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Volver a Sonreír

Para aquellos que están decepcionados con las perspectivas que ofrecía la supuesta “crisis del capitalismo”, Podemos representa más que una bocanada de aire fresco. Es un chute de adrenalina. English.

Miguel Ángel Andreu Segura
19 diciembre 2015
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Meeting de Podemos delante del Museo Reina Sofia en Madrid. Demotix/Marcos del Mazo. All rights reserved.

Fue una sorpresa.  Una agradable, aunque incierta sorpresa. Aquel joven con coleta, que ponía firmes a los jefes mediáticos de la derecha española en sus propias cadenas de televisión, creaba un partido político para presentarse a las elecciones al parlamento europeo. El salto a la política institucional de este profesor universitario y sus colegas de facultad, incluso para los que ya seguíamos sus intervenciones públicas, nos resultó un tanto chocante. No se trataba solamente de “entrar en política” sino que iban a crear un partido nuevo y además lo hacían con mucha ambición.

Para los votantes de izquierdas que en esos momentos estábamos ciertamente desencantados con la situación y con las perspectivas que nos ofrecía hasta el momento la supuesta “crisis del capitalismo” supuso, más que un soplo de aire fresco, una inyección de adrenalina. Un subidón que no sabíamos muy bien cómo iba a acabar pero que en esos momentos nos llenaba de ilusión.

IU, el referente durante largo tiempo de la izquierda más comprometida de España, no conseguía aglutinar el evidente descontento que se hacía patente en las calles del país. El 15-M fue un detonante muy poderoso pero carecía de influencia real en las instituciones. Desde el PSOE se decía que habían tomado nota, pero sus discursos no sonaban más que a palabrería. Y saltó la sorpresa.

Con una campaña corta, sin apenas medios, muy apegada a la calle y a las redes sociales, Podemos hizo estallar los pronósticos y establecerse como un agente político a tener en cuenta. 5 escaños y una presencia en los medios que hizo que un país entero mirara hacia una formación nueva que en su papeleta electoral no mostraba ningún logo, sino la cara de aquel chico con coleta que salía en la tele diciendo cosas con sentido común, pero al que nadie tomaba realmente en serio.

De repente, todos los medios querían contar con su presencia. Era el chico de moda. Se expuso mucho y con ello aumentó su popularidad y la de su partido, pero también el riesgo de quemar sus naves antes de tiempo. Fue entonces cuando muchos conocimos a Iñigo Errejón, Juan Carlos Monedero, Carolina Bescansa y demás compañeros, a los que se les empezaba a dar cancha en los medios. Conocimos y nos acercamos a los círculos que iban naciendo imparables por toda la geografía y notamos que las ambiciosas proclamas de Pablo Iglesias tras las elecciones europeas no habían caído en saco roto. Podemos iba a por todas. Era su momento.

Entonces comenzó el carrusel. Las sucesivas encuestas iban mostrando una subida imparable del partido, llegando a colocarlo primero en algunos sondeos. Había euforia pero cautela. Se sucedían los ataques desde partidos y medios. Valía cualquier treta, desde comparaciones con otros países hasta el aspecto personal. Se palpaba un evidente nervosismo ante aquello que poco antes solo hacía gracia y no pasaba de mera anécdota.

La vieja política, un término usado hasta la saciedad tras la aparición de Podemos, intentó hacer frente a este nuevo escenario aplicando cambios más cosméticos que sustanciales. El Partido Socialista, en caída constante, puso al frente a Pedro Sánchez, más imagen que contenido. IU ponía al frente a un Alberto Garzón al que debería haber dado la alternativa mucho antes. El PP permanecía ajeno en su cómoda burbuja de ser el único partido conservador, ajeno al futuro alumbramiento de Albert Rivera como regenerador de la derecha española. Incluso en esto tuvo influencia Podemos.

Mientras tanto llegó la primera gran victoria de la formación. A pesar de que las encuestas decían lo contrario, Podemos, en confluencia con diversas fuerzas políticas y colectivos sociales, logró las alcaldías de las dos ciudades más importantes de España y obtuvo sonoras victorias en otras muy significativas. Por fin la ilusión se tornaba en realidad.

Aún así, lógicamente la ola en la que iba subido Podemos empezó a estabilizarse y a descender. Los continuos ataques recibidos, la aparición de Ciudadanos que aumentaba la rivalidad por la centralidad del tablero político, errores propios y cierta moderación en los postulados primigenios fueron algunas de las causas que explicarían este descenso.

Se redujo la aparición de Pablo Iglesias y se produjo el paso al lado de Monedero, una de las caras visibles más carismáticas del  partido y el pesimismo se fue haciendo latente donde antes había entusiasmo. La clara derrota en las importantes elecciones catalanas no hacía más que fomentar este sentimiento. Fue además el punto de inflexión del crecimiento de Ciudadanos, la otra fuerza de la “nueva política”.

En realidad este sentimiento provenía más de los medios de comunicación que de lo que se sentía en la calle y en las redes sociales. Podemos estaba vivo. Quizá no con la fuerza que hacía no tanto alcanzó, pero ni mucho menos era residual como muchos quisieron hacer ver. Con las elecciones generales a la vuelta de la esquina fue aunando consenso y sumándose a otras fuerzas que comparten espíritu y mensaje. Durante el camino ha habido sonoros desencuentros y descorazonadoras ausencias.

Escribo estas líneas después del debate televisivo entre las cuatro principales fuerzas políticas. Parece ser que el lema acuñado en los últimos días, Remontada, no es simplemente una palabra lanzada al vacío. Se vuelve a masticar esa esperanza de destrozar los pronósticos y volver a hacer historia. El contrincante es duro y se juega con sus reglas, pero hasta el final siempre hay partido. Y es que parafraseando a unos grandes, Podemos no nació para resistir, nació para vencer.

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