
Domingo de Pascua en Delphi. Emma Hooper. 2015Los griegos son un pueblo orgulloso. Esta semana hemos visto lo que muchos en Grecia – a izquierda y derecha – han calificado de humillante rendición ante las fuerzas combinadas de los halcones contables del norte de Europa. Una “destrucción de la soberanía nacional” (dijo Paul Krugman), “un amplio waterboarding mental” (dijo un alto funcionario de la UE)... palabras extremas para una situación extrema. Pero más allá de la crisis de la deuda, ¿cómo ven los griegos de a pie el mundo exterior? La respuesta puede resumirse en una palabra: Ambivalencia.
Por un lado, los griegos tienen una larga historia marítima y comercial, lo que supone una intensa interacción con el resto del mundo, incluida la emigración a África, Estados Unidos, Australia, Reino Unido. Hoy, muchos griegos en Grecia tienen parientes que viven fuera. Existe por tanto un sentido profundo de conexión con el mundo “más allá". Los griegos identifican su país como el lugar de nacimiento de ““Ev̱ró̱pi̱” – Europa, palabra de origen griego. En concreto, ven en la Europa moderna una civilización de la que los griegos se consideran parte fundamental, y a la que por supuesto quieren pertenecer.
Sin embargo, en realidad la Grecia moderna es un fenómeno relativamente reciente. Recordemos que, como nación moderna, Grecia sólo existe desde mediados del siglo XIX. Cuatrocientos años de ocupación otomana, que finalizó en 1920, la larga y amarga guerra civil de 1944-49, la ocupación por las fuerzas del Eje durante la Segunda Guerra Mundial, la feroz lucha entre comunidades en Chipre desde mediados de los años 50 hasta 1964 y el legado de la junta militar (1967-74) han dejado su huella en la visión del mundo de los griegos. Para complicar las cosas todavía más, tanto los Estados Unidos como el Reino Unido hace ya tiempo que vienen interfiriendo en los asuntos internos de Grecia – aunque ambos sean, por otra parte, países a los que los griegos admiran, respetan y disfrutan – y en los que muchos residen.
Quizás estas actitudes ambivalentes puedan explicarse en parte por la afición de los griegos a las teorías de la conspiración y por su célebre larga memoria, característica que comparten con gran parte de los habitantes de los Balcanes, donde hechos históricos de hace siglos se perciben como si hubiesen ocurrido anteayer. Abundan todavía las sospechas sobre la naturaleza del capitalismo, sobre las conspiraciones antigriegas por parte de capitalistas internacionales y del imperialismo norteamericano, y abundan también paranoias acerca de Turquía.
Grecia es un país de frontera, literal y conceptualmente. Y las actitudes lo reflejan y definen las autopercepciones y las percepciones del mundo exterior. Como contrapunto a su pasado otomano, los griegos se ven muy occidentales, aunque muchos de sus hábitos y construcciones culturales sean en realidad muy orientales. Geopolíticamente, esto se traduce en alinearse con paises como Estados Unidos y, simultáneamente, mostrar periódicamente agresividad hacia el mundo exterior y lo que algunos han descrito como una sensación de “dependencia – hasta de penuria”.
La parte negativa de esta ambivalencia hacia el resto del mundo se ha vuelto más explícita con la crisis actual. Durante las celebraciones de Semana Santa en abril de este año, un anciano de un pueblo de montaña cerca de Delphi comentaba que “la UE y el euro han destruido la vida en Grecia, porque ya nadie puede permitirse siquiera el cordero pascual” (tradicionalmente, todos los griegos, a poco que puedan, comen cordero asado el Domingo de Pascua y las sobras se reparten entre los pobres – de los que hay un número creciente). Otro señor de avanzada edad replicó: “¿Por qué no les damos el euro a los turcos y dejamos que la Eurozona les mate de hambre a ellos y no a nosotros?” Humor negro, efectivamente.
La vertiente positiva de esta ambivalencia, puede traducirse en nacionalismo y orgullo – no sólo de lo que el mundo le debe a la Grecia Antigua, sino orgullo simplemente de ser griego. Así los griegos a menudo sienten intrínsecamente que “la nuestra es una civilización más avanzada” – lo que podríamos llamar el síndrome de “Mi gran boda griega”, en referencia a la película que hizo que, al verla, todos los griegos sacudieran la cabeza melancólicamente por lo certera, aunque cómicamente exagerada, representación de la superioridad de la cultura griega sobre todas las demás. Desde luego, los griegos aprovechan cualquier oportunidad para demostrar lo mucho más civilizados que son que los otros europeos: por ejemplo, el vergonzoso comportamiento en Rodas de gamberros británicos borrachos, o en partes de Corfú, se contempla con incomprensión (los griegos no beben sólo para emborracharse) y sirve a la vez como ejemplo de comportamiento incivilizado.
Como en cualquier país, hay por supuesto divisiones generacionales y entre entornos rurales y urbanos. La Grecia de hace setenta años, como en la mayor parte de Europa, tenía una reglas sociales y unos códigos de conducta mucho más estrictos, que fueron barridos por la “revolución cultural” de finales de los años 60, aunque en Grecia, como en España, se tardó algo más. Hoy, los jóvenes griegos urbanos de clase media, como sus homólogos en Londres, París o Madrid, son cosmopolitas en sus gustos musicales, en la medida en que se sienten conectados a través de la posibilidad de elegir y de compartir culturas contemporáneas de todo el mundo. Están “sedientos de mundo exterior” como me los caracterizó recientemente un ciudadano griego. Los jóvenes urbanos griegos se sienten por supuesto modernos, y lo son. Pero sienten también que a la Grecia moderna se le trata con desconsideración y no se le toma suficientemente en serio por parte del resto del mundo. Los forasteros que describen a los griegos como perezosos, poco amantes del trabajo, comedores de souvlaki tocando bouzouki (un estereotipo común) son como los que retratan hoy a España como el país en que todo son bikinis y corridas de toros (los estereotipos selectivos del país promovidos por el franquismo). Los modernos griegos y españoles rechazan rotundamente ambos estereotipos. En Grecia, pues, hay sentimientos contradictorios: sienten la responsabilidad de ser el lugar de nacimiento de Europa y sin embargo sienten la vergüenza de recibir un trato “orientalista” condescendiente, hoy más que nunca, por parte del norte de Europa.
Los griegos tienen fama de hospitalarios con los extranjeros. Sin embargo, algunos piensan que los griegos “quieren el mundo exterior, pero no tenerlo todo aquí”. Esto se traduce en un fuerte sentimiento nacionalista y de identidad (ser griego por derecho de nacimiento y no – como hasta hace poco –por simple adquisición de la nacionalidad). Pero esto puede dar lugar también a la sospecha y hostilidad ante los grupos de población recién llegada. Hay que recordar que la inmigración a Grecia es un fenómeno reciente: Grecia solía ser un país de emigrantes, pero ahora le ha tocado jugar el papel de anfitrión reacio de un número creciente de inmigrantes. Por consiguiente, el mundo exterior puede ser visto por los de "dentro" como algo amenazante. Dar la culpa a los de “afuera” por cualquier cosa que sale mal, desde el crimen al capitalismo amiguista de los ricos gestores del FMI y de los bancos extranjeros, es un pasatiempo común para todas las generaciones. Estos sentimientos tienden a surgir de los lazos de los griegos con su identidad nacional. La formación de la Grecia moderna requirió unir a grupos de población diferentes (incluyendo griegos expulsados de la actual Turquía) sobre la base de la lengua, la sangre y la religión ortodoxa. Cualquier cosa que amenace estos pilares es vista como una amenaza a la identidad nacional. En el norte de Grecia, las nuevas fronteras que definen a Grecia encarnan esto: la crisis de Macedonia se debe a que "Grecia" es un concepto que para muchos va más allá de sus fronteras físicas reales. La capacidad de la sociedad griega para absorber e integrar inmigrantes, pero dándoles espacio para conservar sus diferencias, es aún limitada y difícil de lidiar para muchos griegos.
El mundo más allá de Grecia es algo que los griegos aceptan y rechazan – a menudo simultáneamente. Pero en el mundo globalmente conectado de hoy, con el tiempo, y asumiendo la llegada, tarde o temprano, de una mayor seguridad financiera y económica, la aceptación del mundo exterior se impondrá con toda seguridad a su rechazo.
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