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La violencia en Rio de Janeiro: un cuento de dos ciudades

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El 80% de los residentes de Río de Janeiro creen que pueden ser asesinados en el siguiente año. English Português

Este articulo se publica en el marco de la campaña Instinto de Vida.

Isabella Smull
4 julio 2017
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Complexo do Alemão en Rio de Janeiro. Algunos derechos reservados.

Río de Janeiro no es una sino muchas ciudades. Está la ciudad de la que la mayoría de las personas han oído hablar, que es la de la playa y el lujo en barrios como Copacabana, Ipanema y Leblon. Luego, está la ciudad que recibe menos atención, que incluye grandes asentamientos, las conocidas favelas. Río es una de las aglomeraciones urbanas más desiguales del mundo, donde conviven apartamentos de millones de dólares con una pobreza insoportable. Los niveles extremos de fragmentación urbana y de segregación son, en parte, responsables de aumentar los niveles de delincuencia violenta y victimización.

Sin embargo, no todos los brasileños viven la violencia de igual manera. Sin duda, el 80 porciento de los residentes de Río de Janeiro creen correr el riesgo de ser asesinados en los próximos doce meses. Pero una mirada más de cerca de  las estadísticas sugiere que, aproximadamente, la mitad de los homicidios ocurren en solo el dos por ciento de las cuadras de la ciudad.  Y estas cuadras se encuentran mayoritariamente en las áreas más desfavorecidas. Los residentes de estas áreas son rutinariamente sometidos a agresivas redadas policiales y a cotidianos enfrentamientos entre narcotraficantes.

Casi la mitad de los 60.000 homicidios registrados en Brasil están relacionados con la violencia del narcotráfico.  

Recientemente, me encontré cara a cara con la parte más oscura de la ciudad. Una noche, hace unos meses, fui confrontada por dos hombres jóvenes. Ellos acababan de bajar de una de las favelas de la ciudad que colinda con el emblemático barrio de Copacabana, llamada Pavão-Pavãozinho. Cuando me vieron sola, me hicieron una pregunta sencilla: “Qué es más importante, tú móvil o tu vida?”

“Mi vida” respondí. Y continué, “¿Pero cuáles son sus nombres?” 

Al preguntarle sus nombres, descubrí un puente totalmente inesperado entre los dos mundos de Río de Janeiro. Joao y Marcelo, los dos muchachos que estaban tratando de librarme de mi móvil, estaban impactados. Les hice otra pregunta: “¿Porqué me quieren robar?”. Y el ambiente cambió. Joao se arrodilló y frotó arena en mis pies, explicando que así es como se siente la vida en la calle. Les pregunté si podrían encontrar otra opción a esta situación. Sonriendo, Joao sugirió que les comprarse una cena. Luego añadió, apresuradamente: “no te preocupes, solo estábamos actuando”. 

En vez de gastar nuestro dinero en restoranes caros en la playa de Copacabana, Marcelo sugirió que buscásemos una opción más asequible. Mientras caminábamos, Joao pedía direcciones a extraños en las calles revelando que, al igual que yo, él era un extranjero en la zona sur de Rio de Janeiro. Horas más tarde y con 32 dólares menos, y mis pertenencias y mi cuerpo intactos, volví a salir a la superficie en una calle iluminada por la luna. Joao y Marcelo me habían enseñado algunas lecciones notables sobres sus vidas y sobre la mía. 

“¿Porqué robar?” pregunté. Marcelo explicó que “como tú, yo valoro mi vida”. Marcelo dijo que él robaba porque no podía mantener a su familia vendiendo únicamente bisuterías en la playa. A diferencia de muchos de sus compañeros, él había logrado no involucrarse en la venta de drogas, a pesar de que era una opción muchísimo más rentable. Explicó que todos los días caminaba una línea imposible entre dos leyes punitivas–la ley de la calle y la ley del Estado.  Él tiene la razón de tener miedo. Según el think tank Instituto Igarapé, casi la mitad de los 60.000 homicidios registrados en Brasil están relacionados con la violencia del narcotráfico.  

 En situaciones de extrema desigualdad y desesperación, he visto a hombres y mujeres con hábitos tales como la humildad, la compasión, la integridad y el diálogo.

El miedo de Marcelo a ser asesinado por la policía se ve solo superado por su miedo a las famosas cárceles de Brasil. Ya repletas al 160 por ciento de su capacidad, las cárceles de Brasil están efectivamente controladas por fracciones criminales. Los líderes de pandillas tienen la última palabra, incluida la orden de masacrar a internos que, a principios del 2017, dejó más de 130 muertos, muchos de ellos decapitados, descuartizados y destripados. El rechazo de Marcelo al tráfico de drogas por motivos de seguridad personal tiene más sentido a la vista de que los cargos por tráfico de drogas son las principales causas de encarcelamiento del país.

Sin duda,  aún conociendo estos hechos sobre la vida de Joao y Marcelo, no hacen la experiencia de ser asaltada menos inquietante. Con demasiada frecuencia lo que comienza como un robo se convierte en una tragedia violenta. Pero cuando miré sus ojos, vi caras de muchas otras personas que he conocido. Mientras yo estaba asustada y frustrada cuando me amenazaron, estos sentimientos fueron calmados por el deseo de conectar. Mi madre siempre me alentó en encontrar lo sagrado en el otro. Y trabajando en un centro de detención en Filadelfia fue como aprendí a hacerlo.

En las calles de Río de Janeiro y en las cárceles de Filadelfia presencié el comportamiento más excepcional en circunstancias terribles. En situaciones de extrema desigualdad y desesperación, he visto a hombres y mujeres con hábitos tales como la humildad, la compasión, la integridad y el diálogo, que son condiciones previas para la transformación personal y social. Este tipo de comportamientos, disponibles para todos nosotros, es crítico para confrontar el sufrimiento personal y de la comunidad. Todos debemos escuchar. Todos debemos aprender ahora. Podemos comenzar por aprender los nombres de los demás.  

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Este articulo se publica en el marco de la campaña Instinto de Vida.

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