
Las Madres en 2009. Imagen: Beatrice Murch/Flickr. Algunos derechos reservados.
"Hasta que una madre dijo un día que nada de lo que estábamos haciendo nos iba a servir para nada, que fuéramos a la plaza, que nos reuniéramos en la Plaza de Mayo, que desde los tiempos inmemoriales cuando el pueblo había querido saber, había ido y había exigido en la Plaza de Mayo la noticia que le estaba preocupando". Haydeé Gastelú de García Buela
Para este artículo utilizamos testimonios de Haydée Gastelú de García Buela, María Adela Gard de Antokoletz, Vera Jarach y Taty Almeida, integrantes de Madres de Plaza de Mayo, en las entrevistas disponibles en el archivo oral de Memoria Abierta.
El pañuelo blanco es un símbolo internacional de la lucha por los derechos humanos y de la movilización de familiares, especialmente de mujeres, en el espacio público. Ese símbolo tiene una historia poderosa y conmovedora de la que las madres de los desaparecidos de la Argentina son protagonistas. Una historia que se remonta a la resistencia y las primeras formas de protesta social contra el régimen militar y que fue ampliándose a través de la dictadura y la democracia, configurando un amplio consenso de demanda de justicia por los crímenes de lesa humanidad y de rechazo a toda forma de impunidad.
Mientras la plaza vacía es una de las imágenes más evocativas del golpe de Estado en 1976, el retorno incremental a las calles, fundamentalmente desde las rondas de las Madres de Plaza de Mayo y años después la masividad de las protestas contra la impunidad por los crímenes de lesa humanidad consolidaron el lazo simbólico, social y político entre movilización callejera, derechos humanos y democracia.
La plaza de los pañuelos
Este año en la Argentina un acontecimiento reforzó ese lazo: la concentración histórica de “la plaza de los pañuelos”, el 10 de mayo de 2017. Casi medio millón de personas se dirigieron a la Plaza de Mayo para demostrar su rechazo hacia una decisión de la Corte Suprema encaminada a reducir drásticamente las penas de prisión de los autores de crímenes de lesa humanidad durante la última dictadura. La Corte Suprema dictaminó que Luis Muiña, que fue condenado por tales crímenes, podría beneficiarse de una fuerte reducción de su pena de prisión, lo que hizo que la sanción en su contra fuese insignificante. La sentencia fue considerada como una nueva forma de impunidad.
Los argentinos inundaron las calles, reunidos bajo el eslogan de "Señores jueces: nunca más, ningún genocida suelto". Esta manifestación de fuerza marcó un nuevo hito en el proceso de memoria, verdad y justicia de nuestro país -que ha sido reconocido internacionalmente por sus procesamientos en tribunales ordinarios que respetan todas las garantías del debido proceso. Una vez más, los argentinos mostraron que no estaban dispuestos a hacer concesiones, o aceptar cualquier reversión, en la sanción de los crímenes de la dictadura.

Protesta en la Plaza de los Pañuelos en mayo de 2017. Imagen: Mariano Sokal. Todos los derechos reservados.
En un tiempo récord, antes de que comenzara la marcha masiva de la plaza, el Congreso argentino aprobó por unanimidad una ley contraria a la interpretación del tribunal superior. Esa noche las Madres fueron acompañadas por cientos de miles de personas que elevaron los pañuelos tradicionales de la agrupación. Este hecho y esta fuerza social condensan una larga historia de lucha que comenzó 40 años antes en esa misma plaza.
“El objetivo era que la gente nos viera”
A fines de abril de 1977, cuando la dictadura atravesaba sus momentos más represivos, un pequeño grupo de madres, apenas catorce (ver recuadro al lado), se juntaron por primera vez en la Plaza de Mayo, centro del poder político en la Argentina, para reclamar por la desaparición de sus hijos e hijas. Ese grupo inicial estaba conformado por madres que no se conocían. Sólo se habían cruzado en el peregrinaje obligado por diferentes instituciones. Los familiares coincidían en los recorridos burocráticos en esos primeros tiempos de búsqueda de sus seres queridos, tras el golpe de Estado del 24 de marzo de 1976. Se encontraban en la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos. En una oficina del Ministerio del Interior ubicada en la Casa de Gobierno frente a la Plaza de Mayo que se había habilitado con el propósito declarado de recibir denuncias de los familiares y ofrecer información. También en la Iglesia Stella Maris, sede del Vicariato Castrense, donde su secretario, Emilio Grasselli, recibía a las madres pero “era más la información que nos sacaba que la que nos daba”.
Fue en la vicaría donde las madres concertaron el primer encuentro para el 30 de abril de 1977. La iniciativa fue de Azucena Villaflor, que provenía de una familia politizada y estaba convencida de que sólo juntándose y reclamando en la Plaza podrían conseguir lo que separadas no estaban logrando. En las entrevistas que constan en el archivo oral de Memoria Abierta diferentes madres recuerdan los inicios de su lucha: “La idea era juntarnos con quienes estuvieran buscando a alguien. Dio la casualidad que terminamos siendo 14 madres que buscaban a hijos e hijas que habían desaparecido. Buscábamos respuestas y los buscábamos a ellos”.
Ese espacio era el escenario que las madres necesitaban para denunciar las desapariciones, por razones históricas y políticas.
La cita se eligió sin consultar el calendario, resultó ser un sábado y la plaza estaba desierta: “Éramos nosotras y las palomas”. Como el propósito era hacer visible su reclamo frente a las autoridades y a la sociedad, decidieron pasar la reunión primero a un viernes y luego a los jueves, día que finalmente se constituyó en cita obligada de las madres en la plaza por los siguientes cuarenta años, como aún hoy sucede cada semana.
Ese espacio era el escenario que las madres necesitaban para denunciar las desapariciones, por razones históricas y políticas. Fue Azucena Villaflor quien insistió con reunirse en la Plaza de Mayo, desde donde podían “cruzarse (a la Casa de Gobierno) y hacer petitorios” y también quien recordó que “desde los tiempos inmemoriales cuando el pueblo había querido saber, había ido y había exigido en la Plaza de Mayo la noticia de lo que le estaba preocupando”.
Las madres recuerdan que necesitaban reunirse porque esa era la única forma que “nos permitía ir componiendo esas noticias que nos eran negadas”. Estaban agobiadas por la falta de respuestas, la burla y el desprecio con que eran recibidas en los despachos públicos. También por el silencio y el temor de la mayor parte de la sociedad, de las instituciones políticas y sociales: “El objetivo era que la gente nos viera, pero también que (el presidente de facto) Videla nos reciba”.
Sin ponerse de acuerdo previamente, llegaron a ese primer encuentro sin llevar cartera para que nadie pudiera pensar que podían estar armadas. Algunas fueron con un tejido, o algo para coser, un monederito bajo el brazo, las llaves de su casa, el documento y un boleto de transporte: “Pudimos crecer porque nos tuvieron en menos”. Durante los primeros encuentros se sentaban de a dos o tres en los bancos de la plaza a conversar, siempre bajo vigilancia. No caminaban. Había soldados con armas largas y personas que las fotografiaban: “La que diga que no tenía miedo no es sincera”.

Las madres en los primeros días del movimiento. Imagen: Adelina Alaye, Madres de Plaza de Mayo - colección Línea Fundadora. Todos los derechos reservados.
“Aprendimos a caminar con miedo”
Empezaron a caminar porque la policía no les permitía que conversaran en grupos: “Señoras, de aquí se van, porque hay estado de sitio y no puede haber reunión. Tienen que caminar”. Se tomaban del brazo de a dos o tres y caminaban como les habían ordenado. Sin dejar la plaza. Muchas veces las echaban. “Aprendimos a hacer fintas”: se iban por un lado, daban una vuelta y regresaban a la plaza por otra calle. Varias veces las detuvieron y ellas discutían con los soldados: “No señor, esta señora está enferma, no se puede ir (de la plaza), como usted sabe bien le han secuestrado a su hijo”. Comenzaron a dar vueltas a la Pirámide de Mayo, el monumento central de la plaza. Un grupo de mujeres caminando en torno de un monumento llamaba la atención. De a poco, comenzó a hacerse otro círculo por fuera del que hacían las madres: “La gente pasaba y nos preguntaba: ¿Quiénes son ustedes señoras?”. Algunos amigos, familiares, periodistas extranjeros, empezaron a acompañar la ronda: “Eran tiempos muy bravos y aunque nos animábamos a la calle, el miedo de que nos fueran a echar, o a detener, como pasó varias veces, no nos lo sacamos de encima. Vivíamos entre ese miedo y la necesidad de encontrar a nuestros hijos”.
Al principio no llevaban pañuelos en la cabeza. Pero cuando decidieron participar de la tradicional procesión religiosa a Luján ese 1977 para hacer escuchar su reclamo ahí, acordaron identificarse con una tela blanca en la cabeza, un pañal de sus hijos. “El pañuelo apareció por primera vez cuando hicimos la primer visita a Luján, porque nos perdíamos, no nos podíamos identificar (…) Entonces surgió como una idea de…, en realidad no era de pañuelo, sino de pañal. Simbólicamente era un pañal que nos atábamos, y para reconocernos unas a las otras”.
Las madres no tenían militancia política previa. El valor de su presencia en la plaza lo aprendieron en el acto mismo de la protesta
A ocho meses del primer encuentro en la plaza, en diciembre de 1977 se llevaron detenidas a tres madres que aún hoy se encuentran desaparecidas. María Ponce de Bianco y Esther Ballestrino de Careaga fueron secuestradas de la iglesia de la Santa Cruz el 8 de diciembre de 1977 por un grupo de tareas de la Armada. Dos días después, al conmemorarse el Día Internacional de los Derechos Humanos y al publicarse la primera solicitada de las madres en el diario La Nación con la denuncia de más de un millar de desapariciones, Azucena Villaflor de DeVincenti fue secuestrada a pasos de su casa.
El impacto fue desolador y aterrador, aunque las madres sostuvieron su lucha y no se retiraron del espacio público: “Seguimos bien prendidas de la palabra de Azucena, ella nos había dicho: ´Aunque yo falte, sigan´”.
“Lo que me enseñó la calle, la protesta, la discusión”
Los relatos de las madres indican que poder usar la plaza como forma de denuncia y demanda no fue algo que lograron de una vez y para siempre. Fue una estrategia escalonada: comenzó con los encuentros en los bancos. Siguió con las caminatas de a dos. Luego, con la ronda pequeña. Más tarde con la ronda ampliada: “Cuando llegamos a setenta me acuerdo que festejamos”. Ese escalonamiento no fue lineal: hubo interrupciones, disrupciones, idas y venidas: “Hubo una época que dejamos de ir a la plaza porque se llevaban a las madres detenidas. Nos juntábamos en iglesias de barrio, temprano. Muchas veces salíamos echadas”. Las madres no tenían militancia política previa. El valor que tenía su presencia en la plaza lo aprendieron en el acto mismo de la protesta: “La escuela terciaria la hice en la calle, me la enseñó la calle, la protesta, la discusión”.
Las marchas de cada jueves simbolizan la irrupción en el espacio público de aquellas mujeres en un momento en que el uso del espacio público estaba vedado a cualquier expresión social o política: ni partidos, ni gremios, ni asociaciones barriales o comunitarias, ni prensa libre. El cuerpo de las madres en la plaza abrió el camino para la lucha por los derechos humanos en la Argentina: “Nos juntó la búsqueda de nuestros hijos e hijas, no es que decidimos conformar una organización con determinados intereses. Sobre la marcha fuimos naciendo”. Las Madres de Plaza de Mayo son parte del movimiento de derechos humanos que ha sostenido el activismo por una agenda que tiene en su centro el reclamo de “juicio y castigo” e incorporó incrementalmente una agenda amplia de demandas vinculados con otros derechos.
El acuerdo democrático
Durante el último tramo de la dictadura en 1982, las madres fueron protagonistas de enormes movilizaciones en 1982 como la “Marcha por la vida”, el 5 de octubre, y la “Marcha de la resistencia” entre el 9 y el 10 de diciembre. De esas marchas participaron además de ellas y otros organismos de derechos humanos, los partidos políticos y algunas organizaciones sindicales. Esta confluencia de actores fue una muestra temprana del consenso ampliado que el rechazo del terrorismo de Estado tenía en la sociedad argentina.
Tras el final de la dictadura, las madres sostuvieron el reclamo por la aparición de sus hijos. Y continuaron las rondas en la Plaza de Mayo en democracia. Las madres también salen a la calle para acompañar otros reclamos sociales, ya que su solidaridad se ha extendido a otros grupos y problemáticas. Con el tiempo los pañuelos blancos, el reclamo de aparición con vida, de juicio y de castigo, tuvieron y tienen ecos en las luchas de familiares de víctimas en todo el mundo.
Las madres son una referencia permanente del movimiento de derechos humanos, su legitimidad se ha fortalecido por años de coherencia y lucha sostenida. En forma más amplia, son la referencia de una constelación amplia de actores sociales y políticos que, con matices, comparten el rechazo a los crímenes de lesa humanidad ocurridos en la última dictadura argentina como acuerdo fundamental de la democracia. Esta constelación social y política ha ocupado el espacio público en momentos críticos de la historia reciente en el país en las situaciones en las que de distintas formas (presiones militares, leyes, decretos, decisiones judiciales) la impunidad pareció imponerse sobre el avance de la justicia. Así ha ocurrido reiteradamente desde el final de la dictadura, y a través de las más de tres décadas de democracia.
Y así ha vuelto a ocurrir este año cuando medio millón de personas levantaron los pañuelos blancos de las madres rechazando lo que consideraron una forma inadmisible de impunidad, en la misma plaza en la que en 1977 se reunieron 14 mujeres unidas por el dolor y la lucha ante la desaparición de sus hijos e hijas.
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