Four ships captured after illegal fishing in Thailand. Yuli Seperi/Demotix. All rights reserved.

Las investigaciones de este verano en The Guardian sobre la «esclavitud» y la «trata de personas» en la industria pesquera de Tailandia pusieron de nuevo el foco de atención en las brutales condiciones laborales a las que se enfrentan muchas de las personas en la parte inferior de la escala económica mundial. The Guardian sacó a la luz que las trabajadoras y trabajadores migrantes de todo el sudeste asiático son engañados y coaccionados con frecuencia para aceptar contratos que los explotan gravemente, que enfrentan peligros cotidianos en el mar; y que, además, se les impide escapar mediante la violencia o la amenaza de ejercerla.
El análisis de The Guardian se centró sobre todo, en la relación entre las condiciones de trabajo en la parte inferior de la cadena de producción y las corporaciones multinacionales en la parte superior. Las gambas pescadas por estos trabajadores acaban en las baldas de grandes cadenas multinacionales de distribución en Occidente como Wal-Mart, Tesco y Carrefour. Estas empresas son conscientes de las condiciones de trabajo en las que se producen los bienes que venden y, a pesar de su predecible respuesta a estas revelaciones, está claro que el monitoreo de su cadena de producción es, cuando menos, poco efectivo.
Entonces, ¿qué podemos hacer? Los supermercados deben asumir sus responsabilidades, insiste The Guardian, y las personas consumidoras debemos presionarles para que lo hagan. «Es importante no ser utópica», dice su editorial. «Como consumidoras y consumidores, nuestra adicción a cosas baratas y la adicción de nuestras corporaciones a ganancias excesivas son las causas principales de este proceso de empobrecimiento». Aunque «no vayamos a abandonar nuestra obsesión por ir de compras en el futuro próximo», lo que sí podemos hacer es exigir a «las grandes cadenas...que usen el considerable poder que tienen a su disposición para llamar la atención a los proveedores asiáticos, que a su vez podrían luchar contra las personas que facilitan el trabajo criminal y quienes manejan este negocio perverso».
Aunque parezca comprensible, y hasta natural, esta respuesta está fuera de lugar y es, probablemente, inútil. Su error principal es que individualiza tanto el problema como la solución. Al hacerlo, no logra reconocer la naturaleza sistémica de lo que estamos enfrentando y, por tanto, tampoco la naturaleza sistémica de cualquier avance constructivo y genuino.
Seamos claros: la existencia de la explotación laboral extrema como «trata de personas» y «esclavitud» no es el resultado de que las consumidoras y consumidores sean «adictos a cosas baratas». Tampoco es el resultado de que las multinacionales sean «adictas a beneficios excesivos». Es un componente intrínseco y estructural del capitalismo globalizado, y es endémico al modelo de negocios de bajo coste y gran volumen que prevalece hoy en día. Es por ello que solamente si creemos en la utopía seremos capaces de solucionarlo.
El capitalismo opera —y se dice que es efectivo por ello— bajo la ley coercitiva de la competencia. Las compañías independientes tienen que competir entre ellas para poder sobrevivir en el mundo mercantil. La compañía que más pueda reducir sus gastos generales y aumentar sus beneficios, a través de innovaciones tecnológicas, produciendo a mayor escala, o reduciendo los costes de trabajo, es la compañía que sobrevivirá y florecerá. Podrá vender sus bienes al menor precio y por ello acaparar la mejor parte del mercado a costa de sus rivales.
La presión a la baja sobre las condiciones laborales está, por ello, escrita en el ADN mismo del sistema. En cada nivel de la cadena de producción de bienes, innumerables compañías compiten unas contra otras para lograr más beneficio y mantener su parte del mercado. Todas ellas tienen incentivos para recortar cada vez más beneficios de sus trabajadoras y trabajadores. Cuando el poder de mercado está tan concentrado que quienes están en la cima de la cadena pueden establecer el precio para quienes están en la parte inferior (como es el caso de quienes producen bienes primarios para las gigantes distribuidoras de Occidente), estos últimos solo pueden permanecer operativos mediante el uso de trabajo forzoso y gratuito. Por ello, lo que sucede en el sector pesquero de Tailandia no se diferencia en nada de lo que presenciamos cada día en Ghana, Bangladesh o en el sur de España.
Que The Guardian se lamente por el comportamiento y la cultura de las corporaciones o de quienes consumen, implica no entender la problemática en absoluto. Criticar a las compañías por buscar beneficios considerados «excesivos» y a quienes consumen por comprar bienes que son «demasiado baratos» aplica un marco analítico moral a un sistema político-económico que es en esencia, amoral. The Guardian tiene que reconocer esto y sus implicaciones lógicas; que librar al mundo de la trata de personas y la esclavitud nos exige ser personas utópicas en nuestra manera de pensar. Nos exige rediseñar las reglas del juego en vez de simplemente arremeter contra sus actores individuales.
Mientras que la relación entre la producción y el intercambio sea determinada por la demanda de beneficios y competición bajo condiciones de desigualdad extrema, la esclavitud y la trata de personas seguirán estando presentes. Es tiempo de ir más allá de las protestas vacías para exigir un comportamiento mejor, y reinsertar esas relaciones el marco de la moralidad.


BTS en Español has been produced in collaboration with our colleagues at the Global Alliance Against Traffic in Women. Translated with the support of Translators without Borders. #LanguageMatters
Lee más
Reciba su correo semanal
Comentarios
Animamos a todo el mundo a que haga comentarios, Por favor, consulte las intrucciones de openDemocracy para comentarios