

Cocaleros, Bolivia, 2013. PA Images / Juan Karita. Reservados todos los derechos.
Todo empieza con el cuidadoso empaquetado de las hojas de coca, en pequeños fajos llamados k'intus. La punta de cada hoja apunta hacia el cielo, hacia el Inti (el dios sol), mientras que el tallo se dirige hacia abajo, a la Pachamama, la madre tierra. El fajo se bendice con un suave soplo y se ofrece como presente a un lugar sagrado, a veces con un deseo (“que pare la lluvia”). Entonces los fajos se intercambian – los k'intus se preparan siempre para alguien, a menos que uno esté solo. Se prioriza a los ancianos, así como a los huéspedes; la reciprocidad es esencial, y todo el proceso es parte importante de la mediación social. Una vez hechos los intercambios, se comparte una bendición: hallpakusunchis. Mastiquemos coca juntos.
Este ritual se lleva a cabo hasta cinco veces al día en los Andes, vinculando a la gente con sus comunidades y sus tradiciones ancestrales. "La coca es nuestra cultura y nuestra identidad", dijo el presidente de Bolivia, Evo Morales, en la Sesión Especial de la Asamblea General de las Naciones Unidas (UNGASS) que se celebró del 19 al 21 de abril, haciendo hincapié en que, para las poblaciones indígenas, la planta es un símbolo de vida, y no de muerte. En los países que conformaban el antiguo imperio inca - Bolivia, Perú, Ecuador, Chile y el norte de Argentina -, el consumo de esta planta es legal; sin embargo, para la legislación internacional, la hoja de coca se considera un estupefaciente a la par con la cocaína. En 2016, la Unión Europea se niega todavía a respaldar una enmienda a la Convención Única de 1961 reconociendo la legitimidad del consumo de coca.
Las críticas a la "guerra contra las drogas" se centran de manera desproporcionada en los países desarrollados: en que no reduce los daños y en la inutilidad de la prohibición. Pero en el mundo en vías de desarrollo, se lleva a cabo una guerra real, con niveles de violencia sin precedentes – se estima que durante la ofensiva antinarcóticos en México, entre 2007 y 2014, murieron unas 164.000 personas, más que en Irak y Afganistán juntos.
La militarización se ha aplicado de manera selectiva: los Países Bajos son un importante productor de narcóticos ilegales, pero sin embargo es impensable que pudiera llegar a convertirse en un escenario de guerra. En Colombia, 20 años de campaña financiada por Estados Unidos para erradicar la coca mediante bombardeos aéreos no sólo no ha reducido la oferta, sino que ha contaminado los cursos de agua y los cultivos de alimentos, y puede tener consecuencias cancerígenas (según la OMS, el glifosato es "probablemente cancerígeno"). El presidente Juan Manuel Santos destacó este doble rasero en la Asamblea General: "¿Cómo se le dice a un campesino colombiano que no puede cultivar marihuana, cuando la gente en Colorado sí puede?"
Colombia es el líder de facto del grupo de Cartagena, una confederación de países reformistas, opuestos a lo que Santos califica de criminalización "contraproducente y cruel". En el continente, defienden la prohibición los estadistas autoritarios tanto de izquierdas como de derechas, mientras que la posición reformista es fruto de la convicción, el sentido práctico, o la fatiga. El hemisferio norte ha visto en Morales a un camarada de Castro, pero Cuba ha sido en las últimas décadas uno de los países más agresivamente prohibicionistas. En realidad, Morales es más un indigenista que un socialista; a diferencia de Castro, sus políticas son más comunitarias que estatalistas. Incluso los políticos más amigables con los Estados Unidos, como el plutócrata Enrique Peña Nieto, presidente de México, están cortando con la prohibición. Peña Nieto acudió a la UNGASS tras un dramático cambio de actitud, y sorprendió a la Asamblea haciendo un llamamiento a "la transición de la prohibición a una prevención y regulación eficaces".
En una exposición callejera en mitad de Manhattan que llevaba por título "El Museo de la Política de Drogas", me encontré con Amapola, una activista campesina peruana en desacuerdo con el enfoque cada vez más agresivo de su gobierno con respecto a la prohibición. Me habló de la exclusión del proceso de toma de decisiones: "no tenemos ninguna participación real - la agricultura no tiene representación y se ignoran los intereses de los agricultores". El presidente saliente, Ollanta Humala, que fue elegido como candidato indigenista de izquierdas, no ha mejorado las cosas durante su mandato. "No ha habido más justicia: todavía hay represión, y poco respeto por los derechos de los trabajadores y campesinos".
Ahora, para horror de los defensores de los derechos humanos, Perú está a punto de elegir a Keiko Fujimori, hija del ex presidente encarcelado cuyo mandato se caracterizó por las privatizaciones, la corrupción y la represión. Amapola dice que Keiko es "una candidata de la capital [Lima] y de los capitalistas", y recuerda el mandato de Alberto Fujimori como un tiempo de "asesinatos, encarcelamientos y desapariciones" - fue él quien llevó a cabo una política de esterilización forzada en zonas indígenas que, podríamos argumentar, fue un acto genocida.
En una mesa redonda que tuvo lugar en la misma exposición, la analista Vicki Hanson describió la criminalización del cannabis como "una guerra contra la cultura" - un ataque a la tradición religiosa rastafari. Hanson retó al público a mirar más allá de la imagen recreativa de la marihuana y reconocer su importancia ceremonial y medicinal. Esta cuestión ha catapultado al Caribe a la vanguardia del movimiento reformista. "Jamaica es la nueva Bolivia", dice Pien Metaal del Transnational Institute. Metaal ha profundizado en el estudio de cómo se han desarrollado las políticas prohibicionistas a partir de una comprensión europea limitada de la función ritual de las plantas alucinógenas. El liberalismo es astuto en cuanto a las virtudes de la elección personal, pero subestima la importancia de los lazos comunitarios.
Eduardo Galeano, observador perspicaz de las iniquidades de la globalización, escribió en vísperas del nuevo milenio:
"Hace quinientos años, el pueblo y las tierras de América se incorporaron al mercado mundial como cosas. Unos cuantos conquistadores, los conquistadores conquistados, fueron capaces de vislumbrar la pluralidad de América, y vivieron en ella y para ella; pero la Conquista, una empresa ciega y cegadora como todas las invasiones imperiales, sólo fue capaz de reconocer a los indígenas, y a la naturaleza, como objetos a explotar o como obstáculos. Se rechazó la diversidad cultural como ignorancia y se castigó como herejía, en el nombre de un solo Dios, un solo idioma y una sola verdad, y este pecado de idolatría mereció flagelación, la horca o la hoguera. "
Legalicemos, dicen los reformistas, e incorporemos las drogas al mercado mundial de las cosas, para que puedan ser tratadas como una mercancía, como la soja o la madera. Pero esto debería alertarnos de que la liberalización es sólo una solución limitada: el mercado global es intrínsecamente indiferente al sino de los que cultivan y producen bienes. La mayoría de los consumidores no se preocupan por las condiciones de los productores, en parte debido a que las tareas de estos no están a la vista. La legalización de las drogas no resolverá las crisis sociales de los países del sur, a pesar de que traerá sin duda más paz y estabilidad y disminuirá la corrupción. La justicia social requiere una profunda transformación de nuestra relación con el mundo en vías de desarrollo, que debe pasar a ser simbiótica, en lugar de parasitaria. Y exige reevaluar nuestra actitud ante el uso que otras culturas hacen de las drogas - porque, como dice Amapola, "son más importantes que el mercado: son sagradas".
Este artículo se publica como parte de una alianza editorial entre openDemocracy y CELS, organización de derechos humanos argentina con una amplia agenda, incluyendo la defensa y promoción de políticas de drogas respetuosas de los derechos humanos. La alianza coincide con la Sesión Especial sobre Drogas de la Asamblea General de las Naciones Unidas (UNGASS).
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