Las chicas, en cambio, sólo en raras ocasiones se involucran en el tráfico. Esto arroja luz sobre por qué tantos chicos lo hacen: una gran parte del mercado laboral cerca de la frontera depende del trabajo de mujeres y niñas. Estos empleadores son las maquiladoras. Son centros de fabricación de propiedad extranjera que producen bienes para la exportación, y dependen sistemáticamente de lo que se cree que es una mano de obra femenina más dócil y manejable. Como resultado, los hombres y los niños han sido excluidos en gran medida de una importante fuente de empleo en un área en la que hay muy poco que hacer.
Este cambio no sólo ha afectado a la dinámica laboral. Los científicos sociales llevan mucho tiempo argumentando que el desplazamiento de la mano de obra masculina por una industria que privilegia el trabajo femenino ha fomentado la violencia sexual y de género en las comunidades fronterizas. Los asesinatos de mujeres son frecuentes, y las desapariciones relacionadas con largas historias de violencia de pareja son un fenómeno generalizado. Entretanto, una de las principales causas de muerte entre los hombres jóvenes es el homicidio por arma letal.
Crecer en la frontera
Este es el trasfondo de la colección de testimonios de niños fronterizos y sus familias que publicaremos a lo largo de este mes. Todos los niños presentados en esta serie han cruzado la frontera de forma irregular, ya sea persiguiendo sus propias aspiraciones migratorias o para traficar a otras personas. Todos proceden de Ciudad Juárez, la ciudad mexicana hermana de El Paso, en el extremo más occidental de Texas. Los dos lugares están tan cerca que si no hubiera frontera entre ellos, serían una sola comunidad.
Juárez es una ciudad universalmente conocida gracias a Hollywood, los medios de comunicación convencionales y la literatura sobre el crimen organizado. Es conocida como el campo de batalla de los cárteles de la droga mexicanos; como la capital mundial del feminicidio; y, debido a los esfuerzos de las administraciones Trump y Biden por contener la migración, como un campo masivo de refugiados.
Juárez es también el lugar donde una ONG llamada Derechos Humanos Integrales en Acción (DHIA) puso en marcha el primer esfuerzo de México para abordar los retos a los que se enfrentan los niños implicados en el tráfico de personas. El proyecto se inició en 2016 y la agencia local de protección de la infancia comenzó rápidamente a remitir a DHIA a los niños que han sido capturados al cruzar la frontera para que recibieran servicios de justicia restaurativa. En la actualidad, DHIA sigue siendo la única organización sin ánimo de lucro del país que ofrece asistencia jurídica, educativa y psicológica a esta población.
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