Alan Cunha, profesor de ingeniería civil de la Universidad Federal de Amapá, nos había contado cómo había sucedido. Dijo que los búfalos eran una de las dos fuerzas poderosas que, juntas, taponaban el bajo Araguari y abrían el Urucurituba.
Los ríos Amazonas y Araguari ocupan llanuras aluviales adyacentes. Hasta principios de la década de 2000, una berma natural de aproximadamente un metro de altura mantenía separados los ríos, el primero con origen en los Andes y el segundo en las montañas de Tumucumaque.
Geológicamente, las llanuras aluviales son jóvenes, hechas de sedimentos depositados demasiado recientemente para haberse solidificado. Por eso, dice Cunha, la vereda que las separa es "extremadamente frágil y vulnerable".
Con subvenciones del gobierno, los ganaderos empezaron a introducir búfalos de agua en la región en la década de 1980. Unos doscientos mil búfalos vagan ahora libremente. En comparación con el ganado, nadan mejor y comen más tipos de hierba. Vadean alegremente pantanos y arroyos poco profundos.
Un comportamiento en particular los ha convertido en un problema para la división entre el Amazonas y el Aragarui. Cunha dice que marchan en fila india como soldados, abriendo zanjas en el suelo.
En las décadas posteriores a la llegada de los búfalos, sus implacables pezuñas convirtieron innumerables zanjas que se llenan y desaguan con cada ciclo de la marea en una red dendrítica de cursos de agua interconectados que ampliaron el embrionario Urucurituba. En algún momento a finales de la década de 2000, el pisoteo, agravado por la excavación de zanjas por parte de los ganaderos, abrió finalmente un camino entre el Urucurituba y el Araguari. Las dos cuencas quedaron unidas, y el caudal del Araguari empezó a correr hacia el Urucurituba.
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