Sobre trata y esclavitud

Revisitando la «carga del hombre blanco»

La lucha contra la trata de personas es un movimiento imperialista contemporáneo que supone que «occidente» salvará «al resto del mundo», lo que parece una nueva versión de la "la carga del hombre blanco" (el supuesto deber de los colonizadores blancos de cuidar de persona indígenas en sus posesiones coloniales). El actual abolicionismo de la esclavitud, el feminismo abolicionista y el humanitarismo de las celebridades conforman este renovado imperialismo. English

Kamala Kempadoo
9 julio 2018

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The Anti-Slavery Society Convention, 1840 by Benjamin Haydon. Wikimedia Commons.

A principios de los años 90, el debate sobre la trata de personas se limitaba a un puñado de feministas y giraba en torno a definir la «trata de mujeres» como un caso de migración laboral o de «esclavitud sexual femenina». Dos décadas después, el tema se ha convertido en una palabra familiar e implica un debate más complicado. Dentro de este aumento de atención a la trata de personas y a la esclavitud, se puede discernir una convergencia entre algunas de las campañas más resonantes y notables, que se asemeja alarmantemente a una nueva versión de la «carga del hombre blanco».

La «carga» tiene, como mínimo, dos dimensiones. Una es que las campañas dominantes contra la trata de personas y la esclavitud están principalmente inspiradas por centros «desarrollados» del mundo, donde se localizan y desde donde se dirigen. Por ejemplo, el movimiento antiesclavista está dominado por hombres blancos de clase media o alta (en Estados Unidos, Gran Bretaña y Australia) que fundaron la mayoría de las organizaciones internacionales y poblaron los consejos ejecutivos y de dirección, con los recursos y el capital cultural para producir libros, noticias y películas sobre el tema. En sus campañas, las personas de color y los no occidentales son tratados como objetos de rescate y educación, «esclavistas» modernos o «líderes supervivientes».

Con la incuestionable obligación y el derecho a intervenir, y convencidos de su honestidad, los hombres contra la esclavitud moderna no dudan en recorrer el mundo para salvar a los pobres. Las historias de los movimientos abolicionistas anteriores impregnadas de la culpabilidad blanca, el temor a la violencia por parte de personas negras, la desconfianza hacia los hombres negros, el paternalismo, los valores cristianos conservadores y la incómoda política entre blancos y negros sobre la igualdad social son temas que no se abordan. En lugar de esto, las campañas presentan a los valientes caballeros blancos moralmente obligados a salvar el mundo, sobre todo Asia y África, afirmando la masculinidad blanca como poderosa y heroica.

El feminismo abolicionista extiende esta «carga» a las mujeres blancas de clase media y alta. Enraizado en el discurso blanco de la esclavitud del siglo XIX, que reproducía la tarea caritativa de rescate maternal feminista, el movimiento emplaza su obligación moral y responsabilidad cívica en el rescate de las pobres mujeres «prostituidas» y de las niñas y niños (víctimas) del privilegio, poder y lujuria masculinos (trata sexual). Reproduce un maternalismo colonial en relación con el mundo no occidental empobrecido, a la vez que reafirma a la mujer occidental de clase media como benevolente. La incómoda política entre el feminismo radical blanco y los feminismos negros y postcoloniales del «tercer mundo» queda relegada en favor de un concepto esencialista de mujeres victimizadas en todo el mundo.

Ambos tipos de políticas abolicionistas impulsan campañas humanitarias de celebridades contra la trata de personas, protagonizadas por Demi Moore, Emma Thompson y Mira Sorvino, entre otras. El humanitarismo de las celebridades cuenta con una amplia difusión; los corazones están en el lugar correcto, los bolsillos son profundos y el estatus de estrella centra la atención en un problema considerado como uno de los más atroces del mundo. Sin embargo, tal como señala Dina Haynes: «a menudo, la desinformación que tienen sobre el problema y sus posibles soluciones da lugar a consecuencias imprevistas, una asignación de recursos errónea y servicios a las víctimas mal dirigidos», aunque se les llame «héroes o heroínas».

Los galardones a este tipo de trabajo contra la trata de personas y la esclavitud incluyen un premio Pulitzer y un Emmy, doctorados honoríficos y premios al trabajo por la paz y los derechos humanos. Las personas activistas del hemisferio norte se aplauden y homenajean entre ellas. Las reglas del privilegio blanco.

En segundo lugar, aunque la desigualdad mundial en la riqueza se reconoce como el contexto económico dentro del cual tiene lugar la trata de personas y la esclavitud, no se apunta al capitalismo mundial para su erradicación. Las personas corruptas y codiciosas, las «malas» corporaciones que infringen la legislación laboral y los gobiernos nacionales aislados que se oponen a «occidente» (por ejemplo, Cuba, Corea del Sur, Siria, Venezuela, Zimbabue, etc.) pasan a convertirse en el problema. El activismo trabaja para hacer que esos «canallas» cumplan las normas y los valores hegemónicos (occidentales, capitalistas).

Las consiguientes normativas provocan una mayor criminalización en áreas de la vida humana más amplias, y dejan el origen de la desigualdad intacto. Como señala un periodista americano: «se necesita más capitalismo para sacar a más personas de la pobreza y [este] también puede ser la herramienta más efectiva para sacar a las personas de la esclavitud». Aún así, el planteamiento tipo "Big Bang", la inyección de grandes sumas de dinero en zonas o comunidades pobres por parte de filántropos como Bill Gates o Jeffrey Sachs, no es una solución fiable. La caridad no es un desarrollo económico sostenible. Pero este trabajo encumbra a directoras y directores generales y alivia la culpa de quienes acumularon una riqueza grotesca a costa del sudor y la sangre de muchas otras personas. Al naturalizar el capitalismo neoliberal como «la única alternativa», como afirma Ilan Kapoor en Celebrity Humanitarianism: The Ideology of Global Charity, la «carga del hombre blanco» no solo enmascara sino que también despolitiza el funcionamiento de la economía mundial.

En resumen, el abolicionismo de la esclavitud moderna, los feminismos abolicionistas y el humanitarismo de las celebridades se combinan para crear una caballeresca cruzada blanca en todo el mundo, nacida a partir del sentido moral de la bondad, considerando a oriente y al Sur global «en vías de desarrollo» como vertederos para —lo que Barbara Heron llama en Desire for Development— «las obligaciones de ayudar», que implican el rescate y la caridad. Cuerpos sufrientes son capturados, rehabilitados y devueltos a su hogar (preferiblemente con una foto de prueba de niñas y niños morenos o negros sonriendo). La ilusión de ayuda legitimiza las iniciativas como altruistas y humanitarias, ocultando la dependencia y reproducción del conocimiento racial acerca de los Otros. Este conocimiento se concentra en torno a los históricos tropos de la víctima pobre y sin esperanza, incapaz de satisfacer sus propias necesidades, y del sujeto blanco civilizador y benevolente que debe llevar la carga de intervenir en el Sur global. De esta forma se reimpulsa el imperialismo sin causar ningún efecto sobre las causas del problema y, de hecho, abogando por más regulación neoliberal y un capitalismo corporativo más fuerte.


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BTS en Español has been produced in collaboration with our colleagues at the Global Alliance Against Traffic in Women. Translated with the support of Translators without Borders. #LanguageMatters

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