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Lucha contra la desigualdad en América Latina: ¿cambiar el modelo o atenuar sus consecuencias?

Javier Ciurlizza, director de oficina andina de la Fundación Ford reflexiona a propósito del e-libro “¿Condenados a la Desigualdad? De la Marea Rosa al Giro a la Derecha en América Latina”, editado conjuntamente por Democracia Abierta y el Instituto para América Latina de la universidad Libre de Berlín

Javier Ciurlizza
23 julio 2019, 12.01am

El crecimiento económico es un elemento esencial y necesario de la reducción de la desigualdad, pero está lejos de ser suficiente. En la experiencia de la Fundación Ford en su trabajo en América Latina en los últimos 55 años, ha sido evidente que los tiempos de expansión económica han producido un ensanchamiento de la clase media, una reducción de los índices de pobreza o de necesidades básicas insatisfechas y, en general, una expansión del consumo y de mercado internos.

Así, por ejemplo, el crecimiento de la inversión pública en infraestructura y servicios que se produce con desniveles en cada país entre 1930 y 1960 causa una modificación de la estructura productiva y promueve la emergencia de clases medias más consolidadas.

Esto ocurre, por ejemplo, con la expansión de la cobertura educativa en países como Argentina y Uruguay, pero también con la consolidación de núcleos productivos industriales en regiones como el sur del Brasil y el Valle de Aburrá, en Colombia, que crean núcleos industriales, pero a nivel micro.

Esta transformación se realiza, por lo general, en escenarios de democracias restringidas, pero con una creciente movilización social, expresada en la multiplicación de sindicatos y organizaciones campesinas, en las presiones por la reforma agraria e industrial y, finalmente, por la emergencia de fuerzas de izquierda, alguna de las cuales evolucionaron hacia formas de acción armada.

La discusión, entonces y ahora, giró en torno a en qué sentido el crecimiento económico, siendo elemento necesario de la reducción de la desigualdad, no fue ni suficiente ni sostenible.

Y esta discusión nos reconduce a una vieja conversación entre sistemas, estructuras y sus manifestaciones. Es en cierta medida, una discusión sobre si lo que hay que hacer es cambiar el sistema desde la raíz, o aceptarlo y trabajar en sus efectos, moderándolos en su impacto. Gramsci estaría feliz de regresar a esa conversación.

La llamada marea rosa en América Latina tuvo que ver naturalmente con una reacción social frente a la crueldad neoliberal en sus acepciones más puritanas

No hay duda de que la desigualdad tiene que ver con estructuras, y no hace falta ser marxista para creerlo. El trabajo de la Fundación Ford en los años 50 y 60 en el mundo tuvo que ver con la progresiva convicción de que la desigualdad no es solo una consecuencia indeseada del capitalismo, sino que convivía con él en básica armonía. El reporte Gaither, encargado a un grupo de expertos por la Fundación Ford en 1947 para definir el rol que la Fundación debía desempeñar, señaló con claridad que la justicia social se construía a partir del cambio de estructuras.

60 años después, la Fundación sigue enfrentando esas mismas preguntas. El debate sigue siendo pertinente y los ensayos del libro lo plantean bien.

Sin embargo, debemos evitar preguntas simples para no obtener respuestas simples. La llamada marea rosa en América Latina tuvo que ver naturalmente con una reacción social frente a la crueldad neoliberal en sus acepciones más puritanas, que veían al mercado como el único recurso que podía arbitrar las diferencias en sociedades que, instintivamente, transformarían economías plagadas de ineficiencias (que fueron cruelmente reales en muchos países, también).

Para eso se inventaron la historia del estado mínimo, en contextos como el colombiano, el peruano, o el guatemalteco, en donde precisamente lo que se necesita con más urgencia es más estado y no menos. Fue un desastre.

Pero ¿estamos frente al péndulo histórico latinoamericano? Ya probamos supuestamente de todo, y parece que nada funciona. La opción que se nos abre en Brasil representa quizás el capítulo más oscuro: como ni el neoliberalismo, ni el socialismo, ni el estatismo nos salvan de los agravios, entonces regresemos a fórmulas intentadas abiertamente en el siglo XIX y soterradamente después.

Son la familia, la tradición, los valores, tal y como deben ser entendidos, los que vienen a nuestro rescate. Es la “abominable” ideología de género la que pervirtió a nuestros niños, son los liberales ateos que se olvidaron de dios, son lXs LGBTIQ, son las ONGs, son los marxistas, son los libre pensadores. El problema de Colombia es el acuerdo de paz. Y esa visión se ha expandido como un reguero de pólvora en todos nuestros países, y parece que no nos estamos dando por enterados.

La marea rosa parece condenada a desaparecer, al menos en sus acepciones actuales, pero el impulso de cambio, de renovación, de lucha por la inclusión y la igualdad sigue presente y se expresará por sí mismo o mediante quienes logren convencerlos de que ellos representan el cambio.

La Fundación Ford cree que sólo sociedades más integradas, más incluyentes, menos racistas, pueden estar en condiciones de luchar contra esas causas profundas de la desigualdad. Eso es hablar de sistemas y estructuras, pero también procura ser un llamado de atención de la polarización política entre izquierdas y derechas ha tendido a empobrecer el debate y a perpetuar agravios y a producir nuevos.

Volvamos a discutir la raíz, pero tratemos de ampliar el debate para abordar temas que escapan al análisis político y económico de las contradicciones

Las percepciones de amplios sectores de nuestra población son de que su opinión importa poco o nada y que su posibilidad de éxito o fracaso depende más de su cuna que de su esfuerzo. A pesar de todos los intentos fallidos por demostrar lo contrario (más educación, más inclusión, más derechos), todavía estamos en la región en donde las oportunidades se moldean por los territorios en donde se crece.

A un joven que busca desesperadamente escapar de la pobreza en las provincias altas del Cuzco, a una madre cabeza de familia que apenas puede alimentar sus hijos en Bolivia, a un migrante venezolano que recibe rechazo y se vuelve apátrida, a un desplazado del Chocó colombiano que debe huir por la presencia de grupos armados, no se les puede decir simplemente que participen de una democracia que les da poco y que crean en un estado en donde la corrupción ha empañado los pocos logros redistributivos.

Y sí. Volvamos a discutir la raíz, pero tratemos de ampliar el debate para abordar temas que escapan al análisis político y económico de las contradicciones.

Hablemos de racismo, de territorios olvidados, de modelos de desarrollo que no parecen necesitar del otro, de evasión tributaria de los que más tienen. En ese debate, cuenten con la Fundación Ford.

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