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La convención Republicana de Cleveland: una perspectiva histórica

Si Buenos Aires fue la capital mundial del populismo después de 1945, existe una posibilidad real de que Washington se convierta en su capital global en el siglo XXI. English

Federico Finchelstein
23 julio 2016
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El candidato presidencial Donald Trump y el candidato a la vicepresidencia, Mike Pence, durante la Convención Nacional Republicana en Cleveland, jueves, 21 de julio de 2016. Foto AP/Mark J. Terrill.

Tanto los votantes norteamericanos como los historiadores necesitarán ir más allá de los escándalos de la Convención Nacional Republicana (la RNC, en sus siglas en inglés) que ha tenido lugar en Cleveland, de la historia de los plagios de Melania Trump y del momento en que abuchearon al senador Ted Cruz. Desde la perspectiva de un historiador, dos temas relacionados entre sí estuvieron presentes de manera muy destacada en la RNC: la política del miedo, movilizada por la mayoría étnica (la llamada “mayoría silenciosa”, que se supone que es pro-Republicana), y la fantasía de meter a Hillary Clinton en la cárcel. Ideas radicales, como la de la deportación masiva de inmigrantes hispanos o la prohibición de entrada al país a los musulmanes, protagonizaron la Convención, junto a la igualmente radical promesa de encarcelar a la candidata Demócrata.

Estas ideas, no sólo señalan un desprecio populista a la separación de poderes, sino que también representan la genealogía fascista del populismo que tan bien representa Donald Trump. La promesa de llevar a cabo medidas represivas contra las minorías y contra los rivales políticos sitúa al movimiento de Trump en el lugar al que pertenece: la historia de cómo el fascismo se convirtió en populismo. Este cambio resultó en una forma autoritaria de democracia, que combina procesos electorales con temas y prácticas mas típicas del fascismo.

La retórica utilizada en Cleveland es un nuevo síntoma de una misma historia clínica. Mientras los Republicanos tradicionales apelaban a encarcelar sin juicio previo a Hillary Clinton, unos cuantos pidieron incluso su ejecución sumarísima. Esto, claro está, está más relacionado con el cálculo electoral que con verdaderas propuestas políticas; pero desde la perspectiva del historiador, esta es precisamente su dimensión más impactante. Lo que es relativamente nuevo en la política presidencial norteamericana, no lo es en la historia del fascismo y del populismo. Un alto grado de retórica ideológica de corte fascista –desde el racismo contra los hispanos y los musulmanes a la imaginaria encarcelación de Clinton- dominó la convención, y se convertirá probablemente en un elemento clave en su recuerdo.

La RNC en Cleveland confirmó la preeminencia de una nueva forma de derechismo en el populismo norteamericano. Esto último ha reemplazado casi por completo a las propuestas y debates políticos. En su lugar están el miedo, la mentira y las promesas de violencia contra aquellos que son vistos como enemigos irreconciliables, antes que como antagonistas políticos.

El grito de “a la cárcel” pertenece a la tradición antidemocrática, que ve a los rivales como criminales, que no merecen tener meras opiniones políticas diferentes. Las ideas políticas que proponen enviar a otros a prisión por la vía de la aclamación tienen una historia muy concreta. Los fascistas (siempre) y los populistas (a menudo) utilizan la prisión como la manera de tratar con la oposición.

El populismo democrático moderno se constituyó originalmente en 1945, como una respuesta post-fascista a las izquierdas. Sin embargo, no se trataba de una ruptura radical con el pasado, y el populismo no fue engendrado fuera de la continuidad histórica. Trump representa el último capítulo de una larga historia de contestación de la democracia liberal. Como todos los movimientos populistas, el Trumpismo comparte una genealogía fascista. Pero en vez de ser fascista, Trump es populista hasta la médula.

El populismo moderno nació en Argentina en 1945, cuando el general Juan Domingo Perón renunció al fascismo para crear un híbrido: una democracia que mezclase la legitimidad democrática con rasgos autoritarios, demagogia y una idea reduccionista del pueblo. El general Perón, como muchos de sus futuros emuladores –el comandante Hugo Chávez en Venezuela, o Recep Tayyip Erdoğan en Turquía, y ahora Trump en Estados Unidos- identificaron las necesidades de la gente con sus propios deseos y los opusieron al status quo. Todos ellos prometieron enviar a la cárcel a sus enemigos y, una vez en el poder, a menudo lo cumplieron. La idea de pena de prisión para los candidatos rivales ha sido, en mi opinión, la cuestión preponderante de la Convención Republicana en Cleveland.

En política, el populismo es lo opuesto al pluralismo. Habla en nombre de una mayoría imaginaria y desprecia todas las visiones que considera propias de la minoría. A menudo, sus enemigos incluyen minorías étnicas y religiosas, y comprenden siempre a la prensa independiente. Perón habló en nombre del pueblo y se imaginó a sí mismo como lo opuesto a las élites. Como Trump, el general argentino se colocó a sí mismo en contra de la política al uso. Representó la “anti-política”, y concibió su propio papel en términos mesiánicos. Se encomendó cambiar radicalmente la Argentina, dándole un nuevo fundamento histórico en tiempos de crisis terminal.

Si Perón resultó el epítome del populismo del siglo XX, el movimiento Trump, en su forma ideal, representa la nueva oleada del populismo para el nuevo siglo. En esta ocasión, sin embargo, el populismo recupera algunos tópicos fascistas que Perón y el populismo clásico rechazaron. Trump –y sus contrapartes europeas como Marine Le Pen en Francia, o Pegida en Alemania- regresan a la xenofobia de una forma que jamás hubiese imaginado el caudillo latinoamericano.

Si el rechado del racismo fue uno de los elementos clave que distanciaba de las visiones fascistas y racistas del pasado de la versión que Perón tenía de una democracia autoritaria, el racismo de hoy parece estar en el centro de la política. Si Buenos Aires fue la capital mundial del populismo después de 1945, existe una posibilidad real de que Washington se convierta en su capital global en el siglo XXI. He aquí porqué los historiadores de todo el mundo tienen mucho que decir sobre esta materia. Esta semana, la convención de Cleveland se convirtió en el epicentro global del populismo.

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