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Gana López Obrador pero en México sigue el reto de la desigualdad

El principal problema del país es la desigualdad. El segundo mayor problema del país es la desigualdad. English

Inés M. Pousadela
29 junio 2018
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Familiares de los 43 estudiantes desaparecidos, durante una protesta en Ciudad de México. 26 de diciembre 2015. AP Photo/Marco Ugarte. Todos los derechos reservados.

Este artículo forma parte del especial "Elecciones México 2018: despolarización y desinformación" producido en alianza con la Revista Nueva Sociedad en el marco de nuestro proyecto #EleccionesAbiertas2018

En un informe titulado Desigualdades en México 2018 - publicado a principios de este mes, mientras los votantes se preparaban para acudir a las urnas el próximo 1 de julio - investigadores de El Colegio de México (Colmex) pusieron el foco en el que consideran el mayor desafío que enfrenta México.

"El principal problema del país es la desigualdad", dijo el conocido periodista y académico Ricardo Raphael durante la presentación del informe. "El segundo mayor problema del país", continuó Raphael, "es la desigualdad".

Las últimas encuestas preanuncian que los votantes mexicanos - visiblemente hartos de una clase política a la que perciben como extremadamente corrupta y hasta la fecha incapaz de reducir la desigualdad, la pobreza, la violencia y la inseguridad - elegirán al por tercera vez candidato Andrés Manuel López Obrador (mejor conocido como AMLO) como su próximo presidente.

La indignación ciudadana ha catapultado hacia el poder a un candidato de izquierda ideológicamente ambiguo, que se presenta ante todo como un outsider con las manos limpias. Lo que no está tan claro es qué hará el ex alcalde de la Ciudad de México para enfrentar el enorme desafío de reducir la desigualdad y lidiar con los numerosos problemas sociales que han motivado a los votantes a ponerse a su lado.

La indignación ciudadana ha catapultado hacia el poder a un candidato de izquierda ideológicamente ambiguo, que se presenta ante todo como un outsider con las manos limpias. 

En el curso de la campaña, AMLO – quien podría ser elegido para un único mandato de seis años - ha prometido acabar con la corrupción y luchar contra la desigualdad, cosa más fácil de decir que de hacer. Entre otras cosas, el citado estudio de Colmex concluye que quienes ostentan el poder en México – un país que exhibe una de las mayores tasas de desigualdad en América Latina - no entienden el vínculo entre políticas gubernamentales y desigualdad.

Carecen de una comprensión cabal de toda la gama de factores que contribuyen a la desigualdad, así como de las formas en que se superponen y alteran las trayectorias de vida de las personas. Las propuestas de AMLO en materia de políticas de lucha contra la pobreza (por no hablar de medidas anticorrupción) son extremadamente vagas: no ofrecen mucho detalle más allá de la promesa de aumentar el salario mínimo o el acceso a la educación.

Hasta ahora, los programas sociales no han logrado reducir la pobreza y mucho menos las desigualdades, las cuales se han incrementado – al igual que la violencia y la impunidad - tanto bajo la actual administración del Partido Revolucionario Institucional (PRI) como bajo las de sus predecesores del Partido de Acción Nacional (PAN).

Ante niveles de violencia, corrupción, exclusión e impunidad sin precedentes, el advenimiento un líder capaz de producir cambios profundos ha generado enormes expectativas.

Estos dos partidos, que han sostenido programas neoliberales, se han alternado en el poder desde la década de 1990, cuando el sistema político atravesó un proceso de liberalización que puso fin a 70 años de hegemonía del PRI. En este contexto, el ascenso de una izquierda redistribucionista y anticorrupción no parece ser una mala idea.

Ante niveles de violencia, corrupción, exclusión e impunidad sin precedentes, el advenimiento un líder capaz de producir cambios profundos ha generado enormes expectativas. ¿Marcará la elección de AMLO el fin de una etapa de neoliberalismo desalmado y el comienzo de una nueva era de inclusión democrática?

Estas elecciones constituyen, de hecho, la primera oportunidad real para la izquierda de acceder al poder, tras tres derrotas electorales sucesivas del fundador del Partido de la Revolución Democrática (PRD), Cuauhtémoc Cárdenas, y dos derrotas adicionales de su sucesor, el mismísimo AMLO. Fue precisamente tras su segunda derrota, en 2012, que AMLO abandonó el PRD y fundó su propio partido, el Movimiento Nacional de Regeneración, también conocido como MORENA.

Se habla incluso de la posibilidad de que supere el 50% de los votos. 

El favorito de las encuestas lidera una coalición llamada "Juntos Haremos Historia", que incluye a MORENA, al Partido del Trabajo (PT) y a un inesperado compañero de ruta: el evangélico ultraconservador Partido Encuentro Social (PES). Según los sondeos más recientes, lidera la intención de voto con cerca del 40%, unos veinte puntos por delante de su rival más cercano.

Se habla incluso de la posibilidad de que supere el 50% de los votos. Esto no hará ninguna diferencia en la elección presidencial, ya que el presidente mexicano es elegido por simple pluralidad de sufragios; sin embargo, la tracción del carismático candidato puede hacer una enorme diferencia en las elecciones legislativas, que se llevarán a cabo junto con las presidenciales.

El próximo domingo serán elegidos 128 senadores y 500 diputados, y es posible que la coalición que lidera AMLO obtenga una amplia mayoría en el Congreso, un regalo no recibido por ningún otro presidente mexicano en el último cuarto de siglo.

Abundan, sin embargo, las incertidumbres. En primer lugar, ¿qué dosis de cambio promete AMLO? El candidato suena mesiánico en el ejercicio de los roles de cruzado anticorrupción y defensor a ultranza de los pobres; sin embargo, claramente no es un revolucionario. De ahí que las comparaciones alarmistas que lo equiparan con Hugo Chávez y otros líderes considerados populistas de izquierda no se sostengan.

La retórica nacionalista de AMLO se parece más bien a una promesa de retorno a las raíces del PRI, abandonadas definitivamente a fines de la década de 1990, y en particular con la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) – restauración a la que de hecho aspiraba su partido de origen, el PRD.

Lejos de ser un recién llegado, este hombre de 64 años es un político veterano que lidera un variopinto conjunto de activistas de la izquierda tradicional, empresarios, un grupo religioso de derecha, y ex integrantes e incluso ex funcionarios del PRI y el PAN.

Ideológicamente, la coalición que lidera AMLO carece de consistencia, tanto a nivel de las propuestas de campaña como en lo que se refiere a los socios que la integran. AMLO habla como un outsider, y no sería extraño que acabe siendo quien ponga al PRI fuera de juego (al menos temporariamente).

Pero lejos de ser un recién llegado, este hombre de 64 años es un político veterano que lidera un variopinto conjunto de activistas de la izquierda tradicional, empresarios, un grupo religioso de derecha, y ex integrantes e incluso ex funcionarios del PRI y el PAN. ¿De qué otra manera podría un nuevo partido reclutar suficientes candidatos para ocupar cientos y miles de cargos públicos? En numerosos distritos, candidatos a alcaldes y legisladores procedentes de ambos desacreditados partidos serán pronto elegidos en nombre de MORENA.

En segundo lugar, si AMLO realmente promete un cambio progresista, ¿cuán capaz será de llevarlo a cabo? ¿Qué herramientas utilizará para revertir políticas neoliberales de varias décadas, impulsar la inversión pública, mejorar las condiciones de vida de los pobres y reafirmar la autoridad del Estado sobre los poderes fácticos? A pesar de que el Estado mexicano sigue siendo más fuerte que la mayoría de sus contrapartes latinoamericanas, las políticas neoliberales lo han convertido en una mera sombra de lo que alguna vez fue.

Y, por último, si AMLO avanza en el cumplimiento de sus promesas de cambio social, ¿cuál será el precio a pagar? Su coalición probablemente tendrá mayoría en ambas cámaras del Congreso. Su rol de líder carismático en las cumbres probablemente se verá realzado por la heterogeneidad de su coalición atrapa-todo, ya que él mismo (más que cualquier clase de programa) es el cemento que la mantiene unida.

Con AMLO como el garante del elemento popular de la democracia, ¿quién protegerá su componente liberal?

Es probable que el PAN acabe convirtiéndose en la única oposición real, pero ello no ocurrirá sino luego de que atraviese un serio proceso de reestructuración. Con AMLO como el garante del elemento popular de la democracia, ¿quién protegerá su componente liberal? ¿Sobrevivirán el pluralismo y los frenos y contrapesos, o acaso la ya defectuosa democracia mexicana se volverá cada vez más “delegativa”, para usar la expresión del reconocido politólogo argentino Guillermo O'Donnell?

Mientras el probable futuro presidente se proclama a sí mismo representante de la “gente común” y afirma haber integrado en su coalición a la sociedad civil que cuenta – la de los movimientos sociales populares y de base -, las organizaciones de la sociedad civil mexicana que trabajan en temas de libertades cívicas, integridad pública y gobernanza democrática están cada vez más inquietas.

Si el gobierno de AMLO resulta ser demasiado poderoso para aceptar someterse a controles, al tiempo que demasiado débil para tener destino en la lucha contra las profundamente arraigadas desigualdades, la corrupción y el crimen organizado, los mexicanos correrán el riesgo de quedar atascados en el peor de los dos mundos. 

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