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Podemos: el trayecto esquizofrénico desde las plazas hasta las instituciones públicas

Si de todas formas no van a ganar, como parece que será el caso ¿no hubiera sido mejor ceder menos y trabajar como oposición a favor de un cambio más profundo? English

Arianne Sved
17 diciembre 2015

Desde su nacimiento a principios de 2014, Podemos experimentó una subida vertiginosa en las encuestas durante su primer año seguida de un importante bajón durante 2015. Esta montaña rusa —que ahora parece remontar de nuevo— tiene varias explicaciones posibles. La verdad yace seguramente en una combinación de factores.

Lo que es innegable es que la irreverente crítica del sistema político español por el que Pablo Iglesias se dio a conocer en un principio tocó una fibra sensible en un número sorprendente de españoles, más allá de la izquierda tradicional. En eso consistía el plan precisamente. La gente estaba tan harta de tanta injusticia y corrupción que Podemos fue, sin duda, un soplo de aire fresco. En aquel momento, casi todos mis conocidos decían que iban a votar a Podemos. Recuerdo que un amigo publicista intentaba convencerme de que Podemos no era de izquierdas. “Claro que lo es”, le repliqué. “Lo que pasa es que los líderes de Podemos son muy habilidosos comunicando ideas de izquierdas con nuevos términos”. Su lenguaje está inspirado, en parte, en el de los movimientos 15M y Occupy, que en lugar enfocar el conflicto como izquierda contra derecha, hablaban del 99% frente al 1%.

Lo curioso es que, según encuestas recientes, hoy la mayoría de ciudadanos considera a Podemos de extrema izquierda, incluso más que Izquierda Unida, una coalición liderada por el Partido Comunista de España. Así pues, los esfuerzos de Podemos por ser percibido como mainstream no parecen estar resultándole demasiado bien. ¿Se debe a las injurias que sus líderes han sufrido durante meses en los medios de derechas? Ese puede ser un factor. Pero esos mismos medios han sido igualmente crueles con las recién elegidas plataformas ciudadanas municipales Ahora Madrid y Barcelona en Comú —que incluyen miembros de Podemos pero no están lideradas por ellos— y tanto la alcadesa de Madrid, Manuela Carmena, como la de Barcelona, Ada Colau, son dos de las políticas mejor valoradas en las encuestas.

Es probable que la popularidad de Carmena y Colau tenga algo que ver con el hecho de que ninguna de las dos se parece a un político clásico. Ni hablan como los políticos ni actúan como ellos, algo que no puede decirse realmente de Pablo Iglesias. Además, ambas mujeres han sido instrumentales a la hora de trascender la política de partidos para aunar distintas sensibilidades en pro de una causa común, una generosidad que la gente agradece obviamente. Podemos se sumó a estas plataformas ciudadanas porque no estaba lo suficientemente organizado como para presentarse a comicios en cientos de municipios el pasado mayo, y porque su razón de ser explícita no era ganar las elecciones locales ni las regionales sino las generales —ellos solos—.

Pese a los intentos por parte de otros partidos y movimientos sociales de reproducir el exitoso modelo de “confluencia” municipal para las elecciones generales, los dirigentes de Podemos se han negado a presentarse con ninguna organización que no esté dispuesta a someterse a su marca y, lo que es más importante, a su control. Las únicas excepciones son las Comunidades Autónomas de Cataluña, Galicia y Valencia, donde Podemos tiene una posición más débil debido a la existencia de partidos de izquierdas regionales como Iniciativa per Catalunya, Anova y Compromís. Sin embargo, Podemos ha rechazado sumar fuerzas con Izquierda Unida a nivel estatal. Muchas personas, incluida yo misma, se han quedado bastante perplejas ante la arrogancia que Pablo Iglesias y sus colegas han mostrado hacia un partido al que estaban afiliados muchos de ellos hasta hace poco. Incluso cabría sospechar que aquí entran en juego algunos conflictos personales. Sea cual sea la razón, esto le va a costar un buen número de votos a Podemos.

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Dilema.

Y aquí nos encontramos ante las ansiadas elecciones generales y con la máquina electoral de Podemos perdiendo fuerza. Aunque las encuestas han empezado a serle algo más favorables en las últimas semanas, sobre todo en las citadas regiones donde Podemos se presenta en coalición con otros, sigue lejos de tener posibilidades reales de vencer al actual partido de gobierno, el derechista Partido Popular, o a su tradicional contrincante “socialista” PSOE. Por si fuera poco, se enfrenta también a Ciudadanos, un partido catalán que se ha hecho estatal y que está subiendo como la espuma, al mismo ritmo que lo hizo Podemos tan solo un año antes.

Podemos y Ciudadanos tienen algunas cosas en común: ambos son partidos jóvenes con un marcado mensaje anti-corrupción. Pero mientras que Ciudadanos ha conseguido convencer a la mayoría de que es un partido de centro moderado —pese a que su política económica es preocupantemente neoliberal—, Podemos está perdiendo la batalla por ocupar “la centralidad del tablero”. ¿Se equivocó Podemos en los tiempos? ¿Debería haber hecho su aparición sorpresa en la escena política diez meses más tarde? Quizá. Pero es que también necesitaba tiempo para organizarse.

Y esto me lleva a otro hecho que sin duda ha influido en el desplome de Podemos: su manera de organizarse. Empezó como un partido desde abajo poco convencional. Cualquier persona, literalmente, podía ser candidato en sus primarias para las elecciones al Parlamento Europeo y cualquiera podía votar a esos ciudadanos por internet. Su programa político para las europeas era también abierto a la participación de todo el mundo. Recuerdo que al leerlo pensé que algunas de sus propuestas más radicales, aunque emocionantes, eran inviables para un país miembro de la actual UE neoliberal y antidemocrática. Pero fue, desde luego, liberador poder decir: este es nuestro sueño.

Tras obtener el 8% de los votos, un porcentaje insólito para un partido que llevaba pocos meses de existencia, se hizo patente que Podemos tenía que crear algún tipo de estructura en preparación para las elecciones generales. Decidirlo todo en asambleas tipo 15M no iba a ser práctico, claro está, pero muchos creemos que los fundadores de Podemos fueron demasiado lejos en su afán por crear una herramienta eficiente. Tal como diseñaron las primarias para sus llamados Consejos Ciudadanos, se garantizaba que iban a estar formados casi exclusivamente por personas elegidas o aprobadas por Iglesias y sus colaboradores más cercanos, lo cual resultó en un exceso de jóvenes académicos y una ausencia flagrante de miembros de clase trabajadora. A partir de ese momento, los Círculos (asambleas locales) dejaron de tener voz y voto en las decisiones importantes. Aunque Podemos ha mantenido ciertos aspectos de participación online así como una considerable transparencia en cuanto a su financiación, se ha convertido lamentablemente en un partido vertical y centralizado en lugar del ejemplo de democracia interna que muchos esperábamos. La sensación de desempoderamiento, e incluso de engaño, que esto ha causado en muchos activistas nos ha llevado a dar un paso atrás. Por tanto, el menguante apoyo de los miembros de base también ha contribuido de forma importante a debilitar el alcance de Podemos.

Por otra parte, los líderes de Podemos empezaron a moderar tanto su mensaje como sus políticas, ansiosos por demostrar que no eran los “idealistas irresponsables” de antaño (o sea, hacía solo unos meses); que representaban una alternativa fiable al bipartidismo de siempre. Esta estrategia parece estar fallando en varios sentidos. Los izquierdistas radicales están comprensiblemente decepcionados, pero también lo están los potenciales votantes jóvenes —abstencionistas habituales—, que probablemente ven el Podemos actual como otro partido cualquiera. Es más, sospecho que incluso muchos progresistas moderados perciben este cambio de actitud como una táctica insincera para ganarse a los votantes.

A diferencia de gobernar una ciudad, gobernar un Estado-nación conlleva algunas responsabilidades delicadas como la de lidiar con los poderes fácticos europeos o la de tener que tomar ciertas decisiones militares. Izquierda Unida puede mantenerse fiel a su postura anti OTAN, por ejemplo, porque sabe que no va a gobernar España, pero Podemos sí aspira a gobernar, supuestamente, lo cual le obliga a evitar promesas que no podrá cumplir, sobre todo después de lo ocurrido en Grecia.

Y he aquí la sensación de esquizofrenia que siempre he tenido respecto a Podemos. ¿Cuántas concesiones debería estar dispuesto a hacer? Si, tal como parece, no va a ganar, ¿no habría sido mejor ceder menos y trabajar por un cambio político más profundo desde la oposición? No lo sé, sinceramente. Pero una cosa es segura: incluso en el caso poco probable de que Podemos gane las elecciones del 20 de diciembre, su capacidad de acción será limitada. Un Estado-nación dentro de la UE tiene las manos atadas, y Pablo Iglesias lo sabe. Ningún gobierno estatal, por muy progresista que sea, puede abordar por sí solo la urgente necesidad de transformar a fondo tanto las instituciones europeas como el sistema bancario mundial. Son, a fin de cuentas, esos poderes no elegidos los que constituyen la raíz de todos los males, así que ya va siendo hora de que trascendamos fronteras y nos unamos —políticos y ciudadanos de a pie— para enfrentarnos a esos poderes. Espero que una fuerte presencia de Podemos en el parlamento español represente al menos un paso en esa dirección.

 

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