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Transformando la participación política en América Latina

Existe un demos, la sociedad políticamente organizada, que se encuentra en transformación en América Latina y en el mundo. English Português

Cristian León Antonella Perini Matías Bianchi
5 julio 2017
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Movimiento #NiUnaMenos en Rio de Janeiro. Algunos derechos reservados.

De unos años a esta parte, asistimos a la emergencia del poder relacional, de la transversalidad, de la participación. Este es el enclave que da sentido y protagonismo a la tecnopolítica, base sobre la cual se conceptualiza y se acoge una nueva visión de la democracia: más abierta, más directa, más interactiva. Un marco que supera la arquitectura cerrada sobre la que se han cimentado las praxis de gobernanza (cerradas, jerárquicas, unidireccionales…) en casi todos los ámbitos. Esta serie sobre "El ecosistema de la democracia abierta" busca analizar los distintos aspectos de esta transformación en marcha.

Con el avance de la segunda década del siglo XXI nos hemos encontrado en un creciente hiato entre política y sociedad. Los liderazgos tradicionales, partidos políticos e instituciones públicas carecen de legitimidad social. Hoy nos encontramos con muchos presidentes que tienen niveles de apoyo más bajos que la inflación. Los ciudadanos - especialmente los jóvenes - acuden menos a las urnas y muy pocos se afilian a partidos políticos.

Simultáneamente, tanto en América Latina como en muchos otros lugares del mundo, estamos experimentando expresiones ciudadanas de descontento con la política. Las convocatorias espontáneas a través de redes sociales, la difusión de hechos de violación de derechos civiles y demandas populares vía mensajería instantánea, las asambleas, carteles y expresiones artísticas con contenido político que ocupan los espacios públicos, no sólo dan cuenta de la utilización de herramientas digitales y analógicas como reacción al malestar con las instituciones políticas, sino también de nuevas formas de estructuración diferentes de las instituciones políticas tradicionales.

“No es solo por los insultos. Es filosófico: es la exclusión del otro, negarle poder ser parte de la discusión”.

Ante este contexto, proponemos una reflexión sobre la naturaleza de este hiato y el rol de los jóvenes en las transformaciones sociopolíticas que están ocurriendo en América Latina.  Es por esto que nos preguntamos y analizamos cuál es la mirada de jóvenes líderes sociales y políticos sobre la democracia en la región, sus preocupaciones, sus observaciones sobre la política y los partidos políticos, las movilizaciones sociales y el rol de las tecnologías de la información en la política, pues ellos son quienes están definiendo una nueva forma de ejercer y pensar la política. En este sentido, entre los meses de septiembre y noviembre del 2015 se realizaron: una encuesta online a líderes sociales y políticos de entre 18 y 40 años de las Américas (26 países), grupos focales en Honduras, Ecuador y Brasil (dos grupos por país, uno con líderes sociales y otros con militantes de los principales partidos políticos), un análisis de principales protestas en la región y entrevistas en profundidad con expertos de la región.

¿Recesión democrática? 

Pese a la consolidación democrática, durante el nuevo milenio se ha ido consolidando también un malestar con las instituciones políticas. El 43% de los jóvenes encuestados del Cono Sur, el 60% de Centroamérica, el Caribe y los Andes, y el 90% de Norteamérica sostienen que su país es poco o nada democrático. Sin embargo, resaltan también que en los últimos años se han dado avances institucionales, se han incluido actores tradicionalmente marginados, hay mayor paridad de géneros y vitalidad general de la democracia. El problema, por lo tanto, no es la democracia como idea de gobierno. La mirada del deterioro se debe más bien a expectativas y al sentimiento de promesas incumplidas y avances insuficientes.

En el centro de esa crisis se encuentran los partidos políticos. Estos se convirtieron en la institución política con menos respaldo. De acuerdo a nuestra encuesta, el 80% de los jóvenes políticamente activos no participa en ella y tiene poca o ninguna confianza en los partidos y las elecciones. Ellos sostienen que no se sienten representados por el actual sistema partidario y que el principal problema de los partidos es que se encuentran “cooptados” y “alejados de la sociedad”.

Asimismo, los jóvenes encuestados sienten que la política ha dividido a los países, a través de la polarización, la falta de diálogo, la discrecionalidad del ejercicio del poder y la subestimación de la sociedad: “No es solo por los insultos. Es filosófico: es la exclusión del otro, negarle poder ser parte de la discusión”.

Ese malestar con las instituciones se visibiliza en las manifestaciones que emergen en todo el mundo, en las que diferentes actores políticos se congregan en movimientos y expresiones sociopolíticas mayoritariamente lideradas por jóvenes que combinan el uso de herramientas digitales y protestas analógicas en las calles. La guerra en Oriente Medio y más adelante la crisis financiera de 2008 en el Atlántico norte dieron lugar a otros levantamientos que allí germinaron - los levantamientos de la Primavera Árabe, los Occupy, las manifestaciones en Rusia en 2011, el 15M español, las revueltas en Grecia y Turquía. En América Latina, los jóvenes se hicieron escuchar en México con #YoSoy132 y #YaMeCansé, en Argentina con #NiUnaMenos, en Honduras y Guatemala con las marchas de las #Antorchas, en Ecuador con #Yasunidos, en Brasil con #VemPraRua, y los Pingüinos en Chile, sólo por mencionar algunas de las expresiones. Todas estas revueltas tienen una estructuración urbana, plural, en la que los actores tradicionales (gobierno, partidos políticos, sindicatos) no fueron protagonistas y la mayoría de las veces fueron justamente el motivo de las protestas.

Las protestas sociales toman fuerza en la esfera pública con algún tema puntual, pero estos detonantes, sin embargo, son el catalizador de demandas variadas que se han ido acumulando en el tiempo.

La sociedad civil, en función a su participación en estas protestas, está buscando fortalecer participaciones más directas, deliberativas y colaborativas, promoviendo así el surgimiento de organizaciones y/o asociaciones comunitarias, movimientos sociales, o simples asociaciones de red. Así, ciudadanos con alta capacidad de empoderamiento rompen con el monopolio de los partidos, dando por resultado la profundización de la democracia y la apertura del sistema político hacia sectores históricamente excluidos.

La crisis se debe entonces a una desconexión entre diferentes formas de ejercicio de la democracia. Con prácticas, principios y maneras de organización opuestos a la política representativa basada en partidos políticos, los actores emergentes políticamente movilizados se caracterizan por incluir a actores no tradicionales, defender prácticas abiertas, estructurarse horizontalmente y poseer esquemas de comunicación y acción distribuidas. Esta desconexión es la que pone en jaque a los actuales regímenes políticos.

Experimentación política en los márgenes

En cada país el malestar se exterioriza de manera diferente. Este tipo de protestas sociales toman fuerza en la esfera pública con algún tema puntual: los 43 en México, Nisman en Argentina, el Fondo Social de Honduras, la educación pública en Chile, la Ley de Herencias en Ecuador, o el boleto de transporte público en Brasil. Estos detonantes, sin embargo, son el catalizador de demandas variadas que se han ido acumulando en el tiempo.

Los nuevos agentes de cambio son convocantes multitudinarios: los actores van desde sectores empresariales y clases medias, hasta estudiantes y militantes de sectores tradicionalmente activos en las marchas y en los espacios de participación de redes sociales digitales. Los protagonistas son sobre todo jóvenes y tienen una estructuración urbana en la que los actores tradicionales (partidos políticos, sindicatos) no son protagonistas. Es más, es muy difícil identificar un liderazgo organizacional.

Este tipo de acciones políticas están centradas en issues y las vemos también plasmadas en la política partidaria.

Las causas son diversas, pero hay dos elementos en común. Por un lado, estamos frente a cambios demográficos estructurales. Los jóvenes de entre 15 y 29 años representan alrededor del 26% de la población total de América Latina, pero son también uno de los segmentos más vulnerables: el 39% de la población juvenil vive bajo condiciones de pobreza y el 22% compone el sector de los NiNi. Por otro lado, esta población posee altas capacidades para aprovechar las tecnologías digitales, consumir grandes cantidades de información, generar lógicas colaborativas y producir nuevos bienes y servicios con alto valor agregado en conocimiento.

El impacto de esta conjunción de una generación nacida y criada en democracia, con baja interpelación por parte de las instituciones formales, y con relativamente alto uso de tecnologías digitales, generan un caldo de cultivo para la emergencia de prácticas políticas y una cultura democrática diferentes a las de la política tradicional.

Los actores políticos emergentes mencionados no centralizan su actividad en la militancia de una organización o partido, sino que participan en muchos tipos de organizaciones y movimientos al mismo tiempo. Los jóvenes, por ejemplo, participan al mismo tiempo en organizaciones medioambientales, contra la violencia de género y en la protección de animales de la calle.

Asimismo, las manifestaciones aglutinan una serie de reivindicaciones. Por ejemplo, en las marchas por la Ley de Herencias en Ecuador se mezclaron cuestiones indígenas, medioambientales, extractivismo y corrupción. Este tipo de acciones políticas están centradas en issues y las vemos también plasmadas en la política partidaria. En Brasil, la “Bancada Ativista” es una propuesta pluripartidaria que aglomera a activistas de comunidades LGBTI, hackers, ambientalistas, y otros en la ciudad de Sao Paulo.

Las miradas de estas organizaciones sobrepasan el territorio nacional, pues existen expresiones de agendas y redes de solidaridad globales. Los ocupantes del Parque Augusta en Sao Paulo hicieron teleconferencia con los del Gezi Park en Estambul y numerosas organizaciones en decenas de países se han solidarizado con Yasunidos o Ayotzinapa. Las preocupaciones son sobre temas globales – medioambiente, narcotráfico, injusticia social, trata de personas – que requieren también soluciones globales. Los jóvenes políticamente activos trabajan con organizaciones que se encuentran fuera de su país porque tienen preocupaciones regionales, para informarse, coordinar actividades y compartir experiencias.

A diferencia de grupos homogéneos, delimitados y aislados como son los partidos políticos, estas organizaciones se organizan en redes ad hoc circunstanciales, abiertas e informales. Los vínculos son más débiles y las redes más fragmentadas, pero los individuos intentan satisfacer sus necesidades sociales, económicas y emocionales recurriendo a redes de baja intensidad integradas por conocidos o contactos. Se crean donde grupos ya no requieren procesos centralizados para la toma de decisiones y flujos de información de arriba hacia abajo para poder actuar de manera coordinada.

Por último, incluyen lógicas de participación que son abiertas, descentralizadas y fundamentadas en la co-construcción colaborativa. Estas prácticas que se visibilizan en las convocatorias abiertas, los diálogos en redes sociales, las publicaciones copyleft, el uso de software de código abierto, en los hackatones de creación colaborativa, han ido definiendo una ética de acción colectiva que, desarrollada por la comunidad hacker, se ha extendido a amplios grupos y movimientos sociales.

Da miedo pensar en cómo vamos a vivir en sociedad si las personas no consiguen comunicarse sin agredirse.

Estas expresiones delatan un cambio de paradigma de la participación política. Haciendo uso del desarrollo tecnológico disponible, la sociedad se maneja con reglas y dinámicas crecientemente antagónicas con las de la política. La política y la sociedad parecen estar en dos ecosistemas diferentes.

Estamos en presencia de un demos, la sociedad políticamente organizada, que se encuentra en transformación en América Latina y en el mundo, mientras la política se ha mantenido estancada. Es más, a éste último, le cuesta interpretar las transformaciones en curso.

Agenda política

A pesar de sus críticas, los jóvenes encuestados identificaron a los partidos políticos como los canales más relevantes para producir bienes públicos y agregar demandas sociales para llevarlas al sistema político. Por ende, el problema de los partidos no es su rol sino su funcionamiento. Los jóvenes piden plantear una política diferente, donde el rol de los partidos políticos sea revitalizado. Por lo tanto, ¿cómo innovarlos?

En primer lugar, los jóvenes plantearon la necesidad de restablecer un diálogo político dentro de los países: “Da miedo pensar en cómo vamos a vivir en sociedad si las personas no consiguen comunicarse sin agredirse”. Uno de los roles claves que se piden para la clase política es la necesidad de “articular” – palabra que surge una y otra vez – los diferentes intereses sociales: “el reto es recuperar la diversidad y la inclusión que genera un sistema político plural”.

Asimismo, se requiere una cultura hacker, transformadora, en la política tradicional. Los partidos políticos dejan de ser el espacio prioritario para la acción política: ahora la sociedad participa en otros ámbitos, más plurales, en red, con flexibilidad y vinculados a sus vivencias más cercanas. Es por ello que es crucial el contagio de la política con lo que sucede en las calles, en los márgenes de la institucionalidad. Es importante que los partidos sean “hackeados”, es decir, que se permeen de las innovaciones que se están dando en la sociedad.

Los actores políticos con lógicas de red, éticas de colaboración y visiones de innovación de la política, están propiciando un cambio cualitativo en la forma como se organiza la sociedad.

Otro punto sobresaliente es que en amplios sectores, políticos y sociales, ya no hay tolerancia hacia la corrupción y se demanda una nueva cultura cívica y liderazgos que erradiquen esas prácticas: este es un tema central de la agenda. Por ejemplo, en Honduras se creó el Partido Contra la Corrupción (PAC) y en Brasil el Partido Novo con esos objetivos, lo que indica el interés social en la cuestión. El uso de tecnologías de gobierno abierto y de fact-checking desde la sociedad civil son herramientas que nos ofrece la tecnología a bajo costo y que tienen un gran impacto en la calidad de la política.

Por último, preocupa la falta de una agenda consistente, y, sobre todo, la falta de liderazgos para llevar a cabo estas agendas. La formación política y ciudadana y la necesidad de nuevos líderes “no contaminados”, renovados, es un eje neurálgico para esta transformación: “En Ecuador hay una urgencia de formación e información, fortalecer el liderazgo político, especialmente el femenino”. La formación que se pide es una formación innovadora, pensando en los valores, demandas y prácticas de la sociedad del siglo XXI, la capacidad de articulación social con una ética abierta y transparente, con pluralidad de origen, con prácticas p2p y que formen en el uso de la tecnología para democratizar a la política.

Los límites del cambio de paradigma participativo

Repensemos el surgimiento de nuevas formas de participación política en democracia. Los actores políticos con lógicas de red, éticas de colaboración y visiones de innovación de la política, están propiciando un cambio cualitativo en la forma como se organiza la sociedad y la relación entre la ciudadanía y el sistema político. Algunos partidos políticos comienzan a defender abiertamente una política basada en issues como la Bancada Ativista en Sao Paulo, a discutir el principio de representatividad como el Partido de la Red en Buenos Aires, o la ética hacker en la acción política como el partido Wikipolítica de Jalisco.

Sin embargo, no debemos dejar de desatender los límites que pueden poner en tela de juicio los alcances de estas transformaciones sociopolíticas e incluso acentuar el sentimiento de crisis del sistema democrático.  Estos límites tienen que ver con las brechas de acceso a los espacios y herramientas que en gran parte propician la participación política desde los márgenes, pero no sólo eso, sino también las capacidades de cambio y transformación que tiene.

Las democracias de la región muestran importante signos de fatiga, con instituciones políticas que muestran muy bajos niveles de legitimidad social.

En primer lugar, democracias más complejas, plurales y que establezcan canales más participativos requieren de una mayor agencia por parte de una ciudadanía informada y con posibilidad de acceder a las herramientas digitales. Sin embargo, son los más jóvenes, más ricos, educados, que residen en zonas urbanas quienes están usando con mayor intensidad las herramientas digitales disponibles. Así, las brechas digitales incrementan los niveles de desigualdad ya existentes en nuestra sociedad.

En segundo lugar, pareciera que las protestas y manifestaciones mencionadas no están conectados a los procesos institucionales de toma de decisiones y no logran resultados políticos concretos. Es decir, los 43 normalistas siguen sin aparecer en México y, a pesar de #NiUnaMenos, sigue sin implementarse la Ley de Violencia de Género en Argentina. Surgen así entre los jóvenes encuestados expresiones de cautela: “la gente no logra muchos cambios sin los partidos políticos”.

Por otro lado,  ¿cómo se construye el poder con actores organizados en red sin un centro gravitacional,  sin la territorialidad y la institucionalidad que tienen los partidos políticos tradicionales? Luego de picos de gran convocatoria, difusión de agendas y presencia mediática, las protestas sociales van perdiendo fuerza y se diluyen, pues no logran articular liderazgos ni conectar con los espacios. Mientras, el poder institucionalizado sigue en pie.

Finalmente, nos enfrentamos a instituciones débiles y permeables a los intereses concentrados y la cooptación por poderes fácticos. Es por esto que las transformaciones sociopolíticas encuentran también sus límites ante el peso específico de las elites para moldear la agenda pública y el proceso de toma de decisiones.

Un cambio de paradigma político

Las democracias de la región muestran importante signos de fatiga, con instituciones políticas que muestran muy bajos niveles de legitimidad social. Sin embargo, no experimentamos retrocesos ni el surgimiento de un espíritu anti-política, pues muchos actores aceptan los avances democráticos en América Latina en comparación al pasado, con una mayor inclusión de actores y una mayor estabilidad institucional. La sensación de crisis, que es principalmente política, se centra más bien en las formas en que es ejercido el poder político, en la concentración del poder y en la discrecionalidad del poder ejecutivo.

La política, y la democracia, son procesos dinámicos y vivos, y los cambios estructurales ya están en marcha.

La crisis, justamente, surge porque los actores piden nuevos y mejores espacios de participación, una ética pública abierta y formas más democráticas del ejercicio del poder. En sí, entonces, estos actores, sus acciones, características y visiones, no se plantean como antidemocráticos, sino inclusivos, transversales y altamente participativos. Son ideas, prácticas y lógicas de participación en democracia lideradas por actores políticos no tradicionales que se contradicen con las prácticas de los regímenes democráticos. Frente a una estructura jerárquica, delegativa y esporádica de las prácticas democráticas institucionales, emerge así una estructuración en red, con cultura abierta, participativa y colaborativa.

Sin embargo, muchos desafíos emergen con estas nuevas expresiones políticas, pues encuentran limitaciones a la hora de generar agendas estables, coordinar iniciativas y lograr resultados concretos. Es por ello que el mensaje es de recuperación de los partidos políticos, del diálogo entre actores sociales, y la formación de liderazgos con valores y prácticas ya existentes en la sociedad civil. En definitiva, la política necesita reinventarse para dar cuenta de las demandas sociales, prácticas políticas y posibilidades tecnológicas que nos brinda el siglo XXI.

La desconexión entre el demos y el cratos -o entre la sociedad y el sistema político democrático- no es una recesión en relación a la participación en política, sino el surgimiento de un cambio de paradigma político. La política, y la democracia, son procesos dinámicos y vivos, y los cambios estructurales ya están en marcha.

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