democraciaAbierta: Investigation

Christopher: la diáspora en la piel

La crisis migratoria venezolana entrega historias de desesperación pero también de tenacidad, resiliencia, y propósito de construir futuro lejos del país

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Francesc Badia i Dalmases Andrés Bernal Sánchez
5 abril 2022, 7.42pm
Cristhopher, Kember y Troya, esperan al borde de la carretera entre Cúcuta y Pamplona, zona fronteriza entre Colombia y Venezuela
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Andrés Bernal Sánchez

Al caer la noche, sobre la ruta colombiana que une Cúcuta con Bucaramanga, al refugio de La Don Juana llega un flujo constante de caminantes procedente de la frontera con Venezuela. Parecen agotados. Por lo general, han pasado todo el día caminando por una peligrosa carretera sin apenas arcén, con los niños bien agarrados de la mano y con muy pocas pertenencias a cuestas.

Es octubre de 2021 y la crisis migratoria venezolana, aunque no tiene la intensidad de otros períodos, continúa desangrando al país vecino sin que nadie sea capaz de frenarla. Ya van para 6 los millones de migrantes y refugiados que han salido del país en los últimos años.

Esta oleada está empujando a la diáspora a una generación de venezolanos que ya no huye solamente de un régimen totalitario, de la violencia política, o de la falta absoluta de seguridad en todos los ámbitos de la vida pública o privada. No. Esta generación huye directamente del hambre.

Con la última luz, el refugio de La Don Juana, que mantiene operativo la ONG norteamericana Samaritans’ Purse, se va llenando progresivamente de familias con niños, de parejas jóvenes, de caminantes solitarios. A algunos ya casi no les quedan fuerzas para registrarse en el refugio, donde recibirán asistencia y una comida caliente, y se sientan rendidos a las puertas de la recepción. Entre ellos destaca un joven tatuado y exhausto, que viaja acompañado de un cachorro, una bolsa de viaje y unas chanclas rosadas.

El caminante dice que su nombre es Enrique Lugo, pero que todo el mundo lo llama Christopher. Preguntado por la perrita, Christopher cuenta que hace menos de siete horas que la encontró abandonada y la adoptó como compañera de viaje. “Troya, le puse, - dice Christopher- porque es como un caballito de Troya. Con ésta paso yo para allá y cuando se den cuenta ya estoy yo armado allá. Y mejor amistad que un perrito: nadie.”

Enrique Lugo

Enrique Lugo "Christopher" posa junto a Troya, una perrita que se encontró en el camino y ahora lo acompaña en su travesía.

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Andrés Bernal Sánchez

La de Christopher es una historia de lucha y desesperación, como la de tantos migrantes que viven en tantos lugares del mundo. Pero también es la historia del intento de sobreponerse a su destino con determinación y audacia. Él salió del estado fronterizo de Táchira, en Venezuela, rumbo a Chile, donde tiene un conocido que se ofreció a recibirlo. Ya había recorrido los casi 600 km. de carretera que hay desde la frontera hasta Bogotá, cuando recibió la noticia de que una máquina de tatuar a muy buen precio estaba disponible en su pueblo de origen, San Cristóbal, y le tocó regresarse a buscarla.

Con un nudo en la garganta y brillo en los ojos, Christopher describe el momento de reencontrarse con su mamá en el pueblo, y tener luego que separarse de ella. Pero ahora, con sus aparatos para tatuar, él se siente mucho mejor armado para hacer frente a un largo viaje de casi 6.000 km, que se propone recorrer, “pasito a pasito”, hasta la frontera chilena.

Además de su perrita Troya, a Christopher lo acompaña en este tramo del camino Kember, un venezolano treintañero que conoció en el primer viaje. El testimonio de Kember refleja también la epopeya de determinación y coraje ante la adversidad de tantos refugiados que luchan por buscar un destino mejor. Kember cuenta que, después de dos años de trabajo como migrante en Colombia, consiguió ahorrar un millón ochocientos mil pesos colombianos (poco menos de 500 dólares) y que con eso regresaba a su casa a reunirse con su familia y sus hijos e intentar organizar algún pequeño negocio para su supervivencia.

Kember, Christopher y Troya

Kember, Christopher y Troya

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Andrés Bernal Sánchez

En el viaje de regreso a Venezuela, ya cruzada la frontera por una de las rutas informales (trochas) habilitadas alrededor del paso oficial del Puente Internacional Simón Bolívar, Kember cuenta que lo abordaron unos policías venezolanos que le exigieron que les entregara todo el dinero que traía. Tras una negociación desesperada, consiguió que le robaran sólo un millón y medio, llegando finalmente a la casa con solo 300.000 pesos (USD 80) en el bolsillo. Imaginar un drama de este calibre es difícil, pero la entereza y determinación con la que cuenta que está de regreso a Colombia en busca de una segunda oportunidad es ilustrativo de hasta qué punto alcanza la resiliencia de los refugiados venezolanos.

Christhoper, Kember y Troya caminan al borde de una carretera colombiana.

Christhoper, Kember y Troya caminan al borde de una carretera colombiana.

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Andrés Bernal Sánchez

Así, Christopher, Kember y Troya, luego de haber recuperado las fuerzas tras pasar la noche en el cobertizo para hombres habilitado a las puertas del refugio por Samaritan’s Purse (solo a las mujeres con niños se les permite entrar en el recinto y dormir a cubierto), emprenden de nuevo su ruta a pie hacia el páramo de Berlín, el gran obstáculo geográfico que los separa de la primera “gran ciudad "colombiana, Bucaramanga. Se trata de un paso a más de 4000 metros sobre el nivel del mar, con temperaturas extremadamente bajas y a menudo cubierto por brumas heladas, que muchos migrantes enfrentan con chanclas, camiseta y pantalones cortos, a pesar de los carteles de advertencia contra la hipotermia que las ONG asistenciales colocan bien visibles en los refugios que existen a lo largo de la carretera.

El gobierno colombiano no autoriza a los migrantes a subirse a los autobuses que hacen la ruta Cúcuta-Bucaramanga, exigiendo una cédula de nacionalidad o residencia para adquirir cualquier pasaje. Aunque existen abundantes maneras de intentar burlar esta norma, como comprar varios pasajes con el mismo número de cédula cedido por algún ciudadano solidario con los refugiados, las inspecciones de la policía son frecuentes y las multas a los transportistas, elevadas.

El gobierno colombiano no autoriza a los migrantes a subirse a los autobuses que hacen la ruta Cúcuta-Bucaramanga, exigiendo una cédula para adquirir cualquier pasaje

También enfrentan multas los ciudadanos que se atreven a recoger a migrantes en sus vehículos privados y llevarlos hasta la siguiente etapa. Esto obliga a los migrantes a recorrer a pie cientos de kilómetros y exponerse a todo tipo de peligros y amenazas, especialmente las familias que cargan niños pequeños o que incluso viajan con ancianos. Durante los momentos más álgidos de la crisis migratoria venezolana, las carreteras colombianas se llenaron de miles de “caminantes”, una denominación que suaviza la condición de refugiados desheredados de la mayoría de estos migrantes.

Quizás Christopher consiga su sueño de financiar el viaje a Chile tatuando a clientes esporádicos, aquí y allá, en las calles de las ciudades y pueblos que atraviese. Quizás Kember consiga volver a ahorrar algunos miles de pesos y regresar a Venezuela para alimentar a sus hijos sin que lo asalten las autoridades por el camino. Pero la “crisis humanitaria compleja”, tal como es definida esta situación crítica por los organismos oficiales, sigue su curso inexorable.

Que el país que cuenta con las mayores reservas probadas de petróleo del mundo, por encima de Arabia Saudí, Irán o Canadá, siga expulsando a sus ciudadanos por ser incapaz de proporcionarles un futuro digno, demuestra hasta qué punto la retórica política y el radicalismo ideológico es capaz de negar la realidad del fracaso económico y la pobreza extrema y no hacer nada para mejorarla.

Sería irónico que el ataque de Rusia, otra potencia petrolera, contra Ucrania, y que ha desatado una crisis de refugiados que puede alcanzar dimensiones similares a la venezolana, sirva para que el régimen de Maduro salga de su ostracismo y empiece a generar ingresos y reformas suficientes para paliar la situación desesperada de muchos de sus ciudadanos que, como Christopher y Kember, se lanzan a la carretera en busca de algo mejor.

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Este artículo forma parte de la serie "Caminantes al borde de las migraciones" que cuenta con el apoyo de la Fundación Ford

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