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Hay muchas circunstancias implicadas en la explotación de las trabajadoras del hogar migrantes (THM) en el Líbano. La mayoría de las veces las THM somos mujeres, y algunas no sabemos leer ni escribir. A veces, este analfabetismo alimenta la explotación existente que ya está integrada mediante el sexismo, el clasismo y el racismo. Estos factores están presentes en nuestros lugares de procedencia, y la migración nos hace aún más vulnerables a ellos.
Nuestros empleadores creen que las personas migran porque no tienen nada que hacer, no están capacitadas o no tienen oportunidades en sus países de origen y que, por tanto, estamos en deuda con ellos por salvarnos. El círculo vicioso de la explotación empieza en los lugares de procedencia de las THM, donde existen agencias que captan a las trabajadoras del hogar y facilitan su migración a cambio de una comisión. Hablando claro, los «tratantes» se aprovechan de las trabajadoras del hogar y las venden a familias hostiles que continúan con esta práctica de explotación. Por ejemplo, las familias para las que trabajamos pueden quedarse con nuestro dinero, porque nos menosprecian o porque piensan que no tenemos ninguna factura que pagar de manera urgente ya que vivimos en su casa.
Siempre habrá gente que se beneficie de la explotación de los demás. Esto quiere decir que siempre habrá quien se oponga al cambio de las leyes relacionadas con los derechos de las THM, porque hay gente que se enriquece a costa de ellas. Al final, siempre son las trabajadoras del hogar las que pagan, tanto material como metafóricamente. Aunque la discriminación legal puede terminar con la adopción de las leyes adecuadas, la discriminación personal no terminará de manera repentina; los estereotipos que existen en las mentes de las personas no pueden borrarse de forma fácil. Sin embargo, las leyes tienen el poder de influir en las personas (independientemente de sus prejuicios) y cambiar sus comportamientos hacia las THM por miedo a recibir un castigo.
Esperanza y activismo
Aun así, creemos que llegará el día en que todo cambiará, la jaula se abrirá y el pájaro podrá volver a volar en libertad. Nos organizamos en colectivos, sindicatos y alianzas para poder luchar por nuestros derechos y así estar preparadas para ese momento, en el que obtengamos nuestra tan ansiada libertad. Hay un proverbio que dice que «una mano no puede aplaudir sola». Si yo estuviera sola exigiendo mis derechos con respecto a mi sueldo, mis vacaciones y mi seguro, se me consideraría una excepción y nadie se tomaría en serio mis demandas. Pero si cada vez somos más las THM que unimos fuerzas y empezamos a alzar la voz exigiendo nuestros derechos, puede que nos escuche una persona, y después otra, y después otra, hasta que nuestro movimiento logre un efecto de bola de nieve. ¿Y quién sabe? Un día: ¡pum! Las autoridades decidirían que están cansadas de oírnos y que tienen que respetar nuestros derechos.
He sido activista desde que era una niña. Cuando estaba en primaria, era una marimacho y siempre defendía a las demás. Cuando estaban acosando a mis amigas, me buscaban y mis puños iban en busca de los chicos responsables de tales acosos. Crecí así. Cuando llegué al Líbano, no podía aceptar las atrocidades que se cometían contra las THM. Aunque no puedo decir que la primera familia con la que estuve fuera la peor, sin duda no era perfecta. Miraba a mí alrededor y pensaba que no era posible que la gente viviera en esas condiciones. Así que empecé mi activismo en la casa de mi empleadora.
Empecé siendo sincera con ella, pero ella no valoró mi honestidad. Me gritaba y nos peleábamos, pero eso no evitó que yo expresara mis ideas y mis necesidades. Un día me preguntó qué era lo que yo esperaba de ella, y cuando se lo expliqué, me dijo que no había nada que ella pudiera hacer para cambiar la situación. Aunque entendí las limitaciones a las que se enfrentaba, le pedí que al menos usara su influencia para hablar con otras mujeres empleadoras que eran amigas suyas. Por ejemplo, faltaba poco para mi cumpleaños y le pedí que convenciera a sus amigas de que dieran el día libre a sus trabajadoras del hogar para que me visitaran en su casa y pudiéramos celebrar mi cumpleaños. Así, poco a poco, mis hermanas y yo empezamos a formar una comunidad de líderes de THM.
Resistencia creativa
Con el tiempo, desarrollamos formas sutiles de resistencia. Había una THM de Sri Lanka que vivía en el edificio frente al mío, y otra de Etiopía que vivía en la planta de abajo. Nos podíamos ver desde nuestros respectivos balcones, pero no podíamos hablar debido a la distancia. Empezamos a comunicarnos a través de gestos para no atraer la atención no deseada de nuestras empleadoras. Podíamos entendernos entre nosotras sin haber acordado previamente el significado de los gestos que utilizábamos.
Yo vivía en la quinta planta de mi edificio y usábamos una cuerda para mandar comida a la chica que vivía en la segunda, a la que su empleadora estaba matando de hambre. Ponía la comida en una bolsa de plástico, la ataba a la cuerda y la deslizaba lentamente hacia abajo por la pared externa del edificio. Cuando llegaba la comida, hacía ruido con las sartenes de la cocina para que ella supiera que había llegado. Luego, cuando había terminado de comer, me enviaba el recipiente de vuelta a mi planta usando la misma cuerda.
De esta forma se las arreglaba para comer sin que nadie se diera cuenta. A veces también usábamos el ascensor: yo llamaba al ascensor, ponía el envase dentro y ella lo recibía en la segunda planta. Se lo comía rápido, sin que nadie se diera cuenta: ojos que no ven, corazón que no siente. Después me devolvía el envase el mismo día en que se lo había enviado. Siempre hay una manera. Aunque no nos pudiéramos comunicar verbalmente, nos las arreglamos para desarrollar estas técnicas de cuidados mutuos. Pudimos alcanzar esta manera orgánica de comunicar nuestras necesidades porque nuestras experiencias de vida eran similares: yo vivía lo mismo que ella y viceversa. Ella no tenía que explicarme su situación con palabras: sus gestos bastaban para hacerme saber si tenía problemas, si la habían dejado sin comer el día anterior o si todavía no había desayunado.
Resistencia organizada
Hemos desarrollado técnicas para remediar las condiciones que aumentan la explotación de las THM en el Líbano. Ofrecemos clases de inglés, francés y árabe, y también cursos para que la gente aprenda a utilizar ordenadores y a tocar la guitarra, tanto para hombres como para mujeres, ya sean personas jóvenes o ancianas. Nuestros contratos laborales están escritos en árabe en vez de en francés o inglés, pero si sabes cuáles son tus derechos y están escritos en alguna parte, puedes respaldar tus afirmaciones cuando exiges tus derechos, independientemente de que sepas leer árabe o no.
De no ser así, estás obligada a creer y aceptar todo lo que te diga tu empleador, ya que ellos saben leer mejor que tú. También empezamos a dar cursos sobre los derechos de las THM y difundir este conocimiento a través de redes de personas a las que podíamos llegar. Es muy difícil desarrollar técnicas para combatir aquellos tipos de discriminación que son invisibles o están codificados. Intentamos ofrecer apoyo para estos casos, pero, hasta ahora, solo hemos podido ofrecer apoyo moral operando a través de redes de cuidados mutuos. El trabajo en Internet y el «boca a boca» se incluyen entre nuestras formas de publicidad. Establecemos relaciones de confianza con las comunidades y nuestras trabajadoras les hablan a sus amigas y círculos sobre nosotras para que se unan, o les cuentan casos que pueden requerir ayuda e intervención en el futuro. Es como una burbuja que va creciendo y expandiéndose con el tiempo, y eso requiere confianza en las líderes que están en el núcleo de la alianza.
En mayo del 2016 nos empezamos a organizar como alianza: la Alianza de trabajadoras inmigrantes y del hogar en Líbano. Aunque nuestras oficinas centrales están en Beirut, nuestras socias trabajan en diferentes regiones del Líbano. Somos un grupo de mujeres que comparten una sola voz, porque todas tenemos problemas similares y ya estamos hartas de cómo son las cosas. Confiamos las unas en las otras y estamos listas para el largo camino que debemos recorrer. En esta etapa somos una organización de pequeño tamaño y no tenemos acceso a ningún fondo, pero eso no evita que seamos muy activas en el desarrollo de estrategias y en la planificación.
El trabajo de nuestra alianza es diferente al trabajo de las distintas organizaciones que hemos visto en el Líbano, y esto se debe principalmente a una razón: nosotras somos trabajadoras del hogar. Muchas organizaciones que trabajan por nuestra causa están formadas por personas que nunca han estado sometidas a lo que nosotras hemos experimentado en nuestras propias carnes, huesos y sangre. Nuestra alianza refleja quiénes somos y las experiencias que hemos compartido. Es nuestro pan y nuestra vida con sangre, sudor y lágrimas.
El «nosotras» de esta historia se refiere a la voz común de los y las personas miembro de la alianza y sus camaradas que también son trabajadoras del hogar; el «yo» se refiere a la voz personal y a la historia de Rose Mahi.
Sobre la Alianza de trabajadoras inmigrantes y del hogar en el Líbano
Nosotras —las trabajadoras del hogar inmigrantes en el Líbano— nos hemos unido y organizado como una alianza en pos de nuestra causa. Compartimos una voz. Somos trabajadoras del hogar migrantes activistas que luchamos por defender nuestros derechos. Luchamos contra la opresión y la explotación en todos los aspectos por ser mujer y trabajadora del hogar. Nos consideramos una sola a pesar de nuestras diferentes nacionalidades porque compartimos las mismas luchas y dificultades, tanto en el trabajo como en los espacios públicos. Creemos firmemente que trabajar colectivamente fortalece la unidad y solidaridad de todas las trabajadoras, lo que contribuye al empoderamiento de las mujeres. Por ahora, la alianza es autofinanciada.


BTS en Español has been produced in collaboration with our colleagues at the Global Alliance Against Traffic in Women. Translated with the support of Translators without Borders. #LanguageMatters
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