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Contra la impunidad en México

El asesinato de activistas sociales, defensores de derechos humanos, periodistas y políticos sigue alimentándose de la impunidad que el gobierno mexicano garantiza a sus asociados delincuentes. English

Pietro Ameglio
19 enero 2016
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Marcha pacífica en México por los 43 desaparecidos de Ayotzinapa. Débora Poo Soto/Demotix. All rights reserved.

El pasado 2 de enero fue ejecutada en su casa  Gisela Mota, alcaldesa de Temixco (Morelos), a pocas horas de asumir su cargo; el 23 de diciembre fue asesinado cerca de su casa Alberto Guzmán, dirigente de colonias populares de Chilpancingo; el 19 de diciembre fue asesinado cerca de sus oficinas Martín Negrete, dirigente de la Unión Campesina Obrero Popular Independiente (UCOPI) de Guanajuato; el 25 de diciembre el hijo del dirigente de El Barzón en Chihuahua (Heraclio Rodríguez) fue atacado a balazos en el Ejido Juárez; el 21 de diciembre ejidatarios nahuas de Ayotitlán (Jalisco) solicitaron protección ante amenazas de muerte por una lucha de su tierra.

Al mismo tiempo, las Abejas de Acteal nos recuerdan cómo a 18 años de la masacre de 45 indígenas, ese delito sigue en la impunidad total, incluso con los paramilitares liberados gracias al incumplimiento del “debido proceso”. En Morelos están a punto de liberar con un amparo, también por faltas al “debido proceso”, a los asesinos materiales del activista social del Frente Popular Revolucionario (FPR) Gustavo Salgado y siguen en la impunidad sus autores intelectuales, uno de los cuales, denuncia esa organización, es José Tablas, entonces presidente municipal de Ayala.

En medio de estos constantes ataques armados, amparados por la impunidad estatal a todos los niveles, a finales del 2015 e inicios del nuevo año, una muy buena noticia ha sido la liberación “por falta de pruebas” del líder de las guardias comunitarias de Ostula, Cemehí Verdía, injustamente preso del 19 de julio al 25 de diciembre de 2015. No hay que perder de vista que este hecho ha sido fruto de la resistencia decidida encabezada por los pueblos nahuas de Ostula, y no de un aparato oficial de justicia que le privó impunemente de la libertad por meses, y todavía tiene como rehenes a Nestora Salgado, comandante de la policía comunitaria de Olinalá; al Dr. José Manuel Mireles, líder de los grupos de autodefensa de Michoacán que luchan contra el cártel de los Caballeros Templarios; a otros presos de la Coordinadora Regional de Autoridades Comunitarias (CRAC); a Enedina Rosas de la lucha contra el gasoducto de Huexca; a zapatistas presos…

¿Cómo detener esa “mano asesina” e impune que alimenta el despojo y el exterminio?

Está claro que no hay un solo camino ni una sola reflexión para responder a este interrogante. Se trata de aprender de la articulación y suma de muchas experiencias en todos los planos – desde el analítico al táctico/estratégico -, porque las formas de lucha cambian según los territorios, recursos y actores. En ese sentido, nos parece importante hacer “observables” algunas acciones de lucha social que también se dieron en la sociedad mexicana en estas últimas semanas, e intentar reflexionar sobre los aspectos generales que tienen en común para explorar el horizonte hacia donde articular algunos pasos colectivos. También resulta sugerente que enero sea un mes conmemorativo importante en la resistencia civil universal no violenta: el 15 de 1929 nació Martin Luther King y el 30 fue asesinado Gandhi (1948), dos grandes y radicales luchadores sociales frente a altas condiciones de inhumanidad.

Ante todo, hay que celebrar el “22 aniversario del Inicio de la Guerra contra el Olvido” del EZLN contra el “mal gobierno”. Del comunicado de esa organización destaca una propuesta básica para la lucha: “Organizarnos… prepararnos para luchar, para cambiar esta vida, por crear otra forma de vida, otra forma de gobernarnos, nosotros mismos los pueblos”. ¿Cómo han llamado los zapatistas a esa “otra forma de gobernarnos” que Gandhi llamaba Programa Constructivo o Swaraj (autogobierno)? Su nombre es Autonomía. Así, Organización y Autonomía se convierten en dos parámetros centrales para luchar contra tanta inhumanidad e impunidad en el México actual.

El “Organizarnos” como forma de articularnos con horizontalidad y respeto a la pluralidad e interculturalidad, como forma de unión por encima de las diferencias, como forma de respeto por los acuerdos consensados… puede ser más fácilmente comprensible desde la larga y continua experiencia popular mexicana, permanentemente atacada desde el poder a través de la división, el autoritarismo, la cooptación y la represión.

Construir la Autonomía es una experiencia menos frecuente y más compleja, a contra-corriente del orden social dominante, difícil de emprender en forma real y radical (en el sentido de Marx: ir a la raíz). Gandhi, en su Programa Constructivo de la India decía que “Por autonomía entiendo un gobierno que se funde en la voluntad política del pueblo, entendido como el máximo número de personas que, con el propio trabajo manual, contribuyen al servicio del país… El autogobierno debe ser obtenido educando a las masas en el sentido de su capacidad para regular y controlar el poder”.

Un ejemplo muy actual acerca de cómo detener el nivel de violencia en México tiene que ver con las continuas propuestas de militarización, creación de la Gendarmería, del Mando Único, elevar la espiral de violencia, etc. que han surgido desde el poder, y con los modelos comunitarios, sobre todo campesino-indígenas, de policías o guardias comunitarias, de policías de proximidad en los barrios, en los que la población asume, desde su propia organización y tejido social, el control y dirección de su seguridad. En el primer modelo, que reproduce la heteronomía dominante y el poder delictivo, la paz está subsumida a la necesidad de seguridad – construida desde arriba por la siembra de la inseguridad -; en el segundo, que reproduce la autonomía individual, local y comunitaria, se subsume la paz a la necesaria justicia y al control-consenso social.

A partir de esta base social y conceptual (Autonomía y Organización) que nos dan el zapatismo y el gandhismo – dos experiencias históricas con muchos puntos en común en cuanto a la humanización de nuestra especie -, exploremos cuatro experiencias de lucha social mexicanas muy actuales y con similar direccionalidad.

La comandante de la Policía Comunitaria de Olinalá (Guerrero) Nestora Salgado, injustamente presa desde hace 28 meses por defender la seguridad de su pueblo frente a los delincuentes y al gobierno que los protege, ha decidido emprender - empezando el año - su segunda huelga de hambre en pocos meses: “No me ha quedado otra alternativa que usar mi cuerpo como mi última arma para alcanzar la libertad o la muerte”[1].

A finales de diciembre, indígenas ch’oles que apoyan la Sexta Declaración de la Selva Lacandona del EZLN y miembros del Comisariado Ejidal de Tila (Chiapas), en asamblea comunitaria, decidieron expulsar al presidente municipal y  a los funcionarios del ayuntamiento (acusados de reactivar al grupo paramilitar Paz y Justicia) para lograr que se les restituyan las tierras de las que fueron despojados y poder allí continuar la construcción de su autonomía.

A su vez, indígenas nahuas de Ostula bloquearon el 20 de diciembre las entradas a la mina de hierro Ternium Las Encinas en Aquila para exigir la liberación de su líder Cemehí Verdía y la anulación de otras órdenes de aprehensión contra ellos.

El 18 de diciembre, importantes organizaciones sindicales, campesinas y sociales estadounidenses y mexicanas, anunciaron el inicio de un boicot a productos agrícolas de la trasnacional Driscoll´s y otras asociadas, porque dichas empresas se han negado a pagar un salario justo mínimo ($200 al día) a los jornaleros mexicanos de San Quintín, en Baja California. Este boicot en México se suma al que ya han implementado hace meses en Estados Unidos grupos también cercanos a la experiencia histórica de lucha de César Chávez.

¿Qué tienen en común estas cuatro acciones de resistencia civil no violenta?

Como señalábamos antes respecto a la propuesta de Gandhi, de la que tanto nos han enseñado los zapatistas, uno de los cimientos de la autonomía es “educar a las masas en el sentido de su capacidad para regular y controlar el poder”. Ahondando más en la idea, Gandhi inicia su Programa Constructivo diciendo que: “La verdad radica en que el poder está en la gente y es confiado momentáneamente a quienes ella puede elegir como representantes propios. Los parlamentos no tienen poder y ni siquiera existencia independientemente del pueblo. Convencer al pueblo de esta sencilla verdad ha sido mi tarea en los últimos veintiún años. La desobediencia civil es el depósito del poder. Imaginen que todo el pueblo no quiera adaptarse a las leyes del cuerpo legislativo y que esté preparado a soportar las consecuencias de la no adhesión…”

Todas estas acciones nos muestran cómo el pueblo se organiza para decir un “¡Ya Basta!” ante la violencia y la impunidad del poder, oficial y delictivo. Exploran formas de lucha social en la escala de la no-cooperación – individual o colectiva - que parten de la toma de conciencia de que, si esa situación de violencia e injusticia continúa, es porque nosotros, en parte, permitimos que así sea - por complicidad, miedo, indiferencia o falta de organización. Al tomar conciencia de nuestra responsabilidad en esa situación, y organizarnos en forma autónoma al poder oficial, luchamos para cambiar las cosas en favor de la justicia, la paz y la verdad del pueblo.

[1] Abel Barrera. “Nestora: mi cuerpo como mi última arma” en La Jornada. Méx, 30 diciembre 2015.


Este artículo fue publicado previamente por Desinformémonos.

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