
Participantes de la reunión de Antigua, noviembre de 2017. Foto: Katy Tartakoff.
Los países latinoamericanos tienen las tasas de femicidio más altas del mundo y se les considera los lugares más peligrosos para las mujeres fuera de las zonas de guerra.
Muchas zonas de la región son, de hecho, zonas de guerra – aunque no se ajustan a los tipos de guerra convencional. Mucha mujeres – demasiadas - enfrentan constantes amenazas de violencia por parte de cárteles de la droga, fuerzas gubernamentales, paramilitares, pandillas, maridos y parejas.
En noviembre de 2017, representantes de movimientos femeninos de todo el continente americano se reunieron en Antigua, Guatemala, para debatir sobre las causas de esta violencia, los desafíos para la paz y qué respuestas dar a todo ello.
Primera lección: las formas no tradicionales de conflicto no suelen reconocerse, no se abordan y se malinterpretan, aunque afectan profundamente la vida de mujeres y niños.
La reunión congregó a mujeres que trabajan en el proceso de paz de Colombia; en la búsqueda de desaparecidos y demandando justicia en México; luchando contra el femicidio y la corrupción en Honduras; en defensa del territorio en Guatemala; oponiéndose a la violencia de las pandillas en El Salvador; en la reconstrucción de Puerto Rico y resistiendo la brutalidad policial en Nueva York.
De los tres días de intenso debate surgieron varias lecciones clave. La primera: que las formas no tradicionales de conflicto no suelen reconocerse, no se abordan y se malinterpretan, aunque afectan profundamente la vida de mujeres y niños.
La guerra contra las drogas, la violencia de las pandillas, la violencia estatal y los conflictos por la tierra y el territorio tienen raíces históricas y culturales profundas y pueden ser causa de tantas muertes y desplazamientos de población como las guerras entre estados. Pero son conflictos menos visibles y que cuentan con menor apoyo internacional para ponerles fin y ayudar a los afectados por esta violencia.
Segunda lección: en el mejor de los casos, los acuerdos de paz brindan la oportunidad de construir la paz, pero no de resolver conflictos de fondo.
Dichos conflictos afectan a las mujeres, a sus hogares, sus familias, su vida cotidiana. La violencia no se da en discretos y lejanos campos de batalla. No existe la opción de que las mujeres queden "fuera" de la esfera del conflicto. Aunque pueden afectar la forma en que éstas se involucran, y muchas eligen no ser víctimas ni facilitadoras de la violencia, sino agentes de paz.
La segunda lección: en el mejor de los casos, los acuerdos de paz brindan la oportunidad de construir la paz, pero no de resolver conflictos de fondo. En la reunión de noviembre en Antigua, hablaron mujeres colombianas sobre cómo están evolucionando las formas de conflicto desde que se firmaron los recientes e históricos acuerdos de paz, de los intereses contrapuestos en juego, de nuevos desafíos y de cuestiones cruciales no resueltas como quién se beneficiará ahora del tráfico ilícito de drogas y quién decidirá los usos de la tierra.
A menudo los acuerdos de paz, como en El Salvador y Guatemala, se centran en las partes enfrentadas sin abordar temas críticos para la reconstrucción de las comunidades. Quedan bien sobre el papel, pero los desafíos que implica su implementación y el tener que lidiar con nuevas formas de conflicto recaen de modo desproporcionado en comunidades vulnerables que disponen de escasos recursos. Los derechos de las mujeres suelen quedar en el apartado de "esto ya lo abordaremos más adelante" o desaparecen por completo de la agenda.
En Antigua se habló de cómo el patriarcado, el capitalismo y el racismo se entrelazan, no como teorías de opresión, sino como fuerzas que enfrentan y contra las que luchan las mujeres todos los días.
Mientras tanto, acuerdos internacionales como la resolución 1325 del Consejo de Seguridad de la ONU sobre la mujer, la paz y la seguridad no han conseguido ampliar y profundizar el papel de las mujeres en la construcción de la paz. Aunque se es más consciente de la necesidad de integrar a las mujeres en las negociaciones de paz, a todos los niveles (desde la prevención y resolución de conflictos hasta el mantenimiento de la paz y la reconstrucción), dicha conciencia no garantiza, por el momento, una mayor participación de las mujeres.
Las participantes en la reunión de Antigua explicaron la relación de la violencia contra las mujeres con otros sistemas de opresión. Hablaron de cómo el patriarcado, el capitalismo y el racismo se entrelazan, no como teorías de opresión, sino como fuerzas que enfrentan y contra las que luchan las mujeres todos los días.
Siglos de ataques racistas y patriarcales contra pueblos y culturas indígenas subyacen a la violencia que enfrentan hoy las mujeres mayas, por ejemplo. A lo largo de la frontera entre México y Estados Unidos, los sistemas de producción en cadena tratan a las trabajadoras como algo desechable y esta actitud se refleja en las formas de violencia que padecen.
Otra conclusión del grupo de Antigua es que la organización salva vidas al incrementar la seguridad, el poder y la influencia de las mujeres en la sociedad.
Organizarse permite a las mujeres tener mayor acceso a las esferas políticas y mediáticas. Ha sido precisamente la existencia y la persistencia de las organizaciones de mujeres lo que ha permitido a las mujeres de las Américas obtener un puesto en la mesa, desde el que poder plantear cuestiones que de otro modo habrían sido ignoradas.
Allá donde no se puede confiar en que los gobiernos garanticen los derechos humanos y la seguridad, las mujeres se han organizado de manera autónoma y han logrado grandes avances en temas de seguridad.
Las mujeres colombianas enfrentan a los delincuentes a través de potentes asociaciones de vecinos lideradas por mujeres. En México, las mujeres han desarrollado planes feministas de seguridad humana para áreas urbanas peligrosas y lideran las fuerzas policiales comunitarias indígenas.
En El Salvador, un colectivo feminista lleva a cabo una labor de educación casa por casa sobre violencia doméstica y se encarga de formar en derechos humanos a mujeres policías.
El grupo de Antigua decidió convertirse en semilla de un nuevo colectivo dedicado a las mujeres, la seguridad humana y la paz sostenible en las Américas.
En todo el continente americano, las mujeres están abriendo caminos alternativos hacia una verdadera paz y seguridad, liderando proyectos a largo plazo que rechazan la militarización y la violencia y desarrollan sentido de comunidad, justicia efectiva y respeto por los derechos humanos.
Pero lo hacen a costa de enormes riesgos personales. Para apoyarse unas a otras y profundizar en su visión de una seguridad humana feminista, el grupo de Antigua decidió convertirse en semilla de un nuevo colectivo dedicado a las mujeres, la seguridad humana y la paz sostenible en las Américas.
Pusieron un énfasis especial en la necesidad de mantener las amistades que tejieron durante la reunión y que hicieron posible combinar intensos debates sobre amenazas y ataques con risas y amor, como recordatorio de que la seguridad real no se logra con armas de fuego, sino con conexiones humanas más sólidas y justas.
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