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¿Qué pasó con Uruguay y la Marea Rosa?

Es improbable que una continuidad de izquierda en Uruguay pueda profundizar cambios. La coyuntura económica es menos favorable, la proximidad con los gobiernos regionales es menor y los vecinos amigos están peor. English

Rafael Bayce
9 octubre 2018
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Pepe Mujica, ex-presidente de izquierda de Uruguay. Wikimedia Commons. Todos los derechos reservados.

Este artículo forma parte de la serie "Desigualdad persistente: el controvertido legado de la marea rosa en América Latina" producida en alianza con el Instituto de Estudios Latinoamericanos del Instituto de Sociología de la Freie Universität Berlin.

El Uruguay adiciona tres fuentes de despotenciación de su trascendencia y singularidad, que producen una rebaja de su autoestima nacional y un particular agotamiento de sus energías utópicas.

Uno. Al acceder al gobierno, la izquierda, lejos de implementar un jubiloso discurso radical propulsado por su triunfo, no promete ya radicalidades ni profundizaciones del cambio, sino ‘un capitalismo como la gente’, ‘un capitalismo en serio’, por boca de su más carismático y popular líder, el legendario ‘Pepe’ Mujica, presidente durante el segundo mandato del Frente Amplio (FA).

Dos. Su orgullosa autoestima de singularidad original, incluso ya desde su estatus político-administrativo en el gobierno colonial, fue debilitada por la fuerte invasión de las grandes narrativas de la modernidad contemporánea, lo cual le quitó parte de su autoestima original de particularidad nacional.

La ‘Suiza de América’, la ‘Atenas del Río de la Plata’, que creía que ‘como el Uruguay no hay’, el pequeño país modelo que creía poder realizar experimentos sociales proto-Estado de Bienestar sin arrastrar el peso de conflictos históricos antiguos como Europa.

La globalización ideológica alcanza al Uruguay con comunismo, socialismo y anarquismo a principios del siglo XX; tercermundismo, democracia cristiana y un primer neoliberalismo desarrollista a fines de los 50; maoísmo, trostquismo, dependentismo y foquismo en los 60. El orgullo de la singularidad impar se diluye.

Tres. El ejercicio del gobierno impide cualquier maximización de utopías y radicalidades; el juego político cotidiano obliga a conceder; se producen des-radicalización ideológica, cupulización partidaria, alejamiento de las bases y burocratización partidaria.

Esto se agudiza por la concesión de un ministerio a cada fracción con votación sustantiva en una coalición cada vez más ideológicamente multicolor.

La teleología estratégica es abandonada por una manipulación táctica cortoplacista, con aburguesamiento militante correlativo a la entropía y agotamiento vistos, pero sin renunciarse a la continuidad en el poder, ya no para perseguir utopías sino para más bien para manipular ucronías pragmáticas como la electoral y de colocación de personas propias en los cargos.

Cuatro. Ese agotamiento entrópico coexiste con un debilitamiento de la idealidad de la democracia, de la cual Uruguay es precoz modelo regional, y avanzada mundial.

Encuestas de ránking de prestigio de las profesiones inmediatamente posteriores al fin de la dictadura muestran a los militares en los últimos lugares de prestigio; pero ya en pocos años figuran con un prestigio profesional medio; y actualmente, llega a ser probable una aprobación plebiscitaria a la formación de Guardias Nacionales y de su participación en las tareas policiales de seguridad. Memoria corta la popular.

La decadencia de las esferas públicas de debate y propuesta

Uruguay carece relativamente de sociedad civil, nación Estadocéntrica hecha desde un Estado leviatán y demiurgo, y gestionada desde una partidocracia binaria de dos partidos catch-all (Blanco y Colorado) que lo hegemonizaron por más de 150 años, hasta la llegada del Frente Amplio a la disputa con posibilidades del gobierno en 1999, con triunfo finalmente en 2004.

Los tiempos televisivos sustituyen a los más extensos radiales y escritos en la construcción del espectáculo político, y las redes sociales (Uruguay es el país con más uso de internet y redes en la región) agudizan la carencia progresiva de debate y propuesta. 

Pese a ser un país altamente urbanizado y concentrado demográficamente, la esfera pública no es de relación ascendente y propositiva sino de aplicación descendente de decisiones, sometidas más a queja y amenaza de castigo electoral que a una crítica aproximativa a una democracia madura.

Planes y programas juegan un papel retórico de exhibición de capacidad de gobierno, sin que casi nadie conozca sus contenidos; otra función que juegan es la de medir fuerzas entre las fracciones de la coalición a propósito de temas diversos.

La aparición de los sondeos de opinión pública nacionales y regionales resume y contagia cifras y rubros proveedores de popularidad y legitimidad sin debates al respecto.

Los medios de comunicación cada vez tienen menos tiempo de debates, con contenidos cada vez más breves y explosivos, menos analíticos.

Los tiempos televisivos sustituyen a los más extensos radiales y escritos en la construcción del espectáculo político, y las redes sociales (Uruguay es el país con más uso de internet y redes en la región) agudizan la carencia progresiva de debate y propuesta.

Siguiendo la tendencia de la publicidad y marketing comercial, la arena política también sustituye aceleradamente la tentativa de convicción mediante persuasión cognitiva retórica por tentativas de seducción poética emocional.

Partidos políticos nacidos desde una lucha entre ‘caudillos’ y ‘doctores’, luego se parlamentarizan; pero en los últimos 20 años se re-caudillizan. El hallazgo de líderes atractivos permitió a la izquierda salir de su impopular elitismo conceptual original, creo que  en toda la región.

El profético temor de Max Weber en 1917, de que las democracias pudieran devenir populismos carismáticos, brilla en todo su esplendor; es más fácil satisfacer la opinión pública que convencerla, ‘vender’ un candidato carismático que un pensativo ideólogo en estos tiempos de ‘sofisticados’ desarrollos argumentales por twitter, al estilo del ‘rey filósofo’ Trump. 

Una base parlamentaria volátil

Este fue, y es, sin duda un problema de gobernabilidad en la mayoría de los países de la región, en especial en los que exhiben multitud de partidos y órdenes político-administrativos federales.

Pero, en el unitario y urbanamente concentrado Uruguay, con pocos partidos relevantes, el Frente Amplio (FA) siempre tuvo mayorías parlamentarias, no muy holgadas pero suficientes, salvo para las pocas leyes que exigen mayorías especiales.

Sus mayores problemas legislativos fueron internos, endógenos: uno, la obtención de mayorías ad hoc cuando había algún disidente o alguno que buscaba ‘vender’ su coincidencia.

Dos, la persecución de objetivos de la izquierda propositiva clásica–redistributiva post-fiscal- versus los perseguidos por parlamentarios más jóvenes, quizás una ‘joven izquierda liberal’, que impulsó con éxito asuntos como la regulación estatal del ciclo de la marihuana, un acercamiento al aborto desde una ley de salud reproductiva; matrimonio igualitario entre diversos.

Los jóvenes se salieron con la suya pero tuvieron que apoyar a los más viejos, aun en asuntos- como la seguridad pública- en que la legislación resultó vergonzosamente conservadora y punitiva, en especial respecto de los menores.

Los más viejos también tuvieron que votar objetivos garantistas ‘liberales’ a cambio, con los que tampoco comulgaban. Ese trueque de favores garantizó mayorías frágiles y trabajosas; pero nunca se tuvo que recurrir, como en otros países, a alianzas ideológicamente suicidas (i.e. Brasil).

Cuando se recurrió a la tentativa de políticas de Estado, como en materia de seguridad, fue para disimular la falta de decisión para tomar medidas realmente de izquierda; la convocatoria a otros fue para no tomarlas y echarle la culpa de ello a la carencia de consenso inter-partidario; timoratez hipócrita cuando se tienen mayorías que no hacen necesario un consenso inter-partidario.

Si otros países no pudieron implementar deseos por falta de mayorías propias, en el Uruguay, por el contrario, el FA destruyó mayorías propias llamando a disidentes a consensuar sin necesidad; y tuvo dificultades con el logro de la mayoría propia, por razones endógenas.

La difícil fidelización electoral de las clases medias

Uno de los más llamativos problemas recientes de las izquierdas que gobernaron (especialmente en Brasil) ha sido la insuficiente fidelización político-electoral de muchos beneficiarios de sus políticas redistributivas.

En el Uruguay no ha sido tan así, no se han perdido tantos votos ‘prestados’ para 2004 en 2009 y 2014. Veo dos grandes razones para ello.

El voto al FA no siempre implicaba adhesión ideológica sino muchas veces solo voto castigo a los partidos tradicionales por la cadena de crisis sufridas, y una esperanza vaga en el dictum popular de que ‘escoba nueva siempre barre bien’.

Uno. Cuando era candidato, Tabaré Vázquez pidió varias veces ‘prestado’ su voto a ciudadanos que suponía adherentes probables a los históricamente mayoritarios partidos tradicionales.

Aunque secretamente esperaba conquistarlos y fidelizarlos –lo que en parte ocurrió- a partir del préstamo inicial, no podría sorprender que algunos de esos votos volvieran al origen.

El voto al FA no siempre implicaba adhesión ideológica sino muchas veces solo voto castigo a los partidos tradicionales por la cadena de crisis sufridas, y una esperanza vaga en el dictum popular de que ‘escoba nueva siempre barre bien’.

Todo esto sumado a que el bloqueo a Cuba, la caída del muro de Berlín, y una cierta familiaridad con los candidatos de izquierda había des-estigmatizado a la izquierda.

Dos. Sin embargo, hay razones más poderosas y abarcativas para entender esa tan lamentada insuficiencia de fidelidad electoral de los beneficiarios de redistribuciones desde políticas públicas gubernamentales.

A) Sabemos que puede no haber coherencia entre ‘posición’ estructural de clase en la estratificación, y ‘situación’ de clase en el proceso de toma de decisiones concretas.

Una cierta distancia conservadora entre ambas dimensiones ha sido calificada como ‘conciencia de clase alienada’, noción quizás aplicable al caso de aquellos beneficiarios de políticas gubernamentales de un partido al que votaron y que cambian su voto partidario como post-beneficiarios.

B) Al menos otras dos razones explican esa infidelidad, vista como alienada y traidora.

B.1) Un interés político-electoral cambiante. En parte la gente es utilitarista, sigue su interés sin importarle fidelidades políticas.

Aquellos beneficiarios de redistribuciones a partir de las cuales dejó atrás la pobreza e ingresó a las clases medias, estadística y psicosocialmente, votarán ahora por quien les asegure que seguirán mejorando, proyectando a futuro como expectativas las mejoras experimentadas.

No votarán por quienes los amenacen con redistribuir desde ellos hacia los que tienen menos que ellos, aunque ellos se hayan beneficiado, cuando tenían menos, precisamente de eso.

Ya no están en la posición de los que precisan ser beneficiarios de redistribuciones; ahora son sujetos que sólo pueden perder relativamente con el impulso redistribuidor; entonces ya no votarán más por ese redistribuidor que los benefició porque ya no los beneficiará sino quizás perjudicará.

B.2) Psicólogos sociales y sociólogos de mediados de los años 40 descubren que en contextos con movilidad se reclama más por movilidad que en contextos sin movilidad –una sociedad de castas reclamaría menos por movilidad que una meritocrática- porque la percepción de algunos móviles ascendentes, y más aún si algunos lo hacen espectacularmente, genera insatisfacción relativa entre los no tan móviles como ése, y temor a la inmovilidad en un contexto móvil.

Eso no sucedería en sociedades sin movilidad, sin expectativas de movilidad, con modelos difícilmente emulables, y sin insatisfacción relativa ni terror a la inmovilidad propia – o relativamente menor- en medio de movilidad ajena.

Entonces, la redistribución puede no fidelizar como esperaba a sus beneficiarios, en parte porque ya no les conviene más lo que les convino; y en parte porque se piensa que la fidelidad electoral anterior ya no satisfará sus expectativas crecientes de movilidad, antes dormidas, ahora agudizadas.

Todo esto no me parece sorprendente; al contrario, me sorprende que haya sorprendido. Hay un imaginario lírico-romántico sobre la gente real, trágicamente equivocado, producto radical de la idea de soberanía popular proyectada sobre un telón rousseauniano. 

Las élites salvan sus beneficios

En el Uruguay, podría hacerse una extensa lista de los aciertos en la gestión gubernamental de la izquierda, lo que ha sido ya hecho.

Para el caso uruguayo, los gobiernos de izquierda no han ido tan lejos en sus cambios como era esperable y posible de acuerdo con las ventajas relativas de que disfrutaban, especialmente al acceder a su elección y al gobierno.

Es claro, como para los demás países gobernados por la izquierda, que los resultados globales fueron mejores que los que habrían existido si la derecha hubiese gobernado. Basta comparar índices Gini de desigualdad actual y tendencial entre países de izquierda y de derecha.

No obstante, subsisten enormes dudas sobre sus logros en comparación con los resultados esperados de una gestión de izquierda.

Uno. Para el caso uruguayo, los gobiernos de izquierda no han ido tan lejos en sus cambios como era esperable y posible de acuerdo con las ventajas relativas de que disfrutaban, especialmente al acceder a su elección y al gobierno. En efecto, contaron con varias ventajas muy valiosas:

a) un contexto de bonanza en los precios de las commodities que permitió un modelo de redistribución que redujo umbrales formales de indigencia y pobreza sin tocar a la élite más exclusiva.

Ese modelo se hace menos viable con el fin de esa bonanza, que, además, retrasó la superación del modelo agroexportador y subindustrializador que afecta a nuestros países en general;

b) un contexto psicosocial favorable a un cambio electoral, voto castigo que prestaba votos o los cambiaba por una escoba nueva esperanzadora;

c) desde 2003 se empezaba a salir de una crisis profunda, de cuya salida saldrá mágicamente favorecido quien gobernó durante ella –FA desde marzo de 2005-, aun sin verificación de la asociación entre la nueva gestión gobernante y los méritos por esa salida.

Dos. El país mostró evidencias claras de haber mantenido y alimentado un modelo capitalista exportador re-primarizado y financiero que una izquierda gobernante no debería permitir reproducir ampliadamente:

a) en el país, además de muchas mejorías en la sindicalización y redistribuciones menores aunque ciertas, se concentró y extranjerizó la propiedad de la tierra y de la producción; la ganancia terrateniente en el precio de predios de más de 200 hás fue de 30 mil millones de dólares en 20 años, con una presión fiscal sobre el agro de solo 1.2% de ese monto (también muy baja sobre patrimonio, inmuebles, renta, ganancias): además, se cuadruplicó el precio de la há., se duplicó su rendimiento y mejoró el precio de los agroproductos;

b) respecto de la evolución de la participación relativa del capital y del trabajo, el valor de la tierra se sextuplicó mientras apenas se duplicaba el salario real;

c) en un país en que el 50% de menor ingreso se apropia solo del 23% del PIB mientras el 20% de mayor ingreso del 45%, desde 1968 el PIB un poco más que se duplica, mientras el salario real solo llega al 70%; desde 1993 el PIB per cápita aumenta un 40% mientras el salario real queda igual.

Puede estar satisfecho un gobierno de izquierda con esos macro-resultados en medio de esas ventajas relativas anotadas?

Final y brevemente, es improbable que una continuidad de izquierda pueda profundizar cambios. La coyuntura económica internacional es menos favorable, la similaridad ideológica con los gobiernos regionales es menor y esos vecinos amigos están peor; y las izquierdas han olvidado el dictum gramsciano de que la dominación económica y política debe fortalecerse con cambios en la cultura política de la sociedad civil.

En el Uruguay la evaluación de la gestión es liberal, con contenidos consumistas, de abundancia individualista, hedonista, de mimesis con jetsets glamorosos.

No harán ninguna propuesta fuera de ese imaginario, porque arriesgarían adhesión electoral, valor supremo para estos ucrónicos, antes utópicos.

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