
Gina Reales: “En el Chocó, la Covid-19 es una crisis humanitaria”
Gina Reales, lideresa de Quibdó (departamento del Chocó, en el Pacífico colombiano), lucha día a día por mejorar la realidad de su comunidad, que hoy se encuentra en condiciones extremas. Este es su testimonio.

Gina Reales, lideresa de Quibdó (departamento del Chocó, en el Pacífico colombiano), lucha día a día por mejorar la realidad de su comunidad, que hoy se encuentra en condiciones extremas. Este es su testimonio.
Mi vida, mi infancia, comenzó en el Chocó. Nací en Quibdó, pero como mi papá es docente, viví en diferentes lugares, entre ellos Antioquia, Atlántico, y Apartadó, donde pude relacionarme con diferentes culturas y aprendí. Ahora se me da fácil relacionarme, ser más empática, porque entiendo la percepción que tienen las otras culturas.
Mi mamá no estudió, mi papá sí, entonces saqué el impulso de estudiar de él, que es alguien comprometido con su formación, con ser el mejor profesor. Estudió química y biología y fue uno de los mejores docentes de El Carrasquilla, uno de los centros más conocidos en Quibdó.
Aunque mi mamá no estudió, siempre me inculcó estudiar. Si no hacía la tarea, me pegaba, y hasta que no la terminara, no podía pararme del puesto. Así ella no entendiera nada, siempre me inculcó estudiar.
Mi infancia siempre estuvo rodeada de escasez por mi lado materno. Mi mamá vivía de lo que mi padrastro le daba. A pesar de que siempre vivimos con esa escasez de cosas, había ocasiones en las que comíamos una vez al día, se nos hacía normal. A mí hoy en día, cuando por cualquier motivo de tanto trabajo se me olvida comer, no es algo como “me voy a morir”, es normal. Y es porque mi cuerpo se adaptó a eso. Sin embargo, sé que debo comer y que no es saludable no hacerlo adecuadamente. Aunque tuve muchas necesidades materiales, siempre tuve en mente que tenía que estudiar y salir adelante.
Se me metió que tenía que estudiar en la universidad, y estudié ciencias sociales. Yo me la pagué, porque mis papás no tenían cómo. Alterno a eso, hacía trabajos redactando para mis compañeros y vendía revistas, ropa, relojes, y así conseguí para pagar mis estudios hasta que los terminé y ahí comencé, en mis últimos años de pregrado, en el trabajo social.
Liderar para avanzar
Desde muy pequeña participé en temas sociales para ayudar a mi comunidad, pero cuando estaba terminando la universidad, conocí una fundación que se llama "Chocó Joven" en Quibdó, y comencé esta carrera en trabajo social. Ahí hice un voluntariado en un proyecto en el que capacitamos a chicos de las afueras de la ciudad de barrios peligrosos y violentos en buenos valores, proyectos de vida, para poder tener una vida exitosa.
Luego paso a trabajar en un programa del Gobierno que era “Estrategia Unidos”, cuyo foco era trabajar por ayudar a mejorar la calidad de vida de las familias en Quibdó y en corregimientos del Chocó, donde teníamos que navegar 12 o 14 horas para llegar a donde atendíamos a las familias. La idea era poder revisar y ayudarlos a cumplir 45 objetivos que tenían que ver con estudio, acceso a salud, alimentación y cosas así. También les dábamos mercado y mirábamos que los niños pudieran estudiar.
Después de eso, yo terminé mi pregrado y me vine a Medellín. Con unos ahorros que tenía de mis trabajos estudié mi maestría en relaciones internacionales, y comienzo a trabajar en el Centro de Ciencia y Tecnología, donde fui asesora del programa Ondas, que asesoraba investigación en proyectos educativos. Luego trabajé en Metrosalud, en un proyecto de escuelas y vida saludable para capacitar a jóvenes sobre estilo de vida saludable, planificación, proyecto de vida, todo lo que se debe saber para tener una vida sana y exitosa.

Cuando acabé la maestría, me devolví a Quibdó. Las condiciones en las que viví de pequeña me marcaron. Si no hubiera tenido en mente qué quería ser, no habría podido. Fui la primera profesional de mi hogar porque quise, porque el panorama de mi infancia no daba para eso. Era adverso. Pero creer en estudiar es la salida a todo lo que pueda pasar.
Donde hay hambre, hay violencia
En Chocó volví a ser líder de alianzas para la gestión de fuentes de financiación para proyectos educativos en la Secretaría de Educación y luego fuí a la Gobernación a hacer lo mismo. Siempre he cambiado de trabajo porque encaminé mi vida a dedicarla al componente social. Yo quiero articular ideas, actores e iniciativas locales porque en Chocó nos quedamos en el discurso de “tenemos, tenemos, tenemos...”, pero no mostramos.

Ahora ando en Naciones Unidas como asesora territorial de la Estrategia SAM, que es seguridad alimentaria y nutricional para Chocó. Acá ese tema es enorme con la pandemia. Hace poco se entendió que, donde hay conflicto, hay hambre, y viceversa. Entonces, si queremos combatir el conflicto, tenemos que combatir el hambre, pero ayudando a que los pueblos lo hagan por sus propios medios.
Como mujer, me he enfrentado a muchos tipos de violencia. Cuando estaba estudiando por toda Colombia viví en un municipio que se llama Valdivia. Ahí los enfrentamientos entre los grupos armados eran diarios. Cuando escuchábamos las balas, nos tirábamos al suelo y esperábamos. Nadie venía a ayudarnos. En mi inocencia no entendía la magnitud de esas situaciones, sino que las normalicé. Pensaba que la violencia era normal, y eso no es así.
Luego, en el municipio de Ciudad Bolívar, corregimiento Alfonso López San Gregorio en Antioquia, también viví con los paramilitares. Literalmente convivimos con ellos y veíamos cómo las personas desaparecían, teníamos toque de queda y fusilaban cada día a alguien: vecino, amigo, familiar. Cuando uno vive así, hay un pedazo de uno que se muere, se apaga. Sin embargo, para combatir eso es, de nuevo, la educación.
Chocó, tierra de nadie
En mi vida, por mi trabajo comunitario, me han amenazado varias veces. Creo que mi camino no va ni por la mitad. Creo que muchas personas en el Chocó viven con las necesidades con las que yo viví cuando era niña: yo, para tener agua, tenía que cargar baldes de agua o bañarme en la lluvia. No tenía baño, sanitario, en mi casa y así vive más del 70 por ciento de la población acá.
A veces sentimos que, en el Chocó, por las diferencias abismales que hay con otros lugares del país, no hacemos parte de Colombia. Por eso acá el Acuerdo de Paz no significó mucho. En lo corrido de 2020 van más de 100 muertos en Quibdó, y en el bajo Baudó están desplazando y amenazando a las personas. Y si la gente no puede salir a cultivar, no pueden comer. Es tremendo. Por eso acá el tema de la Covid-19 no se vive como una crisis de salud pública, sino como una crisis humanitaria, porque la gente está en su casa, encerrada, sin nada que comer.

Acá, más del 70 por ciento de los empleos son informales. Entonces, no salir es no poder vivir. Y el Gobierno no pudo proveer nada. La verdad, es como si estuviéramos en Colombias distintas. Es el mismo problema con el Acuerdo de Paz: funciona en el centro, en el Gobierno, pero no para los territorios.
Ahora todo empeoró. Con el tema de los reinsertados, intentan que vuelvan a la “normalidad”, pero ¿cuáles son las garantías que les dan para volver? Los están matando. En el Pacífico es donde más asesinatos de líderes hay y es porque están las rutas del narcotráfico. Toca revisar las garantías, porque todo se quedó en la firma de un papel.
Por ahora, yo sigo educándome y trabajando, -escondida, eso sí-, para que nadie, nunca, viva como yo viví.
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