público está en un lugar de enunciación en el que diversas imágenes se repiten. Están las cifras que cambian día a día y con ellas las interpretaciones y los lugares de enunciación autorizados. Lo público que establece el orden limpio, que obvia las rupturas y sus consecuentes contaminaciones, se expresa en una cultura ciudadana que regula el comportamiento de forma autoritaria e individualizada, que busca contraer las relaciones y fragmentarlas, para producir un compromiso higiénico que domestica el comportamiento.
La situación en Latinoamérica es latente y combina lo espectral con lo posible. En este engranaje, lo público como escenario aparece concentrado en la higiene uniendo la noción del cuidado individual con el cuidado de los otros. La ilusión de la prevención inunda las habitaciones con guantes, jabones, legía y alcohol, reglamentando distancias e instituyendo el tapabocas como mediación corporal.
Las ilusiones parecen desvanecerse cuando en lo posible sólo ganamos tiempo para la gestión pública de camas y ventiladores, para que se desenvuelva la reacción inmunológica que parece impredecible. Las cifras parecen factibles de manejar, aunque la regulación puede utilizar represión y formatos autoritarios; pero desde ciudades como Buenaventura se expresa que el escenario está dispuesto para una posible muerte anunciada.
En determinados lugares lo público parece cierta vida domesticada, que logra regularse al son de un muro de Facebook o un Twiter. Por otro lado, el contagio se convierte en la realidad constante de entreveres sociales, justo allí donde las condiciones para la cuarentena en casa son prácticamente imposibles, porque no se tiene casa, ni comida, ni trabajo. Donde la situación de vida es el hacinamiento. Cuestión compartida por los migrantes venezolanos que han iniciado un éxodo de retorno a su país, por los desplazados indígenas emberas y por los habitantes de las barriadas, localidades y comunas de las ciudades capitales, quienes constituyen la mayoría de su población.
En tales contextos, se activa la posibilidad de movilización, que parece contraria a la higiene pública, que se retrata con la gramática del contagio y de la patología. Retrato suficiente para reprimirlas. Por eso la necesidad de combinar tapabocas y cacerola, de activar multitud sin aglomeración. Los poderosos no se quedan de manos cruzadas frente a la indolencia de los acontecimientos, se desesperan y aprovechan para seguir despojando y decretando. Desconfían de la novedad e intentan hacerla norma, como con los préstamos internacionales engrosados para apoyar a los bancos o las licencias ambientales express para aprobar grandes proyectos de infraestructura y explotación petrolera.
¿Cómo restituir lo público como escenario de encuentro, construcción de interculturalidad ciudadana y solidaridad social? Para lograrlo es necesario una perspectiva de crisis sistémica que prime sobre la lógica de emergencia y riesgo. En la impronta de la emergencia los costos se convierten en el límite, en el descriptor del riesgo y el riesgo es un termómetro que permite medir la fiebre social: cuándo se aísla, cuándo se asiste al hospital, cuándo se ingresa a una unidad de cuidados intensivos.
Contrapuntos de lo común: soberanía y junta
Lo común se afecta de diversas maneras y sus reacciones son múltiples también, quisiéramos entre ellas señalar las emociones movilizadoras como la solidaridad, el miedo, la indignación, la alegría.
El común se entiende como la reconstrucción de potencias sociales sustentada en experiencias históricas concretas. No como algo antiguo que hay que recuperar, haciendo alusión a un añorado estado de bienestar. El común es algo que se construye, es un conjunto de personas, de fuerzas que avanzan juntas, que trabajan de manera mancomunada, de lenguajes, de cosas puestas juntas, de elementos cognitivos; alude a ese descubrimiento conjunto producto de la necesidad, del deseo e interés.
Lo común se hace visible en primer lugar en el trabajo, en las labores invisibles de quien asea, recoge la basura, limpia, cura y sana. Se plasma, en segunda instancia, en las concreciones de solidaridad, expresadas en la recuperación del intercambio justo, del dar para recibir, en las expresiones del “dona lo que puedas y toma si necesitas”. Y también se expresa en la movilización, en la organización comunitaria que retoma la producción de alimentos para sí y para otros.
En muchas zonas rurales, con presencia organizativa, las guardias indígena, campesina y afro, han logrado establecer puntos para controlar las entradas a los territorios que les permite defender su territorio, así como de una posible llegada del virus
La falsa dicotomía entre salud y economía, termina por constituir una economía funcional para quienes se alinderan en el mercado que ve con preocupación el aumento de costos de producción, la disminución de la demanda y la reducción del consumo. Pero en las dinámicas en las cuales se produce lo común, la economía y la salud no se oponen, se imbrican partiendo de una reflexión cotidiana. Por esto los planes de vida (o conjunto de estrategias colectivas de ordenar el territorio y planear la vida en común) realizados por pueblos indígenas, comunidades negras y campesinas, así como por organizaciones sociales, buscan proyectar el hacer de manera conjunta, en función de la vida en común de manera holística.
Las redes de solidaridad y reciprocidad, se tornan protagonistas con sus propias posibilidades y despliegues, teniendo en cuenta que muchas de estas formas de organización son cambiantes y no necesariamente continuas. De cada experiencia de lucha u organización o resistencia o formas de aguante, quedan hilos que, en situaciones como las que se están viviendo, vuelven a tejerse.
Así de la movilización por la paz y la dinámica de emergencias y empatías expresadas en el Paro Nacional - como de las resistencias regionales - se logran convocar expresiones agroalimentarias, de distribución de mercado y de cuidado, aunque con una preocupación sobre la reducción de la capacidad productiva de la vida campesina.
En muchas zonas rurales, con presencia organizativa, las guardias indígena, campesina y afro, han logrado establecer puntos para controlar las entradas a los territorios, incluso generando una regulación frente a actores armados e institucionales que les permite defender su territorio, así como de una posible llegada del virus.
Al mismo tiempo, en cada vereda se han logrado organizar para ir por turnos al mercado y enviar algunos responsables que hacen un mercado para todas las familias, situación que permite evaluar qué se vende y consume, los costos y qué se está dejando de sembrar. A nivel urbano están las redes juveniles y comunitarias que actuaron en el paro y que hoy se convierten en repartidores de mercados o en grupos de cuidado.
Lo común se moviliza y reorganiza de diversas maneras y es allí donde puede alimentarse la potencia política para una salida democrático – solidaria, como respuesta a los quiebres de modelo de los cuales esta pandemia es una evidencia más.
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