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Si democracia es libertad de prensa, entonces ¿esto qué es?

Entre ataques sistemáticos a periodistas en todo el mundo, los gobiernos usan métodos cada vez más sutiles para intentar ocultar la verdad. Los periodistas deben ser también más sutiles para llegar a descubrirla. English

Manuel Nunes Ramires Serrano
5 enero 2018
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Una mujer participa en una protesta contra el asesinato de periodistas en México, en la Avenida Reforma. Ciudad de México. 25 de marzo de 2017. NurPhoto / SIPA USA / PA Images. Todos los derechos reservados.

“"Debemos saber todos que cada mediocridad, cada rendición, cada acto de complacencia nos dañará tanto como los rifles del enemigo".

― Albert Camus

Ser periodista en Turquía o en Egipto te puede costar la libertad. En Siria o en México, te puede costar la vida. Según el Índice Mundial de Libertad de Prensa 2017, el mundo se está convirtiendo en un lugar cada vez más peligroso para ejercer la profesión de periodista.

Los gobiernos y los actores no estatales limitan la libertad de prensa por muchas razones. Los Obiangs y los Berdymuhamedovs de este mundo lo hacen simplemente para aferrarse al poder. Los Rouhanis y los Salman bin Abdulazizes, para "defender la moralidad". Y los Erdogans y los Maduros, para sofocar a la oposición, usando el descontento social como excusa. El problema, sin embargo, va más allá de las dictaduras de la época de la Guerra Fría, los regímenes autocráticos y los fanáticos religiosos. Según Freedom House, solo el 13% de la población mundial disfruta de una prensa libre y la libertad de prensa va debilitándose en las democracias modernas y pluralistas, como Canadá y Nueva Zelanda. Incluso en Europa, la región con el nivel más bajo de violaciones de libertad de prensa en el mundo, está perdiendo terreno: en los últimos cinco años, los ataques a la libertad de prensa han aumentado un 17.5%. Los que crean que Polonia y Hungría son los únicos estados a los que hay que culpar por este declive en la región, será mejor que se lo piensen dos veces.

Una epidemia global

Los ataques a la libertad de prensa no son nuevos, ni siquiera en las democracias formales. Lo que está cambiando es la naturaleza de dichos ataques. Los gobiernos, los criminales y otros actores no estatales siempre han intentado evitar que los periodistas les obliguen a rendir cuentas. La censura institucionalizada, la presión política y la violencia física no son cosa del pasado. Turquía, la prisión más grande del mundo para los periodistas, es un buen recordatorio de esta realidad. Pero según Reporteros Sin Fronteras y Freedom House, los estados están usando técnicas nuevas, más sutiles y sofisticadas, para intimidar, hostigar y deslegitimar a los periodistas. Estas prácticas debilitan nuestras democracias y las hacen propensas a la manipulación y la desinformación. La verdad, como predijo Orwell, lleva camino de convertirse en lo que nuestros dirigentes quieren que sea.

Podría argumentarse que Donald Trump lidera la reacción contra el periodismo a nivel mundial. Su cruzada contra los periodistas no solo hace peligrar la larga tradición de su país en defensa de la libertad de expresión y la libertad de prensa, sino que abre la puerta a que otros políticos hagan lo propio. Los dirigentes autoritarios piensan ahora que es normal desacreditar y hostigar a la prensa. El gobierno egipcio, por ejemplo, recurrió a la retórica de las falsas noticias para criticar la cobertura que llevó a cabo la CNN del ataque terrorista a una mezquita en el Sinaí. Libia hizo lo mismo para desacreditar un reportaje de la CNN sobre la esclavitud. Nigel Farage en el Reino Unido y Beppe Grillo en Italia son algunos de los admiradores de este método que resulta ideal para distraer a los ciudadanos y desviar su atención de los problemas reales y que consiste en centrarse en el mensajero en lugar del mensaje. Este es el método con el que los populistas de todos los pelajes buscan vincular a los periodistas con "el Establishment" y así socavar el papel de los medios como vigilantes del poder.

Otros países están tomando diferentes caminos para coartar la libertad de los medios. Andrzej Duda en Polonia y Viktor Orban en Hungría, por ejemplo, andan combinando la presión política y la económica para socavar a los medios independientes: los ahogan suprimiendo la publicidad del sector público, mientras favorecen a medios privados afines al gobierno y, en consecuencia, restringen la libertad de prensa. En Polonia, además, las purgas en los medios públicos se están volviendo habituales y se ha limitado el acceso de los medios independientes al Parlamento. En Hungría, un importante periódico de izquierdas tuvo que cerrar al ver como se restringía su distribución, se cancelaban suscripciones y caía en picado la publicidad tras exponer varios casos de corrupción del gobierno de Orban.

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Foto II Manifestantes protestan frente a la embajada de Turquía en Berlín, Alemania, el 3 de mayo de 2017. La manifestación fue organizada por Amnistía Internacional y Reporteros sin Fronteras en protesta contra la gran cantidad de reporteros y periodistas encarcelados en Turquía. Fotografía de Maurizio Gambarini / DPA / PA. Todos los derechos reservados.Pero mientras que los métodos indirectos de represión parecen haberse convertido en algo normal en las democracias iliberales, las liberales, como Alemania o Nueva Zelanda, están adoptando medidas que amenazan la capacidad de los periodistas para hallar y proteger sus fuentes: perseguir a los denunciadores y aprobar leyes mordaza son ataques directos a la libertad de prensa y a su capacidad de proteger el interés público. La Ley de Facultad de Investigación promulgada en el Reino Unido es otro ejemplo en el mismo sentido.

Pecados latinoamericanos

Por muy sofisticados que sean los nuevos métodos para que a los periodistas les resulte más difícil ejercer su profesión, la mayoría de ellos no son mortales. Podrían llegar a matar a nuestras democracias, pero los periodistas en Canadá, Namibia o Nueva Zelanda tienen menos probabilidades de recibir un tiro que sus colegas en México o Siria. De hecho, América Latina y el Caribe fueron la región más mortífera del mundo para periodistas en 2017.

Los periodistas mexicanos que cubren casos de corrupción política y el crimen organizado son hostigados, señalados y asesinados sistemáticamente.

Murieron más periodistas en México que en Siria o en Irak, pese a que el número total de víctimas en todo el mundo disminuyó ligeramente el año pasado. Y lo que es peor, no se espera que se haga justicia en el corto plazo, ya que la corrupción y la impunidad impregnan el poder local. Los periodistas mexicanos que cubren casos de corrupción política y el crimen organizado son hostigados, señalados y asesinados sistemáticamente. El asesinato de Gumaro Pérez Aguilando de un disparo mientras asistía a una fiesta de Navidad en la escuela de su hijo, habla por sí solo. Los delincuentes andan sueltos en México, mientras que los periodistas son asesinados con impunidad.

La violencia contra los periodistas reviste carácter de verdadera epidemia en muchos países de la región. Informar sobre abusos policiales y corrupción gubernamental es una actividad de alto riesgo en El Salvador u Honduras, y la falta de mecanismos de protección, la corrupción y la inestabilidad política en Brasil explican por qué continúa siendo uno de los países de América Latina más violentos para el ejercicio de la profesión periodística. En cuanto a Colombia, todavía le queda un largo camino por recorrer para librarse de la violencia contra los periodistas relacionada con el mundo de las drogas.

La libertad de prensa en Venezuela es muy limitada, ya que Nicolás Maduro hace todo lo posible para silenciar a los medios independientes y tiene tendencia a expulsar a los periodistas extranjeros. Pero también en Bolivia los periodistas han sido señalados y amenazados por expresar sus críticas al gobierno, que parece haber tenido problemas para digerir su derrota en el referéndum que habría permitido al presidente Evo Morales postularse para un nuevo período en 2019.

En cuanto a Argentina, la legislación promulgada por el presidente Macri alienta una mayor concentración de la propiedad de los medios, que ya es enorme, lo que pone en peligro el pluralismo y, en última instancia, determina la desaparición de los medios locales. Cuba, mientras tanto, sigue siendo el peor violador de la libertad de prensa en América Latina, y Costa Rica es de nuevo, un año más, la excepción en una región plagada de corrupción y violencia.

Defender la democracia

El periodista norteamericano Walter Cronkite acuñó una frase que se ha hecho célebre: dijo que "la libertad de prensa no es solo importante para la democracia, sino que es la democracia". En la medida en que acertó en su afirmación, cabe decir que hoy, lenta pero constantemente, vamos moviéndonos hacia un sistema de gobierno que se parece a la democracia, pero no lo es. Los autócratas y los dictadores ya no están solos tratando de encontrar formas para reducir la libertad de prensa, desacreditando a los mensajeros, socavando a los medios mediante golpes económicos y aprobando leyes contra los periodistas y sus fuentes - las democracias modernas también lo hacen.

La libertad de prensa no es algo a lo que se pueda renunciar un día y pueda reclamarse al día siguiente. Es el medio con el que los periodistas obligan al poder a rendir cuentas.

La pregunta que deberíamos hacernos no es si podemos capear esta tormenta, sino qué nos pasará fracasamos en ello. Los periodistas deben ser conscientes de que, en el mundo de hoy, ellos son nuestra última defensa contra la manipulación y la desinformación. El periodismo serio y basado en hechos no es meramente una exigencia, sino un antídoto existencial contra el nacionalismo narcisista, el nihilismo y el resentimiento. La libertad de prensa no es algo a lo que se pueda renunciar un día y pueda reclamarse al día siguiente. Es el medio con el que los periodistas obligan al poder a rendir cuentas. El día que dejemos de usarla, nuestras democracias se convertirán en algo hueco, desprovisto de sustancia verdadera.

Defender la libertad de prensa no ha sido nunca tan importante como ahora. Los gobiernos y los actores no estatales usan métodos cada vez más sutiles para intentar ocultar la verdad. Los periodistas deben ser también más sutiles para llegar a descubrirla. Porque no hay ni puede haber democracia con la prensa silenciada.

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