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¿Puede la política ser compasiva?

Hay que tener valor y determinación para centrarse en el sufrimiento y ponerlo en el núcleo de las decisiones que uno toma. English

Matt Hawkins
12 noviembre 2018
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Crédito: Enver Rahmanov via Wikimedia Commons. CC BY-SA 3.0.

De vez en cuando te encuentras con un libro, una película, un artículo o un programa de televisión que te ayuda a darle algo más de sentido al mundo que nos rodea. Hace poco me ocurrió esto al leer The Compassionate Mind de Paul Gilbert.

Abundando en teoría evolutiva y consejos prácticos, el libro de Gilbert describe cómo al juntarse en nuestro cerebro características propias de "mamíferos" y de "humanos", nos hemos dotado de facultades aparentemente incompatibles para el amor y la destrucción.

Sostiene el autor que la sociedad moderna se ha estructurado de manera que fomenta estas últimas, a la vez que reduce las primeras, a través de la economía, lo que nos cuentan los políticos y el ejemplo que dan.

No es habitual que un libro que trata de la evolución de nuestro cerebro se convierta en semilla de un nuevo movimiento político, pero esto es exactamente lo que consiguió en cuanto a mí me atañe el libro de Gilbert, junto con obras de otros autores, desde Daniel Dennett hasta Martha Nussbaum.

También me encontré con que una amiga y colega mía, la autora y activista Jennifer Nadel, que iba por un camino parecido al mío – en su caso, siguiendo la evolución de la Carta de la Compasión fundada por la historiadora Kane Armstrong -, acababa de publicar un libro sobre cómo llevar una vida más compasiva.

A los dos nos parecía absurdo que no existan puentes entre las investigaciones punteras sobre el valor de la compasión para ayudar a superar enfermedades mentales y tener una mejor calidad de vida, y aquellos que más responsabilidad tienen en cuanto al establecimiento de los valores que rigen en nuestras sociedades: los políticos y los medios de comunicación.

De hecho, ocurre todo lo contrario: nos encontramos con que un modelo económico neoliberal desarrollado en la década de 1980 y desprovisto de valor científico ha convencido a las personas de que lo que les define es el egoísmo, la codicia y el vicio.

El sistema económico ha creado un sistema político en el que los partidos se sitúan por encima del progreso universal, las mayorías parlamentarias por encima de la colaboración, y conseguir el poder por encima de los medios para alcanzarlo. 

Y ha creado asimismo un sistema político en el que los partidos se sitúan por encima del progreso universal, las mayorías parlamentarias por encima de la colaboración, y conseguir el poder por encima de los medios para alcanzarlo. 

¿Qué podemos hacer para cambiar esta narrativa destructiva? Llevar a cabo campañas sobre temas específicos puede servir de ayuda, pero a menos que cambiemos los supuestos sobre los que se asienta nuestro modo de vida, es imposible que logremos una transformación sostenible a largo plazo.

Así que, a principios de 2018, decidimos echarnos a la piscina y lanzar una nueva iniciativa llamada Compasión en la Política. 

Dado que la austeridad sigue causando dolor y sufrimiento a los más vulnerables y la desigualdad sigue aumentando, el momento parece propicio.

La crisis de la salud mental empeora año tras año y el alarmante informe publicado por el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC) a principios de octubre advierte que, a menos que cambiemos de rumbo, el calentamiento global podría rebasar umbrales irreversibles en menos de una generación.

El Brexit divide al Reino Unido y en Estados Unidos Donald Trump sigue propagando su combinado particular de política tóxica.

Quizás debido a este terreno (por desgracia) fértil, la respuesta a nuestra iniciativa ha sido alentadora. Hemos recibido mensajes de apoyo de personas y organizaciones muy diversas, entre ellas Noam Chomsky, Laurie Penny, Show Racism the Red Card y miebros de la Cámara de los Comunes como Caroline Lucas, y celebramos nuestra primera conferencia en Oxford el mes pasado ante un público nutrido y entusiasta, que nos ha ayudado a planificar las próximas etapas de la campaña.

Procedentes de ámbitos muy dispares, los presentes compartieron su compromiso por desacreditar la visión mitológica de que los humanos somos una raza de egocéntricos obsesivos y construir un nuevo sistema político fundamentado en la compasión - su compromiso por comprender al otro y apoyarle en cualquier dificultad en la que se encuentre.

Por supuesto, en la conferencia también se plantearon muchas preguntas: ¿la compasión es suficiente? ¿Dónde encaja la ira? ¿Debemos generar compasión sólo hacia "la gente" o también hacia los políticos? Y la que es quizás la pregunta más pertinente de todas: ¿cómo se cambia una cultura que nos ha alimentado a la fuerza con el mensaje de que somos todos inherentemente egoístas y que, por lo tanto, la única manera de proceder que tenemos es articulando una sociedad que aproveche esta característica como valor a través de una economía de libre mercado orientada al crecimiento?

Sobre esto último creo que estamos ya llegando a un consenso. En el discurso de apertura a la conferencia, Lord Dubs, representante laborista en la Cámara de los Lores y miembro activo de una organización de defensa de los niños refugiados, insistió en que cree que el público británico desea "hacer lo correcto" – es decir, que quiere ser compasivo y quiere que el Reino Unido sea visto como un país bondadoso.

Creo que tiene razón, pero también reconozco que nuestra capacidad para estar a la altura de estos estándares se ve obstaculizada por las normas y estructuras sociales, económicas y políticas que dan prioridad a ganar dinero, acaparar posesiones y a conseguir estatus. 

Así que necesitamos cambiar el lenguaje que usan los políticos y la prensa y compartir nuestras historias personales en tanto que ejemplos prácticos del compromiso con la compasión como forma de socavar la hegemonía cultural existente.

Y eso quiere decir transformar las instituciones en aspectos muy concretos, por ejemplo promoviendo mucho más la colaboración entre partidos, poniendo fin al estilo de debate de golpe por golpe en el parlamento, o estableciendo un nuevo código compasivo de conducta para los parlamentarios. 

Cada nueva política que implemente el gobierno deberá demostrar que mejorará - y ha mejorado - la vida de aquellos que más lo necesitan; que se ha llevado a cabo con espíritu de colaboración con otros partidos a través de un debate respetuoso y constructivo, a través del cual se ha ejercido un control adecuado; y que no incide negativamente en la vida de las generaciones futuras.

El legado de la austeridad y del colapso climático son prueba más que suficiente de que esto no se ha hecho en el pasado. De lo ue se trata es de introducir una especie de "test de compasión" en el proceso de toma de decisiones.

En el mundo de los medios de comunicación, necesitamos nuevos códigos de conducta que comprometan a los editores de periódicos a abstenerse y mantenerse alejados de la calumnia y el estereotipo.

Bajo este código, los ataques corrosivos a la prensa como "enemiga del pueblo" por parte - entre otros - del presidente Trump , o la descripción incendiaria de Boris Johnson de que las mujeres musulmanas parecen "buzones", ni se permitirían ni se tolerarían. 

También es importante trabajar con los políticos en la reforma de los procesos de formulación de políticas para facilitar el trabajo conjunto de los partidos y, al mismo tiempo, ayudar a aumentar el número de parlamentarios procedentes de los sectores sociales menos privilegiados, de modo que aquellos que ingresen en la política tengan una mejor comprensión de la vida de las personas para las que gobiernan. 

Ideas como estas chocarán, claro, con los que argumentan que la compasión es algo demasiado débil o vago para servir de guía en la esfera política o económica y que solo la racionalidad y un corazón frío contribuyen a una toma de decisiones correcta. A estos detractores, yo les diría:

Primero, ser compasivo en un mundo que lo que te enseña es a ser de otra manera, es una actitud valiente. Acercarse al sufrimiento y no alejarse de él, y convertirlo en la pieza central de las decisiones que uno toma, requiere valor y determinación.

Segundo, negar el papel de las emociones en la política es negar que los seres humanos sean esenciales para el funcionamiento de la política.

Ser compasivo en un mundo que lo que te enseña es a ser de otra manera, es una actitud valiente. Acercarse al sufrimiento y no alejarse de él, y convertirlo en la pieza central de las decisiones que uno toma, requiere valor y determinación.

Las emociones son lo que somos, y por eso queremos que las personas que entren en política (y que, al hacerlo, sean conscientes de su responsabilidad para con la vida de millones de personas) comprendan sus propias emociones, las emociones de los demás y cómo ambas influyen en su toma de decisiones.

Este tipo de inteligencia emocional debería ser un requisito esencial para cualquier persona que esté pensando en dedicarse a la política, a los negocios o al periodismo. 

Podemos hacer que este cambio sea posible. Las semillas están ahí - en la imaginación de las personas, en su deseo de un mundo mejor y en los ejemplos que ya se están dando unos a otros al preocuparse por la familia, los amigos, o los colegas. Y ya lo hemos hecho otras veces.

Cuando establecimos el Servicio Nacional de Salud, por ejemplo; cuando el Kindertransport, que ayudó a salvar las vidas de 10.000 niños judíos durante la Segunda Guerra Mundial ofreciéndoles refugio en el Reino Unido; o cuando legalizamos la homosexualidad y el matrimonio entre personas del mismo sexo - todas estas cosas, y más, se consiguieron sobre la base de una idea central: la compasión. La sociedad, sin duda, puede modelarse a su imagen y semejanza.

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