
Fotografías tomadas en marcha Marcha No más AFP, 24 de julio, Santiago de Chile. Flickr. Algunos derechos reservados.
Un chico de 14 años aborda un bus del transporte público en la ciudad-puerto de Valparaíso, la segunda urbe más importante de Chile. Es un día de junio de 2016 y el muchacho luce entusiasta, más que los pasajeros no tan dispuestos frente a un niño que viene a hacer lo que vendedores, comediantes, cantores y mendigos hacen: solicitar un minuto de atención para ofrecer un producto, una rutina, una canción o simplemente pedir dinero. El niño no quiere nada de eso. Su objetivo es diferente: informar a los pasajeros, ciudadanos de Valparaíso, por qué el liceo público en el que estudia – Eduardo de la Barra – está ocupado por los estudiantes y por qué siguen movilizados luchando por un cambio en el sistema educativo.
Esto es lo que el chico dice: “…bueno, el estado entrega las platas acorde a la asistencia promedio, si el mes de marzo, por ejemplo, atendieron un 70% de los estudiantes, se les va a entregar un 70% de los fondos totales. Esto genera, en los liceos con baja cantidad de matrícula, o baja cantidad de asistencia, que no hayan platas para poder pagar lo sueldos, para poder pagar infraestructura, entre otras cosas. Proponemos un financiamiento de tipo basal, el cual es independiente de la cantidad de alumnos, si hayan uno o diez alumnos se le va a entregar una plata para poder atender sueldos, infraestructura, o materiales, independiente de la cantidad de alumnos. Ahora mi compañero Carlitos les va a explicar cómo ha funcionado la toma y me despido, muchas gracias”.
El discurso del niño – que recibe un cerrado aplauso al término de su alocución – es triste y fascinante a la vez. Triste porque se trata de un pequeño hablándole al mundo adulto de algo que ese mundo adulto no pudo resolver ni avanzar. Fascinante, porque el chico es miembro de las nuevas generaciones explicando cara a cara los problemas del sistema educativo chileno y las razones para ocupar las dependencias donde estudian. Esta dicotomía es una postal de Chile tras 40 años de la inoculación del neoliberalismo. En una ciudad como Valparaíso, reconocida por sus maravillosos paisajes, la postal del niño en el microbus merece una pregunta y una observación.

La pregunta: ¿De qué está hablando el niño? De la necesidad de reformar el sistema educativo conocido por su extrema desigualdad en un país con la mayor brecha entre ricos y pobres de todas los estados que componen la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE). De hecho, Chile ha vivido durante los últimos cinco años en un constante tira y afloja para reformar su sistema educacional. No obstante, tras la masiva movilización estudiantil de 2011 – la más extensa desde el retorno a la democracia en 1990 – y las sucesivas expresiones de descontento, la pugna por un sistema de educación público, gratuito y de calidad ha empantanado su paso por la indecisión de la coalición gobernante y la oposición de los sectores de derecha. Esta es indecisión no es nueva. Se liga a una democracia que en 35 años no ha sido capaz de cambiar los lineamientos neoliberales por los que se conduce la economía chilena.
La observación: Ir al encuentro del otro. Parado en el pasillo delante de los pasajeros, el niño del microbus le habló a adultos insertos en una atmósfera en que el miedo y el individualismo se han enraizado en las últimas décadas. Si en nuestra infancia escuchamos a nuestros padres decir “no hables con extraños”, estos días esa desconfianza ha sido llevada a otro nivel a fin de temer a todo y a todos. La atmósfera cultural del neoliberalismo – apoyada por un sistema privado de medios de comunicación – es una donde el miedo se torna omnipresente: miedo a no llegar a fin de mes, miedo a que te roben, miedo a ser despedido, miedo a no tener dinero para pagar las cuotas de la tarjeta de la tienda retail donde se compra de todo, miedo del vecino y del futuro, miedo a no tener una pensión digna. En resumidas cuentas, miedo que se mete en la vida cotidiana y que invita a no confiar en nadie[1]. La pregunta es, entonces, qué tipo de democracia y qué tipo de sociedad se puede construir si se basa en tal falta de confianza.
En días en que Internet ha sido catalogada – por Manuel Castells[2] – como la condición previa a cualquier revuelta y el New York Times ha tachado a los teléfonos inteligentes como vías para la libertad y la revolución, el simple acto de salir a la calle y hablar con extraños se muestra capaz de derribar un pilar neoliberal, aquel que dice ‘vive en tu metro cuadrado, no confíes en nadie’. Y esto ha sido así gracias a las nuevas generaciones, aquellos cuyas vidas no han sido cruzadas por la desesperanza de un posible cambio colectivo. En la movilización del 2011 centenares de jóvenes se subieron a buses a explicar sus puntos de vista, a pedir comprensión por ellos y eventualmente apoyo a sus demandas. Este tipo de encuentros no ocurrió solamente en buses. También ocurrió en ferias locales, en malls, en plazas públicas y esquinas a lo largo del país. La idea era hablarle a otro, hablar con otro, detener la premura del día a día para sostener una conversación.

Fotografías tomadas en marcha Marcha No más AFP (administradoras de fondos de pensiones), 24 de julio, Santiago de Chile. Flickr. Algunos derechos reservados.
Poco a poco, bus a bus, esquina a esquina, y conversación tras conversación, estas intervenciones han contribuido a alterar el paisaje cultural modelado por el neoliberalismo, afectando su ecología de miedo e individualismo. Es imposible adivinar cómo esta tendencia va a terminar pero es posible decir que está avanzando, desarrollándose. De hecho, dos casos demuestran esta tendencia. Uno de ellos es la decisión del gobierno actual de diseñar la nueva Constitución de la República en base a cabildos locales, comunales y regionales en que cualquier persona pudo participar. El segundo es el de las masivas protestas en contra del actual sistema de pensiones que se ha llevado a cabo en distintas ciudades del país. Estos encuentros han sido llamados y coordinados por organizaciones de base que explícitamente han rechazado la intromisión de partidos del establishment, pues en ellos se observa el brazo político del neoliberalismo.
Finalmente, la postal del niño refleja la necesidad y urgencia de conversar para modelar el futuro de un colectivo humano y político. La pregunta es, sin embargo, si ese diálogo será capaz de tumbar el neoliberalismo. Aún no hay respuesta ante semejante pregunta, pero al menos en el acto de salir del individualismo excluyente y romper la idea de que cada uno puede mejorar su vida por sí solo sin contemplar a los demás hay un gran paso. Y el simple acto de rechazar el “no hables con extraños” tiene mucho que ver con ese paso.
[1] Diversos textos sobre el miedo en Chile están disponibles en línea. Un buen recurso es el segundo reporte del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), en 1998, que dedica un capítulo al tema. Otra fuente más actual es el reporte Ciudadanía, Espacio Público y Temor en Chile de Lucía Dammert, Rodrigo Karmy y Liliana Manzano.
[2] En Castells, M. (2012) Redes de indignación y esperanza: los movimientos sociales en la era de Internet. Madrid: Alianza Editorial.
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