
Rukesh Dutta/Flickr. CC (by-nc-nd)
Nuevas formas de trabajos forzosos han proliferado en las últimas décadas ocultas tras la retórica de los mercados libres. Los millones de trabajadoras y trabajadores migrantes precarios que realizan los trabajos más duros en hogares, campos, hoteles y zonas de construcción representan solo la versión más reciente de un proceso centenario que ha visto cómo decenas de millones de personas eran expoliadas y luego trasplantadas para trabajar en minas, proyectos ferroviarios, plantaciones y fábricas clandestinas. Desde la captura y venta de 12 millones de personas africanas transportadas a América hasta la conocida migración culí —que, a partir de 1880, movió a no menos de 17 millones de hombres y mujeres indias y de otras regiones de Asia que fueron sometidas a una situación de esclavitud—, la gente pobre que habita fuera del corazón del capitalismo ha sido siempre el alimento de la industria y el comercio modernos. Sin embargo, se pensaba que la Segunda Guerra Mundial y el régimen de los derechos humanos (DDHH), que emergieron durante las décadas de 1940 y 1950, lo habían cambiado todo al prohibir expresamente las prácticas esclavistas en varias cartas internacionales, recoger derechos fundamentales y abrir el camino hacia la obtención de la ciudadanía en países «de acogida» del Norte global.
Si bien sabemos que estos gobiernos mantienen una retórica de apoyo a dichos principios, la realidad de sus prácticas es diametralmente opuesta. El actual sistema neoliberal sostenido por el trabajo de personas migrantes —firmemente afianzado gracias a las democracias liberales y que es fundamental para la continua expansión del capitalismo— es un régimen de facto de trabajos forzosos. Es al mismo tiempo producto directo de la expulsión de millones de personas de sus tierras en el sur y de la demanda masiva en el norte de suministros de fuerza de trabajo barata. El capital no quiere solo trabajadoras y trabajadores, sino mano de obra precaria y con salarios bajos. La migración y los regímenes fronterizos son eficaces en esta labor, ya que a la gente que cruza las fronteras o emigra internamente hacia zonas liberalizadas se le priva sistemáticamente de su derecho a votar, cambiar de empresa, afiliarse a un sindicato o acceder a los sistemas educativo y sanitario. También se aprovecha la amenaza constante de deportación para garantizar la observancia de estas condiciones. Además de facilitar la explotación severa de trabajadores y trabajadoras migrantes, este sistema castiga también a la mano de obra ciudadana, que ve rebajada sus demandas y expectativas recordándole que siempre puede ser sustituida por migrantes vulnerables.
La piedra angular de este sistema es el continuo trasvase transnacional de las vidas de trabajadoras y trabajadores migrantes que hace que sus costes de reproducción a corto y largo plazo sean irrisorios. Para este reajuste es crucial separar radicalmente el sitio de acumulación de capital (el lugar de trabajo) del sitio de renovación de mano de obra (principalmente hogares en sus países de origen). Los países receptores del norte no tienen que pagar un solo céntimo para dar cobertura sanitaria, formación y educación a las trabajadoras y trabajadores migrantes antes de su llegada y después pagan el mínimo indispensable. Mientras tanto, las remesas que las personas migrantes devuelven con su trabajo—valoradas formalmente en 530 mil millones USD en todo el mundo en 2012 y de las que dependen 500 millones de personas en el planeta— son vitales para la supervivencia de sus familiares. Son esenciales incluso para las economías de algunos países de origen: la exportación de fuerza de trabajo hacia el Norte global es ahora usada como política de ‘desarrollo’ en lugares como Filipinas y México, que a su vez sufren la pérdida de millones de personas formadas y cualificadas. Así, las empresas del Norte, apoyadas por políticas creadas con el único objetivo de exportar gente, no solo tienen acceso a una mano de obra cuya reproducción no implica coste alguno, sino que además, los salarios enviados a sus hogares una vez que las trabajadoras y trabajadores de bajo coste hayan emigrado permiten la reproducción barata de la siguiente generación de potenciales trabajadoras y trabajadores migrantes.
Este sistema de reproducción social reajustado desde el punto de vista del espacio, evoluciona dentro de un orden racializado y de género que devalúa y deshumaniza a las trabajadoras y trabajadores migrantes. La organización jerárquica del capitalismo global aprovecha las diferencias inherentes a los orígenes geográficos y sociales de las personas trabajadoras migrantes, proceso que se intensifica mediante normativas que bloquean la obtención de la ciudadanía en los países receptores. La abyección social resultante es expresada de diversas maneras, incluso mediante pánico moral, que a menudo hace uso de discursos racistas sobre las trabajadoras y los trabajadores migrantes que ‘quitan’ el trabajo a la población ciudadana. Asimismo, la figura de la mujer emigrante es generalmente sexualizada —tanto si su empleo se desarrolla como trabajadora del hogar en casas de clase media y alta, en maquiladoras o dentro del comercio sexual— (ej. pruebas habituales de embarazo, trabajos ordinarios ‘apropiados’ para mujeres y la intimidación por parte de supervisores masculinos). Estas mujeres, que son despojadas de sus derechos reproductivos y del derecho a asistencia sanitaria, cohibidas por la amenaza de la deportación, son especialmente vulnerables ante posibles agresiones sexuales o abusos, debido a la falta de regulación en sus lugares de trabajo y al cambio en las convenciones de género —tal es el caso de las mujeres que trabajan en las maquiladoras.
Cabe enfatizar que esta degradación social tiene una profunda conexión con las condiciones del régimen neoliberal de las migraciones. Basado en el expolio y en la negación de los derechos básicos, este régimen garantiza a las trabajadoras y trabajadores migrantes una vida atormentada, llena de tensión e inseguridad Para el capitalismo, son los sujetos ideales: mano de obra barata formada por personas racializadas y feminizadas disponibles para ser ferozmente explotadas.
Esto no es nada nuevo. El capitalismo siempre ha dependido de procesos sociales de abyección que frecuentemente se han asegurado y perpetuado en y a través de sistemas de trabajo forzoso y migración. Por mucho que intentemos pensar en estas épocas de trabajo forzoso como puntos críticos para el establecimiento histórico del capitalismo, el momento que estamos viviendo pone en evidencia que la esclavitud no es una reliquia del pasado. De hecho, no es que el capital dependa cada vez más de la migración, sino que depende específicamente del flujo transnacional de personas que se ven privadas de la plena ciudadanía, personas que constituyen en diversos grados una mano de obra sin libertad. A pesar de todo, como hicieron las personas esclavizadas de África, o las trabajadoras y trabajadores culíes antes que ellas, la gente sigue encontrando vías para organizarse, resistir y recuperar su dignidad frente a la dura opresión.


BTS en Español has been produced in collaboration with our colleagues at the Global Alliance Against Traffic in Women. Translated with the support of Translators without Borders. #LanguageMatters
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