
Un hombre con muletas durante una protesta contra la reforma del sistema de pensiones, el 18 de diciembre de 2017 en Buenos Aires, Argentina. (Foto por Gabriel Sotelo / NurPhoto / Sipa USA). PA Images. Todos los derechos reservados.
Este artículo forma parte de la serie "Desigualdad persistente: el controvertido legado de la marea rosa en América Latina" producida en alianza con el Instituto de Estudios Latinoamericanos del Instituto de Sociología de la Freie Universität Berlin.
El 10 de diciembre de 2015 Mauricio Macri asumió como presidente de la Argentina, después de haber obtenido el 51% de los votos en el ballotage contra el candidato oficialista Daniel Scioli. En los primeros dos años de gobierno ha tomado una serie de medidas que modifican en una dirección neoliberal la orientación predominante en los doce años de gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner.
¿Cuáles fueron las causas de triunfo de Macri? Entre las explicaciones más frecuentes de este cambio en Argentina - y otros países sudamericanos - se hace referencia, en primer lugar, a los cambios económicos a partir de la caída de los precios de las commodities.
Terminado el “viento de cola” de los precios de la soja, la Argentina cayó en la “restricción externa” por falta de divisas y llegó el fin de experimento “populista”, o del proceso de “redistribución”. Una segunda explicación alude al significativo poder de los medios de comunicación y de los grupos económicos más concentrados. Una tercera explicación refiere al cambio de humor de la población, aunque por razones contrapuestas.
Mientras los analistas críticos del kirchnerismo aluden a la corrupción, inflación y rasgos autoritarios, los más cercanos al gobierno anterior plantean otra tesis: que los procesos de inclusión social y movilidad social ascendente modificaron las demandas de la población, impulsando un cierto “giro a la derecha”.
Obviamente, en unas elecciones donde la diferencia entre los contrincantes resultó de menos del 3%, las causas son complejas.
Entre ellas, nos concentraremos aquí en los motivos específicamente políticos. Veremos que, entre ellos, se encuentran el modo específico en que el kirchnerismo interpretó y reaccionó ante la baja del precio de las materias primas, los poderes corporativos y las transformaciones sociales.
Cuatro años antes de la asunción de Macri, el kirchnerismo parecía un fenómeno imbatible.Cuatro años antes de la asunción de Macri, el kirchnerismo parecía un fenómeno imbatible. Cristina Kirchner había obtenido el 54% de los sufragios en 2011, con su oponente más cercano ubicado en el 17%. En 2003, Néstor Kirchner había obtenido sólo el 22% de los votos y en 2007 Cristina Kirchner había logrado el 45%.
El kirchnerismo siempre debió construir articulaciones para sus éxitos electorales. En ninguna de las elecciones presidenciales, los votos obtenidos podrían ser considerados “kirchneristas” en su totalidad. Después de ganar en 2011 perdió ese elemento de vista.
Señalemos brevemente dos grandes conflictos previos. En 2008, los productores agropecuarios se opusieron con grandes protestas a un aumento de las retenciones a la exportación. El desgastante enfrentamiento culminó en una derrota para el gobierno que, al combinarse con la crisis económica, se tradujo en una derrota electoral en las elecciones legislativas de 2009.
Los años siguientes resultaron los más innovadores del gobierno, que desplazó sus políticas hacia la izquierda en varios planos. En primer lugar, una fuerte ampliación de todas las políticas sociales: el derecho a cobrar un ingreso a todos los que no tuvieran trabajo y tuvieran hijos (con la condición de que los niños asistieran a la escuela y se vacunasen); la estatización de los fondos de jubilaciones y la ampliación de la cobertura; aumentos salariales todos los años en función de la inflación, inclusive para las empleadas domésticas, y otras medidas similares.
También la ampliación de derechos civiles, como el matrimonio igualitario. En el mismo plano, se colocó una nueva ley de servicios de comunicación audiovisual, que recogía banderas de democratización de los medios, y que fue percibida como una declaración de guerra por parte de los grupos más concentrados.
Cuando en 2011 Cristina Kirchner inició su segundo mandato, tanto “el campo” como los monopolios de medios eran parte activa de la oposición, que también integraban sectores pequeños y poderosos de la derecha tradicional.
Su segunda presidencia se inició en un contexto económico muy distinto al crecimiento que marcó los años 2003-2007 y 2010-2011. Se agravaba lo que se llama la “restricción externa” - es decir la falta de dólares en las economías en desarrollo. Una parte de las divisas se perdía por la creciente importación energética.
La decisión de nacionalizar el 51% de Yacimientos Petrolíferos Fiscales, la principal compañía de petróleo del país, planteó una fuerte tensión con España, pero recibió un amplio apoyo interno.
La decisión de nacionalizar el 51% de Yacimientos Petrolíferos Fiscales, la principal compañía de petróleo del país que había sido privatizada en el auge neoliberal de los años noventa, planteó una fuerte tensión con España, pero recibió un amplio apoyo interno.
En cambio, las crecientes limitaciones a la compra de dólares para el ahorro, que crecieron durante 2012, fueron incrementando las antipatías de las clases medias urbanas.
Es necesario entender que el dólar funciona en Argentina de un modo muy diferente a como lo hace en otras sociedades. Por las crisis recurrentes y la desvalorización de la moneda nacional, con picos agudos (1975, 1982, 1989 y 2002), las clases medias y altas argentinas buscan tener sus ahorros en dólares.
Eso plantea, especialmente cuando el dólar se encuentra comparativamente barato, una constante compra de dólares que, además, los argentinos sacan por desconfianza de los bancos y colocan en cajas de seguridad o envían al exterior. Básicamente, esto implica una fuga constante de capitales del sistema financiero.
A estas crecientes dificultades económicas se agregó un grave problema político. Con la muerte de Néstor Kirchner en octubre de 2010 y la imposibilidad de nueva reelección de Cristina Kirchner por la prohibición constitucional, el Frente para la Victoria no tenía, a inicios de 2012, un candidato que pudiera aglutinar al conjunto.
Algunos sectores interpretaron los resultados de 2011 como una oportunidad de lograr una reforma constitucional que habilitara la candidatura de Cristina Kirchner. Necesitaban para ello repetir o mejorar su desempeño en las elecciones legislativas de 2013.
Aunque el proyecto reeleccionista nunca llegó a enunciarse públicamente, hubo importantes dirigentes del peronismo que se opusieron activamente a él. La fuerte alianza entre el gobierno y el sindicalismo comenzó a resquebrajarse en 2012 con el alejamiento del líder de la Confederación General del Trabajo, Hugo Moyano.
Otros líderes importantes, como el gobernador de Córdoba, José Manuel De la Sota, o el ex gobernador de la provincia de Buenos Aires, Felipe Solá, se distanciaban. Pero la principal escisión fue la que encabezó, para las legislativas de 2013, Sergio Massa, ex Jefe de Gabinete de Cristina Kirchner, en aquel momento Intendente del próspero municipio de Tigre.
Sergio Massa, ex Jefe de Gabinete de Cristina Kirchner, articuló un frente electoral que derrotó en las legislativas de la Provicina de Buenos Aires al Frente para la Victoria y enterró cualquier ilusión de re-reelección.
Massa articuló un frente electoral que incluyó a sectores radicales y sindicales y contó con el apoyo de Mauricio Macri. Derrotó en las legislativas de la Provincia de Buenos Aires al Frente para la Victoria y enterró cualquier ilusión de re-reelección.
La distribución de fuerzas políticas, sin embargo, era muy fragmentaria. La fortaleza del gobierno seguía emanando de la división de la oposición.
Sin embargo, al consolidarse los problemas económicos, la falta de dólares, la imposibilidad de avanzar en nuevos procesos de redistribución que hasta entonces habían reducido el desempleo, la pobreza, el trabajo no registrado y la desigualdad, la presidenta focalizó su discurso en lo que designó como la “década ganada”, en alusión al crecimiento económico y a la inclusión social.
Más allá de los debates acerca de los logros y deudas de esos años, el problema del gobierno era otro: se concentraba en “defender lo logrado”, no construía una nueva agenda de cambios y no construía ninguna figura presidenciable que pudiera competir con Daniel Scioli. Y tampoco aceptaba a Scioli como continuador del proyecto.
Es muy cierto que a estas dificultades deben sumarse problemas externos de gravedad. Uno de los logros más notables de los gobiernos de los Kirchner había sido la exitosa reestructuración de la deuda externa argentina. Entre la oferta de 2005 y la nueva oferta de 2010, más del 92% de los acreedores habían aceptado la propuesta. Y una deuda que era imposible de pagar pasó a ocupar un lugar manejable del presupuesto.
Se redujo la relación entre deuda y PBI, aumentó la proporción de deuda con el sector público y se redujo la deuda en moneda extranjera. Ante la nueva falta de divisas, el gobierno buscó regresar a los mercados internacionales de crédito. Con ese objetivo llegó a un acuerdo por deudas en el CIADI, con el Club de París y con Repsol por la expropiación de YPF.
Después de eso, el juez Thomas Griessa emitió su famoso fallo en favor de los holdouts, o “fondos buitre”, bloqueando incluso los pagos de la Argentina hacia el 92% de los bonistas reestructurados.
Mientras estos últimos habían aceptado una quita inmensa sobre el valor nominal de sus papeles, la justicia de Estados Unidos, incluso en la instancia de apelación, afirmaba el derecho de los litigantes a cobrar el valor nominal más los intereses.
Mauricio Macri, entonces Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, declaró que había que pagar de inmediato la sentencia. El gobierno de Cristina Kirchner nunca pudo cerrar este tema ni regresar a los mercados de crédito. Eso limitó su accionar económico. Realizó una devaluación en 2014 y convivió con una constante inflación.
Sin embargo, todo ello no explica los errores políticos. La oposición de algunos sectores poderosos había comenzado varios años antes y, sin embargo, no lograron derrotar al kirchnerismo hasta 2015.
Si todo mejoramiento del poder adquisitivo de la población implicase su derechización, tendríamos una tesis fatalista según la cual cualquier proceso de redistribución está condenado a autoinflingirse su propia derrota política.
Pero esta fuerza no supo generar un liderazgo de sucesión y, como señala Álvaro García Linera para el caso de Bolivia, en Argentina se confundió la construcción de hegemonía con la continuidad del liderazgo. El desafío de construir valores compartidos, una cierta visión de mundo y un sentido común no debería traducirse en la búsqueda constante de reelección.
El otro problema notable es que ciertas políticas públicas produjeron cambios sociales, pero el kirchnerismo continuó como si esos cambios no se hubieran producido. El crecimiento, las políticas laborales y sociales aumentaron la inclusión social y el poder adquisitivo.
Eso no sólo modificó los ingresos, sino también la autopercepción de clase. De aquí surge la aparente paradoja de la “clase media”. Si todo mejoramiento del poder adquisitivo de la población implicase su derechización, tendríamos una tesis fatalista de que cualquier proceso de redistribución está condenado a autoinflingirse su propia derrota política.
La cuestión de las “clases medias emergentes” condensa una serie de problemas políticos. Hay que distinguir entre las concepciones sociológicas objetivas de las clases medias por tipo de empleo, nivel educativo o niveles de ingresos, por un lado, y las autopercepciones de clase, por el otro.
Estas últimas se refieren a las percepciones subjetivas que las personas o grupos pueden tener respecto de su propia posición o pertenencia de clase. Mientras en los análisis sociológicos objetivistas cada persona o familia es parte de una clase o estrato, en las visiones subjetivas hay dos diferencias cruciales.
Primero, las personas utilizan otros elementos para considerarse o no a sí mismas dentro de una clase: tener o no un trabajo, el cambio en la calidad del trabajo, en la calidad de la vivienda, en la propiedad de la misma, en la asistencia de su hijo a la universidad, en la posibilidad de irse de vacaciones, aunque sean modestas.
Segundo, mientras para el objetivismo cada persona sólo puede pertenecer a una clase, para las personas ellas mismas pueden pertenecer a dos o más clases simultáneamente. Mientras “clase alta” y “clase baja” para las personas siempre son términos mutuamente excluyentes, “trabajadores” y “clases medias” no lo son siempre.
Mientras “clase alta” y “clase baja” para las personas siempre son términos mutuamente excluyentes, “trabajadores” y “clases medias” no lo son siempre.
En el lenguaje coloquial, el término “clase media” en Argentina (y otros países) es utilizado de un modo muy distante a la visión objetivista. Una parte significativa de los trabajadores sindicalizados se considera, según el contexto y simultáneamente, como “trabajadores” y como parte de la “clase media”. La distinción entre la clasificación objetiva y la autodefinición es una necesidad conceptual y política de primer orden.
El crecimiento del empleo y el mejoramiento de los ingresos cambian la autopercepción de amplios sectores de la población. Crecen entonces las “clases medias emergentes”. Para la visión tradicional, esto genera una paradoja fatal. La ecuación sería: a más clases medias, menos votos para los gobiernos que las generan.
Todo esto es un razonamiento objetivista y defensivo para no analizar las limitaciones políticas de esos gobiernos. Es indiscutible que estos gobiernos resolvieron en parte problemas serios de hambre y de pobreza. Y que las clases medias crecieron en esos años en la región.
Ahora bien, esas personas y sectores sociales, cuando cambió su situación, ya no demandaron lo que estaba resuelto y sí plantearon otras preocupaciones y otras demandas. Entre las nuevas demandas hubo varias relacionadas con servicios públicos como transporte, seguridad, educación y con las aspiraciones de consumo.
La explicación de que los beneficiarios de las reformas redistributivas se derechizaron plantea problemas conceptuales serios. Los gobiernos post-neoliberales fabricaron “clases medias” y no comprendieron a esas mismas clases medias.
Un proyecto que no incluya las demandas de servicios y de transparencia y que no satisfaga ciertos niveles de consumo no puede aspirar a ser mayoritario en Argentina. En realidad, podría serlo después de nuevas consecuencias neoliberales, pero sólo mientras se reparan los daños. Si quiere ir más allá, necesita comprender las percepciones, sensibilidades y demandas de una sociedad con más sectores medios y con menor exclusión.
Las dinámicas aspiracionales producen no sólo nuevas demandas, sino identificaciones de niveles socioeconómicos menos privilegiados con otros más privilegiados. Ese problema, muy real, no se resuelve rechazando y confrontando la “aristocracia obrera” o las “clases medias”.
Se debe abordar analizando sin ceguera las múltiples causas del malestar (que puede incluir corrupción, tozudez, verticalismo, actitudes autoritarias, ineficacia).
Es decir, el desafío es encarar el arduo trabajo para desarticular las equivalencias oposicionales, en lugar de alentarlas con binarismos que socavan la capacidad hegemónica propia. Aquellas fuerzas políticas que se imaginan a sí mismas como representantes de las “grandes mayorías” necesitan desplegar una sensibilidad que permita comprender los sentimientos y autopercepciones de clase de las poblaciones que pretenden representar.
Cuando en 2012 comenzaron las protestas callejeras contra el gobierno por cuestiones que iban desde el dólar hasta la inseguridad pasando por la corrupción, varios funcionarios fustigaron en sus discursos a la “clase media”.
Cuando en 2012 comenzaron las protestas callejeras contra el gobierno por cuestiones que iban desde el dólar hasta la inseguridad pasando por la corrupción, varios funcionarios fustigaron en sus discursos a la “clase media”.
Para la misma época, una encuesta del Área Metropolitana de Buenos Aires (13 millones de habitantes) indicaba que el 78% de los habitantes se autoconsideraba parte de la clase media, media baja y media alta. En otras palabras, una gran parte de los argentinos volvía a considerarse parte de las clases medias. No por eso iban a pasarse la vida agradeciendo a los líderes oficialistas, como a veces parecía que estos pretendían. Más bien, comenzaban a tener nuevas demandas y nuevas ilusiones.
Probablemente algunas de esas demandas no pudieran ser satisfechas por el gobierno, pero también el gobierno podía protagonizar la construcción de una nueva agenda para esta etapa. Esto no sucedió: el gobierno se concentró en “defender lo logrado”. La agenda del cambio quedaba en manos de sus adversarios, todavía fragmentados.
La sociedad argentina estaba dividida en tres sectores: alrededor de un tercio firmemente oficialista, otro tanto opositor y otro tanto de votantes sin una preferencia fija, que eran indecisos, que cambiaban de opinión. Muchos de ellos votaron a Cristina Kirchner en 2011 y a Mauricio Macri en 2015.
Muchos votantes sin una preferencia fija votaron a Cristina Kirchner en 2011 y a Mauricio Macri en 2015.
Durante los últimos años, el gobierno se dirigió cada vez menos a ese tercio de la población y radicalizó cada vez más su discurso en términos de amigo-enemigo, reforzando la convicción de los “convencidos”.
Los discursos de Cristina Kirchner por cadena nacional, programas oficialistas de televisión, la publicidad gubernamental y otros símbolos conformaron lo que la oposición designó despectivamente como el “relato kirchnerista”.
Dicho relato acentuaba la situación catastrófica de la Argentina en 2002 y 2003, y el crecimiento con inclusión social de la década posterior.
Desde el punto de vista del kirchnerismo, ese relato contribuyó a otorgarle un carácter épico a las políticas oficiales y a forjar un sector intenso de convencidos. Sin embargo, hacia la mitad del segundo mandato de Cristina Kirchner, se notaron dos problemas. Mientras la realidad económica se iba complicando, la épica se exacerbaba, con lo cual iba incrementado su distancia con las percepciones sociales. Así el gobierno también se distanciaba de esas grandes y heterogéneas clases medias.
El otro problema fue que desde 2007 el gobierno había destruido una parte de las estadísticas oficiales, ya que había manipulado el índice de inflación. El índice oficial era una tergiversación asumida por todos que decía que la inflación era la mitad o menos de lo que era en la realidad. Así, habiendo institucionalizado una mentira, sus verdades se debilitaban fuertemente. Fue a través de esta serie de errores que fue drenando el capital político del Frente para la Victoria.
Finalmente, Scioli perdió las elecciones por menos del 3% de los votos. Creer que Mauricio Macri ganó por la “baja de las commodities” es una grave simplificación. Durante más de una década, con mejores y peores momentos, el kirchnerismo había logrado articular a sectores heterogéneos. Por eso, había devenido hegemónico. Cuanto más homogéneo se tornó el kirchnerismo después de 2011, menos apoyo logró suscitar.
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