
Factory in Mymensingh, Bangladesh. NYU Stern BHR/Flickr. (CC 2.0 by-nc)
Desde la crisis financiera, la recuperación parcial de la rentabilidad de las empresas se ha sostenido a costa de trabajadoras y trabajadores de todo el mundo. En el Reino Unido, la mejora de las tasas de contratación ha sido un proceso paralelo al empeoramiento de las condiciones salariales. En el exterior, los países que albergan centros internacionales de fabricación intensiva han sido testigos del endurecimiento de los regímenes laborales. Es natural que en este escenario hayan proliferado los desastres industriales y los escándalos de explotación.
En este contexto, el término «esclavitud moderna» se utiliza cada vez más en los medios de comunicación y círculos políticos de forma más o menos precisa para reflejar la tremenda explotación que se da en las cadenas de distribución globales. En lo referente a la industria textil, los debates sobre la «nueva» esclavitud se remontan a la década de los 90 y se intensificaron tras el desastre de Rana Plaza en 2013. ¿Pero hasta qué punto es eficaz el término «esclavitud moderna» y qué otras categorías de análisis podrían utilizarse en su lugar?
Ya en otros artículos he recalcado la importancia de involucrarse en los debates sobre definiciones puesto que las definiciones vienen siempre acompañadas de consecuencias analíticas y políticas. Aquí argumento que «esclavitud moderna» es un término insuficiente para describir la realidad actual del proletariado de la industria textil. En cambio, el término «falta de libertad laboral» está mejor equipado para reflejar esta realidad. Una vez dicho esto, deberíamos adoptar una definición mucho más amplia del concepto «falta de libertad» y enfatizar en los aspectos económicos y sociales de la opresión laboral. Esto es especialmente importante para reflejar la situación de sometimiento laboral que sufren los millones de mujeres que trabajan cosiendo nuestra ropa.
Pese a ser bien intencionado, el debate acerca de esclavitud moderna tiene varias limitaciones. En primer lugar, la referencia sin sentido crítico a «personas esclavas» que trabajan en las industrias modernas corre el riesgo de perpetuar el imaginario colectivo de que las regiones en desarrollo son indiscriminadamente ricas en mano de obra barata. En cambio, estas áreas poseen trayectorias económicas y políticas muy variadas. Reconocerlo es crucial para desarrollar políticas significativas y obtener una respuesta política. En segundo lugar, el debate sobre la esclavitud moderna puede ser secuestrado por fuerzas reaccionarias comprometidas con lo que Bridget Anderson llama «humanitarismo violento».
Por ejemplo, el año pasado el Primer Ministro italiano hizo un llamamiento a la lucha contra la «esclavitud» como excusa para participar en prácticas contra la inmigración extremadamente agresivas. El debate sobre la esclavitud moderna se arriesga a transmitir el mensaje de que el abuso laboral es una excepción y no una práctica sistemática, y de reducirlo a una relación individual de dominación perpetuada por la acción de unos pocos. Es peligroso también que se restrinja nuestra atención a las formas extremas de explotación, como los trabajos forzosos o la trata de personas. Sin embargo, que la explotación en muchos sectores sea algo habitual debería preocuparnos mucho, puesto que es incompatible con las luchas continuas por un trabajo digno. La OIT, en su Conferencia internacional de trabajo de 2016, abordó cuestiones sobre los trabajos forzosos y la trata en el contexto más amplio de la administración de las cadenas mundiales de suministro.
La falta de libertad en la industria textil global
En el sector textil, las limitaciones del debate sobre la esclavitud moderna se manifiestan claramente. Acontecimientos como el de Rana Plaza, se presentan erróneamente como desastres excepcionales y aislados sin conexión con la explotación laboral sistémica. Además, a menudo el discurso político se reduce a la identificación de los «verdaderos» criminales. ¿Podemos realmente afirmar que H&M es peor que M&S o mejor que Primark? El reciente aumento de escándalos y de los llamados desastres relacionados con las fábricas donde se explota a las trabajadoras implica a una gran cantidad de población consumidora y demuestra lo limitado de un enfoque que pretende establecer un único responsable.
El debate sobre la esclavitud moderna se cruza de forma implícita y explícita con el de la «falta de libertad laboral». Sin embargo, a diferencia del primero, este último no ha caído en la trampa de tratar las consecuencias de estos sistemas laborales como excepciones. Dadas sus raíces en los debates de la izquierda intelectual, la categoría «falta de libertad laboral» ya se entiende como algo sistémicamente vinculado a los procesos de explotación y al desarrollo del capitalismo. Sin embargo, como ilustró Jens Lerche, es un término polémico. En mi opinión, las interpretaciones clásicas de la falta de libertad han tendido a enmarcarse demasiado en torno a una visión «productivista» de la explotación. Se ha puesto todo el énfasis en los aspectos económicos de la falta de libertad y se han obviado los sociales.
En efecto, hay personas para las que la falta de libertad se manifiesta principalmente como una relación brutal de sometimiento económico. En India existen numerosas evidencias de que muchas trabajadoras y trabajadores del sector textil se encuentran permanentemente endeudados con sus empresas o con las empresas reclutadoras. En línea con lo señalado por Jan Breman, estas personas pueden clasificarse bajo un nuevo sistema de servidumbre por deudas. Sin embargo, en muchos casos, la dominación basada en el endeudamiento es el resultado de una subordinación o incluso de un estigma social previo. Además, aunque la deuda es un claro indicio de la privación de la libertad, no haber contraído tal obligación tampoco significa que exista libertad. Es más, esto puede revelar formas aún más funestas de exclusión socioeconómica. Resulta contradictorio, sin embargo, que pueda haber contrapartidas entre las formas de falta de libertades económicas y sociales.
La cara sexista de la falta de libertad
Este último punto queda particularmente claro cuando se analizan las diferencias en los sistemas salariales de los hombres y mujeres que trabajan en el sector textil. Centrémonos en el caso de los y las trabajadoras de la industria del bordado en India. Muchas de estas personas viven en áreas rurales alrededor de los principales conglomerados de exportación urbanos, particularmente en el norte de India. Aquí solo los trabajadores varones, considerados altamente cualificados, están sujetos a sus contratistas a través de una deuda. Por lo tanto, ellos son la típica mano de obra sin libertad y bajo un nuevo sistema de servidumbre por deudas.
Sin embargo, no son los peor pagados en términos de sueldo neto. Las más perjudicadas son las mujeres que trabajan en sus casas y que viven en aldeas remotas. Ellas son sistemáticamente excluidas de la opción de recibir pagos por anticipado y, por lo tanto, de las relaciones de deuda. Los contratistas no estás interesados en asegurarlas mediante deudas porque ya están atadas a los gruesos muros de sus hogares. Tienen muy pocas alternativas económicas y se les puede pagar una miseria. También en entornos urbanos se paga menos de un tercio a las mujeres que trabajan en su domicilio que a sus homólogos masculinos. Paradójicamente, la liberación femenina de la carga en cuanto a deudas está estructurada alrededor de la «falta de libertad patriarcal». Es revelador que incluso bajo el viejo sistema de trabajos forzosos, la opresión laboral de las mujeres estuviera organizada principalmente en torno al patriarcado y al abuso sexual en lugar de a la deuda, como narra Gaiutra Bahadur en su extraordinario libro Coolie Woman.
Asimismo es imposible entender la falta de libertad experimentada por las trabajadoras dentro de las fábricas sin tener en cuenta las normas patriarcales. Las formas de «sujeción» de las mujeres en la industria textil están siempre basadas en el abrumador legado de normas sociales de género. Mientras que estas normas pueden entrañar distintas formas de falta de libertad económica, como en el caso del infame sistema sumangali en el sur de India, también podrían implicar, incluso con más frecuencia, otras formas de falta de libertad social. Por esta razón debemos tener muy presentes el acoso sexual, el abuso verbal y otras formas de violencia de género frecuentes en los lugares de producción.
La concepción de la falta de libertad debería también matizarse en coordinada complicidad con las voces de los y las trabajadoras. Es sorprendente observar cómo en India, por ejemplo, miembros masculinos y femeninos del mismo hogar, que realizan las mismas tareas, suelen percibir su libertad o la ausencia de la misma de maneras completamente diferentes. Esto confirma que la «falta de libertad sufrida» es diferente según el género. Por un lado, los hombres suelen interpretar Azadi («libertad» en hindi) como oportunidades económicas, como destacaba también el periodista indio Aman Sethi en su cautivador libro A Free Man (Un hombre libre), mientras que para las mujeres este concepto significa normas sociales menos estrictas y movilidad fuera del hogar.
De esta manera, el término «falta de libertad laboral» resulta ser más útil que «esclavitud moderna» a la hora de retratar las relaciones laborales de explotación dentro de industrias con repercusión mundial como la de la ropa. No obstante y, como he demostrado, este término debe necesariamente ser desgranado para dar cuenta de las múltiples formas de opresión socioeconómica. Mientras las medidas de austeridad azotan cada vez más a las clases trabajadoras también en las economías occidentales, devolviendo la explotación a nuestro propio territorio (por ejemplo Leicester en el Reino Unido o Prato en Italia), algunas de estas lecciones pueden volverse imprescindibles en la lucha contra la pobreza laboral y la falta de libertad, tanto en nuestros países, como en el exterior.


BTS en Español has been produced in collaboration with our colleagues at the Global Alliance Against Traffic in Women. Translated with the support of Translators without Borders. #LanguageMatters
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