Cuando estalló la pandemia en Marzo de 2020, la mayoría de los centros internacionales de apoyo a los caminantes cerraron sus puertas, pero el flujo de refugiados no se detuvo, sino que incluso aumentó con los retornados, que fueron rechazados masivamente por sus países de acogida al colapsar la actividad debido los confinamientos estrictos y al parón de la actividad económica.
Doña Marta, a pesar de haber perdido a tres hermanos que fallecieron víctimas de la Covid-19, mantuvo su casa abierta, convirtiéndola en la única luz de esperanza y alivio en una ruta de exilio que se hizo más oscura que nunca.
La compleja crisis humanitaria que vive Venezuela ha acabado por movilizar a potentes organizaciones internacionales dispuestas a paliar el sufrimiento de los que optan por la diáspora, abrumando en ocasiones a los simples ciudadanos que, como Marta Duque, trabajan legítimamente para contribuir a la causa común. “Yo digo”, se queja Marta, "que, si hay tantas organizaciones y tantos donantes, ¿dónde está la coordinación?”.
Cuando la crisis quede invisibilizada por crisis mayores, y las grandes agencias y ONGs internacionales abandonen el lugar, doña Marta seguirá en su cocina de leña excavada en la roca, dispuesta a proporcionar una taza de sopa caliente a los caminantes exhaustos que seguirán aventurándose al interior de la sierra colombiana. Una mayor coordinación oficial con este tipo de iniciativas de la sociedad civil tendría, según ella, muchísimo sentido.
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