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Clases medias en América Latina (4). Los Millenials ante el cambio de ciclo

Los jóvenes que han experimentado procesos de movilidad social ascendente en la última década años están hartos de mensajes manidos, requieren nuevos estímulos y aspiran a mejorar sus condiciones de vida. English

Jorge Resina
25 abril 2016
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Los partidarios del presidente Mauricio Macri en el Congreso Nacional mientras el Presidente abre la sesión. Buenos Aires, Argentina. Foto AP / Natacha Pisarenko

América del Sur experimenta el fin de un ciclo. Sobre todo, aquellos países que hace más de una década representaron con mayor fuerza el inicio del cambio. En Argentina, el kirchnerismo fue derrotado; en Venezuela, el chavismo agoniza; en Ecuador, Rafael Correa ya ha anunciado que no se presentaráa las próximas elecciones; en Bolivia, Evo Morales sufrió su primer gran revés con el “no” a su intento de modificar la constitución; y Brasil navega a la deriva, con Dilma Rousseff bajo la amenza del impeachment y un Lula Da Silva de vuelta “forzosa” a primera línea de la política.

Sin duda, la caída de los precios internacionales está tras este viraje, máxime en estados con una fuerte dependencia de las materias primas, pero también influyen otros factores de desgaste interno. Tras varios lustros en el poder, los gobiernos se ven envueltos en un proceso de “bunkerización”, que ha provocado el alejamiento con sus bases. De ahí que no sorprenda que sean los propios movimientos que les auparon al poder los que ahora les retiran su apoyo. Dentro de esta desconexión, llama sobre todo la atención la erosión de un aspecto que hasta ahora había sido clave: el elemento discursivo.

Incapaces ya de seducir a una generación de jóvenes que ha crecido con ellos y que no ha conocido otra alternativa en su vida política, estos gobiernos afrontan el más grande de su retos: cómo comunicarse con ellos. Al igual que sucede en otras partes del mundo, los denominados Millenials tienden a desconfiar del poder, demandan derechos sociales y reclaman mayor participación y transparencia. Pero, sobre todo, exigen ser tomados en cuenta e interactuar a través de sus propios canales.

La importancia creciente de las redes sociales en América Latina, donde se calcula que siete de cada diez jóvenes cuenta con un smartphone, empieza a tener también un impacto crucial en la política. Es precisamente este último aspecto el que más está afectando a los gobiernos vigentes, que han encontrado en los medios digitales un enemigo que no son capaces de controlar y que tampoco terminan de comprender.

No es de extrañar, por tanto, cierto hartazgo hacia los mensajes gubernamentales entre unos jóvenes que, en buena parte, han experimentado en primera persona un proceso de movilidad social ascente durante su mandato, y que ahora requieren de nuevos estímulos y aspiran a una mejora de sus condiciones de vida. Frente a esto, se encuentran con gobiernos que, ante las dificultades, lanzan mensajes demasiado manidos, culpan de todo a una difusa guerra sucia y censuran lo publicado en los medios y las redes sociales.

El referéndum constitucional celebrado en Bolivia el pasado mes de febrero dio buena cuenta de ello. El gobierno asistió perplejo a la derrota del “sí”, opción que buscaba modificar la constitución para que Evo Morales pudiera optar a la reelección en 2019, y pronto culpó a las redes del resultado. Denominadas como “alcantarilla”, el Gobierno incluso llegó a plantearse aprobar una normativa que regulara su uso y varios miembros del Gobierno decidieron cerrar sus cuentas de Twitter en señal de rechazo. Más allá de la valoración, la reacción gubernamental ponía en claro un hecho inédito en el país: por primera vez, estas redes sociales habían marcado el curso de unas elecciones.

Bolivia es tan solo el último ejemplo de Sudamérica donde las redes se eregían en protagonistas. Desde 2013, las movilizaciones de Brasil pusieron en primera plana su importancia como medio de coordinación y difusión en la región. En Ecuador, Rafael Correa hace un uso activo de su perfil de Twitter y el gobierno cuenta con distintas estrategias para contrarrestar a los críticos. En Venezuela, la oposición ha conseguido afianzarse y dar visibilidad - sobre todo internacional - a sus demandas gracias a estos canales, y en Argentina la campaña electoral se jugó de forma intensa en dichos espacios.

En este nuevo contexto, resulta paradójico que gobiernos que llegaron al poder apoyados en una excelente capacidad comunicacional tengan hoy en la comunicación política su gran talón de Aquiles. En una época en la que la comunicación ha de ser bidireccional, siguen apostando por modelos demasiado unidireccionales y soprende sobremanera el desdén que muestran hacia las redes y su funcionamiento.

A esta indiferencia hacia el canal, se une un agotamiento de fondo. Los que un día fueron actores de cambio se esfuerzan ahora en apelar al statu quo y recurren al mensaje del miedo ante la eventual llegada al poder de nuevas fuerzas políticas. Por el contrario, es en este nuevo espacio comunicacional donde los opositores se hacen fuertes. Han logrado conectar con la frustración de los jóvenes y generar una sensación de escucha, emplean un framing inspirador y juegan con una imagen abierta, de diálogo y reconciliación.

La pasada campaña de Mauricio Macri fue el mejor ejemplo de ello. Antes de iniciar la carrera a la presidencia de Argentina, muy pocos hubieran apostado por su victoria, dando por seguro el triunfo del candidato kirchnerista, Daniel Scioli. Sin duda, en ese vuelco, las redes jugaron un papel clave. A través de ellas, Macri supo generar un entorno optimista, ganarse la confianza de muchas personas y aparecer como un candidato cercano, de a pie, preocupado por la gente. Proyectó una imagen desenfadada, utilizando un lenguaje emotivo y apelando a la ilusión y la esperanza, frente a la campaña de Scioli, basada en un discurso demasiado negativo, que no terminó de conectar.

Sin embargo, y a pesar de los cambios, hoy nadie se plantea un retorno a las políticas neoliberales en la región y, menos aún, una salida autoritaria. A ese respecto, quienes hoy aspiran al poder han tenido que adaptar sus discursos y reconocer los logros de la última década ante una generación que, aunque quiere alternancia, tiene sentimientos encontrados.

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