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Los desafíos de la innovación política

Innovar políticamente no se traduce en un proceso lineal de avance en el cual lo nuevo lucha contra lo viejo. Las victorias deben traducirse en resultados tangibles para toda sociedad.

Nohel M. Reyes
29 noviembre 2018
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El año 2017 fue, en lo personal, el momento de inmersión académica a un concepto que se encuentra flotando en nuestras sociedades en transformación desde hace algún tiempo. Así como lo fue en su momento el “emprendimiento” con fines de lucro, parece que ha surtido efecto el trabajo de establecimiento de agenda sobre la necesidad de acoplar los sistemas políticos en América Latina a las actuales dinámicas sociales.

Este trabajo académico y político, impulsado en parte por el tanque de pensamiento Asuntos del Sur y académicos que gravitan en su entorno, se puede intentar resumir en un concepto: “innovación política”.

Pero, al igual que la mayoría de abordajes nuevos, esto supuso ir contra corriente y, para el año 2014, lo anterior quedó cristalizado en el libro llamado “Democracia en los márgenes de la democracia: Activismo en América Latina en la era digital”.

A pesar de solo encontrar tres veces la palabra “innovación”, y en ningún momento encontrar la combinación “innovación política”, ese esfuerzo académico planteó una visión alternativa del diagnóstico preponderante en las ciencias políticas sobre nuestra región. En lugar de condenar a los latinoamericanos a una recesión democrática, identificó nuevos ecosistemas, estructuras y prácticas para el ejercicio del poder desde la ciudadanía.

Así, al recolectar las experiencias de, por ejemplo, Brasil, Venezuela, Paraguay, Chile y los Estados Unidos, en el libro “¿Qué democracia para el siglo XXI?”, nos traen, con experiencias concretas, distintas maneras a través de las cuales se expresa la innovación política, en este caso, en las formas de organización y participación ciudadana.

Estructuras coordinadas por nuevas formas de liderazgo, posicionando no a actores en específico, sino a liderazgo rotativos, toma de decisiones horizontal, estructuras en red y acciones colaborativas. Lo cual trajo consigo una crisis a los mecanismos tradicionales de comunicación entre las instituciones públicas y estos movimientos, lo cual quedó plasmado en el libro "Liderazgos para el siglo XXI”.

Todo lo anterior siendo facilitado por el uso de nuevas formas de comunicación entre las personas, innovando al momento de utilizar las tecnologías de la información y transformándolas en tecnologías cívicas. Claro, siempre teniendo en mente que, como lo dice el libro “Tecnopolítica: La potencia de las multitudes conectadas”, se trata de herramientas que facilitan estas nuevas dinámicas, pero que no las inician y menos las hacen sostenibles en el tiempo per se.

Y, aunque admito que uno de los objetivos del presente es motivarlos a leer los trabajos que mencioné anteriormente, o mejor aún, a tomar el Diplomado en Innovación Política, esto no es el único ni más importante para todos.

Después de la primera oleada de innovación política en la región, han quedado a la vista algunos de los desafíos más importantes que afronta.

Después de la primera oleada de innovación política en la región, han quedado a la vista algunos de los desafíos más importantes que afronta, y el objetivo además de lo antes mencionado, es entablar un debate sobre estos puntos de tensión.

El primero de ellos es la reacción del sistema político actual frente a estas nuevas formas de organización y acción política. Este tema quizá sea el más previsible, ya que todo sistema se articula en beneficio de sus actores principales, y la transformación del mismo conlleva a una pérdida de su capacidad de influencia.

Así, la reacción de los principales actores en el actual sistema político ha sido en dos planos: 

1) intentar cooptar la naturaleza de las iniciativas de innovación a través de la adhesión de miembros orgánicos de sus estructuras sin la intención de generar una transformación cualitativa y; 

2) utilizar como excusa los mecanismos de liderazgo en red para atribuir desorganización interna y, por lo tanto, la imposibilidad de establecer mecanismos de dialogo.

El segundo punto de tensión es la vuelta pendular del continente a valores económica y socialmente conservadores. Pienso que este punto ha sido el más evidente acontecimiento político que ha preocupado a todas las corrientes políticamente progresistas, las cuales pensaban haber ganado un mínimo básico de reconocimiento a los derechos humanos de los diversos grupos identitarios.

Ahora bien, para nuestro caso específicamente, esto ha significado una redefinición sobre nuestras concepciones de progreso y desarrollo, dado que el retorno a periodos marcados por nacionalismos políticos y proteccionismos económicos nos lleva a redefinir cuestiones que parecían saldadas. Esto, a su vez, ha reducido el espacio para impulsar estructuras de participación e incidencia de acuerdo con las realidades sociales del siglo XXI.

El tercer y último punto de tensión en la primera oleada de innovación política es la territorialización y sostenibilidad de esta perspectiva. Debido a la dinámica de la comunicación digital mediante redes sociales, se han podido organizar intervenciones ciudadanas con mayor fluidez, pero esto las hace frágiles también.

El tiempo y espacio físico que se compartía en el pasado, al momento de organizar las diferentes clases de intervenciones o movimientos, creaban relaciones interpersonales más fuertes. Esto demuestra que la comunicación digital puede ser una herramienta de doble filo, y que a su vez depende de la capacidad de generar tejido social de las organizaciones para su sostenibilidad.

La pregunta a formularse es la siguiente: ¿cómo podemos operacionalizar este concepto de innovación política en nuestro contexto actual en América Latina?

Lo anterior va de la mano con la territorialización de la innovación, pues estas organizaciones se afrontan a la barrera de intentar llevar a sus comunidades estas nuevas formas de entender e interactuar con el sistema político. Así la sostenibilidad y territorialización de la innovación política se convierten en el último obstáculo la última barrera.

Con este escenario de fondo, la pregunta a formularse es la siguiente: ¿cómo podemos operacionalizar este concepto de innovación política en nuestro contexto actual en América Latina?

Al ser un interrogante complicado, no podemos esperar respuestas simples o fáciles de ejecutar. Ahora bien, existen experiencias que están siendo exitosas y que pueden direccionar nuestros esfuerzos.

Por ejemplo, el caso de SANTALAB, que son laboratorios de innovación ciudadana en la provincia de Santa Fe (Argentina), tuvieron sus capítulos iniciales en las áreas metropolitanas de Rosario y Santa Fe en el año 2016.

Esta experiencia logró generar un ecosistema de innovación donde se sobrepasaba el primer punto de tensión, al involucrar directamente a servidores e instituciones públicas en el proceso de creación. A su vez, mitigó la segunda tensión al crear canales de comunicación entre actores heterogéneos dentro de las comunidades locales y, sensibilizando en el proceso, sobre la diversidad de pensamientos y expresiones en la actualidad.

Por otra parte, pudo romper también con el tercer punto de tensión al iniciar este proceso de innovación desde el ámbito local y con el apoyo institucional de organizaciones públicas y privadas, creando sinergia y estabilidad a largo plazo.

Concluyendo, innovar políticamente -como han podido observar- no se traduce en un proceso lineal de avance en el cual lo nuevo lucha contra lo viejo, y las victorias deben traducirse en resultados estándar para toda sociedad.

No, innovar es un proceso mucho más complejo y que se identifica con la búsqueda constante de resolver los intereses heterogéneos de la sociedad a través de abordajes y soluciones disruptivas. Así la innovación política en la actualidad afronta el macro desafío de nuestra capacidad de dar el siguiente paso, y operacionalizar el esfuerzo teórico y político que se ha realizado.

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Este artículo fue publicado previamente por Asuntos del Sur. Lee el original aquí

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