
Refugees' life jackets in Parliament Square, London. Howard Lake/Flickr. CC (by-sa)
En torno al tema de la trata de personas se dan muchas emociones, sentimientos y acciones de evangelización. Es muy fácil caer en la trampa de «me siento mejor porque me siento mal», imaginar que hablar sobre las injusticias es lo mismo que hacer algo para remediarlas y engañarnos pensando que si enviamos peticiones, tuiteamos o damos a un «me gusta», contribuimos a solucionar el problema.
Una lección dolorosa que he aprendido durante los quince años que llevo trabajando en esta área es que el cambio real nunca es, ni será, fácil de lograr. He aprendido a sospechar de aquellas personas que proponen soluciones rápidas y persiguen grandes conquistas. Soy cautelosa con quienes abordan estos asuntos con un discurso elevado, grandes sumas de dinero o una sólida convicción de que su punto de vista es el correcto; de que el camino que proponen es el único camino.
Para mí, esa es la receta de la decepción y la frustración. Las ideas de las que estamos hablando (los derechos humanos, el Estado de derecho, la igualdad entre hombres y mujeres, la justicia social) son conceptos nuevos que todavía son frágiles y que contradicen la historia y la experiencia humana que siempre han aceptado la dominación de la fuerza sobre la debilidad y de la riqueza sobre la pobreza.
Estas ideas son revolucionarias porque —quiero que esto quede claro— estamos hablando de la redistribución del poder; de quitarles el mando a aquellas personas más fuertes, quienes tienen demasiado, y dárselo a quienes no tienen suficiente.
La historia y nuestra propia experiencia nos enseñan que quienes tienen poder no renuncian a él fácilmente. Una vez que entendamos eso, también entenderemos que la lucha por los derechos humanos, la igualdad y la justicia no es batalla de una sola persona. Se trata de, poco a poco, remodelar las estructuras, actitudes y comportamientos que han definido la condición y las relaciones humanas durante mucho tiempo.
En resumen: les invito a actuar de forma valiente y visionaria y a mantener esta actitud en el largo plazo. Que no quepa duda de que conseguiremos acabar con el VIH/SIDA y de que encontraremos una solución al calentamiento global mucho antes de que se termine con la explotación de seres humanos como forma de ganar dinero.
De dónde venimos
Comencé a trabajar contra la trata de personas en 1998 en la ONU. En ese momento, la información que teníamos provenía de informes que recibíamos sobre la explotación en las fronteras de niñas y mujeres jóvenes en el Sudeste Asiático y en Europa del Este. En aquella época no había una definición consensuada de «trata», no se consideraba que los hombres y niños también pudieran ser víctimas y se ignoraba que los fines de la explotación pudieran ser tan variados como lo es la cantidad de dinero que se puede ganar con ella.
Además, es importante aclarar que, en ese momento, ni siquiera se discutía el problema de la explotación de personas en el sistema internacional. Cosas como los trabajos forzosos, la servidumbre, la explotación sexual y el matrimonio forzado ni siquiera se mencionaban.
Los países escondían información, y rechazaban cualquier crítica o intento de averiguar lo que estaba sucediendo viendo tales hechos como una violación a su soberanía. No sabíamos lo que ocurría y no disponíamos de herramientas para actuar.
En la actualidad
Ahora todo esto ha cambiado. Hoy es políticamente imposible que un país defienda la explotación de personas extranjeras o nacionales en su territorio como si no fuera un problema de la comunidad internacional.
Además es imposible que los países escondan lo que está ocurriendo, ya hablemos del tráfico de órganos en Egipto, la servidumbre por deudas en la industria sexual de Australia, el trabajo forzoso en granjas de EE.UU, o la servidumbre en India Hoy en día todo es diferente porque sabemos lo que pasa.
Incluso hemos visto cómo la trata se ha introducido en las cadenas de producción globales. Todo lo que usamos, comemos y utilizamos para comunicarnos suele estar manchado por el trabajo forzoso y la explotación.
Contamos con nuevas y mejoradas herramientas para combatir la trata de personas. Algunos tratados internacionales y regionales han servido como anteproyectos para nuevas leyes que, aunque no sean perfectas, implican un gran avance con respecto a lo que sucedía (o no sucedía) en el pasado.
La combinación de una mayor concienciación más la presión interna y externa empujó a la mayoría de países a realizar cambios en lo que se refiere a la identificación y la protección de las víctimas y a la búsqueda de responsables. El gobierno de los Estados Unidos informó de que en 2012 hubo más de 4.700 condenas en todo el mundo por crímenes de trata y que se identificaron casi a 47.000 víctimas. Estas cifras son aún muy bajas, pero aumentan cada año.
Los cambios que se han producido son muy importantes y merecen ser celebrados.
Pero también soy realista y sé lo poco que se ha logrado en cuanto a cambios reales y duraderos, y parece muy probable que estos problemas, lejos de solucionarse, vayan a peor.
Un desafío particular es la insuficiente respuesta judicial ante los actos criminales. Al igual que muchas otras injusticias que afectan principalmente a las mujeres, a personas marginadas y a las más indefensas, la trata de personas no es una prioridad para el sistema judicial de ningún país.
El discurso ha mejorado notablemente, pero los cambios actitudinales e institucionales que son de verdad necesarios para poner fin a la impunidad y lograr justicia para las víctimas siguen sin darse.
Debemos pedir más a nuestros sistemas nacionales de justicia. Tenemos que ser capaces de hacer las preguntas incómodas: por qué se identifican tan pocas víctimas, por qué hay tan pocas investigaciones que desembocan en un juicio real y por qué muchos de ellos fracasan; por qué es tan bajo el número de explotadores de alto nivel que ven sus bienes confiscados o que son encerrados en prisión. En palabras de Trust Women, debemos conseguir leyes que protejan a las personas objeto de trata. Cualquier cosa que esté por debajo constituye un fracaso.
Otro desafío es combatir la indefensión que subyace en la trata de personas. A pesar de lo que Hollywood nos ha hecho creer, estas cosas no nos suceden a nosotras o a nuestras hijas. Las personas acaban envueltas en esta forma de esclavitud moderna cuando se ven obligadas a asumir riesgos a los que jamás estaremos expuestas.
Es evidente que debemos hacer algo con respecto a las causas que originan esta desprotección, como la pobreza y la desigualdad. Sin embargo hay otros pasos a menor escala que podemos dar. Por ejemplo, prohibir las comisiones por contratación: ilegalizar el recargo que algunas agencias cobran a las trabajadoras y trabajadores por colocarles en puestos de trabajo en el extranjero y evitar que cualquier empresa e institución acepte la contratación de personal bajo estas circunstancias.
Otra idea: en vez de mantener las proclamas paternalistas que promueve End Poverty Now (Acaba con la Pobreza Ya) cuando afirma que las personas pobres dependen de las demás para solucionar sus problemas, deberíamos luchar por un salario mínimo global ligado a la igualdad del poder adquisitivo o a alguna otra medida económica significativa. ¿Por qué un salario mínimo resulta beneficioso para nuestras sociedades pero no para aquellas personas que producen los artículos y proveen los servicios que utilizamos?
Y, por último, debemos enfrentar el desafío de la demanda. La trata de personas alimenta a un mercado mundial que favorece el trabajo precario, irregular y explotable y los bienes y servicios que trae consigo.
En el extraño mundo de la lucha contra la mercantilización indiscriminada del ser humano, las discusiones en torno a la demanda se centran en el trabajo sexual. El argumento se reduce a que eliminando esta demanda, eliminamos la explotación sexual. Personalmente, creo que este tipo de conclusión, que despierta en mí una profunda desconfianza, pertenece más bien a un discurso que solo propone parches y que desacredita la esencia del problema.
Al mismo tiempo, me gustaría entender cómo es que aún no se han abierto camino otras propuestas más lógicas. Por ejemplo, ¿por qué no es ilegal conocer o usar los servicios prestados por personas objeto de trata?
No cabe duda alguna de que la industria sexual, tanto en tu país como en el mío, implica que un número sustancial de mujeres y niñas se encuentran atrapadas en una situación de la que no pueden escapar —quizás por estar endeudadas o por coacción o intimidación. Son los hombres británicos y australianos los que están comprando algo que ha sido efectivamente robado y la ley no puede hacer nada, incluso contando con pruebas que delaten que el servicio adquirido no se ha producido libremente. Se les puede cobrar por una televisión pero no por una persona. Eso simplemente no es suficiente.
Por suerte, parece que el diálogo y las acciones en torno a este tipo de demanda están adentrándose en nuevas parcelas. Por ejemplo, se intenta educar al público consumidor para que cambie su forma de comprar y, además, se busca asegurar el compromiso de las grandes empresas para que manejen cadenas de producción libres de esclavitud. Este trabajo es positivo y relevante siempre que no de origen a toda una generación de activistas cibernéticas, y con esto me refiero a personas que tienen la creencia de que hacer clic en una petición por Internet ayuda en algo.
También existen otros aspectos relacionados con la demanda que reciben menos atención. En mi trabajo me relaciono con diferentes gobiernos y sé que no podemos eximirlos de la culpa de generar y sostener esta demanda. Muchos países de destino se benefician de la mano de obra barata inmigrante, que la ley desampara y desplaza a conveniencia. Los países de origen suelen depender del dinero que generan sus trabajadoras y trabajadores en el extranjero y pueden ser reticentes a obstaculizar un sistema que les trae tantos beneficios económicos, aunque sepan que parte de su ciudadanía es gravemente explotada.
Además, todo país que fracase en la protección de sus migrantes, sin importar si están o no en condiciones reguladas, debe asumir la responsabilidad por haber contribuido a crear un entorno que hace que la explotación sea posible y rentable. A veces se hace complicado e ingrato tratar estos temas con los gobiernos, pero es una parte fundamental del rompecabezas y no se puede ignorar.
A modo de directrices y a grandes rasgos, propongo que:
Primero, luchemos por hacer que la respuesta judicial sea más eficaz. ¿Cómo se atreven los gobiernos a tratar la compra-venta de personas como un crimen menor? En cuanto a nosotras y nosotros, debería darnos vergüenza considerar esto algo normal.
Segundo, que intentemos entender la vulnerabilidad frente a esta práctica y podamos responder así de una forma que refleje las experiencias de las personas y no nuestras ideas sobre ellas o sobre lo que necesitan.
Y, en tercer lugar, que rechacemos el enfoque actual polarizado y bochornoso de la demanda. Es nuestro deber examinar con atención el funcionamiento de los sistemas y las prácticas que alientan y recompensan la explotación.
Me gustaría, para terminar, lanzar una sugerencia en forma de tres acciones específicas: que trabajemos para eliminar las comisiones que se obtienen por la contratación laboral, que defendamos un salario mínimo global y que logremos convertir en delito el consumo —o el conocimiento— de servicios que estén proporcionados por víctimas de trata.
Al sugerir estas ideas me siento, sin embargo, obligada a insistir en la advertencia que señalé más arriba. Debemos cuidarnos de las personas encantadoras de serpientes que nos hacen creer que tienen el remedio definitivo y que el camino es fácil. Hemos de aceptar que no vamos a encontrar la solución a la explotación de seres humanos en dos días, pero quizás podamos conseguir que la situación avance aunque solo sea un poco.
Creo que ese sería un buen resultado.
Este artículo se publicó el 3 de diciembre de 2013 y es una versión adaptada del discurso de apertura brindado por Anne Gallagher en la Conferencia de Trust Women en Londres.


BTS en Español has been produced in collaboration with our colleagues at the Global Alliance Against Traffic in Women. Translated with the support of Translators without Borders. #LanguageMatters
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