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Un ‘movimiento global de derechos humanos’ y la clase media ‘del sur’: historia de dos fetiches

V. Nagaraj
3 junio 2014

En mi opinión, el eterno estribillo presente en openGlobalRights sobre la floreciente clase media en el “sur global” está al borde de la idolatría. Si bien se ha hablado mucho sobre las nuevas oportunidades que esta situación ha creado para las organizaciones de derechos humanos, hay muy pocas reflexiones críticas sobre cómo emergió realmente esta clase media y sobre su carácter político. ¿Acaso no está marcada por un modelo de desarrollo que ha generado enormes desigualdades económicas, profundas divisiones sociales y colosales crisis ambientales? Incluso en Brasil, país usualmente considerado como el más activo de los gigantes “sureños” en cuestión de esfuerzos para remediar la desigualdad y promover el bienestar de las masas, están estallando conflictos sociales y ambientales por todo el país.

Una visión carente de sentido crítico de la clase media en el “sur global” refleja una falta de atención a las cuestiones de clase y economía política, algo típico de las formas dominantes de trabajar en derechos humanos. Aunque esta clase media se beneficia de muchas maneras de numerosos subsidios gubernamentales, cada vez tolera menos que se subsidie a los pobres de cualquier forma. En todo caso, ¿qué tan del “sur global”, en términos políticos, es esta clase media?

Es cierto que en regiones como el sur de Asia hay una numerosa (y cada vez mayor) clase media de ideología nacionalista, pero esto dista mucho de ser la misma cosa. Esta clase ha demostrado ser notablemente hábil para ajustarse, por un lado, al neoliberalismo y el consumismo y, por el otro, al feudalismo y los fundamentalismos religiosos. Es una clase ansiosa de tener ciudades de “clase mundial”, que exige orden, eficacia y un Estado poderoso, y que está cansada del caos que genera la democracia.

Por consiguiente, el paternalismo e incluso el autoritarismo (siempre y cuando no impidan el consumo) encuentran muchos adeptos en una clase media incipiente. Y tampoco se trata de un fenómeno reciente; hace décadas que el científico social latinoamericano José Nun articuló la idea de un “golpe militar de clases medias” para enfatizar un aspecto clave de la política regional de conformidad que dictaban las fuerzas militares. 

Por supuesto que ésta es una lectura parcial de la clase media “del Sur”, pero mi objetivo es problematizar un debate que adopta una visión completamente simplista al respecto. La mayoría de los analistas parecen estar fascinados con la situación económica de esta clase media. Se asume que los derechos humanos se incluirán en la cada vez más amplia canasta de productos que consumen los integrantes de esta clase social; o al menos que es posible convencerlos de que los incluyan. Y, de hecho, es probable que sea cierto; pero sólo si los derechos humanos se presentan en un empaque adecuado. Pero, ¿qué efecto tendrá esto en el activismo de derechos humanos? 

Existe el riesgo de que al ser más probable que se compren los derechos humanos “relacionados con el comercio y favorables al mercado”, éstos sean los derechos que se ofrezcan. Como argumenté en una publicación anterior, ajustarse a los deseos de este nuevo mercado de derechos humanos puede distorsionar la ética, la política e incluso la óptica del trabajo de derechos humanos. 

Si bien es cierto que una carrera precipitada para ganar el favor de las clases medias “del Sur” no es necesariamente una buena señal para el futuro de los derechos humanos progresistas, tampoco lo es una comprensión sin sentido crítico del supuesto “movimiento global de derechos humanos”. También debemos cuestionar la manera en la que utilizamos la idea de “movimiento”. 

Stephen Hopgood escribe sobre el “Movimiento Global de Derechos humanos”, pero esto no se trata de algo que simplemente existe por sí mismo, autónomo y con dirección propia. Más bien resulta de ver o imaginar las expresiones, acciones e interconexiones locales y transnacionales de derechos humanos realmente existentes como entrelazadas y vinculadas en una red. 

Además de la falta general de coherencia dentro de esta red y de las diferencias significativas de poder y motivaciones entre sus distintos actores, está el “sistema de derechos humanos” como tal, que se cierne sobre ella. Existe una tensión inherente entre el deseo de ser un “movimiento” y la realidad de que el trabajo de derechos humanos está atrapado en una matriz cada vez más amplia y compleja de burocracias y mecanismos de derechos humanos nacionales, regionales y globales. Esta matriz da forma a las prácticas transnacionales y locales de derechos humanos, incluido el orden que se da a los distintos actores involucrados. 

En particular, las principales organizaciones de derechos humanos están estrechamente integradas con la burocracia internacional de derechos humanos. Debido a su imagen pública como no gubernamentales, se suele restar importancia a su grado de incorporación en el sistema intergubernamental. Al mismo tiempo, incluso las organizaciones locales y nacionales también amplían cada vez más su participación y presencia en el sistema de derechos humanos global, regional y nacional.

Entre más intensa sea su participación, al influir en la posición de los organismos internacionales de derechos humanos, crear nuevos estándares y mecanismos u ofrecerles servicios a éstos, es más probable que este sistema las transforme. Es discutible hasta qué punto se podría hablar siquiera de un “movimiento global de derechos humanos” si no fuera por el mismo sistema internacional de derechos humanos que le da forma y estructura. 

No estoy sugiriendo que no haya expresiones del trabajo de derechos humanos que se encuentren fuera o sean ajenas a las burocracias de derechos humanos. Lo que sí sugiero es que dichas expresiones corren el riesgo de terminar en los márgenes cuando se concibe un “movimiento global de derechos humanos”. Particularmente, porque el sistema de derechos humanos tiene un poder inmenso para determinar y circunscribir desde el punto de vista político a quienes participan en él intensamente.

Los futuros progresistas de los derechos humanos dependen del grado en el que las prácticas locales y transnacionales puedan escapar del control de las burocracias nacionales y globales de derechos humanos. Debemos superar las fantasías de un “movimiento global de derechos humanos” ya que corremos el riesgo de que lo secuestre una narrativa de progreso que dependa de una expansión continua del sistema de derechos humanos.

Asimismo, necesitamos asegurarnos de que el deseo de obtener el apoyo de la clase media “sureña” no influya de más en la creación de una agenda para construir “movimientos” de derechos humanos. De lo contrario, los derechos humanos podrían quedar atrapados en la alta política o la política de las clases medias y obstaculizar, en vez de posibilitar, las políticas populares liberadoras. 

Al mismo tiempo, también debemos cuestionar la manera en que utilizamos el marco conceptual de “movimiento” en sí. Como señala un analista, existe un “frecuente uso metafórico y a posteriori del término” aunado a un crecimiento acelerado de organizaciones y coaliciones “cuyos propios nombres a veces usurpan” el término “movimiento”. Con eso, se corre el riesgo de que el término “movimiento” pierda todos sus significados políticamente relevantes. 

Existe un serio peligro de confundir la descripción con lo que se describe; los movimientos se deben construir y no asumir. Los futuros de los derechos humanos no se decidirán por la profundidad semántica de los supuestos movimientos, globales o locales, sino por su importancia política real para quienes se encuentran en los márgenes del poder.

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