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¿Por qué parece tan difícil la salida de Ortega/Murillo?

En Nicaragua no se ha logrado todavía asentar la visión de que existen seis millones de personas con capacidad de gobernar los destinos del país. Pero ahora urge convocar elecciones. English

Cirilo Antonio Otero
19 junio 2018
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El presidente nicaragüense, Daniel Ortega, y la primera dama, Rosario Murillo, saludan a los simpatizantes durante un evento conmemorativo del 36° aniversario del Frente Sandinista de Liberación Nacional. AP Photo / Esteban Felix. Todos los derechos reservados

Al llegar al poder en 2007, la dupla Ortega/Murillo diseñó una estrategia para quedarse largo tiempo en el gobierno. Una estrategia asentada en tres pilares de acción: uno, la compra y/o adquisición de conciencias en los poderes del Estado y las agencias semiautónomas – esto incluye a los grandes empresarios del país; dos, manipulación y cambios ordinarios en el texto de la ley y la Constitución Política de Nicaragua a su gusto y antojo; y tres, destrucción total de los partidos políticos que posiblemente podrían haberse convertido en oposición real. Nunca lo fueron.

La estrategia de Ortega tenía un componente populista: la atención a una sociedad empobrecida, desempleada y con poca o ninguna instrucción académica, que demandaba bienes y servicios para sobrevivir. 

Hay que mencionar en especial a dos instituciones del Estado, que fueron atrapadas en la vorágine de esta estrategia: el Ejército y la Policía Nacional. A ambas entidades les fue impuesto un “jefe supremo”, con arrogancia y manipulación. Les dotó de oportunidades para su enriquecimiento, poder, y capacitación técnica, a cambio de una sola demanda: obediencia ciega. Hasta llevarlas a olvidar el texto y cumplimiento de su ley creadora, que establece su condición de instituciones apartidistas, y no deliberantes, obedientes a la Constitución Política por medio del poder civil. Este concepto político pasó a segundo orden de prioridad y se disimuló y cubrió ambiental e institucionalmente hablando.

Luego, la estrategia tenía un componente populista: la atención a una sociedad empobrecida, desempleada y con poca o ninguna instrucción académica, que demandaba bienes y servicios para sobrevivir. Organizó planes de dádivas y regalías de tierras, pie de cría, zinc, madera, clavos, perlines, viviendas medio construidas, parques, videos, alcohol, música y camisetas para uniformar esta filosofía social y el derroche de dinero.  

La sociedad en su conjunto se acostumbró a estas expresiones de la relación entre sociedad política y sociedad civil a lo largo de once años. Los pobres decían: “gracias al comandante y la compañera tengo esta casita”. Y los más instruidos decían: “Ortega es un genio, es un estadista sagaz”. Da vergüenza escuchar a personas que han ido a la universidad, que estudiaron en el exterior, insistiendo en asegurar, en entrevistas de televisión y artículos impresos, que Ortega era “inteligente” – por ejemplo, un ex funcionario de gobierno, que habla como norteamericano, y un empresario del gran capital decían: “vamos por buen camino con el gobierno de Ortega”.

Todos se convirtieron en cómplices de una dictadura voraz y peligrosa.

Evidentemente, la sociedad en general, los líderes políticos, gremiales, religiosos, académicos, son responsables porque todos por igual se atemperaron y dejaron pasar los abusos del poder político, que fueron realizándose gradualmente. Les parecía que las cosas vividas serian eternas. Desapareció la ética, la moral, la vergüenza, la dignidad ciudadana - el orden y el derecho.

Todos se convirtieron en cómplices de una dictadura voraz y peligrosa. A las pocas voces que señalaron los peligros del camino que conduce a la dictadura les llamaban agoreros, aves peligrosas, enemigos del progreso - hasta dejaban de hablar a las personas que señalaban los desaciertos del dictador. 

Y ahora, ¿qué es lo que hay en Nicaragua? Un caos social y político. Y la salida del dictador parece difícil. No se logra asentar todavía la visión de que existen seis millones de personas con capacidad de gobernar los destinos del país. Algunas personas con acceso a medios de comunicación se preguntan: ¿Y qué haremos si se desbarata el gobierno? Como si hubiese existido gobierno en la última década. No quieren aceptar que lo que hemos vivido es un desgobierno.

Y la explicación justificada la encontramos en la edad y experiencia de un actor social emergente desde el 19 de abril 2018: los jóvenes, ajenos a la vida política tradicional, pero cargados de dignidad y vergüenza social y política. Son la reserva moral de Nicaragua.

Y ahora, ¿qué es lo que hay en Nicaragua? Un caos social y político. Y la salida del dictador parece difícil. 

La salida de Ortega no producirá nada más que tranquilidad y dignidad ciudadana. Lo que requieren los nicaragüenses es un poco de humildad política y social para aceptar que se han equivocado y que es la hora de la Nación. Unidad, sencillez, humildad y adelante. Todos unidos para reconstruir lo que hemos destruido de forma directa e indirecta. Ahora debemos gobernarnos de forma horizontal. La comunicación sincera es la clave.

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