
Marine Le Pen durante un discurso en Villepinte, cerca de París. 1 de mayo 2017. Pauletto Francois/ABACA/ABACA/PA Images. Todos los derechos reservados.
Ante la segunda vuelta de las elecciones presidenciales francesas, no se trata de votar por el menor de dos males. Se trata de reunir a los progresistas para votar contra el mal en sí mismo.
Estamos, quizás, ante el fracaso más importante de los progresistas en toda Europa desde el estallido de la crisis financiera de 2008 y el escandaloso aplastamiento de la Primavera de Atenas por parte de Bruselas en 2015 –una absoluta incapacidad de unirnos y presentar un frente sólido, y una agenda sensible, no sectaria, contra las fuerzas nacionalistas tóxicas y xenófobas que desgarran la Unión Europea.
Si bien la urgencia de superar de una vez por todas esta incapacidad para unirnos debería haber sido dolorosamente obvia tras las experiencias del Brexit y Trump de 2016, el último grito de alerta a los progresistas europeos tras la primera vuelta de las elecciones presidenciales francesas corre también el riesgo de ser ignorado, y de que se pierda otra oportunidad para que los progresistas se unan.
Independientemente de todo lo anterior, debemos intentarlo.
Cuando Emmanuel Macron pasó a la segunda vuelta el mes pasado, evitando por el momento que Marine Le Pen vaya a ocupar el Palacio del Elíseo, la UE suspiró aliviada, al igual que nuestros representantes europeos, mientras que varios jefes de Estado se hicieron eco de la euforia vivida en Bruselas. Una vez más, se ha evitado el espantajo que se cierne sobre la Unión. Pero esto, lamentablemente, resulta ser de una miopía solo a la altura de la propia Bruselas.
Cuando Emmanuel Macron pasó a la segunda vuelta el mes pasado, evitando por el momento que Marine Le Pen vaya a ocupar el Palacio del Elíseo, la UE suspiró aliviada.
Macron podría muy bien impedir que el Frente Nacional suba al poder el próximo domingo, pero ¿por qué margen?, y ¿por cuánto tiempo? El épico desmoronamiento del partido socialista, antiguo partido de Macron, ha fracturado su electorado, repartiéndolo entre él, Benoît Hamon y Jean-Luc Mélenchon, de modo que el joven ex ministro de Economía (y banquero de inversiones) está condenado a vivir una presidencia extremadamente débil a partir de las elecciones legislativas de junio. Esto, si no hay una alternativa clara a la vista, es especialmente peligroso.

A pesar de haber obtenido el cuarto puesto, Mélenchon fue el claro ganador en el espectro político de la izquierda, y sin embargo perdió una oportunidad de oro para galvanizar a sus partidarios, especialmente a los jóvenes desencantados, y ayudar a derrotar las esperanzas victoriosas de Le Pen. Es incomprensible que el candidato de Francia Insumisa haya sido incapaz de enviar un mensaje fuerte a la misma demografía joven que comparte con la líder fascista, en lo que se refiere al lado de la historia en el que los jóvenes votantes franceses debieran colocarse.
Igualmente incomprensible es la actitud de Podemos, los "camaradas" de Mélenchon al otro lado de los Pirineos, donde algunos de sus dirigentes han llegado incluso a hacer llamamientos a la abstención ante las urnas del próximo domingo. La pequeña política partidaria, el dogmatismo, y las maniobras tácticas, no son algo que en este momento los demócratas europeos puedan permitirse.
Mélenchon fue el claro ganador en el espectro político de la izquierda, y sin embargo perdió una oportunidad de oro para galvanizar a sus partidarios, especialmente a los jóvenes desencantados, y ayudar a derrotar las esperanzas victoriosas de Le Pen.
Mirar hacia otro lado no es una opción. Lavarse las manos, promover una papeleta en blanco y presentar una retórica ambivalente contra un claro enemigo de los derechos humanos fundamentales equivale a convertirse en cómplices de la vuelta a los tiempos posmodernos la década de 1930, contra los que DiEM25 ha estado alertando desde hace poco más de un año, fecha de su lanzamiento.
Todavía estamos a tiempo para librarnos de este mal que se instala entre nosotros, y hay un segundo paso que se convierte en igualmente imperativo: organizar y hacer campaña a favor de una amplia alianza de progresistas internacionalistas de cara a las elecciones legislativas de junio.
Es el día después de las elecciones cuando todos debemos reagruparnos y, de una vez por todas, unirnos para combatir aquellas políticas que están erosionando nuestra Unión y volviendo a nuestros jóvenes hacia Le Pen, Orban y Wilders. Así, el 8 de mayo, debemos asumir la responsabilidad de unirnos en una alianza lo más amplia posible, y formar una oposición política sensata a tales políticas, no sólo en la Asamblea Nacional francesa, sino también en los parlamentos y municipios de toda la UE. Es hora de prepararnos para que una agenda progresista para Europa pueda convertirse en una verdadera política, para convertir a la UE en un verdadero espacio común para el humanismo, la prosperidad y la solidaridad.
Si Europa continúa desintegrándose, y aquellos que quieren destruirla se las arreglan para dictar nuestra política, e incluso para dictar el discurso de las fuerzas progresistas emergentes, la historia nos juzgará de nuevo a todos. Severamente.
El 7 de mayo, los progresistas franceses no tienen que escoger entre el menor de dos males. Para los demócratas y progresistas franceses, la cita del próximo domingo tiene un doble propósito: votar contra el mal en sí mismo, y unirse.
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